Es sábado por la mañana, la gente pasea y no entiende bien qué está pasando cuando se encuentra esos altavoces a un volumen insospechado. La performance comienza en el callejón de los Negros, muchos paseantes ignoran que el nombre de esta calle nombra la vía donde pasaban los esclavos para ser subastados. Aún así la acción se carga de un gran simbolismo.
Mamadou es un joven senegalés que ha colaborado con Teatro Ojo para levantar este trabajo llamado Latente, una pieza que nació en la cabeza del director de este colectivo, Héctor Bourges, el mismo día que Mame Mbaye murió en la Calle del Oso, en Madrid. “Me quedé atrapado en un bar de Lavapiés, no sabía qué pasaba y me encontré un Madrid levantado y en guerra. Me sorprendió mucho, me interesó, me convocó”, recuerda el director mexicano que durante más de tres años ha ido recopilando material y trabajando esta pieza inclasificable.
Teatro Ojo es un colectivo que nació hace 20 años en México. Un colectivo de naturaleza escénica pero que busca alejarse de los territorios propiamente teatrales y expandir sus prácticas mezclando disciplinas como la arquitectura o el arte sonoro. Sus pesquisas son largas, sus resoluciones escénicas huyen de la representación y buscan dispositivos desde donde poder mirar la realidad, enfrentarla, decaparla, desmontarla.
Ejemplo de esto mismo son piezas como Elucubraciones sobre el posible paradero del libro vivo de Xocén (2021), donde se hace una gran investigación y varios dispositivos para contar la historia de la petición de la localidad de Xocén al expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari del libro sagrado maya de la localidad, desaparecido en el siglo XIX. A partir de esta historia, en el trabajo van apareciendo todas las contradicciones históricas y políticas que conforman aquel país.
O piezas como su último trabajo, Bucarofagia, que trata sobre el jarrito que sostiene una de las meninas en el cuadro de Diego Velázquez. Esa pequeña vasija, el búcaro, era transportado desde Tonalá, donde se fabricaban, hasta la corte española. Las mujeres comían en este recipiente fabricado con barro y agua buscando una tonalidad de piel y los supuestos efectos alucinógenos que se le atribuían. Un barro de una tierra bañada en sangre en el exterminio de las poblaciones originarias perpetrado por la corona española.
Teatro Ojo se enfrenta a historias de la realidad social para mirarlas de otro modo, historias que al ir desmontándolas, quitando capa a capa, dejan al descubierto la naturaleza de los hombres y los pueblos. Esto mismo es lo que hacen con Latente, no se trata de una representación de lo que pasó hace cinco años en Madrid, ni de hablar sobre la figura de Mamé Mbaye y el peso político que sigue simbolizando hoy en día. Teatro Ojo lo que consiguió este fin de semana en Cádiz fue percutir las calles, las cabezas y los pechos de la ciudadanía recorriendo todo el casco histórico de la ciudad con preguntas, con un sonido imposible de soslayar, con la voluntad de meterse por cada esquina de la ciudad y cada oído de cada ciudadano.
El sonido estaba manejado en directo por Juan Ernesto Díaz que iba pinchando y subiendo y bajando volúmenes según iban pasando cosas durante el recorrido. Un recorrido lento y que, paradójicamente, iba encabezado por una pareja de la Policía Municipal. Así, llegaron frente a la Iglesia de San Agustín donde se decidió enfrentar el vehículo sonoro, esa carretilla elevadora de aire futurista, con la puerta de la iglesia por donde salían los feligreses de oír misa.
Así se llegó a la plaza del Palillero, donde la pareja municipal tuvo que salir corriendo detrás de un supuesto robo en una tienda de cosmética. La policía retuvo a una ciudadana, la comenzó a registrar, mientras Juan Ernesto Díaz subía el volumen y pinchaba con rabia, “Mbayé tenía 35 años, llegó a España hace 14 (…) La autopsia reveló que tenía una insuficiencia cardiaca (…). La rabia del asesino viene por la resistencia del que va a morir a aceptar su destino”. Fueron más de tres horas de recorrido por la ciudad. En ningún momento ese gran altavoz dejo de percutir. Lo acompañaba una segunda unidad móvil, una bicicleta que trasladaba en un cajetín un altavoz y que iba gravitando alrededor del recorrido.
La performance concluyó en el Mirador entre Catedrales, una plataforma detrás de la Catedral de Cádiz abierta al mar, a un mar que mira justamente a América. Allí fue ganando la música a los textos, una música que Teatro Ojo obtuvo de los inmigrantes con los que han ido relacionándose en la residencia artística que han tenido durante estas semanas en el FIT de Cádiz. “Hemos estado en residencia en Algeciras, en el Centro Escénico del Estrecho que cuentan con un espacio, Box Levante. Han sido días vitales para la pieza. Algeciras es una frontera, no sabía que esa tensión de frontera que nosotros conocemos bien en varios puntos de México también existiese en este país. Puedes ver cada día cómo llegan inmigrantes allí y en que estado lo hacen”, explica Bourges a este periódico. “Hablamos con muchos de ellos y nos dejaron que volcásemos sus playlist, la música del final de la pieza son de esas listas de canciones que nos regalaron”, concluye.
La pieza tuvo un final inesperado, incluso esperanzador. La pequeña comunidad senegalesa que acompañó la pieza durante todo el día comenzó a bailar, uno de ellos invitó a una mujer de origen marroquí que se había acercado a ver la pieza con sus amigas, a bailar. Ella aceptó, a partir de ahí hombres africanos de raza negra y mujeres magrebíes bailaron frente al mar mientras caía el sol.
Latente es una pieza poderosa. Es difícil de precisar e imaginar qué pasaría si esta pieza, que se estrenó mundialmente en el FIT de Cádiz, llegase y caminase por las calles de Lavapiés, unas calles donde el movimiento de conciencia ante la violencia institucional que ha supuesto la figura de Mame Mbaye sigue bien vivo. Difícil de precisar la enorme fuerza que pueden tener esos altavoces resonando por las cuestas de un barrio que hoy sigue tensionado y en lucha.
El FIT de Cádiz enfrentó con esta propuesta el final de esta edición. Un fin de semana en que también se pudo ver los trabajos de Argentina Hielo negro, del Grupo Krapp, y No hay banda del Martín Flores; y que estuvo marcado, a parte de por Teatro Ojo, por una gran obra que levantó el espíritu escénico del Festival, Villa, del chileno Guillermo Calderón, una pieza sobre el centro de detención y tortura Villa Grimaldi que llegará al Festival de Otoño de Madrid el 10 de noviembre.