La emergencia del fenómeno le ha procurado un hueco en el III Congreso de Historia que ha reunido a decenas de especialistas en la ciudad de Zamora, a través de una mesa titulada Otras formas de contar la Historia. La sección ha pretendido “reivindicar el papel de quienes, no dedicándose profesionalmente a la historia en modo estricto, contribuyen a su divulgación, a su conocimiento y a su valoración”, define Josemi Lorenzo, el historiador que ha coordinado la actividad. El investigador pone el foco en multitud de aportaciones —algunas de historiadores, otras no—, sin olvidarse de los docentes de Primaria o Secundaria, quienes “realizan una labor invaluable cuando parte de donde está su alumnado y les suscita el interés por conocer qué fue de ese pasado de la localidad, la comarca o la provincia en que habitan y la convierten en presente”, reconoce el coordinador del debate.
La palmada en el hombro a todos estos perfiles, alejados muchos del ámbito científico, deja en una posición cuestionable a los historiadores, al ámbito estrictamente académico (o, como mínimo, a una gran parte): ¿tienen un problema para conectar con la sociedad? “El problema es evidente; difícilmente se pueden trasladar cuestiones al gran público cuando no se hace ningún esfuerzo por adaptarse al receptor”, lamenta Josemi Lorenzo, quien cuestiona igualmente que “las academias y los propios 'historiadores locales', si es que ese calificativo tiene sentido”, se hayan instalado “en un púlpito del que pocas veces se han bajado”. Por comparar, Lorenzo mira al exterior para buscar referentes, modelos hacia los que caminar, y los encuentra —como en tantas otras ocasiones— en la vecina Francia. Allí, “los mejores historiadores se precian de hacer también libros divulgativos, al alcance del gran público; aquí parece que eso ha sido un demérito, como si divulgar no fuera un arte y como si hacerlo bien implicase falta de rigor”, zanja.
José Calvo Poyato se ha convertido en uno de los escritores de novela histórica de referencia, tras décadas consagrado a recrear capítulos clave del pasado de España. Su condición de doctor en Historia otorga un mayor peso a la crítica que dedica a sus colegas. “Entre los historiadores académicos se ha prestado, tradicionalmente, poco interés a la divulgación histórica; su trabajo se ha centrado más en la investigación, lo que, siendo muy necesario y provechoso, ha hecho que esos trabajos lleguen muy poco al gran público”. Para el autor de Sangre en la calle del turco o La ruta infinita, el panorama comienza, afortunadamente, a cambiar, a superarse el “rechazo” hacia la divulgación, que resulta “muy necesaria, si queremos que la historia llegue a quienes se sienten atraídos por ella y no son profesionales”.
De opinión similar es el ya mencionado Nacho Ares, quien se remite a referentes de la divulgación para echar por tierra las tradicionales reticencias de los académicos. “C. W. Ceram —uno de los padres de la divulgación histórica moderna con la publicación de Dioses, tumbas y sabios en 1940— decía que la inmensa mayoría de los artículos creados por sesudos arqueólogos se habían escrito para no ser leídos nunca”. En su caso, Ares trabaja desde las ondas para hacer valer una férrea convicción: “La historia bien contada es una de las cosas más llamativas porque, en el fondo, todos somos parte de ella y nos sentimos protagonistas del pasado”. El director de Ser Historia sostiene que el cada vez más popular fenómeno del podcast “es un formato extraordinario; es cierto que la radio en directo tiene un encanto especial, pero los programas montados, editados y bien cuidados son como pequeñas películas en donde puedes contar cosas de una forma muy atractiva”, argumenta.
Por su parte, la revolución que la novela histórica ha protagonizado en las dos últimas décadas parece no conocer techo. Hoy por hoy, el género tiene asegurado una cuota fija en los escaparates de las librerías. “Es un buen instrumento para acercarnos a la historia, siempre que la novela sea histórica, porque hay muchas que se engloban bajo esa definición y no lo son”, precisa José Calvo Poyato. Para el escritor, cuyo último trabajo conmemora los 150 años de la proclamación de la Primera República, este canal “tiene el valor de hacer llegar acontecimientos, personajes, situaciones o momentos del pasado a muchos lectores, a los que el ensayo no les atrae o, al menos, no tanto”.
“Las redes sociales no son diferentes a un libro, una revista o un documental de televisión: son, simplemente, otro soporte tan digno y apto para la comunicación como el resto”. La posición de Miguel Ángel Cajigal viene avalada por una legión de seguidores —más de 200.000 en Twitter— que no pierde detalle de la opiniones y juicios que el historiador del arte y divulgador difunde a través de su alter ego digital, El Barroquista. “Nadie se sorprende de escuchar en radio un programa de historia o historia del arte, de modo que tampoco debería sorprender que se hable de esos temas en TikTok, YouTube o Instagram”, defiende. A Cajigal le resulta “llamativo” que siempre planee la sombra de la “simplificación” —uno de los tópicos a los que se enfrenta, diariamente, la divulgación en las plataformas sociales— cuando se habla de historia en las redes. “Nadie parece temer que se 'simplifiquen' los temas humanísticos a la hora de resumirlos en un temario de Secundaria o en un libro de texto de Bachillerato, cosa que evidentemente hay que hacer porque es imposible dar cabida a todo”, razona.
¿Existe en la naturaleza de las redes sociales un riesgo de desinformación? “Como en todo canal de información, pero generan más alarma, creo que injustificadamente”. Para relativizar ese peligro, Miguel Ángel Cajigal compara la época victoriana (siglo XIX) —momento en el que “se popularizaron los diarios como medios de comunicación de masas y muchas cabeceras se inventaban (literalmente) las noticias para vender más ejemplares”, revela— y la propia actualidad. “La diferencia es que entonces no había prácticamente medios para contrastar esas noticias” mientras que “nunca han existido tantas herramientas como hoy para cotejar esos datos y comprobar si son fidedignos”, sostiene El Barroquista.
Simplificación, desinformación… y falta de rigor. Esta última losa viene a completar el conjunto de tópicos que miran de reojo a las plataformas sociales. “Tiene que haber rigor, pero no se le puede pedir a un medio lo que no te puede dar”, zanja la cuestión Javier Sainz de los Terreros, responsable de comunicación digital en el Museo del Prado, cuya llamativa estrategia en TikTok ha logrado más de medio millón de seguidores y el reconocimiento internacional. “Una cosa es hacer una conferencia y hablar durante una hora y media y otra, publicar un vídeo de 30 segundos: aquí tienes la oportunidad de transmitir un concepto fácil y directo, pero sin profundizar”, argumenta el especialista.
Precisamente, encajar la estrategia de comunicación de un gran museo en una red como TikTok ha sido el principal logro del Prado. “Primero, encontramos que hay un gran interés por el arte en el publico más joven de TikTok, por eso está funcionando. También nos ha servido para explicar conceptos visuales, algo fácil en un museo, o explicar anécdotas”, relata Sainz de los Terreros. Aunque la principal apuesta del museo por esta red —muy popular, pero con evidentes limitaciones— no estaba en su capacidad para informar, sino más bien en la opción de establecer “una puerta de entrada al público; la posibilidad de mostrar vídeos sin la necesidad de seguir el perfil del Museo del Prado nos daba la oportunidad de acercarnos a un público, como los jóvenes, que, de primeras, no nos seguirían”, sostiene.
Aunque toda moneda tiene dos caras. La otra, la “mala”, reside en un mayor o menor riesgo de banalización de lo que se cuenta a través de este tipo de canales. “Es un riesgo que está ahí: se puede llegar a forzar el mensaje para intentar adaptarlo al canal y eso no es recomendable; es como un libro, el formato es bueno, pero depende de cómo lo utilices”, precisa el profesional de El Prado. “La banalización es como una ganancia rápida que te puede llevar al desastre, porque significa perder la credibilidad”, añade, y recomienda: “No puedes renunciar a ser quien eres por intentar captar a más público; lo mejor es mantenerte en tus valores y adaptarte bien a medios que, como TikTok, tienen la característica fundamental de que todo va muy rápido”.
Junto a historiadores, periodistas o divulgadores en el término más genérico, no hay que olvidarse —como advierte Josemi Lorenzo, desde el III Congreso de Historia de Zamora— de la contribución de los profesores en las primeras etapas de la enseñanza. “Sin la labor docente sería muy difícil saber de arte o historia, así como de cualquier otro conocimiento”, sostiene Esther López-Sobrado, doctora en Historia del Arte, que ha dedicado buena parte de su esfuerzo profesional a la enseñanza. “Los docentes son esenciales en la enseñanza y difusión de la historia o el arte, que en los primeros cursos se trataría de una verdadera divulgación, puesto que reducimos y concentramos muchísimo los conocimientos”, subraya.
Una labor que, sin embargo, se ha encontrado más piedras en el camino que otras disciplinas, principalmente, debido a un sistema educativo que otorga mayor protagonismo a otros saberes. “La principal dificultad es el sistema, puesto que la enseñanza del patrimonio no está recogida en los estudios de ESO, donde tan solo existen unas ligeras referencias a la historia del arte que, con frecuencia, se van postergando por la extensión del temario”, lamenta López-Sobrado. Pese a ello, la historiadora no deja de reivindicar el beneficio personal y social que esta disciplina aporta a los jóvenes. “Da la posibilidad de comprender lo que está a nuestro alrededor, descubrir que “una piedra” en un edificio encierra mucha información sobre el pasado; también nos aporta la capacidad de descubrir por nosotros mismos el secreto que esconde lo que estamos contemplando, algo tan maravilloso como cuando aprendemos a leer y somos capaces de disfrutar con un libro, sabiendo que esos signos nos abren nuevos mundos”. Eso y la lógica consecuencia: no cuida el patrimonio quien lo desconoce.
Cierra el círculo de la divulgación histórica el papel que ejercen los medios de comunicación como mediadores entre ciencia, investigación y gran público. A ese desempeño ha destinado un hueco en sus ponencias el congreso desarrollado en Zamora, organizado por el Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo” en su cuadragésimo aniversario. “Los periodistas establecen la necesaria labor de mediación entre la Academia y el público y saben qué lenguaje utilizar para captar la atención del lector y explicar lo complejo de manera sencilla”, señala el historiador Josemi Lorenzo. Bajo su punto de vista, “la tentación del clickbait está siempre ahí, y la búsqueda de un titular que impacte, aunque no responda luego al contenido: en eso se diferencian los buenos profesionales de los malos”, añade. Así es como los periodistas colaboran —como los historiadores, escritores, blogueros o docentes— en la edad de oro de la divulgación histórica, aunque una parte de los que más saben de esto hayan optado por no acudir a la cita.