Peso Pluma es el artista a ver en 2023. El que ha protagonizado el crecimiento más importante en los barómetros del éxito del mundo moderno: escuchas en plataformas de streaming, premios de la industria, agenda de colaboraciones discográficas... Por ello, entre el público que acudió a su primer concierto barcelonés se mezclaban jóvenes locales, muchos de ellos con raíces al otro lado del Atlántico, y expats curiosos que ni siquiera comprendían las instrucciones en castellano que daban los controladores de acceso que los cacheaban concienzudamente. La espera en el recinto se amenizó con canciones del puntal del trap yanqui Future y reguetoneros puertorriqueños como Anuel AA. Ninguna caldeó tanto el ambiente como el clásico salsero El día de mi suerte de Willie Colón y Héctor Lavoe incluído en Lo mató (1973), un disco en cuya portada aparecía el trombonista apuntando a su víctima con una pistola en la sien.
“Pronto llegará / El día de mi suerte / Sé que antes de mi muerte / Seguro que mi suerte cambiará”, cantaba Héctor Lavoe. Sin embargo, el debut barcelonés de Peso Pluma no resultó tan apoteósico como lo que se cuenta del de Madrid. Hubo que colocar telones negros para reducir la pista y tapar gradas vacías. El escenario también parecía haberse encogido y avanzado unos metros para disimular la falta de público, de modo que la disposición de pantallas hacía que unas tapasen a otras si se miraban desde las gradas laterales. Todo en el montaje escénico, desde la sábana que cubría el escenario y sobre la que se proyectaron imágenes apenas comprensibles desde las gradas, hasta el volumen desmedido de aquella voz en off sonorizada para un recinto abarrotado cuando allí apenas había la mitad, sugería que el recinto se quedó grande para su primer asalto en Catalunya. (La promotora asegura que acudieron 10.000 personas).
Toda la responsabilidad de la noche recaía en el repertorio, el género musical y las tablas de este joven de 24 años. “¿Quién vino a cantar corridos esta noche?”, gritó. Y durante un buen rato tendría que emplearse a fondo con otras exclamaciones tipo “¿dónde está Barcelona?” o “¡arriba México, cabrones!” porque el recinto no prendía fácilmente. Normal, sus únicas armas eran dos guitarras acústicas, un contrabajo, un trombón y dos charchetas (ese instrumento de viento típico de los conjuntos de música mexicana y bastante más ligero que una tuba). Todos los músicos deambulaban por el escenario gracias a la microfonía inalámbrica, pero quien más brincaría sería el ligero Peso Pluma. Con modos de rapero, pantalón de chándal y camiseta imperio como un Ben Yart sobrio, su hiperactividad milenial contrastaba con una música de raíz tan tradicional. Pero eso son los corridos tumbados: canciones vibrantes de amor y violencia interpretadas por jóvenes crecidos en la era del trap y bombeadas con el instrumento menos predestinado para enloquecer a la juventud del siglo XXI: el trombón.
Para asegurar el tiro en los primeros compases del concierto, Peso Pluma echó mano de su carnal Jasiel Núñez, un cantante mexicano afincado en Barcelona; acaba de grabar una canción en la que menciona la sala Apolo. Juntos interpretaron Bipolar, Lagunas y, cómo no, Rosa pastel. Es esa que dice: “De poca edad, pero bien listo / Porque la verdad, siempre persisto / Pa’ grande llegar”. A esas alturas del show, y mientras los dos cantantes evocaban sus negocios en Ámsterdam llevando mercancías en avionetas cargadas como supermercados, el cancionero de Peso Pluma ya se había impuesto por méritos propios.
Méritos, en realidad, de una propuesta estilística arrolladora gracias al poderío que insuflaban las dos charchetas y el trombón al inicio de cada canción (precioso el de Su casa) y que definen la esencia misma del sonido Peso Pluma. Y, de esas dos guitarras acústicas pellizcadas con nervio incansable que arman la columna vertebral que mantiene firme cada composición hasta que concluye y da paso al siguiente corrido tumbado. Jasiel estrenó una canción que no se publicará hasta 2024, Ando en mi mundo, y la quiso dedicar “a todos los que han tenido depresión”. La interpretó luciendo una camiseta del Barça sin el logotipo de Spotify. Curioso. El resto de músicos lucía camisetas de Spotify con los colores blaugrana, excepto el contrabajista, que llevaba la blanca. Tal vez porque, siendo el único cuyo instrumento le impedía moverse libremente por el terreno de juego, él desempeñaba el rol de guardameta rítmico del equipo.
En cierto modo, Peso Pluma es el joven mas viejo que ha dado la música mexicana en los últimos tiempos, pues más allá de la estética y el lenguaje utilizado, las letras de sus canciones cierran el círculo que iniciaron los narcocorridos en los años 70, un subgénero previo incluso a la eclosión de la cultura hip-hop en Estados Unidos. El influjo del rap, el trap e incluso el reguetón es innegable en su forma de vestir y rimar, pero cuando hablan del negocio de la droga no necesitan buscar referentes en los raperos yanquis. En su país tiene una buena escuela de letristas y un contexto más que creíble donde inspirarse. México tenía su rap gángster mucho antes de que en Los Ángeles se inventase en gangsta rap.
A esta temática dedicó Peso Pluma un bloque del concierto, con títulos como El belicón (su primera rola de éxito, allá por 2019), El Gavilán (retrato de un imaginario lugarteniente a las órdenes del narco Chapo Guzmán), El Gavilán II (en la que sus secuaces patrullan escuchando rap y “si la orden es matar, esa no se cuestiona”) o La People, donde describe con precisión el look de los pistoleros (botas de Dior y rifles Scar) al tiempo que remarca la sumisión al cártel de Sinaloa (“la bandera aquí sigue siendo un Guzmán, lo vuelvo a recalcar”). Por todo ello, Peso Pluma recibió en septiembre amenazas de muerte firmadas por el cartel rival de Jalisco que le obligaron a suspender varias actuaciones en México. También en este sentido Peso Pluma es un nuevo capítulo (y no un punto y aparte) en el conflictivo gremio de los narcocorridos.
Desde algunos estamentos políticos de México se han lanzado discursos en favor de prohibir la difusión de los corridos tumbados de temática narco. Hasta el presidente López Obrador ha criticado con dureza que glorifiquen la violencia, aunque no se muestra favorable a censurarlos. En el Palau Sant Jordi, lo más parecido a silenciar sus discursos fue el apagón de sonido que afectó la recta final de El azul, uno de los narcocorridos tumbados más coreados de la noche. Los músicos apenas se enteraron de lo que ocurría, pero, de repente, la música solo llegaba al público de las primeras filas. Y, claro, desde las gradas no tardaron en llegar las quejas al grito de: “¡No se escucha! ¡No se escucha!”.
La agenda de colaboraciones de Peso Pluma es tan apretada que el concierto no podía obviar su otra vida reguetonera, así que mandó a los músicos a recuperar el aliento y se quedó solo en el escenario para protagonizar un breve set cantando sobre las pistas pregrabadas. Sonaron enlatados dos fragmentos de Plebada y Quema, sus respectivas alianzas con El Alfa y Ryan Castro. El atronador volumen las convirtió en momentos álgidos de la velada. Acto seguido atacó, ya con la banda en el escenario, su grabación con Bizarrap. Y ya que estaba musicalmente en Argentina, la siguiente en salir al escenario fue su actual pareja, la cantante de Rosario Nicki Nicole. Juntos interpretaron ‘Por las noches’ y para demostrar que al menos esta canción sí está basada en hechos reales, se besaron varias veces para alegría de tiktokers, instagramers y demás cazadores de exclusivas efímeras del siglo XXI.
El ambiente estaba calentito. Peso Pluma y su plebada de músicos habían logrado lo imposible: mantener la tensión durante más de hora y media de concierto con sus frenéticos y fornidos instrumentos acústicos. Sonaron y PRC, un par de corridos tumbados grabados junto al pionero del género: Natanael Cano. Se lió algún cigarro en la grada. Se lió alguna pelea en la pista. Y se corearon ambas como si fuesen himnos nacionales mexicanos. Mejor dicho, como himnos oficiosos de AMG un sector de la nación que vive al margen del sistema. O, mejor aún, como himnos oficiosos de un público que asume como ficción y entretenimiento unas narrativas que evocan situaciones muy reales.
La bandera mexicana ocupó la pantalla central del escenario poco antes de que sonase la canción que todo el público estaba esperando: Ella baila sola. Es el corrido más popular de su repertorio, la cúspide de un género cuyos orígenes hay que rastrear casi medio siglo atrás. Y ni siquiera la utilizó como cierre para el concierto. Tras casi dos horas, ese honor recayó en Lady Gaga, otra de sus odas al lujo, las drogas y el sexo: Dom Perignon, polvito rosa, Lamborginis, Mercedes, Cartier, marisco fresco, yates y Louis Vuitton. Todo rimado con flow cabrón. Y con portentoso respaldo del trombón.
Hacía ya rato que los millares de celulares prendidos en un recinto a oscuras creaban un efecto óptico de lleno absoluto. No fue así ni por asomo. Pero Peso Pluma salió del Sant Jordi con una indiscutible sensación de victoria. Su cancionero tiene pegada y su elasticidad y consistencia como intérprete le permitieron aguantar de sobra el desgaste de un concierto tan largo y exigente. No solo defendió su candidatura a artista de largo recorrido. También asumió el reto de, fueron sus palabras textuales de despedida: “Representar nuestras raíces y nuestra puta bandera mexicana”. Con sus luces y sus sombras. Suerte con eso.