Los comienzos de Joe Sacco no fueron fáciles. Cuando se introdujo en el medio de los cómics estadounidense, durante los años 80, no existía nada parecido a la historieta periodística, y el género autobiográfico o de no ficción estaba aún destinado a un grupo muy pequeño de aficionados, con la notable excepción de Maus de Art Spiegelman, cuya primera parte se había publicado como libro en 1986. Sacco sobrevivía como periodista precario, trabajo que compaginaba con su serie de cómics Yahoo (1988-1992), de clara vocación satírica. Fue en 1991, y ante los acontecimientos que estaban desarrollándose en el marco de la primera intifada, cuando Sacco decidió aunar sus dos pasiones, el cómic y el periodismo, y viajar a Gaza con el objetivo de contar lo que viera a través de sus dibujos. Lo hizo pagándolo todo de su propio bolsillo, sin el apoyo de ningún medio de comunicación o editorial.
No había referentes directos para lo que estaba haciendo: en cierta forma, el maltés estaba inventando un nuevo género, el del cómic periodístico, que bebía del periodismo gonzo de Hunter S. Thompson y el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe y Truman Capote, que lo llevaron a introducirse en su propia obra como protagonista que cuenta lo que ve y se entrevista con testigos, sin omitir su punto de vista y su posicionamiento ante las víctimas. Tal y como el mismo suele asegurar, su objetivo no es ser objetivo, pero sí honesto: ante el evidente desequilibrio de fuerzas entre Israel y Palestina no puede ser equidistante.
En el invierno de 1991 y 1992, Sacco convivió con los palestinos en Gaza, con la intención de obtener tantas historias como pudiera, que luego desarrollaría entre 1993 y 1995 en nueve comic books o cuadernillos grapados, el estándar editorial de la época, mucho antes de que se convirtiera en algo habitual publicar este tipo de trabajos directamente como un libro. En sus páginas es palpable la evolución desde un estilo satírico, en el que no duda en ironizar tanto con su postura como con las situaciones que vive, hasta un tono más testimonial y serio. Igualmente, su dibujo de raíz underground, muy influido por Robert Crumb, evoluciona a un estilo más realista, que limita la caricatura, significativamente, al propio Sacco, convertido en un dibujo icónico que deambula por la tragedia palestina y contrasta con la realidad que exudan sus interlocutores.
Por las páginas de Palestina desfilan innumerables testimonios de los abusos de Israel: las historias de las palizas, las detenciones ilegales o las casas destruidas en la política de hostigamiento a los palestinos y asentamientos de colonos israelíes se suceden en boca de diferentes hombres y mujeres que, simplemente, cuentan su historia a Sacco. Resulta muy esclarecedor el hecho de que en varias ocasiones le piden insistentemente que cuente lo que sucede en Gaza, porque existe una necesidad urgente de que el mundo sepa lo que está pasando. Pero, en cierta ocasión, una anciana le plantea al autor una sencilla pregunta: “¿De qué me sirve hablar contigo?”. Sacco no tiene una respuesta.
Palestina, con su larga extensión (328 páginas), permite introducir muchos matices en el fresco de la franja de Gaza que se dibuja, y ahí reside su gran valor: Sacco constata las diferentes posturas y facciones existentes entre los palestinos, así como la diversidad religiosa y política. Las evidentes contradicciones que refleja el dibujante en sus largas conversaciones con palestinos de toda clase y condición no enmascaran el objetivo principal de la obra: denunciar las flagrantes violaciones de los derechos humanos que sucedían y suceden en el territorio palestino. Ya sea en centros de detenciones donde las torturas están a la orden del día, mediante juicios sin ningún tipo de garantía procesal, o con arbitrarias decisiones políticas que limitan al mínimo las posibilidades de subsistencia de la población o su capacidad para ganarse la vida. En las páginas finales del cómic, cuando Sacco ya ha dejado atrás Gaza y pasa unos días en Tel Aviv, dos mujeres jóvenes israelíes con las que traba relación le recriminan que solo vaya a contar un punto de vista. La reflexión de Sacco es muy reveladora: aseguró que llevaba viendo el punto de vista de Israel casi toda su vida, en alusión a que era el predominante en los medios de comunicación estadounidenses.
Sin embargo, la postura de Israel está presente, si bien Sacco no puede tratarla de otra forma que no sea crítica. Intenta desmontar premisas históricas falsas, como la idea de que las tierras de Palestina que fueron colonizadas desde comienzos del siglo XX no eran de nadie, que no existía el concepto de “pueblo palestino”, o que las condiciones de vida de los árabes son mejores que antes de la ocupación. Sacco no niega la violencia ni justifica el terrorismo, pero intenta ir más allá de la propaganda y profundizar en una situación compleja que no puede abordarse desde la demagogia. Cuando una mujer, ante sus intentos de hacerle entender el punto de vista palestino, zanja la conversación asegurando: “Todo lo que digo es que deseo la paz”, el autor expone lúcidamente el problema: “Todos deseamos la paz, sea lo que sea eso, pero la paz puede significar muchas cosas, y no todos los que la desean se la imaginan igual”.
En 2014, Joe Sacco participó en un debate celebrado en Madrid, en el Centro de Arte Reina Sofía, con el periodista Gervasio Sánchez y el dibujante Paco Roca. En aquella ocasión, Sacco hizo una encendida defensa de la ira como motor creativo, y explicó que necesitaba que un asunto lo enfadara lo suficiente como para saber de antemano que sería capaz de mantener el impulso inicial preciso para terminar una obra, en un proceso que podía llevar varios años. Sus trabajos nacen, por tanto, de la indignación, de la necesidad de alzar la voz y oponerse a la injusticia.
En ese mismo coloquio, el autor también reflexionaba sobre el uso del dibujo. Sostenía que la gente con la que hablaba tendía a sentirse menos intimidada que ante una cámara fotográfica, que el dibujo generaba un contexto de mayor confianza. La académica Hillary Chute ha estudiado la tradición de lo que ella denomina “dibujar para contar”, y que la lleva a vincular el trabajo periodístico de Joe Sacco con los grabados de Francisco de Goya, quien también tuvo esa vocación de plasmar de forma inmediata lo que había visto, primando su condición de testigo a todas las demás.
Años más tarde de concluir la publicación de Palestina, y tras publicar varias obras sobre las guerras de Yugoslavia en los años 90, el dibujante volvió a Gaza, con el objetivo de seguir levantando testimonio de la situación palestina. En Notas al pie de Gaza (2009), sin embargo, sus intenciones van más allá. Más de diez años mayor, Sacco viajó a Palestina entre 2002 y 2003, con el deseo de dotar de mayor perspectiva histórica a su relato, y acometió una investigación en torno a dos masacres sucedidas en 1956, en los poblados palestinos de Khan Younis y Rafah. De trata de unos hechos de los que apenas quedan restos documentales o testigos vivos, de manera que Sacco se ve obligado a profundizar mucho para reconstruir la historia, intencionadamente sepultada por las autoridades israelíes perpetradoras de la matanza, y sucedida tras la guerra del Sinaí que enfrentó a Israel con Egipto.
El método empleado por el dibujante lo acerca al de la historiografía: tiene que contrastar constantemente los testimonios orales, llenos de lagunas y distorsiones tras casi cincuenta años desde los hechos, pero también confirmarlos con los pocos documentos e informes que puede encontrar. Su objetivo es ampliar el foco, alejarse de la inmediatez de la actualidad y ofrecer una perspectiva histórica que no solo esclarezca unos hechos olvidados, sino que también sirvan para valorar mejor el conflicto entre Israel y Palestina. El resultado fue uno de los mejores libros de Joe Sacco, y una referencia ineludible para cualquiera que quiera acercarse a la cuestión. Notas al pie de Gaza fue la consagración de un autor que se ha convertido en máximo referente del cómic periodístico, influencia de la estadounidense Sarah Glidden, el peruano Jesús Cossio o los españoles Jorge Carrión y Sagar Forniés.
El díptico que forman Palestina y Notas al pie de Gaza, por su parte, se erige como uno de los testimonios más ricos de un conflicto que, lamentablemente, sigue muy presente en nuestros días.