Premio Nacional de Fotografía de 1996 y, desde 2005, miembro de la Agencia Magnum. Rodero fue la primera persona con nacionalidad española que entró en la prestigiosa agencia. Ahora, a sus 74 años, la fotógrafa y, hasta 2007, profesora en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, se posiciona ante el objetivo de la cineasta Carlota Nelson para protagonizar el documental Cristina García Rodero: La mirada oculta (Wanda Films, 2023), disponible en cines a partir del primero de diciembre. Un largometraje en el cual, como asegura la directora, “[Cristina] nos doblaba la edad media del equipo de rodaje y nos llevaba con la lengua fuera porque trabaja 10 o 12 horas sin descansar. No quiere tomar agua porque si toma agua, tiene que ir al baño y puede perder la foto”.
Cristina, al comienzo de La mirada oculta, dice emocionarse "con los que están emocionados para después emocionar”. ¿Se puede fotografiar con los ojos vidriosos?
Muy mal. Pero las cámaras ya enfocan casi solas. He vivido situaciones tan duras, tan emotivas o tan alegres, que lloras porque es contagioso. Quizás hay mucha empatía en mí por la gente que tengo alrededor y eso hace que me emocione con ellos. Siempre digo que el día que deje de emocionarme, el día que me aburra, ese día dejaré de hacer fotos. Creo que van a ser más las rodillas, más el cuerpo, más el esqueleto, los años, los que me hagan dejar de trabajar. Trabajaré de otra forma. Creo que voy a hacer esfuerzos por trabajar, me iré adecuando a mis necesidades o a mis posibilidades para irme a los sitios donde pueda seguir trabajando.
Asegura en el documental que se ganó a pulso la enfermedad de los ojos. Esto es muy simbólico.
Para mí ha sido como un mal chiste. He tenido una vida con mucho estrés porque he trabajado en todo para poder seguir trabajando. Lo que me mantenía eran las clases de fotografía en la Facultad de Bellas Artes, y antes de dibujo, en Arte y Diseño. Pero ese era mi trabajo oficial y ese trabajo no me agotaba. Era un trabajo muy hermoso porque estaba con gente joven con vocación, pero después todos los encargos que me venían los aceptaba porque necesitaba dinero para hacer ese trabajo. El sueldo de un profesor sin plaza fija era pequeño.
Intentaba ser más rápida que el viento. Tengo que correr por dos. Las fiestas no te esperan. Tienes que ir en coche y hacer barbaridades, no dormir. Ha sido un estrés tan grande que bueno, la tiroides. El estrés te crea un hipertiroidismo y en el corazón te puede crear arritmia, te va a cien. En algunos casos genera otro tipo de enfermedad, la Basedow, con la que se inflaman todos los músculos. La grasa y los músculos se atrofian y empiezan a tirar de los ojos de forma diferente. Yo no podía fijar la vista porque el ojo se caía hacia abajo, no lo sujetaban los músculos. Como el ojo es todo al contrario, la gente subía al cielo, he visto doble. Me operaron y me dijeron: “No puedo ofrecerte más que que veas bien de frente”. Entonces hay muchas posiciones en las que veo doble, pero te adaptas, el cuerpo se acostumbra.
¿A qué se debe su pulsión por los rituales, tanto paganos como religiosos?
Pienso que los rituales, las fiestas, las tradiciones, si viven durante tantos siglos es que son muy importantes para las personas y es la forma de romper con la monotonía, de echar la casa por la ventana, de desear alegría, de desear bailar, disfrutar, hablar con los vecinos, hacer cosas que no han podido hacer durante el año. Buscar a ver si puedes encontrar una pareja en los bailes, echándose un pasodoble como hacían antes en los pueblos que todo el mundo salía a bailar, hasta las señoras de edad bailando unas con otras porque no tenían pareja en ese momento. En definitiva, es disfrutar y a mí me gusta ver a la gente disfrutar, pero también como salen a la calle te dan muchas posibilidades de ver situaciones vitales muy interesantes. Y al final lo que quiero es recoger historias, pedazos de vida, que no mueran, que se queden ahí porque han sido interesantes para mí, porque los quiero compartir viva o no.
¿Los ha vivido usted como persona creyente?
No soy una persona religiosa, pero soy una persona con mucha espiritualidad. Cuando ves el fervor sincero de la gente, es contagioso también. ¿Y qué importa la religión?, ¿qué importa? Lo están viviendo con devoción. Están honrando a su dios o a sus dioses y eso es de respetar. Creen y tú tienes que respetar las creencias de los demás.
¿Tiene algún festejo pendiente de vivir y documentar?
Pues hay muchos, pero solamente se tiene una vida. A mí me hubiera gustado la reencarnación en la que creen los indios, que volviera a reencarnarme en fotógrafa, en Cristina, y continuar la vida. Pero hay una vida y tiene sus límites. Creo que la he sabido aprovechar bien. Me he pagado con mi sueldo de profesora la mayoría de mis reportajes. He ido donde he querido o donde he podido con absoluta libertad, con amor hacia lo que hacía, o con interés o con curiosidad o con intentar entender cosas que para mí no entendía. El trance era muy difícil de entender para mí. Me parecía que falseaban. Hay personas que se pinchan anzuelos en la espalda o pasan el fuego andando y dices, ¿de dónde sacarán esa fuerza? O por qué se ponen 20 anzuelos en su espalda y tiran como si tiraran de una cuadriga, o se cuelgan peso en sus espaldas. Yo nunca lo haría. ¿Por qué lo hacen? Intento entender el mundo y los rituales tan diferentes que hay, los compartes o no, pero al menos tengo curiosidad por conocer el mundo y respetar las creencias de todos.
En el documental cuenta que se compró un coche con un maletero amplio, un saco de dormir y un colchón de goma espuma, ¿cómo fueron sus principios en la fotografía española?
Empecé a viajar en autobuses y trenes. Lo que solía hacer mucho era irme en los expresos por la noche, porque tenía el turno de tarde y cuando salía el viernes de clase, me iba a cualquier estación. Allí cogía un expreso y llegaba por la mañana, tenía que hacer transbordo en el tren, después un transbordo cuando llegaba a la ciudad para ir a los pueblecitos. Eso era muchas veces lo más difícil, el encontrar un autobús que fuera hasta esos pueblos y que no llegara tarde. Y cuando pude tener dinero, me compré un [coche] 600 de tercera mano. Mi madre me despidió como si me fuera a la guerra, mi hermano me escondió las llaves cuando iba a Berciano de Aliste [Zamora]. Le tengo muchísimo cariño. El coche era nada, lo tuve que dejar y comprar otro, pero no tuve dinero para un coche hasta ocho años después de estar trabajando en las fiestas. A lo mejor hacía 40 reportajes al año, con coche se convirtieron en ciento y pico. Por la mañana estar en un sitio, por la tarde, estar en otro. Fue multiplicarse.
¿Tenía alguna compañera fotógrafa entre sus coetáneos?
Fotógrafas no había. A lo mejor alguna amiga que le apetecía viajar conmigo. Estaba María Ángeles Sánchez, periodista, pero ella al final también empezó a hacer fotografía y muy bien. Quizás era la única que en ese momento le interesaban las fiestas, pero más como periodista. Al principio no nos encontrábamos. Al final incluso hemos viajado juntas. Ella escribe muy bien. Lo que ella documenta es de una gran seriedad y no fallaba en sus informaciones. El rigor es importante en el trabajo que haga cualquiera. Amo a la gente que hace bien su trabajo, por sencillo que sea. Me gusta mucho el arte popular, gente que no ha recibido estudios pero tiene algo. Quizás con estudios hubiera podido ser un buen artista, pero lo llevan en la sangre, disfrutan con lo que hacen y sobre todo intentan expresarse como pueden y, en su torpeza, muchas veces, tienen tanta imaginación y tanta gracia que alguno que ha recibido estudios pero no tiene el don del arte, no puede compararse a ellos.