Su salto al cine no pudo ser mejor. Junto a otro tótem de la escena cultural de los 90 ?y de la modernidad más absoluta?, Charlie Kauffman, escribió un guion sorprendente, original y que solidificó en una de las obras más importantes e influyentes para una generación. Se trataba de ¡Olvídate de mí!, la terrible traducción de Eternal sunshine of the spotless mind. Una película sobre la ruptura de una pareja que se enfrentaba a un experimento para borrar los recuerdos en los que aparecía la otra persona. Un filme tan romántico como doloroso, una mirada sin precedentes a las relaciones sentimentales que acabó con el Oscar al Mejor guion original y con la etiqueta de título de culto ganada con merecimiento.
Las expectativas creadas en torno a su debut en el cine pasaron factura al director. Se esperaba cada nueva película suya como un evento, y siempre se le pedía lo mismo: esa mezcla entre sueños y realidad, ese toque personal que le hizo destacar. Lo intentó en La ciencia del sueño con mucha menos suerte, y volvió a conquistar a todos con su homenaje al cine casero en Rebobine por favor, donde acuñó el término ‘película suecada’ que acabó instaurada en el vocabulario de los cinéfilos. El de Gondry era uno de los nombres que todos se rifaban, y hasta intentó hacer su propio filme de superhéroes con la fallida adaptación de Green Hornet; una película que a pesar de todo tiene más personalidad que el 99% de las películas de Marvel y DC actuales.
La experiencia no le resultó del todo gratificante, y volvió a Francia, donde realizó dos películas pequeñas hasta meterse de lleno en una imposible adaptación de la novela de Boris Vian, La espuma de los días, con dos de los actores más populares del cine francés del momento, Romain Duris y Audrey Tautou. En aquel rodaje Michel Gondry se rompió. Vio cómo perdía el control creativo de la historia y cómo su salud mental se resquebrajaba. No se lo contó a nadie, aunque todos sabían que aquella historia había sido un punto de inflexión en su carrera como realizador cinematográfico. Desde entonces, solo había dirigido un filme, muy pequeño y poco conocido, Microbe et Gasoil (2015).
Han pasado ocho años, y aquella experiencia se ha convertido en una película en la que Gondry se abre en canal, pero siempre pasado por su filtro estético, con sus arrebatos oníricos y juegos visuales. El libro de las soluciones ?que llega este 22 de diciembre a las salas? cuenta la experiencia de un director de cine, que tras una reunión con unos directivos de la empresa que produce su película y ver que no le van a dar libertad creativa, decide robar los brutos del filme y terminarlo en la casa de campo de su tía, donde vivió sus mejores momentos de la infancia. Un retrato del proceso creativo, pero también de la fragilidad del creador, de la salud mental y la importancia de otras personas que le anclen a la realidad.
La historia de este personaje, Marc, es la de Gondry, y el director no tiene problema en reconocerlo. “Sí, se parece mucho. Quizás en un 60%… bueno, mejor olvídate del porcentaje. Hay cosas que pasaron de forma muy parecida. Hay otras que no pasaron pero que yo pensé en ellas así. Por ejemplo, yo no fui alcalde del pueblo, pero el alcalde sí me preguntó si quería sucederle. Y también hay cosas que ocurrieron realmente y que no he puesto en la película porque me parecían demasiado”, dice.
Luego confirma el rumor: él mismo terminó el montaje de La espuma de los días en la casa de su tía en el campo. De hecho, y ahí viene la revelación, la casa que aparece en El libro de las soluciones es la misma. “La casa que ves en la película es la de mi tía y hemos rodado allí. Ha sido muy útil porque sabía exactamente donde iba a suceder cada escena antes de entrar en la casa, porque la conozco desde que nací. Los actores y los técnicos también estuvieron muy involucrados y conmovidos. Era como si estuvieran dentro de mi cabeza y a la vez estuvieran fuera”, añade.
Lo que no le gusta es la palabra “alter ego” para describir al protagonista al que interpreta con encanto y delicadeza Pierre Niney. “Durante años, cuando era más joven, pensaba que había una persona real que se llamaba Álter Ego. Además, es una palabra que pertenece al lenguaje de la psicología, y claro que creo en la psicología, pero creo que muchos directores actúan como si fueran filósofos o psicólogos y yo evito eso. Prefiero decir que simplemente hay un actor que me representa. Que me interpreta. Si el actor es grande, como lo es Pierre Niney, se acaba convirtiendo en esa persona. Yo a veces le decía que debería hacer tal cosa de tal manera porque lo sentía así, pero no le decía cómo debía ser su personaje, porque eso debía encontrarlo él solo. El actor y el personaje tienen que encontrarse. Tiene que ir hacia el guion y atraerlo hacia sí mismo para crear algo único”, opina.
Michel Gondry ha aprendido en estos años que “el control creativo es importante, pero el término control es un poco negativo”. “A mí me gusta escuchar las ideas de la gente, aunque sean diferentes a las mías. Pero tienes que examinar la agenda de las personas que te dicen qué hacer, ver si realmente es por el bien de la película. Me parece bien colaborar, pero si veo que lo hacen por un propósito comercial, o si siento que me llevan hacia un lugar al que no quiero ir, entonces intento resistirme. La gente suele comparar ser director con ser un fanático del control, y no creo que sea así".
"Yo quiero escuchar lo que la gente tiene que decir y luego tomar mi decisión no por control, sino por proteger la película. Cuando trabajo con mi montadora ella tiene más control que yo, porque en ese momento yo le doy la película. Es su película. Ella dice que es mía, pero es alguien que toma decisiones importantes”. Pone como ejemplo el medicamento que su personaje toma para la salud mental, que él no quería mostrar, pero que terminó haciéndolo al aceptar la sugerencia de que haciéndolo en un momento dado aclararía mucho al espectador.
Gondry tiene un punto provocador. Se nota cuando subraya que no piensa en el estilo visual de sus películas cuando rueda, solo tiene en mente “hacer que funcionen”. Su clave: “Que no se parezcan a la televisión”. “La posición de la cámara es muy conservadora y siempre uso la misma lente. Creo que los directores que venimos del mundo de los videos musicales intentamos resistirnos a la estética, porque sé que voy a ser juzgado por eso”, dice y confiesa que en la película que más le gustó el año pasado, Almas en penas de Inisherin, “la luz en algunos momentos no era muy buena”.
También confiesa que no ha visto La mamá y la puta, la obra maestra de Jean Eustache y con la que comparte protagonista. François Lebrun interpreta a la tía de Gondry en El libro de las soluciones: “Me cuesta mucho ver películas con Jean-Pierre Léaud. No me gusta su estilo de actuación. Es demasiado... exagerado. Además, hay películas de las que has oído hablar tanto que no te entran ganas de verlas, porque de alguna manera se rompe la relación que tienes con la película. Cuando ves una película quieres tener algo un poco íntimo, y cuando se ha dicho demasiado sobre una película, o un libro, eso te aleja de ellos”. Su estilo sigue siendo único, y todavía se mantiene fiel a sus inicios dirigiendo vídeos musicales donde asegura que hay más libertad creativa porque se pone al servicio de los demás, y no de su propia historia.