Lo hace en El rapto ?ya en salas de cine?, una película que, para el director, recupera un acontecimiento que fue punto de inflexión en Italia y en donde se pudo ver el caldo de cultivo del antisemitismo que posteriormente explotaría en la Segunda Guerra Mundial. También los lazos y raíces del catolicismo en una sociedad que sigue bajo su sombra. El proyecto estuvo muchos años en manos de Steven Spielberg, y lo confirmaba el propio Bellocchio delante de un reducido grupo de periodistas el pasado festival de Cannes: “Sí, creo que realmente la quería hacer y estaba en una etapa avanzada de preparación”.
Para Bellocchio, que con 84 años se permite decir con su particular ironía lo que quiere, el problema de aquel proyecto era que se iba a rodar… en inglés. “Recuerdo que de pequeño me apasionaba ver Espartaco o Ben-Hur, y ver a Charlton Heston hablándome en italiano, porque estábamos viendo las películas dobladas. Cuando me di cuenta de que realmente hablaba inglés me pareció extraño. Imagino que Spielberg habría hecho esta película a su manera, pero creo que el principal obstáculo fue el idioma. Esta es una historia muy arraigada en Italia. Una vez Harvey Keitel me ofreció hacer El mercader de Venecia. Y vale que es Shakespeare, y que podía tener sentido que estuviera hecha en inglés porque es Shakespeare, pero el escenario es Venecia y nunca hubiera hecho un proyecto en el extranjero”, dice y, efectivamente, nunca cedió a las llamadas de Hollywood, y eso que hubo varias.
El director militó y mostró su apoyo durante mucho tiempo al Partido Comunista italiano, como Nanni Moretti, pero ahora se muestra cansado y asqueado con la actitud de los políticos en su país, ahora gobernado por la extrema derecha. De hecho, confiesa que antes sí pensaba en sus películas como armas políticas, pero eso se acabó. “No estoy en sintonía con los políticos de hoy. Y me refiero a Italia, por supuesto. Cuando era joven, soñábamos con cambiar el mundo, y eso es algo en lo que ya no pienso. Ahora simplemente dejo que los políticos hagan su trabajo. No creo en la utopía como lo hacía en el pasado. No comparto ideas ni puntos de vista políticos y, hasta cierto punto, me siento muy libre”, explica.
Antes, esa vinculación política llegaba hasta su forma de elegir los proyectos, pero ese criterio ya no le vale: “Ahora lo que me impulsa es la pasión. La pasión por un tema, por un personaje, por una historia… En esta película no tenía ninguna conexión directa con la historia. No soy una persona religiosa, ni siquiera católica. Pero había algo en esa historia, en ese drama, que de alguna manera me atrajo”.
No tiene miedo a la respuesta de los católicos, y explica que tuvieron asesores judíos para mantenerse fiel a las tradiciones representadas. Añade con sorna que ha escrito al Papa para invitarle a ver la película, pero que sigue esperando su respuesta. Eso sí, su valoración del pontífice actual es mucho mejor que la de los políticos italianos: “El Papa Francisco tiene una mente muy abierta. Dice siempre que hay que construir puentes y no muros. Es muy sensible al mantenimiento de la paz. Está tratando de hacer todo lo posible para contribuir al final del conflicto en Ucrania. Es una voz muy progresista, hasta el punto de que los políticos italianos se refieren al Papa en lugar de a otros líderes de la izquierda. Parece que los socialistas ya no existieran. Ni los marxistas. No existe una arquitectura ideológica en nuestro país y el Papa es el más izquierdista de todos ellos. Es el único en la sociedad italiana que habla a favor de la acogida de los inmigrantes. Es tan abierto que ahora incluso habla a favor de la homosexualidad y del divorcio, personas que ya no están excomulgadas como antes”.
Tampoco se engaña, sabe que hay otras cosas que nunca aceptará porque van “contra los pilares de la iglesia”. “Hay principios que nunca podrán ser negados o cambiados en el futuro. Son los pilares, los dogmas en los que se basa la iglesia. Como la Santísima Trinidad. Él nunca abandonaría la idea de un padre, un hijo y un Espíritu Santo o la Inmaculada Concepción, y esos dogmas, aunque puedan parecer absurdos, son el fundamento de la Iglesia misma”, dice y pone de ejemplo lo que ocurre en El rapto, donde esta institución se opuso a la opinión de muchos gobernantes europeos de devolver al niño a su familia. Pero ellos no quisieron porque iba en contra de uno de sus cimientos, el bautismo. Una historia aterradora que muestra hasta dónde la Iglesia controló el poder en Italia y cuya influencia llega hasta el presente.