Esa desaparición hace que parezca que las cosas se solucionan solas, pero nada más lejos de la realidad. Por eso, el director Mstyslav Chernov, cree que es importante que la gente siga hablando de Ucrania, y por eso es importante haber logrado la nominación al Oscar al Mejor documental con 20 días en Mariúpol, que muestra su trabajo periodístico en Associated Press junto a otros periodistas que fueron a cubrir el asedio a la que, además, era su propia ciudad. Chernov grabó cómo las bombas y los tanques rusos destruían las calles por las que había jugado de pequeño y decidió que debía hacer algo.
Él y sus compañeros fueron los últimos periodistas en abandonar la ciudad ucraniana. Más de 20.000 personas murieron en Mariúpol, y su trabajo sirve para recordar que aquello no ha terminado. Tres semanas en donde Chernov, el fotógrafo Evgeniy Maloletka y la productora Vasilisa Stepanenko fueron los únicos que capturaron y filmaron los horrores que allí se estaban cometiendo, incluido el terrible bombardeo sobre el hospital maternoinfantil.
Mstyslav Chernov ha luchado por esa nominación al Oscar. Cuando se realizó esta entrevista estaba en Los Ángeles promocionándola, pero lo primero que decía era que “preferiría estar en Ucrania” con su equipo. De hecho, hasta hace poco se encontraba allí trabajando en un nuevo proyecto, pero ha querido pelear. Sabe que necesita que “más gente vea la película porque muchos no ven las noticias”. “No les importa lo que pasa fuera de su burbuja. Esta película es una manera de llegar a la gente. Siento que vivimos en un momento donde los documentales son una de las principales fuentes de información para las personas que probablemente no leen o que simplemente prefieren comprender el mundo que nos rodea visualmente”, explica sobre su documental.
Cree que cuando uno mira al pasado, prefiere ver una película o un documental, o leer un libro en vez de ver las noticias, y que por ello este formato era la mejor forma de recopilar y dar cuerpo a todo el trabajo grabado en aquellos 20 días. No solo son la mejor forma de comprender el pasado, sino que además, cree que “ofrecen una perspectiva diferente” en un tiempo dominado “por las fake news y las malas interpretaciones”. “Por eso creo que es tan importante garantizar que las cosas queden registradas. Porque así la verdad estará ahí, grabada, y esa fue una de las mayores motivaciones para hacer esta película”, añade.
No culpa a la gente por olvidarse de Ucrania. Sabe que “las personas tienen una capacidad limitada para soportar tragedias”. “Ya pasó con Ucrania en 2014 o 2015, cuando Rusia anexionó parte de Ucrania, tomó el control de otra parte del país y se firmó el tratado de paz. La atención del mundo pasó a Siria y todo eso llevó al mundo a olvidar que Rusia en realidad había invadido Ucrania. Si hubiéramos hecho un trabajo para recordar a la gente que la invasión ya estaba ahí, el mundo no se hubiera quedado tan impactado porque Rusia atacara a Ucrania nuevamente en 2022. No es una sorpresa. Había pasado antes y todos eligieron olvidarlo. Si ahora cometemos el mismo error de olvidar y no hacemos un trabajo para seguir recordando esto a la gente, volverá a suceder, y lo hará en una escala mayor”, dice de forma tajante.
Cuanta más gente vuelva a mirar mejor, y asegura que cambiaría todos los premios por esa atención, para que “la gente no actúe como si esta invasión nunca hubiera sucedido, porque ha sucedido”. “La tensión y la atención se está desplazando a otros lugares, y la posibilidad de mostrar esta película a un público cada vez más numeroso sirve para recuperar esa atención, y eso tiene un valor inestimable, porque aunque no veamos a Ucrania en las noticias tanto como antes, eso no significa que estén sucediendo menos tragedias. Lo que el público ve en 20 días en Mariúpol está ocurriendo actualmente en otras ciudades, y eso es lo que intento decirles a todos los que me encuentro cuando presento la película. Esto que ves es aquí y ahora. No es el pasado. Pero he pasado por otras guerras. He estado en Irak, Siria, Afganistán y Gaza y sé que la atención cambia”.
20 días en Mariúpol también plantea debates en torno al periodismo, y el director, que también es el encargado de poner la voz en off del documental, se pregunta cuándo dejar de grabar, cuándo soltar la cámara y ayudar. La experiencia le ha enseñado que “es una elección fácil”. Desde que comenzó su carrera como reportero de guerra tuvo que tomar esa decisión, y todos los que se dedican a ello se enfrentan pronto a este dilema: “Yo, si veo que hay alguien más con el conocimiento suficiente para ayudar a esa otra persona, seguiré grabando y le dejaré hacer su trabajo. Si no hay nadie más excepto yo que pueda ayudar, entonces dejaré la cámara y ayudaré a la gente. Si no hay nadie más que pueda ayudar, entonces ve y hazlo".
"Nosotros hemos estado llevando camillas con médicos en los hospitales de Mariúpol. Hemos estado buscando comida y hemos estado entregando comida a los pacientes cuando no estábamos filmando, porque eso era lo que exigía el momento, pero por lo demás, siempre sigues grabando. Hay que grabar todo lo que puedas. Especialmente en Mariúpol, después del bombardeo al hospital de maternidad, un acto que realmente mostraba la cara de la invasión rusa, todo tenía que quedar grabado aunque en ese momento no pareciera importante, porque quizás lo fuera más adelante y éramos los únicos que estábamos allí”, zanja.
Para él, el futuro pasa por seguir grabando nuevas historias sobre lo que ocurre allí, en su comunidad, aunque a veces siente que “para los ucranianos ahora todo es incluso más difícil que al principio porque entienden que se enfrentan a un enemigo que, a largo plazo, tiene más recursos que Ucrania y porque puede que en algún momento se perderá el apoyo internacional o parte del apoyo internacional, pero al mismo tiempo saben que no pueden dejar de luchar porque es una lucha por la supervivencia”.