Dicha adaptación se ha dividido en dos entregas, D’Artagnan y Milady, de cara a adaptar con holgura la historia original pero también concienciada con que ha de ofrecer algo nuevo. Francia ha tardado tanto tiempo en reapropiarse de su criatura que una vez ha podido darle un enfoque particular, todos los responsables eran conscientes de que la fidelidad al material de partida no podía ser el único reclamo. Había que jugar con la fuente, actualizar discursos, ensayar nuevos acercamientos. Puede que lo más notorio de entrada sea, a este respecto, que la nueva versión de Porthos (Pio Marmaï) sea bisexual, como D’Artagnan descubría al poco de conocerle en la primera entrega, estrenada en España a mediados de 2023.
Pero hay mucho más. La segunda entrega se titula Milady en referencia al personaje homónimo, esa espía al servicio del Cardenal Richelieu que con su encanto magnético manipula tanto a D’Artganan como a su amigo Athos (con quien había contraído matrimonio en el pasado). Pues es Milady, en efecto, quien centra la narración de la película, y lo hace en función a una reescritura que ha tratado de desafiar la misoginia con la que fue concebido el personaje para otorgarle una mayor complejidad, acaso una tragedia. Eva Green, encargada de interpretarla, tiene mucho que decir al respecto.
Green es incapaz de disimular su entusiasmo por haber interpretado a este personaje. La euforia le traiciona, especialmente, cuando recuerda a otras actrices que han sido Milady antes que ella: Milla Jovovich en la (muy reivindicable) versión de Paul W.S. Anderson, Faye Dunaway en las películas de los 70 dirigidas por Richard Lester —que dividieron la adaptación de forma similar a este díptico— y Rebecca De Mornay en una efectiva producción de Disney de los 90. Pero ella se queda con Lana Turner: “Siempre he sido una gran fan de esa Milady, con todo su toque hollywoodiense”, asegura Green en referencia al clásico Technicolor que protagonizó Gene Kelly como D’Artagnan en 1948.
“Milady siempre ha sido una especie de estrella de cine, con pintalabios rojo, con esos magníficos vestidos”. La actriz de 43 años es consciente de la cualidad cinematográfica que siempre ha latido en Milady, y de cómo las circunstancias le empujaban a suscribir un rol específico en las películas que volvían sobre el legado de Dumas. Este rol era, en fin, el de la femme fatale: la mujer malvada y calculadora que seducía a los hombres abocándolos a la perdición en el cine noir, de quien la Milady literaria apunta a ser antecesora.
¿Pero es Milady, de veras, una mujer fatal? La narración original de Dumas se ajustaba desde luego a ello, sin que faltara un brutal ajusticiamiento (frente a varios de los hombres cuyo honor había agraviado) al final de Los tres mosqueteros. Green, en cambio, no se muestra cómoda con esta etiqueta. “No pienso en Milady como una femme fatale”, replica. “Esa etiqueta es desalentadora y da un poco de miedo. Lo que a mí me gusta es interpretar a mujeres fuertes que tienen grietas. Si solo fuera bella y seductora sería aburrido, prefiero entender por qué se comporta así, por qué se ve en la necesidad de seducir”.
Las preocupaciones de Green encajan con el guion que Bourboulon ha firmado en compañía de Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière. Su adaptación de Dumas no teme efectuar cambios en los personajes que van más allá de la orientación sexual de Porthos, y la mayor prueba radica en lo que ocurre con Milady: personaje que gana presencia y profundidad, y ya no se limita a ser una escurridiza villana con la que D’Artagnan y Athos (aquí interpretado por Vincent Cassel) se van encontrando de forma recurrente. Green achaca parte de estos cambios a la descripción que el libreto realiza de las circunstancias históricas. “En aquella época ser mujer era muy duro. Apenas se nos consideraba seres humanos”.
“Entonces Milady resulta ser una superviviente que quiere seguir adelante, seguir viviendo, y la única manera que ve de hacerlo es comportarse del modo en que lo hace”. El díptico de Los tres mosqueteros —sobre todo, obviamente, su segunda parte— lanza la idea de que Milady es quien es por su contexto: un machismo endémico, un odio interiorizado, sería el que le empuja a combatir con los mosqueteros, sin que exista una maldad como tal en su actitud. “Veo a Milady como un gato o como una pantera”, prosigue Green. “Se mueve bastante lento, y de pronto ataca y es tan buena como los hombres con los que lucha. Quizá no sea tan fuerte como ellos, pero es muy ágil y rápida, y no tiene miedo de la muerte”.
“Tiene la misma predisposición a la violencia que los chicos, pero en ella es algo más interno”. Los tres mosqueteros: Milady reimagina al personaje como un producto de sus circunstancias, lo que tampoco significa que le reduzca a una víctima condenada únicamente a reaccionar a su entorno. De hecho favorece una tridimensionalidad, que en última instancia se concreta en su relación con Constance Bonacieux: otro de los detalles más llamativos de esta adaptación. Constance, gran amor de D’Artagnan que aquí interpreta Lyna Khoudri, era una de tantas víctimas de Milady. En esta película… no es así del todo.
“Lo que más me atrajo del proyecto fue lo que ocurre en esta segunda parte con Constance Bonacieux”, explica Green sobre los atisbos de sororidad que deja entrever Los tres mosqueteros. “Piensas entonces que, en otro mundo, Constance y ella podrían haber sido amigas o algo así”. Algo que, por otra parte, no deja de redundar en la tragedia del personaje.
El entusiasmo de Green está en efecto justificado. El díptico Los tres mosqueteros —que ha sido un fenómeno de taquilla en Francia— tiene suficientes elementos de interés como para refrendar el fructífero estado de salud de una obra tantísimas veces adaptada como la de Dumas. Y casi todos emanan de un afán de jugueteo con la obra que, sin llegar a pervertir su esencia, sí logran sorprender y proyectar a los personajes a escenarios novedosos. Lo mejor de la primera entrega, por ejemplo, radicaba en cómo le daba preponderancia al telón de fondo bélico de Los tres mosqueteros. Esa Guerra de los Treinta Años, entre hugonotes y católicos franceses, que enmarcaba las conocidísimas peripecias de los diamantes de la reina, la amistad de los mosqueteros o los primeros rifirrafes con Milady.
Dicho conflicto mantiene su importancia en Milady, concretado en ese asedio de La Rochelle que focaliza buena parte del metraje. Aún así, y en consonancia a las exultantes declaraciones de Green, la guerra de Francia se subordina al protagonismo que gana Milady, y a la afloración de escenas que muestran lo mucho que está disfrutando la actriz con el papel. No solo por las aristas que el guion le añade a Milady, sino por otros detalles en torno a la vestimenta o los combates, sobre los que Green parece haber tenido cierta responsabilidad. “Colaboré de cerca con el diseñador de vestuario, Thierry Delettre, y fue increíble. Hemos bombardeado a Milady con referencias de alta costura, estilo Givenchy, Alexander McQueen, John Galliano… quisimos añadir toques de punk y rock and roll, con tres cinturones…”.
“Y así le dimos unas notas modernas de glamour”. Dentro de esta libertad para construir al personaje, Green también destaca sus movimientos de lucha. “Imaginamos que Milady había viajado por todo el mundo y se había inspirado en otras culturas. Yo soy muy fan de las películas de acción asiáticas y pensamos que podía tener algunos movimientos de ese estilo. Con la espada y la daga combinaba muy bien”, explica en referencia a los visos de artes marciales que Milady aparece practicando en sus abundantes coreografías. Coreografías que, además y en el que finalmente quizá sea el detalle más llamativo del díptico, están rodadas por entero en plano secuencia. Sin ningún tipo de corte.
“La cámara siempre está pegada al intérprete. Vives con los intérpretes, realmente vives la acción y todo contribuye a darle una cierta densidad a la película”, explica Green sobre esta decisión, que por otro lado apunta a haberle costado grandes esfuerzos a todo el reparto. Todo para suscribir una cierta espectacularidad muy del gusto actual en Hollywood —donde las secuencias sin cortes, en películas como John Wick y derivados, resaltan el virtuosismo de los especialistas—, que sin embargo en ambas partes de Los tres mosqueteros apunta a ser contraproducente. Prescindir del montaje tradicional aboca los combates a una sensación de barullo —la cámara persigue ansiosamente unos cuerpos que suelen ir más rápido que ella—, y termina por evidenciar la escasa planificación de estas películas en otros apartados.
Los tres mosqueteros (D’Artagnan y Milady) puede ser la primera adaptación francesa de Dumas en más de medio siglo, pero las particularidades del gesto terminan en las jugosas decisiones de adaptación. Como blockbuster no se distancia de dinámicas archiconocidas, que en el mejor de los casos conducen al escaparate star system —el reparto es increíble—, y en el peor a un dispositivo de formas endebles, precocinado para su consumo en plataformas y la voluntariosa huida hacia nuevas secuelas. No es un díptico demasiado memorable, en fin, pero al menos podemos quedarnos con la alegría contagiosa de Eva Green.