Aunque es la primera vez que Tóibín publica sus ensayos sobre arte en formato de libro, no se trata de escritos realizados especialmente para la ocasión, sino que fueron en su día publicados en inglés en diferentes revistas y periódicos. Entre ellos, The New York Review of Books y la revista de la Biblioteca Chester Beatty de Dublin.
Tal como explica el escritor a este periódico por correo electrónico, “la idea surgió directamente de los responsables de Arcadia, que examinaron todos los ensayos y reseñas que he escrito sobre arte y artistas y eligieron los mejores escritos”. El ejemplar cuenta con una excelente traducción de Cristina Zelich al castellano y otra de Helena Lamuela al catalán.
El mérito de que la primera antología ensayística del autor de Nora Webster (Lumen, 2014) se haga en ambas lenguas se debe a la precoz y prolongada relación de Tóibín con Barcelona, ciudad en la que residió entre 1975 y 1978, cuando era un recién licenciado. Actualmente comparte con viejos amigos de aquella época una casa en el Pirineo catalán, en la comarca del Pallars. “Por esas tierras hay gente que conozco desde hace cincuenta años y suelo pasar una temporada todos los años, aunque siempre por menos tiempo del que desearía”, asegura.
Fue en buena medida en Barcelona, según confiesa en el presente volumen, donde se consolidó su fascinación por la pintura. “Especialmente en el antiguo Museo de Arte, en lo que hoy es el Parlamento catalán, me interesé por los cuadros de Joaquim Mir e Isidre Nonell”, precisa el autor irlandés, que agrega: “Aunque no conocí a Miró, admiré enormemente su trabajo y he estado en la Fundación en Barcelona más veces de las que pueda recordar”.
Entre el reportaje, el análisis y la radiografía humanaLa mirada cautiva no es un compendio de sesudos ensayos realizados por un crítico experto y acaso académico en la materia, algo inaccesible para el común de los lectores. Al contrario, se trata de una serie de escritos que navegan tanto en las aguas del reportaje periodístico como de la crónica humana y, a la vez, se sumergen en el análisis del vinculo entre los distintos artistas abordados y su obra. El resultado es una radiografía humana de unos seres distintos, que a pesar de habitar entre nosotros tienen en ocasiones unos patrones vitales que parecen misteriosos y turbadores.
Tóibín no trata de desentrañar estos patrones con una mirada fría y distante, sino que a través de su eficaz prosa ayuda a penetrar de algún modo en el tejido vital y las circunstancias de los creadores a los que dedica sus estudios. Así, en el caso de Miró y Calder, a los que dedica uno de los primeros ensayos, habla de su relación personal, del modo en que se conocieron e influenciaron mutuamente, pero también de cómo su obra digirió el tiempo que les tocó vivir.
Respecto a Tàpies, otro de los artistas españoles a los que dedica un capítulo, Tóibín relata la evolución de su carrera siempre referida a la época en la que se desarrolló, sobre todo inicialmente. De este modo, radiografía la pobreza artística del panorama intelectual de la postguerra española. De Tápies salta a Miquel Barceló, en un cambio de estilo que se antoja casi como pasar del blanco y negro al color.
A través de su eficaz prosa, Colm Tóibín nos ayuda a penetrar de algún modo en el tejido vital y las circunstancias de los creadores a los que dedica sus estudios
Lo que era reflexión y análisis se convierte ahora en un reportaje de experiencia vital, en el cual Tóibín narra en tres escenarios (Felanix, París y Ginebra) su relación con el artista mallorquín. “Conocí a Barceló y escribí sobre él por primera vez cuando Enrique Juncosa, que fue un brillante director del Museo Irlandés de Arte Moderno, me invitó a contribuir a un catálogo sobre su obra”, aclara.
En la misma línea se desenvuelve con Howard Hodgkin, el laureado pintor británico del que relata sus no siempre satisfactorios intentos de entrevista. Quizás para escribir una biografía, algo que a todas luces incomoda a Hodgkin, conocido como “pintor de emociones” que durante todo el capítulo intenta esconder a Tóibín las suyas.
Arbus, una mirada perturbadora a la fotógrafa de 'freaks'El libro también contiene interesantes ensayos/radiografías/reportajes sobre Francis Bacon o Lucien Freud, Josef Albers o Emily Kame Kngwarreye. “En la década de 1980 pasé un tiempo en Londres y me encantó la antigua Tate Gallery, ahora Tate Britain, prestando especial atención a la obra de Bacon, Freud y Frank Auerbach”, apostilla. Tóibín también escribe sobre Goya, Lorenzo Lotto, John B. Yeats o Tintoretto, todos ellos textos encargados por Robert Silvers, editor de The New York Review of Books.
Pero tal vez el más inquietante de los capítulos de La mirada cautiva sea el que aborda la vida de la fotógrafa Diane Arbus. Nacida en una acomodada familia judía neoyorquina con negocios en grandes almacenes, Arbus desarrolló su carrera artística en los años 50 y 60 del siglo pasado. Una trayectoria que se centró en un perturbador objeto de fascinación: los freaks. Las personas diferentes, ya sea por defectos físicos, diversidad intelectual o actitud vital extravagante.
Tal vez el más inquietante de los capítulos de 'La mirada cautiva' sea el que aborda la vida de la fotógrafa Diane Arbus, que dedicó su vida a fotografiar 'freaks'
Tóibín repasa el periplo vital de esta mujer que confesaba haber visto cientos de veces la película Freaks de Tod Browning. Arbus, una de las pioneras de la fotografía artística, tuvo grandes dificultades no ya para obtener el reconocimiento para su obra, sino para que esta no fuera rechazada por la opinión pública, que la calificó en numerosas ocasiones de obscena y denigratoria para las personas retratadas.
Es por ello que el autor irlandés bucea tanto por el historial psiquiátrico de Arbus como por sus diferentes biografías para explicar las complejas y sospechosamente incestuosas relaciones que mantuvo con su hermano: el poeta dos veces laureado Howard Nemerov. Así como la dependencia que estableció primero con su marido y después con su amante, el pintor y escenógrafo Marvin Israel, quien encontró su cuerpo tras su suicidio a los 48 años, en 1971. De este modo, el autor trata de desentrañar el proceso por el que Arbus se fue identificando, fotografía a fotografía, con la “peculiaridad” de sus modelos.
Reivindicación del azulMención especial merece el capítulo inicial, En un fascinante tono azulado. Este versa sobre las razones (económicas en gran parte) por las que históricamente el azul fue un color ignorado para las culturas helénica y romana; si bien en la baja edad media empieza a utilizarse en la pintura y la ilustración gracias a la mejora de las rutas de comercio, que abarataba el coste de los materiales que lo generaban.
“En 2004 me pidieron que eligiera una selección de obra de la Biblioteca Chester Beatty de Dublín; una maravillosa colección de arte islámico, oriental y asiático”, relata el escritor. Decidió seleccionar sólo objetos azules: “El espectáculo se llamó Azul y para justificarlo escribí un largo ensayo sobre la historia de este color, que implicó pasar varios meses leyendo todos los libros que pude sobre el tema”.