Las palabras inflación, otoño y tensión vienen del latín; aceite y anaquel, del árabe; alarma, del italiano; hipoteca, del griego; combustible, del francés; whisky y euríbor, del inglés. Las lenguas toman préstamos de otras lenguas, son un crisol en continua producción y reciclaje.
Algunos préstamos los tomamos hace tanto tiempo que hemos olvidado su origen y los tenemos por totalmente nuestros y de pata negra. Otros, los más recientes, son en ocasiones polémicos. Los anglicismos, por ejemplo, tienen mala prensa entre nosotros. Están por lo general mal vistos. Especialmente los que no son necesarios porque tenemos un término propio en buen uso y los llamados crudos, que son aquellos que se utilizan con su grafía y pronunciación originarias y presentan rasgos gráfico-fonológicos ajenos a la ortografía de nuestro idioma.
También es verdad que, en ocasiones, está peor visto el anglicismo adaptado que el crudo. Veamos el caso de whisky. A la Real Academia Española se le ocurrió en su día la infeliz idea de adaptarlo, e incluyó en su Diccionario el término güisqui. Escrito así, tal como lo ves. Y ahí sigue, en el Diccionario. ¿Alguien conoce a alguien que escriba “güisqui”? Yo no. He hecho una búsqueda en la red y solo he encontrado entradas a diccionarios.
Vuelvo al supermercado. ¿Sabías que también es un anglicismo? Yo tampoco. Es adaptado, del supermarket inglés. La lengua es una enorme caja de sorpresas.