Fue un fiasco en taquilla considerable, además, suficiente para convencer a Universal de cambiar de planes y cancelar esa saga peregrina —al menos tardó mucho menos que DC, que hasta que pasó a manos de James Gunn no tiró la toalla— mientras se replanteaba qué hacer con sus licencias. La solución fue lógica y apropiada: películas independientes, sin obsesión por dar pie a más secuelas o crossovers. Películas que, inspirándose en aquellas ilustres criaturas, podían ofrecer aproximaciones novedosas. Tiempo después Leigh Whannell convirtió El hombre invisible en una parábola sobre la violencia machista con Elisabeth Moss. El año pasado Renfield convirtió la penosa historia del sirviente de Drácula en una comedia de acción gore, con Nicolas Cage cumpliendo su sueño de interpretar al Conde.
El requisito de actualizar a alguno de estos monstruos —creados originalmente por H.G. Wells, Bram Stoker o Mary Shelley— ha sido cada vez más liviano, y Abigail lo ha llevado al extremo. El nuevo film de terror de Universal se inspira en la secuela del Drácula clásico que interpretó Bela Lugosi en 1931, titulada descriptivamente La hija de Drácula y estrenada cinco años después. Se centra, en efecto, en la hija de un vampiro de aire vagamente europeo, pero casi nadie ha mencionado La hija de Drácula durante el desarrollo porque se ha querido vender más como la nueva ocurrencia de los directores de Scream. Universal ha enterrado el Dark Universe. Quiere que olvidemos, de una vez por todas, aquella foto hilarante.
Radio Silence conquista HollywoodMatt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett son los directores de Abigail. Junto a Justin Martínez y el productor Chad Villella formaron el colectivo Radio Silence en 2011, y han logrado medrar lo suficiente en la industria como para que Universal Pictures les entregue libertad total para jugar con sus monstruos clásicos. No es para menos, pues la procedencia de Bettinelli-Olpin y Gillett comunica con al menos dos mutaciones reconocibles en el fantástico estadounidense de la última década. Por un lado, la estrecha filiación con Internet a la hora de formar una entente creativa. Antes de saltar al largometraje, Radio Silence se dio a conocer en pequeños círculos con vídeos y cortometrajes algo amateur, de nicho, abonados a sus ocurrencias.
Es más o menos el caso de los Daniels, que arrasaron en los Oscar con Todo a la vez en todas partes, o de los hermanos Philippou, que antes de despuntar en 2023 con un film de terror tan modélico como Háblame se les recordaba por una serie de piezas consagradas a imaginar qué pasaría si el payaso del McDonald’s fuera un psicópata. Bettinelli-Olpin y Gillett, por su parte y antes de lograr que todo el mundo supiera de Radio Silence por su incorporación a la saga Scream, habían hecho sus primeros pinitos entre el clima de amigoteo del mumblegore: ese endogámico terror independiente de donde surgieron Ti West, los hermanos Duplass o el mismo Adam Wingard que ahora arrasa en taquilla con Godzilla y Kong: El nuevo imperio.
Muchos de ellos se dieron cita junto a Radio Silence en la antología de cortos de terror V/H/S, en 2012. Bettinelli-Olpin y Gillett dirigieron poco después un film marcado por la estética feísta de sus vídeos, que trataba de aprovechar la moda del found footage (metraje encontrado) cuando esta ya apuntaba a extinguirse del todo. El heredero del diablo, así las cosas, se articuló como una mezcla de El proyecto de la bruja de Blair y La semilla del diablo, con resultados bastante olvidables pero ejemplificando el ingenio con el que Radio Silence podía combinar referentes y ajustarse al veloz ritmo discursivo de los nativos digitales. En ese sentido, Noche de bodas no solo gustó más, sino que de forma preventiva vino en 2019 a enclavarse en la moda de las ficciones de comerse a los ricos (eat the rich).
La vampira Abigail en acciónEntonces llegó Scream. Bettinelli-Olpin y Gillett habían demostrado de sobra que podían encargarse de la saga posmoderna por antonomasia: un slasher incombustible que desde los 90 no había dejado de jugar con las reglas del género y el bagaje cinéfilo de los espectadores, para pasar a beneficiarse lo suyo de la jovial energía de Radio Silence. Scream V y Scream VI han sido grandes éxitos en taquilla en 2022 y 2023, dejando al fandom muy contento. Hoy por hoy, sin embargo, la imagen de la franquicia está algo tocada por el despido de su protagonista Melissa Barrera al haberse posicionado en contra del genocidio palestino, y de la reacción en cadena que ha provocado. Jenna Ortega también está fuera.
A Radio Silence esto no le ha afectado demasiado, por otra parte. Antes de que estallara el escándalo, Bettinelli-Olpin y Gillett habían resuelto darse un respiro de la saga, y cambiar Paramount por Universal para hacer Abigail. Han conservado a su lado a Barrera como protagonista —haciendo aún más nítido el vínculo con Scream— y la han unido a un reparto donde destaca Dan Stevens —de pocos grados de separación con el mumblegore gracias a una asociación con Wingard que ha repetido en la citada Godzilla y Kong—, la hiperactiva Kathryn Newton —vista en la última Ant-Man y en films de gran arraigo adolescente como #SexPact o Este cuerpo me sienta de muerte— o el mismo Angus Cloud que conocimos en Euphoria y murió semanas después de terminar de grabar sus escenas para Abigail.
Todos forman un variopinto grupo de delincuentes al que se le ha encargado secuestrar a la hija de un peligroso líder criminal, llamada Abigail e interpretada por Alisha Green (protagonista de Matilda de Roald Dahl: El musical). El problema es que no saben que ese líder criminal es un vampiro y que su hija también lo es, así que Radio Silence se ha marcado otra ocurrencia de las suyas: esta revisión de La hija de Drácula en realidad es un slasher. Otro más. Como en Scream, como en Noche de bodas, todos irán siendo asesinados.
Y no quedó ningunoLa novedad reside, claro está, en que quien asesina a estos pobres diablos no es un tipo enmascarado con un puñal, sino una niña vampiro con afición por el ballet. Radio Silence funde pues las retóricas del slasher con la iconografía vampírica según la costumbre que mantienen de guiñar el ojo al público avezado en el género, así que los protagonistas han de recurrir a todo lo que saben de estas criaturas a partir de la ficción para intentar desesperadamente una defensa. Hay chistes con ajos y estacas, conversiones en vampiro a través de mordeduras estratégicas, y una alergia generalizada a la luz del sol.
Melissa Barrera lidera el grupo de secuestradores en 'Abigail'El sentido del humor en Abigail es constante, no hasta el punto de poder considerarse una comedia de terror pero sí otra historia que, según la escuela Scream, juega explícitamente con la parodia y las expectativas de cara a generar sorpresa. El ingrediente final con el que Radio Silence sazona su potingue de inspiraciones —recurriendo a un guion coescrito por quien fuera su cómplice en Noche de bodas y las dos Scream, Guy Busick— es el misterio detectivesco a través de un amplio catálogo de personajes sospechosos. Por si no fuera bastante que estuvieran atrapados en ese caserón junto a Abigail, estos malhechores esconden varios secretos, y se alían y traicionan una y otra vez mientras la trama va enrevesándose.
El espíritu de Agatha Christie —nombre citado directamente en la película— convive con las reglas del slasher y los vampiros, como digna nueva creación de unos tipos que supieron tener perfectamente bajo control un legado tan amedrentador como el de Scream. Quizá porque, en fin, poseían una afinidad tácita con el material, y con un momento cultural donde las ficciones llegan a ser indistinguibles de los simulacros de ficciones. Así sucede que la propuesta de Abigail es tan inane y perezosa como la de los dos Scream previos. Una tosca mezcla de ingredientes que por sí solos podrían haber funcionado en otra época, pero que ahora solo les inspira a sus responsables la confianza de una bonita baratija.
Según esa confianza, Abigail se aferra juguetonamente a cualquier lugar común para darle la vuelta y encadenar giros cada vez más agotadores. El tercer acto, especialmente bochornoso, sufre a lo grande esta obsesión por la ocurrencia de corto recorrido, aunque ya antes el film haya dejado ver la verdadera razón de la misma. Y es que, fuera de los fuegos artificiales, Abigail no tiene nada. No tiene un guion solvente, con auténtica preocupación por construir personajes —así lo demuestra esa familiaridad que se intenta construir penosamente entre el personaje de Barrera y la vampira—, ni tampoco una puesta en escena de mínimo oficio.
Por necesidades argumentales, Abigail se desarrolla como un misterio a puerta cerrada donde los personajes han de corretear por una misma localización durante hora y media. El sentido geográfico con el que esto se desarrolla en pantalla brilla por su ausencia: no se entiende dónde está quién, y la planificación intenta compensar esta incompetencia con los proverbiales sustos y subidas bruscas de volumen. Abigail ejemplifica, en fin, lo bajo que puede llegar a caer el cine de terror auspiciado por grandes estudios. Es posible que se haya emancipado de la ridícula obsesión por los universos cinematográficos, pero igualmente abraza con total complacencia los peores vicios e inercias de la actual industria de Hollywood. El Dark Universe era mucho más divertido, y eso que nunca existió.