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Cocoliche: el español de los primeros migrantes italianos en el Río de la Plata
Supone un proceso de doble cambio, de reducción del italiano dialectal y de progresiva adquisición del español rioplatense», explica Ángela di Tullio, profesora y lingüista argentina.

Según di Tullio, esta variedad floreció sobre todo en la zona del Litoral, en Buenos Aires y Santa Fe. También en Uruguay, pero de manera menos masiva. Después, la paulatina desaparición de los primeros inmigrantes hizo que se fuera extinguiendo.

No obstante, muchas de sus palabras y expresiones pasaron a formar parte del lunfardo, evitando así una desaparición total. Así encontramos términos como «bagayo» (bagaglio), «chanta» (ciantapuffi), «facha» (faccia), «mina» (femmina) o «pibe» (pivello), cuyo origen es el cocoliche.

«Nos dejó muchísimos calcos del italiano: como el uso del verbo andar con el sentido de ir y no de caminar. También Cortázar, en alguno de sus cuentos, conserva mucho vocabulario. Por ejemplo, emplea máquina para referirse al coche», asegura Natalí Lescano, traductora e investigadora argentina.

Lescano comenzó a indagar sobre el tema durante su etapa como estudiante de Traducción, allá por 2013. Movida por sus raíces italianas, quiso saber más. Su curiosidad ha servido para resucitar esta variedad lingüística en las clases de español que imparte actualmente en la Universidad de Údine.

«Me doy cuenta de que, durante los primeros años, mis estudiantes suelen tener los mismos problemas que los primeros hablantes de cocoliche: dificultades para conjugar ciertos tiempos verbales, usos equivocados de artículos, de los plurales... Estudiar el cocoliche me ha ayudado a prevenir a mi alumnado sobre estos posibles errores», asegura Lescano a Archiletras.

Un término que viene del teatro

Llevamos un rato hablando de esta variedad lingüística, pasando por alto el origen del término en sí mismo. ¿Acaso no resulta curioso? Hasta es divertido pronunciarlo en voz alta: ¡Cocoliche!

Nos cuenta Di Tullio que el vocablo nace en el teatro popular argentino. Lo hace de la mano de los Hermanos Podestá, un grupo de actores circenses rioplatenses. En algunas de sus obras aparecía «Cocolicchio», un personaje cómico, caricatura de un italiano del sur que pretendía imitar a los criollos. El actor José Podestá afirmaba que, para crearlo, se basaron en Antonio Cuculicchio, un peón calabrés que trabajó en su compañía teatral.

La caricaturización se hacía a través de la vestimenta y de los gestos, pero también jugando con ambas lenguas. Por ejemplo, el personaje decía «amico» por amigo o pronunciaba «diche» en vez de dice.

Literatura para hacer burla

Los sainetes de la época acogieron al cocoliche con los brazos abiertos, aunque siempre para hacer una parodia de los inmigrantes italianos. La obra anónima Los amores de Giacumina, publicada en 1886, es un buen ejemplo. En ella se hace una burla de su forma de hablar, además de una sátira de su estilo y cultura.

Lescano pone en contexto este tipo de piezas: «Tal y como han definido algunos estudiosos, se trata de un cocoliche ficticio, pues son escritores argentinos o uruguayos quienes reproducen el habla de los migrantes. Todo tiene que ver con degradar al italiano a través de la sátira».

La autora porteña Florencia Liffredo manifiesta que la italiana era una de las inmigraciones menos queridas en aquella época: «Se tenía mucho miedo de la infiltración del italiano en el habla de Buenos Aires y de la Argentina. Entonces había un desprecio particular».

El tiempo ha hecho justicia literaria y Lescano nos invita a conocer Amores calabreses y Las cocoliches, dos novelas contemporáneas de Nora Mazziotti. Esta escritora argentina utiliza el cocoliche en sus obras para recrear la realidad lingüística de la población italiana en Argentina durante aquel periodo.

«Realiza una representación bastante fiel de esa habla de transición, sin caer en estereotipos, en lo vulgar o en la humillación», afirma la investigadora. Las obras de Mazziotti vienen a suplir la falta de testimonios orales reales grabados. En este sentido, Florencia Liffredo, de origen italiano, recuerda que su abuela le contaba anécdotas y le hacía juegos de palabras que le costaba entender.

Ella le dijo que todo aquello era cocoliche. «Una vez la grabé, lástima que lo perdí», se lamenta.

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