Mil ojos esconde la noche I: La ciudad sin luz, de Juan Manuel de Prada (Espasa). Hace unos días corría como la pólvora por redes sociales una fotografía del escritor de esta novela para que la gente, en comentarios de todo tipo, se cachondease de él. ¿Su nuevo pecado? Ir leyendo a Richard Ford en el transporte público de Madrid. ¿Su viejo pecado, que mucha gente apresuraba a mencionar? Tener sobrepeso, lo cual a mí, también rellenito, me tocó un poco la moral. ¿Qué problema tiene la gente con los escritores hermosotes, se puede saber? Considero que hay que ser enorme —física o intelectualmente— para escribir novelones tan extensos y estupendos como este (ochocientas páginas, y le seguirán más) no apto para trols de mente enclenque de los que pululan por internet.
Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez y Lucas Nine (Salamandra Graphic). Adaptación en formato cómic de cuatro de los relatos de la superventas de terror Mariana Enríquez, un tipo de libro que entra muy bien por los ojos pero que conlleva un riesgo similar al del estreno cada vez más apresurado de películas en las plataformas de televisión: si las editoriales publican adaptaciones gráficas tan chulas como esta de los libros de narrativa que funcionan bien en el mercado, ¿qué impedirá que la gente no se espere ya a la versión gráfica, prefiriendo todo el mundo lo que viene con dibujitos, lo visual?
España oculta, de Cristina García Rodero (Lunwerg). Si nos atuviéramos a las novelas más exitosas de las últimas décadas, pareciera que no existen más ciudades en las que ubicar tramas y argumentos interesantes que en las tan ubicuas Barcelona y Madrid. Es por esto por lo que el trabajo de la fotógrafa García Rodero me ha interesado siempre tanto: a través de sus instantáneas se puede acceder como de tapadillo a esa España provinciana y rural que con sus ritos sigue celebrando sus fiestas de las formas más curiosas e inconcebibles (tan solo fíjense en la potente portada, con ese hombre poniendo en peligro con su salto a tanto querubín). Menuda sorpresa se van a llevar los urbanitas cuando descubran esta realidad, para ellos desconocida, de la que también está hecho su país.
Fractal (del Salón de pasos perdidos), de Andrés Trapiello (Alianza). Como si se tratase de un disco recopilatorio con las mejores canciones de un viejo rockero à la Neil Young, en Alianza han tenido a bien publicar esta antología de los mejores pasajes del Salón de pasos perdidos (ya saben, el inabarcable proyecto diarístico comenzado en 1987 y del que van 24 entregas ya). Uno, que es muy fan de la ligereza, cotidianidad y repetitividad de estos diarios, se pregunta cómo han podido sus nuevos editores llevar a cabo esta selección. ¿Cómo elegir de entre las cientos de veces que Trapiello se pasea por el Rastro? ¿Cómo es posible que hayan podido escoger de entre tanto fin de semana en Las Viñas, de entre tanta navidad en León?
La turista, de Yun Ko-eun (traducción de Sunme Yoon; Reservoir Books). Brillante y sagaz novela que cuenta la historia de una trabajadora de una agencia de viajes especializada en enviar a sus morbosos clientes a lugares donde haya acaecido recientemente un desastre natural. Ideas divertidas e inquietantes como esta son las que me estimulan como lector y hacen que se dispare mi propia fabulación. ¿Se imaginan? Viajes de inmorales turistas también a Bruselas, zona cero del desmadre en que se ha convertido el Parlamento Europeo tras el ascenso de los partidos de ultraderecha en la pasada elección.
Un cortocircuito formidable: De los Kinks a Merzbow, de Oriol Rosell (Alpha Decay). Atractivo ensayo que indaga en la relación entre ruido y música, en la posibilidad de que ambos sean lo mismo, en la posibilidad de que la distorsión sea una expresión sonora eficaz. Yo, que me precio de ser un gran melómano, sé que cuando se producen alegatos contra música supuestamente ruidista es que algo interesante y artísticamente revolucionario hay detrás. Así ocurrió con Stravinski (el público parisino abandonó la sala durante el estreno de su Consagración), con el Bob Dylan eléctrico, con los Planetas en el 93… y eso mismo sucede ahora con mis Novedades, también “formidables” pero acusadas por lectores sosos y anticuados de mero ruido literario muy alejado de la aburrida crítica tradicional.