Años después de todo aquello, puedo presumir de haber visto a los AC/DC cuando inauguraron el movimiento heavy en Madrid, aquella noche de invierno, empezando los ochentas; la gran campana con la que arrancó el concierto y las carreras y los espasmos de Angus Young a un lado y a otro del escenario. Nunca lo olvidaré, ya lo dije antes, porque, después del concierto, a la salida, iba yo algo perjudicado a mi corta edad, y no tuve otra ocurrencia que aliviar la vejiga en la rueda de una lechera, uno de los coches de la bofia que llamábamos así por ser todos de color blanco. La cosa iba de colores, pues los polis de entonces vestían de marrón; por eso mismo los llamábamos maderos, calificativo que hoy se mantiene aunque ya no lleven el uniforme.
Pero vayamos a los hechos, pues, los maderos, en cuanto se sintieron salpicados por mis orines, me cortaron el chorro y me registraron. Me pillaron una china de gena – que mi inocencia había pagado como hachís- y, a empujones, me metieron en una de las lecheras. Qué quieren qué les diga, yo me sentía un tío importante en cuanto pusieron en marcha las sirenas. Ninoninonino.
A toda pastilla me condujeron a comisaría y, a porrazos, me metieron en un cuarto del fondo donde me acuerdo que había una mesa con un botijo. Sacaron una silla y, tirándome de los pelos, me obligaron a sentarme. “Este melenudo, que viene de ver a esa pandilla de maricones y se ha sacado la chorra y nos ha meado el coche” explicó uno. “Será cabrón el hijoputa”, dijo otro, arreándome una colleja. “Y maricón”, agregó el del bigotón. Como diría Jaime Gil de Biedma, el castellano tiene esos aumentativos tan ripiosos. En fin, que seguidamente me retorcieron las manos a la espalda y me esposaron las muñecas. Pero lo mejor vino luego, cuando me colocaron un casco de motorista y dieron comienzo los porrazos.
Con los primeros golpes, reviví la campana de AC/DC y empecé a tararear los riffs de guitarra de Angus Young y luego seguí, desgañitándome con Hells Bells, la canción que abrió el concierto y que me sabía de memoria. Al final, los maderos, cansados de dar porrazos a mi cabeza, me dejaron por imposible, “Con este maricón no se puede” dijo uno de ellos. Se quedaron la china de gena y me imagino que se la fumaron. Semanas después ocurrió el Golpe de Estado de Tejero y lo que vino después ya es Historia.
Pero no quiero ir tan deprisa, de momento estoy con Mark Evans de los AC/DC y su libro de memorias. Un trabajo más que recomendable para todas aquellas personas que, como yo, sean seguidoras del grupo. Un puntazo.