Hay tantas formas de alcoholismo como personas”. Antes de mudarse a Barcelona, el padre de la escritora argentina Sofía Balbuena le advirtió: “No te vayas a convertir en alcohólica”. Una frase que se tornaría en “profecía personal” y que la autora ha elegido para abrir su libro Borracha menor (publicado en Caballo de Troya bajo la dirección editorial temporal de Sabina Urraca).
Un volumen directo y crudo en el que habla en una primera persona sincerísima consigo misma y al lector, sobre el –normalizado de más– consumo de alcohol, diario, cuyos límites están habitualmente desdibujados, que cuesta controlar, reconocerse y frenar. “Todos somos adictos a algo”, es una de las frases que más repite en sus reveladoras páginas, en las que borracheras y resacas se mezclan para dar lugar a un nutrido combinado de culpa, celebración, estrés, responsabilidad y compañía. “No hace falta haberse arruinado la vida para entender que uno tiene un problema con el consumo de alcohol”, sostiene ante este periódico.
Balbuena, que defiende que no hay que “demonizar” a quienes beben, explica que en su caso no fue hasta los 37 años (ahora tiene 40) cuando se reconoció que su relación con la bebida no era buena. “Hubo ciertas cosas estructurales que operaron para que no me cuestionara mi hábito hasta ya entrada en años. Pude mantenerlo sin que socialmente se me señalara”, comparte. En su proceso fue clave darse cuenta de que “siempre era la que terminaba el vaso primero, la que pedía la próxima botella de vino, la que se abría una birra sola después de salir”.
En el imaginario instalado el alcohólico es un tipo durmiendo en la calle con un cartón de vino como almohada. Pues no, esta figura del alcohólico destrozado es una excepción. Hay tantas formas de alcoholismo como personas
“Puede que nunca tengas ese momento de claridad, y luego uno puede elegir entre cuestionarlo o no. Que cada uno haga lo que sea que le funcione. Yo sigo bebiendo, mucho menos y con distintas reglas, pero también me sirvió y me hizo algo bueno”, sostiene al tiempo que avanza que “eventualmente” lo dejará del todo.
“Si lo hago, probablemente sea una loca del spinning, que me parece espantoso también. Ahora mismo prefiero beber a estar maníaca todo el tiempo, estresada y tener que tomarme una pastilla para dormir. Prefiero desconectar dos o tres veces por semana tomándome tres birras que estar medicada”, afirma, “con algo hay que lidiar con el estrés que produce la vida, llegar a fin de mes, pagar el alquiler”.
El alcohol como pénduloLa escritora, que ya ahondó en su consumo de alcohol en Doce pasos hacia mi (Vinilo, 2022), sostiene en su libro que la resaca “nos hace humildes”, por el sentimiento de culpa que provoca: “Sentís que fallaste”. Y la consecuencia, si ocurre entre semana y teniendo que ir a la oficina al día siguiente, es trabajar al mismo ritmo, o incluso más: “Haces el triple porque te sentís culpable”.
Ahora mismo prefiero beber a tener que tomar una pastilla para dormir. Prefiero desconectar dos o tres veces por semana tomando birras que estar medicada. Con algo hay que lidiar con el estrés que produce la vida, llegar a fin de mes, pagar el alquiler
“Muchas veces necesitamos nuestro consumo de alcohol para dejar de pensar, apagar un poco el cerebro”, cuenta, “funciona como un péndulo que te separa espiritual y anímicamente, durante unas horas, de los objetivos que tienes que perseguir. Y luego vuelves a eso como pidiendo perdón por haberte permitido abandonar tus objetivos vitales esas cuatro horas que estuviste borracha con tus amigas renovando ese compromiso”.
De ahí a que cambie el foco de la discusión: “El problema no es el alcohol sino los estándares ridículos de productividad, las competencias despiadadas a las que nos sometemos a nosotras mismas todo el tiempo”. Balbuena no defiende que beber sea “causa ni solución de nada”: “Definitivamente es algo mucho más estructural y profundo que tiene que ver con el sistema de producción infame en el que vivimos y vamos a seguir viviendo”.
La escritora Sofía Balbuena, en la redacción de elDiario.esDentro de este contexto, subraya que la presión y la condena sobre las mujeres es mucho mayor. “Hemingway le arruinó la vida a todas las mujeres que con las que estuvo, abandonó a sus hijos. Siempre hubo alguna para cuidar del desastre que el tipo estaba generando mientras era alcohólico y producía su obra. Esas son las diferencias”. La autora argentina lamenta que si en su caso, más allá de escribir sobre su alcoholismo, tuviera hijos, quizás esta entrevista nunca hubiera sucedido porque “el estigma” que pesaría sobre ella “sería mucho más fuerte”. “Hay cosas que todavía no se nos perdona, a ciertas [personas] sobre todo”, advierte.
El alcohol no es causa ni solución de nada. Es algo mucho más estructural y profundo que tiene que ver con el sistema de producción infame en el que vivimos y vamos a seguir viviendo
Sobre esto vierte una de sus reflexiones en Borracha menor. “Mientras que a los escritores el consumo problemático de alcohol los singularizaba como genios atormentados, figuras casi mitológicas que se aferraban a sus botellas de whisky como a la fuente de toda sabiduría, a las escritoras se les achaca haber fallado en su responsabilidad principal como mujeres: las tareas de cuidado y preservación de la familia”.
El alcoholismo como tema igual que la maternidad“Así como se abrió el espacio para que en la narrativa aparecieran conversaciones sobre otro tipo de maternidades, estoy segura de que mujeres que escribieron sobre ello tuvieron que pagar un precio, muchísimo más importante que el que puedo pagar yo por hablar de mi alcoholismo en 2024”, valora, “si a mí me toca una conversación incómoda, pago ese precio muy feliz porque la literatura amplíe sus márgenes y no estemos siempre escribiendo sobre lo mismo. El alcoholismo es un tema literario como lo es la maternidad”.
Balbuena incluye al final del libro un listado de volúmenes de escritores y escritoras que abordaron el alcoholismo antes que ella. Black out de María Moreno, Lagunas de Sarah Hepola, Amo a Dick de Chris Kraus, Iluminada de Mary Karr e Hijo de Jesús de Denis Johnson son algunos de los que cita. Balbuena indica que, al igual que no ha sido la primera autora en reflexionar sobre este tema, tampoco será la última. “El libro se llama Borracha menor por el homenaje que quería hacer a las literaturas que son consideradas menores, escritas por mujeres. El diario, la carta, el fragmento”, enumera.
Aun así, indica que del debate, más allá de lo temático le interesa más “la conversación sobre la forma”. “¿Qué es este mandato tan patriarcal y más masculino de que todo tenga que ser una gran novela?”, plantea, “¡basta!”. “Dejemos de estar todo el día haciendo culto al falo con esta idea. ¿Por qué si una escribe en tercera persona 300 páginas es una novela seria y si la escribe en primera es autoficción?”, reivindica.
Los complejos de la literatura en castellanoOtro punto sobre el que reflexiona en el libro tiene que ver con la influencia del idioma a la hora de escribir sobre determinados asuntos, como en este caso el alcoholismo, sobre el que casi toda la literatura que había encontrado era en inglés. Citando a Luis Chaves en Vamos a tocar el agua (Los tres editores), afirma: “En América Latina estamos de rodillas, sometidos por el pudor. Hay ciertos temas que, en español, es todavía más complicado abordar. Quizás sea que la Iglesia católica apostólica romana nos está respirando en la nuca desde siempre”.
¿Qué es este mandato tan patriarcal y más masculino de que todo tenga que ser una gran novela?
Balbuena subraya que es “una hipótesis”, pero sí que detecta este estrecho vínculo con la religión como motivo por el que exista “un tabú importante”. “Las colonias heredamos cierto pudor y vergüenza”, lamenta.
No ha sido su caso, ya que en el libro no ha tenido reparos en verter su propia experiencia. “Hay algo de mediación en el hecho de escribir que te separa del asunto”, dice al respecto, “no en el hecho de escribirlo en si, sino en hacerlo pensándolo como un artefacto que pueda entender otra persona”. Y suma: “Los mecanismos de la ficción te esconden bastante. Al tener toda una función literaria por cómo está hecho, no siento que me rasgué las vestiduras”.
De hecho, la autora ya tiene la mente puesta en sus siguientes proyectos. Entre ellos, un ensayo sobre “cómo hablar de los libros que no nos gustan y que no se nos acuse de traicionar a la causa feminista”.