Y aunque sí que corresponde a una parte de la realidad, no a toda. En democracia también se ha censurado, y esas censuras han provocado que se hayan perdido a obras y artistas fundamentales para la cultura española.
En los primeros pasitos de la Transición, con la constitución recién aprobada y todo el mundo vendiendo libertad y el adiós a la dictadura, se censuró el documental Rocío, de Fernando Ruiz Vergara. El filme, estrenado en 1980, se enfrentó a una demanda por vulnerar el derecho al honor. Quienes la pusieron eran la familia de una de las personas acusadas en el metraje de ser el líder de la represión franquista en un pequeño pueblo andaluz.
Porque Rocío era una obra que decía basta, que hablaba de esa represión, del poder de la iglesia, de las barbaridades cometidas por el bando franquista y muchas cosas más. Una pena que se convirtiera en la primera obra censurada en la democracia española. La etiqueta pesó sobre el propio filme, que solo se puede ver sin censurar buceando en internet. Pero sobre todo a su autor. ¿Cómo es posible que no se conozca a Ruiz Vergara?, ¿qué fue de él?
El cineasta nunca pudo levantar otra película, y formó una caja de proyectos soñados que solo existieron en sus escritos y su mente. Y ahí es donde entran Concha Barquero y Alejandro Alvarado, cineastas e investigadores malagueños que se proponen reivindicar su figura con otro filme. Lo más sencillo y hasta didáctico, hubiera sido hacer uno al uso contando la importancia de Rocío, pero ellos realizan un ejercicio hermoso y hasta de justicia. Resucitar de alguna forma su espíritu para ver cómo eran aquellas películas que no hizo.
Lo hacen en Caja de Resistencia, el documental que han presentado en Seminci. Para Concha Barquero, ese peso de la censura ha demorado de alguna forma al autor, y es ahí donde nace ese interés en hacer algo sobre Ruiz Vergara. Comenzaron a investigar cómo había sido “el proceso de producción de la película”, y se fueron a conocer al propio cineasta, que vivía en Portugal, donde recayó y terminó viviendo la revolución de los claveles.
“Encontramos a Fernando en una aldea portuguesa, ahí en la frontera con Cáceres”, recuerda Alejandro Alvarado que lo define como “un encuentro bastante luminoso”. “Era alguien como fuera de todo y como falto de cariño y empatía. Tenía unos grandísimos amigos, pero vivía bastante aislado. Ahí comenzamos a tener con él una relación más continua, e incluso nos quiso vincular a un proyecto que él estaba realizando, que es el proyecto de las minas que aparece en nuestra película. Estuvimos un año de contacto con él e incluso nos vimos justamente unos días antes de que falleciera, que ahora se han cumplido 13 años”, dice el cineasta.
Todas esas películas que no pudo rodar son pérdidas para para la vida cultural, para la vida política, y para la vida que compartimos
Ese vínculo hizo que cuando murió, sus amigos les entregaran todos los materiales que encontraron en su casa sobre esas películas sin hacer. “Conocíamos algunos proyectos que nos había contado, pero no conocíamos todo. Había desde un boceto a un guion, un proyecto para pedir una ayuda… ahí se nos ocurrió esta idea de continuar este hilo. Otra generación de cineastas andaluces continuando con el hilo de rescatar ya no solamente la figura de un cineasta olvidado, sino también esa potencia cinematográfica de trabajar con el cine latente. Nos parecía interesante fabular con esa idea”, explica Concha Barquero.
Ambos coinciden en que todo eso que no se rodó “son pérdidas para la vida cultural, para la vida política, y para la vida que compartimos”. “Queríamos de alguna manera, no generar una compasión, pero sí dibujar un poco a ese personaje. Era un tío muy potente, arrollador en su manera de expresarse. Sin pelos en la lengua, pero también muy tierno. Además, hay otro tema que para nosotros es muy importante en la película, y en todo el proyecto en general, que es mirar qué ocurre cuando tú no vienes de un contexto o de un entorno privilegiado. No es lo mismo hacer cine habiendo tenido una formación formal y unas redes que si eres una persona de origen trabajador, de clase obrera”, apunta Barquero.
Aquí entra otra de las muchas capas del filme. Cómo Ruiz Vergara intentó revolucionar también la forma en la que se hacía cine y optar por estructuras asociativas de cooperativas. Un cine horizontal y no vertical. Su obra no solo fue un bofetón temático, sino también en la manera en la que podía cambiar todo. Una cuestión de clase que incluso ha afectado en que su figura no haya sido recordada y estudiada como se debería.
“Son cuestiones fundamentales para nosotros. El hecho de intentar hacer cine desde Andalucía en aquella época, que eso era casi era una utopía, y de hacerlo con el grupo de cineastas andaluces de aquella generación que intentó hacer la cooperativa, el equipo de cine andaluz. Eso fue un fracaso. Eso marca, y él no está dentro de esos círculos. Nosotros llevamos investigando de forma académica su figura desde hace años, y cuando hemos enviado la película para desarrollarla o conseguir financiación, casi siempre nos decían que quién era Fernando Ruiz Vergara”, se lamentan los cineastas.
Rocío es, para ellos, “una película fundamental que explica quiénes somos y quiénes éramos, que aborda la cuestión de la identidad de estos 40 años de democracia”. Quizás por ello, por esa cuestión de la identidad, han querido reconstruir la de un cineasta desconocido con una idea que vertebra todo el rato Caja de resistencia, que un cineasta es tanto las películas que ha hecho, como las que no ha podido hacer.