Pero ninguna mancha, ninguna hace ruido. No hay rastro de sangre en Las iras (Galaxia Gutenberg, 2024), una colección de relatos en la que Pilar Adón (Madrid, 1971) explora la dualidad entre la belleza y el horror, la crueldad y la inocencia, la serenidad y la venganza en apenas un puñado de páginas. Bocetos que, sin entrar en detalles, pretenden asomarse a lo que queda después de la catástrofe.
Adón, que se alzó con el Premio Nacional de Narrativa con su anterior novela, De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022), y que a finales del año pasado también publicó su volumen de poesía reunida Las huidas. Poesía 1998-2024 (La Bella Varsovia) conversa sobre sus obsesiones literarias en torno a los afectos, el desapego, las infancias y una animalesca búsqueda de libertad plasmada en dieciocho historias de violencia no explícita.
Podríamos considerar su nuevo libro de cuentos algo así como un catálogo de muertes, así que la primera pregunta es casi obligada. Una pregunta que el ser humano no deja de hacerse: ¿por qué matamos? O, más bien, ¿por qué matan sus personajes?
Mis personajes matan porque se sienten víctimas. Es una explicación quizá muy sencilla, pero es la realidad de estos personajes. Ante todo, estas niñas jóvenes, adolescentes en una primera juventud, se han sentido abandonadas, traicionadas o ninguneadas. Entonces, a través de un concepto propio de víctimas, tienen una reacción que está muy vinculada a la ira y su manera de defenderse o actuar y es con una venganza que les lleva a deshacerse de la persona que les ha hecho daño. Pero, como estamos hablando de literatura y ahí elijo yo la forma, es una manera no violenta. No hay sangre, no hay palizas. Es el lector el que visualiza e imagina cómo se producen esas muertes.
Omite los hechos. Los relatos, poéticos, oscuros, no dan apenas información al lector. Muy cortos y con una trama en torno al horror o un acto salvaje son casi como boceto. En muchos, tiene que adivinarse el contexto, el lugar, ¿por qué?
El caso es que yo como escritora me siento realmente segura y asentada en la historia. Yo sé qué ha pasado antes y qué ocurrirá después, dónde están, cómo son los escenarios en los que se mueven los personajes, cómo son físicamente los personajes… Pero es verdad que luego no lo cuento. Incluso hay veces que yo ya tengo escritos párrafos corregidos y los elimino. Todo ello en una decisión autoral de quitarlos para omitir y escamotear información al lector y que este pueda aportar sus propias experiencias. Su propia carga literaria, su propia biografía. Que imagine.
Si yo lo cuento todo y no dejo que el lector participe en el diálogo pasa a ser un monólogo por mi parte. Y no me interesa eso. Como lectora me gusta que me dejen participar, y mi manera formal de conseguirlo es eliminando información.
Hay una decisión autoral de quitar párrafos ya corregidos para escamotear información al lector y que este pueda aportar sus propias experiencias. Su propia carga literaria, su propia biografía. Que imagine
Todos sus personajes principales son mujeres. Retrata la ira y la maldad, a veces casi ingenua, como en el relato de la chica del orfanato o el miedo de la mujer violada por su padre, que está narrado por su propio feto, desde la voz femenina. ¿De dónde viene esa preferencia y cuánto hay de exploración de la mirada de la mujer, y de la condición humana, en sus personajes?
Me interesan mucho las dualidades y jugar todo el tiempo con elementos muy simbólicos. Es algo con lo que ya jugué mucho en la novela anterior, De bestias y aves, y aquí en Las iras, una de esas dualidades es la que comentas tú. Monstruos con la apariencia de ángeles sin olvidar que en todo momento estamos hablando de niñas muy jóvenes que en el imaginario colectivo seguimos pensando como criaturas idealizadas con lacitos, vestidos rosas y la máxima inocencia. Y, en este caso, quería retratar una inocencia externa. Estos personajes, estas niñas, son muy educadas, muy sensibles. No hay, como decíamos antes, una agresión directa o visual. Pero sí que hay un aullido constante. Una tormenta interior brutal propia de un momento biográfico, una edad en la que todo es blanco o negro. Los matices no existen en el paso de la infancia a la adolescencia. Estamos en una etapa en la que, normalmente, se produce el primer engaño, la primera traición, el primer dolor. Y todavía no tenemos herramientas para gestionarlo. Estas nos vienen de fuera, generalmente de nuestros padres o hermanos mayores. Y estas niñas, abandonadas del todo, están aisladas del mundo.
En cuanto a los personajes femeninos, hace muchos años publiqué un libro de relatos que se titulaba Viajes inocentes y una periodista, como tú ahora, me preguntó por qué todos los personajes eran mujeres. En ese momento yo no me había dado cuenta, para mí era algo tan natural… Todos eran mujeres y ya está. Es desde ese momento cuando se convirtió en una decisión consciente. Me atraen los personajes femeninos y es en lo que trabajo, aunque muchas veces pienso que, si realmente fueran hombres, no se me haría esta pregunta.
Hablemos de un relato concreto, el primero, La sublimación de los afectos, que es también la portada del libro. Una niña pelirroja, lánguida y con cara de hastío mira al lector. Es el único en el que hay una mirada externa, alguien ajeno a los hechos es quien relata lo sucedido. Una mirada adulta que a ratos ve a la preadolescente como un corderito y, a ratos, como un monstruo.
Es el primero porque es casi el más representativo de lo que se va a contar. Tanto el primero como el último. En este caso lo que me interesaba, de nuevo, era la dualidad de miradas de la cuidadora. Ella, que se supone que ha de ser una persona que aporte cierta seguridad, cierto bálsamo, cierta calma a esta criatura que sufre en realidad lo que está haciendo es juzgarla todo el tiempo. No es un personaje benévolo, no forma parte de su familia y, además, está incómoda en presencia de la niña de una forma que acentúa esa sensación de vulnerabilidad, soledad y aislamiento que van a tener todos los personajes en el libro.
Vayamos entonces al final, a ese último relato (Elle esa Belle, le monstre) en el que otra persona adulta habla del odio a los niños. Alguien que ha cometido un crimen atroz, sí, pero señala que los infantes a su cargo eran una condena, casi como si tratara de quitar esa pátina de “qué bello un niño” cuando, en el fondo, no deja de ser un animal.
Lo has dicho tú, no yo [risas]. Este relato, junto con otro que se titula Evanescente, fue de los que más me costó escribir. Soy una escritora que disfruta escribiendo, no padezco la escritura, pero había veces que yo me preguntaba a mí misma, ¿por qué estás escribiendo esto?, ¿de dónde viene este arrebato que me ha atrapado? Todos los cuentos beben de una misma voluntad, una misma inspiración. Era como si hubiera pillado carrerilla y este tema me hubiera atrapado de una manera brutal. Y, en este caso, el personaje narrador está atrapada entre dos frentes: ella cree que otra le ha forzado al asesinato como una manera de justificar su actuación. Se dice que es cosa de otros como si fuera un juego de espejos, aunque no consigue escapar de su propia incomodidad social, arrastrándola al borde del suicidio.
Un poco como aquello de la banalidad del mal.
Sí.
Ganó el Premio Nacional de Narrativas por De bestias y aves, un libro que también se adivina entre las páginas de Las iras. En él, también cuestiona los límites entre la humanidad y la naturaleza, lo salvaje y lo domesticado. Aquí, aunque en relatos, también, y dan ganas de preguntarle, casi, a qué se debe esta fijación por los ambientes asfixiantes y los personajes que huyen de su pasado.
Es verdad que es una fijación [risas]. Es una necesidad de atender a estas cuestiones y sentir que en cada libro les doy respuesta. El libro está cerrado, el libro está terminado, pero de repente surgen otra vez y tengo que volver a ellas. La importancia de la naturaleza, del aislamiento, de la libertad dentro del aislamiento. Seguir explorando, como antes me decías, el asunto de que sean las mujeres las que se aíslan, las que están vinculadas a la naturaleza, a las que tradicionalmente siempre se llama brujas.
Es una necesidad atender a la importancia de la naturaleza, del aislamiento, de la libertad dentro del aislamiento. Seguir explorando el asunto de que sean las mujeres las que se aíslan, las que están vinculadas a la naturaleza, a las que tradicionalmente siempre se llama brujas
Siguiendo con la temática, ¿dónde dibujamos la línea entre el bien y el mal? ¿Qué es bueno, qué es malo?
He querido llevar al límite a los personajes. He llevado al límite mi propio concepto de saber hasta dónde podía llegar temáticamente. He querido ver hasta dónde podía estirar el chicle. Quería narrar a unos personajes que estuvieran muy al límite, que se encontraran en una situación física y mental muy complicada donde fuera casi imposible exigirles que delimitaran lo que estaban haciendo. Todos sabemos que hay momentos en los que hay frenar, bajar revoluciones y pararse a pensar, entender. Aquí ya ha habido toda la tormenta previa y se encuentran en un momento en el que es el lector quien tiene que decidir qué hace con ellos.
Cambiando de tercio, en España, somos un país que cuando dejamos de ser niños nos cuesta leer cuento. ¿Cree que esa tendencia puede estar cambiando?
Es una pregunta muy interesante y es algo en lo que he pensado mucho. Yo empecé escribiendo relato hace muchísimos años. Mi primera obra más o menos premiada fue un cuento y luego ya enseguida también seguí publicando relatos. He ido alternando relatos, novela y poesía. Entonces, fíjate, a raíz de ciertas editoriales como, sobre todo, Páginas de Espuma, que empezaron a dedicarse íntegramente al cuento, creo que en España hubo un momento muy dulce del cuento, de lectores de relato. Y, sobre todo, de escritores que cultivamos el género de una manera realmente vocacional e intencional. Es decir, que los relatos surgen como relatos no como retazos que, a lo mejor, no te han servido para una novela o textos que escribes de una manera forzada. Ahora los escritores escribimos cuentos a sabiendas, creo que ha habido un avance en el plano de la escritura. En el plano de la lectura también creo que hemos avanzado mucho, aunque el mundo anglosajón y el hispanoamericano todavía nos saca ventaja.