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Jordi Puntí, autor de 'Confeti': "Para la gente de más de 40 años en EEUU, Xavier Cugat es un mito"
Nacido en 1900 en Girona, el músico se crio en La Habana hasta los 15 años y vivió entre Manhattan y Los Ángeles a partir de entonces. Lo hizo bajo el nombre artístico de Cugat en Nueva York y de Cuguie, tal como le bautizó Fred Astaire, en los estudios cinematográficos hollywoodienses.

La entrevista tiene lugar en los taburetes de la coctelería, los mismos que Cugat utilizaba para observar la vida barcelonesa y tratar de descubrir alguna beldad que lanzar al estrellato o, en sus últimos años, que le hiciera de secretaria. Miramos algunos de sus dibujos que lucen colgados en las paredes del bar: una caricatura de Julio Iglesias, otra de Dalí y, más arriba, una de Elvis.

“Hoy puedes encontrar dibujos suyos en Wallapop por 50 euros”, comenta Puntí, que acaba de publicar en castellano Confeti (Anagrama, 2025), una entrañable novela de época que él denomina como “una antibiografía” de Xavier Cugat. La editorial Proa lanzó, bajo el mismo título, en 2023 su edición original en catalán, que ganó el Premi Sant Jordi de aquel año.

Un celoso patológico

Expone Puntí, una vez sentados en el Salón Cugat del Palace, los motivos que le llevaron a trazar este repaso novelado a la vida de Cugat mediante la figura de un narrador que es a la vez un personaje del relato. Un periodista judío neoyorquino que va estableciendo con el célebre artista una relación profesional que se vuelve cada vez más personal, sin llegar nunca a ser amistad, y que se mantendrá durante toda la vida de Cuguie.

Xavier Cugat y Abe Lane en una escena de la película Donatella, de 1956 Xavier Cugat y Abe Lane en una escena de la película Donatella, de 1956

Este artefacto literario le sirve al autor para convertirse en testigo privilegiado de gran parte de los 90 años que vivió Cugat, vivir más para poder contarlos y, en ocasiones, dada su condición de periodista, dar voz en primera persona a algunas de sus cuatro mujeres. En especial a Abe Lane, que escribió un demoledor libro relatando sus años con el músico. Bajo esta luz, relata Puntí algunos de los episodios de la obra de Lane para exponer cómo Cugat mostró en algunos momentos de su vida, sobre todo al envejecer, actitudes de un machismo tóxico, al borde del maltrato.

“Hoy en día Xavier Cugat estaría más que cancelado”, sentencia el novelista. Y si bien pide que se interprete al autor de Perfidia bajo la luz de su tiempo, asegura que con los años se convirtió en un celoso patológico, especialmente cuanto mayor era la diferencia de edad con sus mujeres y más célebres se hacían ellas, al tiempo que él sentía que dejaba de estar de moda como personaje. “Al empezar con Abe Lane, el cartel destacaba a la Xavier Cugat Orchestra, pero al año era ella quién encabezaba los anuncios, dejando a la orquesta solo como acompañamiento”, ilustra Puntí para poner en relieve cómo Cugat tuvo que adaptarse para seguir en el candelero.

Aquel Rolls Royce aparcado en la acera del Ritz

“Siempre me han interesado las vidas que transitan entre distintos países. La gente que tiene que hacer el esfuerzo de adaptarse a otra cultura. Es algo que ya toqué en Maletas perdidas (Salamandra, 2010), donde describía la vida de unos camioneros españoles de los 70 que trabajaban llevando muebles por toda Europa occidental y veían las diferencias existentes con la España franquista”, dice el novelista, que añade que Cugat también fue un migrante, primero en Cuba y luego en Estados Unidos.

“Por otro lado, para mí Cugat es un recuerdo de infancia, de cuando bajaba con mis padres a Barcelona y de vuelta a Manlleu, pasábamos por delante del Ritz y estaba aquel Rolls Royce descapotable”, prosigue. “Entonces mi padre lo señalaba y me decía: 'Ese es el coche de Xavier Cugat'”, añade para recalcar que para él, Cugat era una figura mítica desde la infancia.

“Un tercer motivo para escribir Confeti, fue que me leí de joven sus memorias y me quedé fascinado”, apostilla. Con esta idea en la cabeza, Puntí consiguió una beca de la New York Public Library para estudiar la figura del músico gerundense. Se pasó un año encerrado en el edificio pegado a Bryan Park, consultando revistas y periódicos de la época.

Antibiografía cugatiana

“Descubrí entonces, para mi sorpresa, que muchas de las cosas que contaba Cugat en sus memorias eran inexactas o directamente falsas”, desvela. De ahí que haya querido hacer de Confeti una suerte de “antibiografía cugatiana” donde enmendar las historias que solía inventarse.

“No parece cierto que salvara a Sinatra de las garras de un mafioso que quería matarlo; tampoco que fuera él quien lanzara su carrera, ni la de Dean Martin o Jerry Lewis, si bien estos dos trabajaron mucho de jóvenes con él”, dice para ilustrar la inventiva cugatiana.

Carmen Miranda, Xavier Cugat, Jane Powell and Elizabeth Taylor en Carmen Miranda, Xavier Cugat, Jane Powell and Elizabeth Taylor en 'Así son las mujeres' (1948)

Pero Confeti también desmiente el mito de que Cugat muriera arruinado y dejando una enorme deuda en el Ritz. “A mí nadie me lo ha podido confirmar y, además, Cugat dejó bienes en testamento a su hermano Enric”, apunta Puntí, que también cita los royalties de los discos, que se siguieron vendiendo a buen ritmo al menos hasta el cambio de siglo. No afirma tampoco que su primera esposa fuera la famosa cantante cubana Rita Montaner. Una mujer a la que ciertamente conoció en su juventud, pero que atendiendo a la edad de ambos y a que uno residía en Nueva York y la otra en la Habana, se antoja imposible que llegaran a establecer una relación sentimental.

Cugat, catalán de infancia pero 100% estadounidense

Lo que sí destaca el escritor de Cugat es que le compuso a Sinatra una bonita canción para uno de sus primeros discos, My Shwal (mi chal), en la que al principio suenan los compases de una vieja canción de cuna catalana, La mare de deu quan era xiqueta. Pero sostiene que estos detalles reafirman que Cugat era “catalán de infancia, de recuerdos familiares, pero para el resto era 100% norteamericano”.

“Hablaba un catalán del Ampurdán precioso”, apunta Puntí, que inmediatamente matiza que hasta los años 80 nunca vivió en Catalunya ni apenas la visitó hasta la muerte de Franco, “a pesar de que llegó a vivir en Italia con Abe Lane”. ¿Era antifranquista? El novelista se inclina por creer que no era simpatizante del régimen, pero tampoco se preocupaba mucho por los desmanes del franquismo.

“En el año 34 hace un concierto en el Waldorf Astoria de homenaje a la República”, pero no tuvo más gestos, según Puntí. No obstante, en uno de sus regresos hacia el final del franquismo, soltó en una entrevista una frase muy significativa de cuál era la nacionalidad que él sentía suya: “Estados Unidos ha dejado mucho dinero a España para que progrese, así que yo he venido a ganarme un poco para llevarlo de vuelta a casa”.

Un mito americano

“Para las gentes de más de 30 o 40 años en Estados Unidos, Cugat es un mito; para los mileniales, en cambio, es alguien completamente desconocido”, desvela Puntí sobre la trascendencia del personaje que, según el autor de Confeti, “terminó por comerse a la persona íntima, alguien de quien apenas se sabe nada”. “El peluquín, que le recomendó Bing Crosby, y el Chihuahua junto al bigotito, definen una marca personal que él extiende mediáticamente y que demuestra que fue un visionario de la publicidad moderna”, cree Puntí.

Uno de los dibujos de Xavier Cugat Uno de los dibujos de Xavier Cugat

En Confeti se reivindica igualmente a otro célebre director de orquesta catalán, Enric Madriguera, con una vida muy paralela a la de Cugat: “Nació en Cuba y emigró a Estados Unidos, donde hizo fortuna como embajador de la música afrolatina y murió en 1973”. No es el único caso de músico cubano de origen catalán que triunfó en la Gran Manzana. Puntí explica este fenómeno porque aquellos jóvenes cubanos conocían bien los ritmos africanos y latinos y así podían tocarlos, pero contaban con la ventaja de ser blancos, algo fundamental en los muy racistas Estados Unidos de entonces.

De este modo, Cugat, Madriguera y algunos otros creadores importaron los ritmos y sonidos del caribe y los dulcificaron para el gusto del público estadounidense, mayoritariamente protestante y anglosajón. “Seguramente gracias a ellos, los artistas latinos de hoy han tenido un camino al éxito más directo”, opina Puntí, si bien matiza que “entre los músicos cubanos de su época, lo que hacía Cugat estaba mal visto”. Explica que el legendario bongosero Chano Pozo echaba pestes del catalán y, en un encuentro tras un concierto, el saxofonista Paquito D'Rivera le soltó al mentarle a Cugat: “Demasiado azúcar”.

Más allá de la fascinante vida de este gran mito americano del siglo XX llamado Francisco de Asís Javier Cugat Mingall de Bru y Deulofeu, conocido como Xavier Cugat, simplemente Cugat o Cuguie para los amigos de Hollywood, Confeti es una novela que merece ser leía por la exuberante y vibrante crónica que Jordi Puntí hace de un tiempo, la primera mitad del siglo XX. Unos años en los que, además de un imperio, Estados Unidos fue el crisol de numerosas tendencias musicales que finalmente se fundieron en eso que hoy llamamos ritmos globales. El jazz, el swing, el mambo, el cha-cha-cha, la rumba, la conga... Todos sonaban cuando Cugat daba la orden con su batuta.

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