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Robos, intentos de asesinato y rebeliones políticas: así fueron las vidas entre rejas de los grandes literatos
Lo raro, escribe Daria Galateria, es que fueran totalmente inocentes. Ella tan solo ha encontrado dos casos: el de Apollinaire, a quien acusaron de haber robado la Gioconda, o el del poeta Dino Campana, que fue arrestado tres veces durante la Primera Guerra Mundial por un detalle sin importancia; tener cara de alemán. También está, por supuesto, el caso de Óscar Wilde que –como es bien sabido– fue encerrado por cometer ‘delitos contra natura’. Es decir, ser homosexual practicante. Algo que, en la época victoriana, no estaba muy bien visto en tierras británicas. En su Código Penal figuraba justo por debajo del asesinato.

Desde Denis Diderot hasta Goliarda Sapienza, pasando por Jack London, Norman Mailer, Fiódor Dostoievski o Ezra Pound. Un total de 43 hombres y mujeres, que triunfaron en el noble arte de la escritura, se pasean por Condenados a escribir (Impedimenta, 2025), un ensayo en el que Daria Galateria, profesora de Literatura Francesa en la Universidad de La Sapienza en Roma, recoge las peripecias de estas figuras con un elemento en común: haberse visto entre rejas y encontrar, aunque parezca contradictorio, el tiempo y espacio para la escritura en la soledad de una celda.

“Para todas las mujeres, sin excepción, que figuran en mi libro la cárcel fue la época de su vida en la que se sintieron más libres”, cuenta Galateria durante una videollamada con elDiario.es, “Ahí ya no tenían que cuidar de nadie, no eran las criadas de sus padres o maridos. Allí pudieron dedicarse a sí mismas, a sus deseos e ideas”, explica.

Goliarda Sapienza, por ejemplo, fue apresada por voluntad propia como protesta contra la vida, pero también para conseguir que por fin publicaran su obra. “Todos sabemos lo mucho que siempre ha gustado a los editores la mala prensa”, comenta Galateria entre risas mientras recita de cabeza muchas de las anécdotas que pueblan su trabajo.

“La de Louise Michel”, confiesa la italiana, “es una de mis historias favoritas”. La profesora, que ha dedicado gran parte de su labor de investigación a las memorias, especialmente de mujeres de los siglos XVII y XVIII, no puede evitar preferirlas a ellas.

Louise Michel, educadora francesa, partisana y revolucionaria durante La Comuna de 1871 y a quien Galateria califica como “un ser un poco Don Quijote”, fue encerrada por ir a comprobar si su madre estaba bien tras un escarceo bélico en el parisino barrio de Montmartre. La localizaron a la puerta de su casa, donde se identificó frente al primer puesto del ejército ganador que encontró. No la capturaron en ese momento, pero se dejó prender para intercambiar su vida por la de su progenitora. Aquello fue el principio de una vida entre prisiones en la que la palabra revolución bien podría aparecer acompañada de un retrato suyo. Acabó deportada Nueva Caledonia donde, tras cumplir su pena, se quedaría a vivir una temporada con los indígenas, a quienes apoyaría en sus rebeliones contra occidente.

La común tendencia uxoricida de ellos es quizá, lo que más le ha llamado la atención a esta estudiosa italiana. Hans Fallada, William Burroughs, Paul Verlaine, Norman Mailer. Un 10% de los escritores recogidos en este ensayo intentaron, al menos, deshacerse de sus cónyuges. “Un porcentaje tan alto en un gremio tan exiguo da qué pensar, quizá los escritores pasan demasiado tiempo en casa”, ironiza.

Verlaine le prendió fuego a la melena de su esposa, entre otras prácticas vejatorias. Ella sobrevivió a los abusos y consiguió divorciarse del escritor mientras él cumplía condena. “Aquello hizo que le cambiara la cabeza completamente”, relata Galateria, “tuvo una revelación cristiana y se convirtió en un capillita. Un hombre temeroso de Dios que, ¡ja!, pudo reducir su pena y salir en libertad”, explica. Su ahora exmujer volvió a casarse y pudo disfrutar de una vida burguesa en paz.

Cabe destacar que Verlaine no había sido encarcelado por maltratar a su cónyuge, Mathilde Mauté, sino por disparar a su amante: el poeta Arthur Rimbaud.

La de William Burroughs no tuvo tanta suerte. Murió casi en el acto después de que este le pegara un tiro entre ceja y ceja. Él apenas pasó trece días encarcelado por homicidio gracias a que su abogado comprara su libertad aduciendo accidente de juego. Joan Wollmer, que era su segunda mujer, tenía 27 años. “Me veo obligado a reconocer que nunca me hubiera convertido en escritor de no ser por la muerte de Joan”, escribiría el propio Burroughs en el prólogo de Queer (1985), una parcial secuela de Yonki, su anterior obra.

Burroughs, escribe Galateria, era un excelente tirador, amante de las armas y bastante gastador en temas de dinero. Siempre iba pelado. La tarde que ocurrió todo, el 6 de septiembre de 1951, el beat estaba deprimido y había decidido vender una pistola que no quería. Una automática Star 380 que, anota la italiana, “tiraba bajo”. Burroughs, acompañado por Wollmer, acabó esperando al comprador en casa de unos amigos y, rodeado de botellas de vodka y ginebra que no tardaron en vaciarse, se le ocurrió que “era hora de jugar a Guillermo Tell”. Joan se puso una copa de cristal sobre la cabeza. Burroughs apuntó, disparó, la copa cayó al suelo. Intacta. En el hospital no pudieron hacer otra cosa que constatar la muerte.

Una experiencia común

La vida entre rejas se parece bastante a la vida frente un escritorio. Es un mantra que Daria Galateria escribe en las páginas de su libro y que repite al ser preguntada por los puntos comunes de las vidas sobre las que ha investigado. “Muchos descubrieron la escritura en la cárcel, al estar aprisionados, encerrados, tenían mucho tiempo para estar a solas con sus pensamientos”, explica para poner de ejemplo a Chester Himes, que aseguró que, en la cárcel, “la imaginación crece como una secuoya”. Él, detenido por robo, comenzó a escribir estando entre rejas después de que un compañero de celda le animase a apuntarse a unos cursos de escritura en el presidio para matar el rato.

Otro ejemplo es del de Jean Genet, que comenzó a escribir sus historias en los 'papelajos' marrones con los que debía confeccionar saquitos para el pan de la prisión. Y, cada vez que un vigilante lo pillaba, se lo arrebataban. “¡Llegó a estar escribiendo cinco novelas a la vez!”, exclama Galateria desde la pantalla del ordenador.

Unos narraron sus memorias de encierro, otros se inventaban historias disparadas que ocurrían a miles de kilómetros de allí con otros protagonistas, en otros mundos. Pero todos escribieron durante sus condenas. “La mayoría de los escritores que yo recojo en este libro contaron esta experiencia en sus memorias”, explica Galateria que, preguntada por su interés en esta materia, se encoge de hombros desde la pantalla. “Las memorias de la cárcel son casi siempre apasionantes”, confiesa.

Asomarse a las vidas trepidantes de los otros

Daria Galateria cuenta que nunca escribirá ficción, que siempre mirará por la rendija que dejan el rastro de los otros. “Yo soy un ratón de biblioteca, no he vivido nada interesante, nada fuera de lo común”, confiesa la también autora del exitoso ensayo Trabajos forzados: Los otros oficios de los escritores (Impedimenta, 2012) en el que radiografiaba el mundo laboral –a veces oculto– del que vivieron alguno de los mejores escritores. Había que comer y la literatura casi nunca paga las deudas.

Ahora, tras los presidios y la labor, la curiosidad de esta estudiosa de gafas enormes se ha centrado en la historia de otra figura femenina, la de Elsa Schiaparelli, la revolución de la moda soviética y los sucesos detrás de su libro Shocking life (1954)“.

“Y eso”, sonríe desde la pantalla, “será otra historia”. En concreto una que se publicará en mayo dentro del último volumen sobre vidas de escritores. En este caso, la de aquellos que viajaron al extranjero persiguiendo operaciones comerciales.