“Los vecinos de Miñano Menor veían restos de pinturas en los desconchones del techo del edificio y se decidieron a llamar para consultarnos cómo podían sacarlas a la luz”, revela Diana Pardo. Mientras observa la bóveda donde ha aparecido la decoración, la técnica del Servicio de Restauración de la Diputación Foral de Álava relata cómo ha sido el proceso de recuperación del conjunto, en una iglesia que, “como muchas otras, estaba un poco abandonada”. Desde la institución escucharon las inquietudes de un pueblo que ha ido entregando terreno, a golpe de expropiación, al vecino parque tecnológico. De ahí que la iglesia se haya convertido en el principal (por no decir, en el único) bien en manos de su junta vecinal. Acto seguido, “les recomendamos que pidieran una subvención para encargar un primer informe y conocer así la situación real de las pinturas”, explica Pardo. A su lado, la restauradora Azucena Prior, responsable de la empresa Artyko, describe cómo se completó aquel primer paso: “Montamos andamios para llegar a todos los espacios y practicamos unas ventanitas para comprobar cómo era la decoración y su extensión”. Desde ese mismo momento, las sorpresas comenzaron a sucederse.
Porque en esa fase inicial de exploración, además de comprobar cómo las pinturas rojas de origen medieval se extendían por el conjunto de techos de esta época, dio la cara “un añadido que desconocíamos: entre los encalados modernos y la pintura medieval, empezó a surgir un programa decorativo que podría pertenecer al siglo XVI y que nos pareció muy interesante”, reconoce la restauradora Azucena Prior. El inesperado hallazgo provocó “dudas terribles” y una pequeña crisis en el proceso que terminó con la decisión más lógica. “No podíamos eliminar la capa del XVI, teníamos que mantenerla”, reconoce Diana Pardo. Así que, en la siguiente etapa, las especialistas iniciaron la recuperación de los restos pictóricos, que reveló cómo, paradójicamente, los sucesivos encalados acumulados durante décadas y siglos habían contribuido a conservar los dibujos originales que, poco a poco, dejarían atrás un largo periodo de anonimato para volver a animar el anodino aspecto moderno de la bóveda.
Dibujos que se repiten, ninguno igualLa siguiente sorpresa —de algún modo, esperada— es una muestra más de la preocupación de los promotores de un templo de estas características en siglos pasados. Algunas poblaciones contaban con suficientes recursos como para construir el edificio que tenían en mente. Otras, con menos medios, tenían que ingeniárselas para dotar sus diferentes espacios de la mayor prestancia. Este es el caso de Miñano Menor. La retirada de las capas de encalado comenzó a dibujar en el techo de la cabecera una construcción fingida de sillares, como si la bóveda se hubiera levantado con los materiales más nobles. Con lo que no contaban las restauradoras era con hallar en cada piedra sugerida, en cada “casilla”, un motivo diferente, de manera que “todas las piedras tenían un dibujo en su interior”. Pero, ¿cuáles eran? “Tenemos varios ejemplos de leones rampantes (cada uno, distinto y más divertido), flores de lis, escudos, cuadrifolios, estrellas, un pez…”, describe Diana Pardo, quien aporta a continuación otro dato clave: “Hay motivos que se repiten, pero ninguno es igual”.

El momento más excitante, no obstante, surgió con la localización de los diferentes rostros humanos que se escondían en la bóveda. “Es ese sentimiento de privilegio ante algo que estás viendo por primera vez: ¡Me está saliendo una cara!”, describe todavía emocionada Azucena Prior, responsable de Artyko, la empresa que ha llevado a cabo el conjunto de trabajos en el templo alavés. La cara de una dama perfectamente definida, la de un anciano con barba… Y así hasta sumar decenas de representaciones que componen el primer programa iconográfico completo (de 70 metros cuadrados de extensión) con pinturas rojas —“esquemáticas, sencillas”, definen las restauradoras—, con un estilo y una técnica presentes en diferentes puntos del país, pero que tienen en la provincia de Álava sus representaciones más significativas. “Lo que todavía no se ha determinado es la lectura iconográfica de estos símbolos”, reconoce la especialista Diana Pardo.

“Las pinturas rojas se dieron en iglesias románicas de los siglos XII y XIII, y en Álava tienen sus ejemplos más destacados en los templos de Alaiza, Arbulo, Miñano, Legarda, Gopegui y Gojain”. El historiador del arte Gorka López de Munain lleva años dándole vueltas al significado de estas representaciones tan sencillas como fascinantes, que han renacido en diferentes templos alaveses en las últimas décadas. Pero de momento, carece de una teoría firme para explicar su significado. “El problema es que se opta por iconografías muy distintas, son pinturas poco homogéneas”, reconoce. Poco o nada tienen que ver las singulares ilustraciones que decoran la bóveda de la iglesia de Alaiza (con abundantes figuras humanas), con las que se acaban de restaurar en Miñano Menor, donde existen representaciones de todo tipo, desde rostros humanos a recurrentes motivos heráldicos.
Evocar un artesonado“En Miñano Menor hay un poco de todo: elementos heráldicos y geométricos, rostros, variaciones de la misma estrella… No son dibujos seriados ni tampoco parece que exista una estructura coherente”, describe López de Munain, quien ofrece una de las primeras claves para intentar entender el “nuevo” conjunto: “Aquí no se trata tanto de transmitir un programa iconográfico, sino una imagen de estatus”. Su teoría personal tiene que ver con la capacidad de los antiguos maestros de fingir determinadas estructuras que, por su coste y complejidad, no se podían permitir los promotores. En iglesias y catedrales, se optó por pinturas en lugar de tapices por su menor coste económico y mejor conservación. En Miñano, el profesor de la Universidad del País Vasco cree que los patrocinadores querían reproducir arquitecturas propias de edificios con mayor rango. “Uno de esos elementos de prestigio eran los alfarjes (techos de madera decorativos); algunos de ellos tienen una decoración muy similar a la que se percibe en la iglesia de Miñano: un casillero con todo tipo de ornamentación”, explica, y concluye: “Quizá se buscaba evocar una de estas techumbres para dar prestigio al edificio”.

Rascando en el posible significado de la decoración, en Miñano Menor van apareciendo aspectos, cuando menos, llamativos. Uno de ellos tiene que ver con la naturaleza de los dibujos: “No hay ni un solo tema religioso en el interior del templo, todo se remite a un imaginario laico”, precisa López de Munain. Sumado este extremo a la presencia de rostros de mujeres tocadas al estilo de la época, todo parece apuntar al carácter privado de algunos de estos templos medievales, promovidos por sus nobles, las elites sociales. Pero hay más: los elementos utilizados para componer esta pintura roja tan característica de los templos alaveses (una mezcla de tierra de la zona con cal) se justifican en la necesidad —se trata de los materiales que están a mano—, pero también en la voluntad de “asociarse a una serie de iglesias con un tipo de pintura, rojo sobre blanco, que supone una estética propia de la época, un estilo frente a otros como, por ejemplo, el de las ciudades”, analiza el historiador del arte. Es decir, una red de iglesias a través de un mismo patrón decorativo.

Una pintura esquemática, en un solo color, que remite, en algunos casos, a símbolos ancestrales. Un parecido más que razonable con las primeras representaciones rupestres, un hallazgo de cuyo hilo seguir tirando. Las pinturas rojas de Álava —que López de Munain ha rastreado también en Cantabria y en Castilla y León— son un tipo de ornamentación diferente al que tenemos en mente en la Edad Media, donde las obras maestras de Sant Climent de Taüll, San Isidoro de León o San Baudelio de Berlanga acaparan todo el protagonismo. “Al estar fuera del canon de pinturas como las de Taüll, se han estudiado menos y nos falta información, pero ejemplos como los de Miñano Menor no son peores ni mejores, simplemente, diferentes”, expone el historiador, quien está seguro de que, en el futuro aparecerán nuevas muestras de este estilo en las muchas iglesias del entorno alavés que están por restaurar. De hecho, en algunas de ellas se tiene noticias de la presencia de decoración medieval que aún no ha sido explorada.
La implicación de un puebloDurante el proceso de recuperación de la bóveda en Miñano Menor, también se da una circunstancia no siempre presente: la implicación de los vecinos en los sucesivos hallazgos. “Han venido regularmente y han asistido emocionados a la restauración de las pinturas; para ellos, ha sido muy especial”, constata Azucena Prior, restauradora.
“Desde la Diputación de Álava se agradece que una junta de vecinos haya aceptado realizar un estudio, confiar en nuestras propuestas y continuar adelante con la restauración”, expone Diana Pardo, técnica del Servicio de Restauración en la institución alavesa. “Para los vecinos, la iglesia es su joyita, su esperanza”, añade. Ahora, la junta vecinal se plantea continuar poniendo en perfecto estado de revista su edificio comunal, convertirlo en lugar de reunión y punto de referencia, frente al poderío de una zona industrial que ha reducido el pueblo de Miñano Menor a una mínima expresión. Como en tantas ocasiones, el pasado, al rescate del presente.