Fue el caso de Raymond Molinier, Jeanne Martin des Pallières, Vera Lanis o Elisabeth Käsemann, organizadas alrededor del trotskismo internacional y protagonistas del libro que firman conjuntamente Edurne Portela (Santurce, 1974) y José Ovejero (Madrid, 1958).
¿Por qué una historia articulada en torno a trotskistas?
José Ovejero: A mí el trotskismo siempre me interesó como ese movimiento revolucionario que nunca llegó a estar en el centro de nada. En ese sentido, mantuvo una pureza que fueron perdiendo los demás movimientos. Hay ahí un idealismo sin concretar, de lucha que no llega a corromperse.
Edurne Portela: Como ideología, me pareció siempre la disidencia dentro de la disidencia. Tiene un halo de lucha continua contra un montón de monstruos gigantes. Me apela también por el interés hacia Latinoamérica, Argentina es uno de los países donde se mantuvo más viva.
En la novela, la narración de las vidas de los personajes se intercala con fragmentos de las dudas creativas y situaciones personales de los autores. ¿Le dieron muchas vueltas a incluirlas?
E.P.: Fue muy orgánico. Cuando empecé a escribir, lo hice desde un punto de vista muy subjetivo. Entonces hablamos de cómo podría ser interesante posicionarnos dentro de la historia. Igual le dimos más vueltas a la idea de publicarlo que de escribir así.
J.O.: Escribimos sin un plan. No nos repartimos los capítulos, cada uno escribía lo que le apetecía desde donde le apetecía y grabábamos las conversaciones que teníamos sobre lo que hacíamos. Fue de Edurne la propuesta de incluir las partes más privadas, como los fragmentos de diarios. Intuíamos que, si estábamos contando una historia política, pública, de unos personajes, pero éramos incapaces de contar su historia íntima, con la literatura podía pasar lo mismo. Una novela no es un ente externo a quien la escribe, sino que se enmarca en un momento y una situación anímica del autor o de la autora, así que lo convertimos en parte de ella.

En ella leemos que ustedes respetan más la vida que la literatura y que esta es una de las razones por la que son escritores. ¿Qué han aprendido haciendo este libro?
E.P.: Muchísimo a todos los niveles. El obvio, sobre el trotskismo y su evolución en Europa y América. Hemos aprendido a dejar de preocuparnos por la autoría. Nos hemos vuelto mucho más permeables a la hora de escribir. Cuando estás escribiendo, sueles hacerte una coraza que no quieres que nadie traspase para que no se te descabale lo que estás haciendo. En este caso, bajamos los brazos y dejamos que nos permeara lo que estaba haciendo el otro. Y a nivel personal, hemos ahondado más en nuestra relación.
J.O.: Hay una cosa que sabemos, pero de la que no somos del todo conscientes. La cantidad de mujeres que hacen la Historia, pero no se consideran parte de ella. Los hombres que hacen algo importante suelen escribir sobre sí mismos, pero ellas, en general, no. Para documentarlas, teníamos que acudir mucho más a lo privado, como las cartas.
¿Queda mucho camino para lograr igualdad en el relato de la revolución?
E.P.: Muchísimo. Vi en Maddi y las fronteras qué pocas mujeres entran en el archivo de la Historia de las revoluciones. Y los pocos historiadores que se interesan por esas pocas o que lo hacen con sesgo. En el caso de Jeanne Martin des Pallières, sus pocas representaciones son de mujer histérica, desequilibrada o ladrona porque se enfrentó a Trotski. Hay mucho trabajo de reconstrucción de esas vidas por hacer.
El trotskismo mantuvo una pureza que fueron perdiendo los demás movimientos. Hay ahí un idealismo sin concretar, de lucha que no llega a corromperse
J.O.: Hay un relato machista de Jeanne cuando se rebela, pero es que, si no se rebela, desaparece del relato. Trotski no menciona a Vera Lanis en sus diarios en ningún momento, y fue una mujer que estuvo cuidándole y ayudándole. Necesitamos recuperar estas historias desde la igualdad, pero también desde el conocimiento, porque será un pasado sesgado si borramos parte de él.
“Arriesgarse era lo normal”, dice Vera Lanis sobre su tiempo de juventud. “Somos dinosaurios a punto de extinguirnos”, afirma ya de mayor. Las diferencias con nuestra época parecen claras. ¿Les provoca vértigo ese cambio en menos de un siglo?
E.P.: No sé si vértigo o una tristeza profunda. Es la sensación de estar, no frente a historias heroicas, pero sí ante una militancia fervorosa, una fe que como atea envidio, esa seguridad en que podían cambiar las cosas. Mirar atrás es ver las ruinas de tanto sueños y sacrificio. Pero, por otra parte, si algo hemos conseguido es gracias a gente como esta. Aunque fueron derrotados o en vida nunca vieron ningún fruto de sus luchas, hemos alcanzado derechos que ahora peligran.
J.O.: Comparto esa tristeza, pero también siento esperanza. Los grandes éxitos del capitalismo han sido hacernos perder la fe y sustituir el deseo por el capricho. Como historiadores de formación, sabemos que la Historia no se acaba, que, a pesar de todo, hay posibilidades.
El libro nos adentra en el territorio de la tortura. Hoy son exitosos los true crimes y tenemos imágenes de violencia a tiempo real en nuestro teléfono. ¿Nos hemos endurecido de más?
J.O.: Creo que siempre hemos sido duros. No hace tanto la gente iba a ver ejecuciones. Esa distancia con el sufrimiento de quien no te es cercano ha existido siempre. Todas las guerras han sido bestiales y se ha consumido prensa que contaba los crímenes de Jack el Destripador. No somos peores que antes. Lo preocupante quizá es que no seamos mejores.
E.P.: Ahora se consume violencia que sabemos que no es real. En un true crime vemos una representación de la violencia destinada al consumo. Quien lo ve lo ve con ese filtro. En cambio, si te confrontan a una violencia sin él, no sé hasta qué punto estamos preparados para el sufrimiento real. No tenemos ni idea de cómo vamos a reaccionar ante la violencia real, no la conocemos salvo quien la haya vivido en carne propia.
El historiador Enzo Traverso escribió que la memoria del gulag, del Holocausto y de la esclavitud han borrado, respectivamente, la de la revolución, el antifascismo y el anticolonialismo. Que el recuerdo de las víctimas ha desplazado el de sus esperanzas.
E.P.: Desde los años ochenta, cuando se pusieron en el centro los estudios sobre el Holocausto, ha habido un cambio hacia el paradigma de la victimización. Ser víctima se convirtió en un pozo sin fondo de valor simbólico. La víctima emerge como un ser de luz que nunca ha tenido ningún comportamiento político criticable. Se ve en el caso argentino, donde los desaparecidos eran solo víctimas, no podían ser militantes, porque serlo les convertía en sospechosos y merecedores de lo que les pasó. La victimización neutraliza la capacidad política de la víctima. Construye toda una historia basada en el sentimiento y los afectos que deja de lado la militancia dura.
J.O.: Esto es interesante en el caso de Elisabeth Käsemann. Años después de ser torturada, violada y asesinada, el cónsul alemán vino a decir que era una terrorista. Mientras, la familia de ella intentaba hacer ver que nunca tuvo nada que ver con la violencia, pero para mí fue conmovedor cuando su compañero reivindicó que ella estaba a favor de la violencia y que no podían convertirla en un ser dedicado a la caridad porque eso sería negarla otra vez.
Un capítulo nos lleva al baile de una huelga en Renault. Fueron vidas marcadas por la entrega, pero estas páginas recuerdan que también contaron con momentos de felicidad.
J.O.: Es que sin eso estás dando una versión plana y parcial de lo que es ser un revolucionario. Aparte de que es divertido mostrar ese lado, nos parece que es también lo correcto. Por cierto, esto no está en la novela, pero alguien nos contó que Raymond Molinier se negaba a celebrar la Navidad durante la guerra de Vietnam.
E.P.: Vera Lanis era cantante y se sumó al circo de Cairoli. En las cartas de Jeanne vemos que era una mujer melancólica, pero encontramos esas ganas de reírse, de amar y de disfrutar de la vida. Para Molinier, la revolución significaba también vivir a tope.
La victimización neutraliza la capacidad política de la víctima. Construye toda una historia basada en el sentimiento y los afectos que deja de lado la militancia dura
Del amor podemos pensar que repliega a la persona enamorada hacia su mundo particular. ¿Piensan que también es un estado que otorga un ánimo que puede usarse para cambiar el mundo más amplio, el común?
J.O.: El amor que sienten estos personajes es fundamental en sus vidas, pero no lo esencial. Jeanne vota para que expulsen a su marido del partido. Hay una jerarquía distinta a la que hoy se nos vende de que el amor entre dos es lo más importante.
E.P.: Es una concepción generosa del amor que trasciende las cuatro paredes de una casa y permea todas las relaciones. Es como si el amor creciera cuanto más compartido es. Después de divorciarse y continuar cada uno sus vidas, por encima de los daños que pueden ocasionarse en una relación de pareja, Jeanne y Raymond se defienden a muerte hasta el final.
¿Es Una belleza terrible la declaración de amor de los autores a sus protagonistas?
J.O.: Quedaría bien decir que sí, pero no es del todo así. No es una declaración de amor, pero sí de interés y de agradecimiento.
E.P.: Y de respeto. Nos hemos conmovido muchísimo con sus vidas. Hemos llorado al descubrir cosas de estas personas, a las que hemos sentido cercanas. Les hemos llegado a querer mucho.