Fueron años de liberación sexual y cultural, pero también de la Transición. "Un tiempo fascinante digno de ser vivido y que nos ha traído hasta aquí", sostiene. "Atónitos contemplamos, los que fuimos jóvenes entonces, el discurso de los que, sin disimulo, ahora quieren recorrer aquel camino en sentido inverso, cuando creíamos que era de una sola dirección".
Han pasado tres años desde que publicó ¡De rodillas, Monzón!, su anterior libro autobiográfico. Con este aborda su juventud al tiempo que reflexiona sobre la Transición. ¿Es un libro más político y urgente que el anterior?
En realidad, la idea era hacer uno en continuidad. Es decir, que no es autobiográfico, sino que es la biografía de un colectivo. No me interesa tanto mis "hechos y hazañas", como lo que pasaba alrededor. Es, más que nada, contar la vida conmigo como testigo. Esa es la idea. La España de los setenta, como yo la vi, rodeado de quienes yo viví aquello.
Narrando esos 70, La furia y los colores, reflexiona también sobre nuestra sociedad actual. Dice que hoy nos enfrentamos a una ultraderecha que se ha hartado de disimular y se ha quitado la careta. ¿Cree que en nuestro país los menos demócratas también llevan disfraz de demócrata?
¡Lo llevan puesto desde hace mucho! Ahora lo que pasa es que hay un grupo en el que un sector de la población se ve más reflejado, y se nota. Pero ese grupo siempre ha estado: en el espectro político, Vox es una escisión del Partido Popular. No es una invasión de paracaidistas que han caído del cielo.
Al repetir las elecciones y superar los 50 diputados, Vox ahora puede presentar recursos ante el Tribunal Constitucional contra cualquier ley. Uno de sus objetivos es derogar la Ley de Memoria Histórica. En su libro afirma que la Transición no trajo consigo una reconciliación en estos términos. ¿Es posible hoy esa reconciliación?
No, no es posible porque nunca se ha querido tal cosa. Nunca ha habido reconciliación. Hubo un pacto de no agresión. Pero nada más. Ahí siguen los muertos en las cunetas. Y nos dicen "eso no hay que removerlo". Así que se puede remover la Guerra de la Independencia, pero esto no porque lo llaman "reabrir heridas". Es decir, que para alguna gente, normalizar la situación es reabrir una herida.
Es que nadie tiene problemas, qué sé yo, para decir "mire, aquí hay dos falangistas enterrados asesinados por anarquistas". Pues muy bien, se les desentierra y se les entrega a sus familias. ¿Cuál es el problema? Pues que al revés no es posible ni viable.
Es más, durante mucho tiempo, si uno iba por el campo y encontraba restos humanos, automáticamente eso se cerraba hasta que venía un juez de guardia y levantaba un acta para averiguar de dónde procedían los restos. Y si eran de la Guerra Civil, se quitaba el cierre y se marchaban. Si eran restos anteriores o posteriores, o era un crimen sin resolver, entonces sí tomaban cartas en el asunto. Llegamos hasta este nivel de absurdo.
La furia y los colores también es una reflexión sobre de la cultura de los setenta y la Movida. En Cómo acabar con la contracultura, Jordi Costa sostenía que el PSOE desarmó la reivindicación de la Movida al institucionalizarla. ¿Coincide con esta lectura?
Creo que sí, que algo de eso hubo a través de centros culturales que estaban en barrios y sitios donde prácticamente no se sabía qué hacían. Ahí hubo un afán de controlar las cosas. Yo lo viví muy en primera persona porque soy del barrio de la Prosperidad en Madrid. Y allí había un antiguo edificio que se llamaba Academia Nacional de Mandos José Antonio, donde estudiaban los profesores de gimnasia durante la época de Franco.
Ese edificio se quedó vacío, como otros muchos que había del movimiento. Y entonces se hizo un centro cultural espontáneo que se llamó el Ateneo de la Prospe. Había grupos de música, de fotografía, de teatro, de títeres. Se convirtió en un espacio para la gente de la tercera edad, había comedor... En fin, fue una cosa asombrosa. Había 83 grupos diferentes de actividades para todos los públicos.
Pues bien, esto cuando ganó el PSOE, se cerró. Además, tenían de alcalde a Tierno Galván, que era un hombre muy carismático y muy querido. Es decir, a la sombra de Tierno Galván se podía hacer lo que quisieran, que nadie iba a protestar pensando que la alternativa era peor. El Ateneo de la Prospe lo cerró el Ayuntamiento del PSOE, que entró allí como elefante en cacharrería. Todo porque estaba fuera de su control. Nada más. El poder siempre quiere tener el control de todas las cosas.
Hace escasos días, de hecho, la Policía desalojó el centro social autogestionado La Ingobernable de Madrid. Era un espacio como el que comenta, con muchas actividades culturales. ¿Cree que estos espacios tienen cada vez más difícil la existencia?
Pues depende de la voluntad de la autoridad competente. En este caso, la intransigencia del actual equipo de gobierno definitivamente estaba por aniquilar este tipo de cosas. Hablo del Ayuntamiento de Madrid: hemos visto lo que ha pasado ahí. Ahora nos dicen que esto era una cosa de "señores jetas que habían okupado el edificio".
Lo que no cuentan es que Ana Botella se lo había regalado a unos coleguillas 75 años a cambio del mantenimiento. Es como si te dicen a ti: "te dejo una casa 75 años a cambio de que la limpies". Pero sin alquiler. ¡Es una cosa alucinante! Era un regalo por la cara a unos colegas. Un caso de corrupción más de los... ¿cuántos? Yo estoy aburrido ya de contarlos, porque llevo 14 años en un programa que estamos todo el día denunciando esta basura.
Mientras, le quitaron la protección al edificio y estaban listos para demolerlo. Esta es la actividad que tenían prevista estos señores para la Ingobernable. Prefieren que esté en ruinas antes que alguien esté haciendo allí cualquier tipo de actividad.
En ese sentido, ¿cree que este tipo de políticas cambiarán si existe un pacto de gobierno progresista en nuestro país?
Nuestro país es muy extraño. O sea es un país muy cainita en el sentido del poder. Yo, por ejemplo, tengo un hijo que está en Alemania. Y en Hamburgo este tipo de centros existen con total normalidad y llegan a un pacto con la autoridad competente. La condición es que se hagan unas revisiones periódicas para que se vea que allí no se esté haciendo ninguna actividad ilegal y que el mantenimiento más o menos cumpla un mínimo garante, y ya está. Pero eso pasa allí gobierne la derecha, gobierne la izquierda o gobierne el centro.
Aquí el rollo de destruir la obra del anterior está siempre presente. Quiero decir que cualquier paso que da uno en una dirección, cuatro años después viene otro para revocarlo. Es terrible. Y dentro de esta forma de actuar hay grados de intransigencia. Creo que el actual equipo es el top de lo que la intransigencia puede llegar a dar. Teóricamente deberían mirar por todos, por los que les votan y por los que no.
El pacto se produjo dos días después de las elecciones. Antes de eso, Pedro Sánchez sostenía que no podría dormir presidiendo un Gobierno con Podemos. Hablando de la Transición usted escribe que "el compromiso y la palabra no funciona como aval en esta España democrática". ¿Ha cambiado algo en todos estos años?
Bueno... en principio no. La palabra pierde completamente el valor porque uno puede decir lo que quiera en campaña y luego incumplirlo. De hecho, recuerdo cuando Convergènca dijo que iba a someter su programa electoral ante notario para exigir legalmente el estricto cumplimiento de lo que prometían en campaña [Documento firmado en 2006 que contenía 21 propuestas electorales].
Bueno, pues todo el espectro político alrededor les atacó. Es decir, que esa iniciativa de obligarse a cumplir lo prometido en campaña era un mal ejemplo y sentaba un precedente que los otros partidos no querían. Porque, efectivamente, de lo que se promete en campaña a lo que se hace después hay un abismo. Es más, muchísimas veces se hace exactamente lo contrario. Así que no: la palabra en política no tiene ningún valor y esto está asumido ya por la ciudadanía. No sé muy bien por qué razón.
La corrupción también se ha asumido y esto es exclusivo de este país, pues en el resto de Europa no ocurre. Nosotros con el programa salimos mucho a la calle, preguntamos a la gente por casos concretos. Les decimos: "Pues este señor ha robado", y cualquier ciudadano te contesta: "Sí, pero todos roban".
La opción decente sería decir: "Yo creo en su inocencia y, a pesar de que le han condenado, le voto". Eso es una opción decente guiada por convicciones. Pero ¿votar a alguien a sabiendas de que es un ladrón? ¡Eso es algo exclusivo de España! En otros sitios el corrupto se va a la calle. No esperan un segundo y además lo pagan caro. Aquí la justicia es muy, muy benevolente con la corrupción. Las penas son ridículas y, por supuesto, nadie devuelve lo que ha robado.
Si los jueces se emplearan con la corrupción como se emplean, por ejemplo, con el tema de la independencia, aquí no habría habido corrupción nunca. Pero en cambio lo que hay es una corrupción extendida por todo el país en todos los ámbitos. Y es porque la justicia no ha tomado cartas el asunto. Pero también aquí tendríamos que entrar en las consideraciones de quién nombra a los jueces y dónde los pone.
Tras el acuerdo PSOE - Unidas Podemos había una sensación ambivalente en las izquierdas. Por una parte abunda el disgusto por haber tenido que repetir elecciones y haber permitido la subida de la ultraderecha. Por otra, la esperanza en lo que un Gobierno progresista puede llegar a significar para el país. ¿Cómo lo ve usted?
Bueno, es muy complicado. Y lo que está ocurriendo tras el acuerdo explica muy bien por qué no se hizo antes: porque es prácticamente inviable. La CEOE, los empresarios de este país, se han manifestado en contra. La Conferencia Episcopal se ha manifestado en contra también. Todo el emporio mediático, prácticamente en su totalidad, se manifiesta en contra también salvo contadas excepciones... Es decir, que es un pacto que se vende como legítimo, mientras te bombardean con que es inviable.
Y bueno, ya si escuchamos a grandes figuras del socialismo del pasado como Felipe González o Alfonso Guerra, prácticamente lo venden como inconstitucional y antidemocrático. Me parece que esta gente ha perdido completamente la cabeza y el respeto a sus propios militantes. Porque claro, imagínate los que se han criado creyendo en lo que decían estas personas. Ahora se encuentra con unos personajes...
Recuerdo que Manuel Vázquez Montalbán, que estuvo en el Partido Comunista, cuando era mayor le preguntaron: "¿Y usted por qué sigue militando todavía el Partido Comunista?". Y él dijo: "Pues por respeto al militante de base. Porque hay mucha gente que ha creído en lo que yo he dicho toda mi vida. Ahora no les voy a contar una milonga".
Pues esto en el PSOE también se lo podrían aplicar, pero claro, esto es un nivel de decencia que esta gente, desde luego, no tiene. Porque tú imagínate la gente que se haya hecho socialista educada por las consignas y la ideología que les contaban estos señores. ¿Qué pensarán ahora? Claro, de alguna manera, les han enseñado a hacer una oposición vehemente contra Aznar, pero resulta que están dando charlitas por ahí, pasándoselo estupendo, sentaditos rodeados de altos cargos del Partido Popular. ¿Qué pensará la gente a la que ellos han enseñado a luchar políticamente contra esto? Se encontrarán bastante perdidos, como mínimo.