Con todo, también le ha dado tiempo a escribir Mis fronteras, un libro que publica de la mano de La Caja Books, en el que repasa las experiencias y viajes que ha realizado la última década. Un ejercicio de memoria, autocrítica y reflexión sobre lo que implican las fronteras en una sociedad globalizada. Y también sobre lo que significa el concepto de migrante en pleno siglo XXI.
Su nuevo libro tiene un capítulo por cada letra del abecedario. ¿Su objetivo siempre fue escribir un 'diccionario de fronteras'?
Es una propuesta de la editorial, que lanza cajas en las que compilan tres libros. Y es habitual que en cada caja, uno de los libros sea en formato diccionario. Yo lo único que he hecho es decir que sí, aceptar la propuesta... y utilizarla de terapia. Cuando lo vi en formato libro me di cuenta de lo que había hecho, porque es la típica historia que lo haces pensando más en 'cómo se hace' que en el resultado final. A mí por lo menos me valía así. Pensé: una editorial pequeña, con poca promo y me dije: "Venga, va". Y me puse a escribir sobre lo que había vivido estos años, recordando todo lo que me había aportado.
¿Cómo fue el ejercicio de poner palabras a esos recuerdos? ¿Le supuso algún problema? Vivir las cosas y ponerlas negro sobre blanco son procesos distintos...
No, la verdad que no. Las historias que se leen aquí las había contado muchas veces a mis amigos, a mi familia, a mis hijos... Más o menos sabía qué era lo que recordaba y destacaba de la mayoría de los sitios que había visitado. Hay algunos que tenía muy recientes. Una de las cosas que denota el libro es que tampoco he viajado tanto. Hay muchos capítulos, muchas letras de este diccionario, que se refieren a México, que es un viaje que hice el año pasado y que me impactó mucho.
Creo que durante la escritura del libro solamente busqué el nombre de una aldea de Sudán del Sur y un dato concreto para el capítulo 'negocio', que era un estudio que hizo la fundación porCausa. Es lo único que he buscado. El resto ha sido ver fotos, recordar y hablar con alguno de los compañeros de viaje.
¿No hubo, entonces, ninguna disonancia? Nada que recordase de una forma y hubiese sido de otra.
Mira: el capítulo en el que he tenido más exigencia a la hora de decir 'esto puede que no fuese del todo así' fue el primero. El de la letra 'a' de 'aldea', que fue una propuesta de mi editor. Es un capítulo que habla del lugar donde nacieron mi padre y mi madre. Ahí me fui dando cuenta que en ocasiones la memoria construye recuerdos de forma literaria y a veces no son tal que así.
Pero me gustaba la idea de empezar por ahí porque esto iba de fronteras y migraciones. Y para mí, la primera frontera entre dos mundos que conocí era la que separaba mi ciudad de mi aldea. También fue donde conocí a los primeros migrantes. En el fondo explica mucho mi interés por las vidas de los migrantes.
Mis fronteras viene a defender que, si tiramos del hilo, todos somos migrantes. ¿Cree que eso está socialmente aceptado, u olvidamos muy pronto nuestra historia reciente?
Yo creo que el concepto de migrante actual está tan relacionado con la internacionalidad que se ha diluido el de migrante interno. Pero alguien que se moviese Extremadura a Cataluña en los años 50, probablemente se moviese a un mundo tan distinto como el que ahora mismo se traslada de Marruecos a España. Pero como el idioma era el mismo y, sobre todo, el color de piel era el mismo, pues parece que no somos tan migrantes como ellos.
En ese sentido, para lo que nos da la gana nos reconocemos como migrantes y para los que no nos interesa, no lo hacemos. No nos interesa porque significa reconocer al otro los mismos derechos que deberíamos tener o tenemos nosotros. Y que en su momento nos gustó que a nuestros abuelos, tíos o padres, se les reconociesen cuando migraron a otro lugar.
Al final, la historia de cada uno se adapta a los argumentos que queramos tener. Yo creo que sí, que nos hemos olvidado que todos somos migrantes. Hago el ejercicio en el libro de poner que, joder, no hace tanto tiempo España fue un país origen de las migraciones. Muchas de las historias que escuchamos hoy sobre migrantes hace 50 años las protagonizábamos españoles.
Ha apuntado algo que se trata en su libro: que a los españoles que migraban, por ejemplo, a Buenos Aires, no se les trataba con tanto racismo porque tenían el mismo color de piel que un argentino. ¿Hasta qué punto en España el color de piel sigue marcando una diferencia de trato?
Sin que España sea un país especialmente xenófobo ni racista, que aquí son actitudes minoritarias, sí creo que aquí ha calado más la aporofobia: el odio y rechazo a la pobreza. Ese es el problema.
Este fin de semana leí en el Faro de Vigo: "Reyerta entre rumanos en un mercado de Vilagarcía de Arousa". ¡Es acojonante que se sigan escribiendo titulares así! Yo recuerdo cuando llegué a Madrid que la lógica de 'la parte por el todo' funcionaba para afirmar que "todos los rumanos piden en los semáforos". Pero luego todo el mundo te recomendaba que llamases a alguien rumano para que te limpiase la casa o te arreglase cualquier problema de fontanería. Entonces la frase cambiaba y era "los rumanos son muy trabajadores y entienden muy bien el español". Esa frase la he escuchado mil veces.
Al final es una cuestión de rechazo a la pobreza. ¿Por qué? Porque cuando tienes miedo a perder algo, porque hay escasez de ese algo... A quien le tienes miedo realmente es a quien tienen más necesidad que tú, que suele ser el pobre.
Recuerdo que en El Intermedio hicimos una vez un experimento en el que una persona negra vestida de piloto de avión en medio de la calle Arenal se ponía a pedir un teléfono para poder hacer una llamada. No hubo problemas: la gente le dejaba el teléfono. A esa persona la vestimos de mendigo y ¡ni Dios le hacía caso! Así que no, no creo que sea un problema de color de piel.
Europa, que fue el siglo pasado un continente de migrantes, ha visto crecer en este siglo un sentimiento reaccionario contra la inmigración. ¿Por qué cree ha ocurrido esto?
Europa tiene muchas aristas. En Europa del Este, que probablemente es la parte donde menos migración hay, es donde más ha crecido el miedo al migrante. ¿Por qué? Porque es más fácil inculcar el miedo respecto a algo que no se conoce.
John Carlin me contaba, hablando del Brexit, que este había ganado adeptos sobre todo en los pueblos de interior. La gente mayor de la campiña era justamente la que menos trato había tenido con migrantes. Pero era dónde más miedo se le tenía al concepto. Carlin me decía: "En Londres el Brexit no ganará en la puta vida. ¡Tenemos un alcalde que es hijo de un paquistaní! Aquí no le tenemos miedo al migrante porque convivimos con él y porque casi todos somos migrantes".
El problema son los partidos políticos que han visto un rédito en el discurso del miedo al migrante, y saben que hay una población en la que prende ese discurso. Y que esa población vive donde no hay migración.
En Madrid, como en Londres, no existe problema. Lo que sí hay es una minoría que los rechaza y hace mucho ruido, pero esta ciudad se ha levantado en los últimos treinta años gracias a las personas migrantes.
Yo creo que no hay tanto racismo y xenofobia como se nos hace ver, pero sí que se le da mucha cabida en los medios o mucho altavoz a las posturas que sí defienden devolverlos, cerrarles las puertas a las personas de otros países. Probablemente porque llamen la atención en un principio, pero como le acabas dando voz a ciertos argumentos que repetidos una y otra vez en base a medias verdades, pues prenden fácilmente. Pero no me gusta tampoco ser alarmista, porque creo que no se ajusta a la realidad. Creo que España es de los países menos racistas de Europa.
Esas medias verdades a veces son directamente falsedades contra las que es complicado defenderse, como las subvenciones a los migrantes o la asociación de delincuencia e inmigración, que el mismo Abascal hizo en el debate electoral. ¿Cómo se combaten estos discursos?
Quien compra un discurso así es porque quiere comprarlo. Eso lo primero. Muchas veces me he encontrado con ese discurso haciendo reportajes. Hay una pregunta que para mí lo desmonta. A cualquiera que te diga que "cobran 600 euros por no hacer nada". Yo les digo primero: "¿Lo puede demostrar? ¿Conoce a alguien que cobre eso? ¿No? Vaya por Dios".
Y la segunda pregunta es: "Bueno, demos por cierto que los migrantes cobran una ayuda. ¿Usted qué prefiere, que un migrante cobre una ayuda o que tenga que robar?". Porque nadie va a quedarse en la calle sin comer y de brazos cruzados. Evitar la exclusión hoy significa evitar los conflictos mañana. Eso por un lado.
Por otra parte, la frase esa es el típico mantra que se repite a lo loco. "Vienen a utilizar nuestra sanidad", por ejemplo. Eso lo escuchamos el otro día del defensor del pueblo catalán sobre el resto de españoles para justificar el estado de la sanidad catalana. Hay frases que sirven tanto para un blanco de Oregón respecto a un mexicano como para un catalán respecto a un andaluz. Son mantras que se repiten porque creo que nadie ha hecho un esfuerzo real de desmentirlos. Y quien quiere creérselas, se las cree a pies juntillas. Y las repite y ya no hay forma de que tú le puedas convencer de lo contrario.
Sobre eso escribe usted: "Como un crimen que es, las razones del racismo deben buscarse siguiendo la pista del dinero". ¿A qué se refiere exactamente?
A que asociar la inmigración a la delincuencia, por ejemplo, es algo de lo que se nos podría culpar a nosotros, a los medios de comunicación y eso genera un estado de opinión. Y ahí sí que hay un peligro, porque si ya lo dicen en la tele...
Y luego que es gente que no tiene cómo defenderse. Es fácil atacar a alguien que no puede defenderse. No tienen altavoces, no tienen organizaciones fuertes que les defiendan. No tienen los medios. ¿Cómo se defienden? Con uñas y dientes. ¿Cómo se sienten? Rechazados. ¿Qué cara le pones a alguien que te mira mal? Pues mala cara, evidentemente.
Lo que sí que creo que es intencionado es generar ciertos conflictos, porque de esos conflictos hay gente que vive de puta madre: medios de comunicación, partidos políticos y empresas de seguridad... Ahí sí hay un porqué.
Ese estado de opinión puede llevar a actos realmente graves. La semana pasada alguien arrojó una granada el centro de menores del barrio madrileño de Hortaleza...
No he visto a nadie que haya ido a decirle a Abascal si se considera responsable de lo que sucedió, porque el centro de Hortaleza no lo conocía ni Dios hasta que él lo nombró en un debate electoral ¡No lo conocía nadie! Probablemente no lo conocía ni mucha gente de Hortaleza.
Al día siguiente había cámaras de televisión grabando en ese centro. Al día siguiente los menores que estaban ahí dentro ya estaban criminalizados. Pero hasta que Abascal sale y lo dice, a nadie le interesó. Ningún medio de comunicación consideró que eso era noticia. Cuando eso lo tienes en los medios de comunicación día sí, día también, y resulta que estás tarado y tienes acceso a una granada... pues acaban pasando estas cosas.
¿Esos medios han ido a preguntarle a Abascal? Yo no lo he visto. Si estoy equivocado, dímelo, pero yo no he visto que alguien le ponga el micro y le diga: "Oiga, ¿usted se siente responsable de esto que ha pasado?".
Tampoco he visto que nadie, desde los medios de comunicación, haya entonado el mea culpa y haya reconocido que igual le dieron demasiada importancia a la frase de un tarado. Porque decir eso en un debate electoral no es de una persona que esté en sus cabales [El líder de Vox mencionó el centro acompañado de un dato falso que se desmintió en este periódico].
Aquí responsabilidad tenemos todos. Probablemente, el que menos responsabilidad tenga es el que tiró la granada, porque ya el hecho habla bastante de su integridad mental. Pero ¿qué culpa tienen esos chavales? ¿Qué culpa tienen los profesores que están en ese centro? ¿Qué culpa tienen otros menores tutelados no migrantes que viven ahí? Porque la gente piensa que en esos centros solo hay inmigrantes, pues no: en esos centros viven menores españoles que no tienen familia y están tutelados por la comunidad. A esos también les pudo haber explotado la granada encima.
No estamos jugando con las pelotas de goma, estamos jugando con fuego. Y la historia nos ha dado ya bastantes ejemplos de que generar diferencias entre diferentes no lleva a ningún buen sitio. Lleva al beneficio de muy pocas personas. Ahora: esa poca gente lo hace de puta madre. E insisto en quiénes son: partidos políticos, medios de comunicación y empresas de seguridad. En ese tridente está el interés por hacer al migrante tan peligroso.
Es otra de las reflexiones que se extrae de su libro: hay una responsabilidad sobre cómo utilizamos el lenguaje para comunicar este tipo de hechos. Usted escribe sobre los 'mena' y cómo deshumaniza el mero vocablo. ¿Estamos comunicando de forma responsable esto?
Cuando hicimos el Salvados de menas, ningún mena sabía lo que significa la palabra. Cojonudo: eso me parece súpersignificativo. No hay mayor símbolo de exclusión que no saber cómo te llama la sociedad de un país al que acabas de llegar. En la terminología está el primer acercamiento a un concepto. Y no es baladí. No es casual ni gratuito que a esos chavales se les llame menas, o que a los negros de sur del Sáhara se les llame subsaharianos o indocumentados.
Es muy fácil poner esas etiquetas básicamente porque deshumaniza. Y entonces el proceso lógico es el siguiente: cuando tú deshumanizas a alguien, no consideras como agresivo hacia su humanidad lo que les pase. Cuando no consideras humano a algo, no te importa que se hunda en el fondo del mar. No ves a una madre llorando, no ves a un hijo huérfano.
Y otra cosa a la que nos hemos acostumbrado es que aunque les llamemos migrantes, que me parece el nombre más acertado para sus circunstancias, siempre les vemos en las mismas situaciones. Cuando tú ves a un migrante siempre es encima de una valla o dentro de una patera, o pasando hambre, o llorando, o herido... La sensación general es que esas personas han nacido sufriendo. Y como nacen sufriendo, parece que los avatares negativos de la vida como que les golpean menos. ¿Sabes?
Parece que perder un hijo les duele menos a ellos de lo que nos podría doler a nosotros. Que tener que abandonar su casa es menos traumático para ellos de lo que debería ser para nosotros. La terminología hace que no veamos esa capacidad de padecer, de sufrir o de ilusionarse que podamos reconocer en nosotros mismos. Y una vez marcada esa diferencia, todas las demás vienen dadas.
¿Con este libro lo que intenta es que se maneje otra terminología?
No tengo pretensiones, lo digo de verdad. Y creo que convencer a un racista es muy complicado. No lo pretendo: yo pongo mi experiencia negro sobre blanco y ya está. Creo que intentar convencer a alguien de que está equivocado es una mala forma de empezar, porque ya le estás diciendo: "Tú te equivocas y yo te voy a decir lo que es correcto".
Quien quiera leerlo, que lo lea. Quien no... Simplemente hablo de que a mí vivir las experiencias que cuento en el libro me ha aportado cosas que considero positivas. Las pongo ahí. Si alguien las quiere pillar bien. Y si no, no. Con convencer a mis hijos de que todos somos iguales, me vale. Cada uno tiene que ir haciendo ese trabajo en su pequeño círculo, y si esos círculos se van expandiendo...
No creo que esta labor se tenga que hacer a lo grande. No creo que haya que hacerlo con un cartel en Cibeles que ponga Refugees Welcome. ¡Recíbelos, joder! Deja de carteles y recíbelos de verdad, no los tengas en la calle. Porque ahí es donde el discurso racista empieza a andar.