Corría el año 2020 y Lordstown era una empresa de moda. Preparaba su salida a Bolsa con un modelo de compañía enfocada en la fabricación de automóviles eléctricos. Un rival para Tesla. Todo el mundo se fijaba en ella y hasta Donald Trump recibía a la cúpula del fabricante en la Casa Blanca. El grupo defendía que había recibido, antes de debutar en el mercado, 38.000 pedidos de su vehículo eléctrico. Tres años después, la empresa se declaraba en bancarrota. Apenas había vendido 40 automóviles y sus cuentas ya no resistían.