Al otro lado del Océano Atlántico existe un desierto sindical. Es Estados Unidos. El país del presidente Donald Trump figura entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con menor tasa de sindicalización. Apenas un 10% de los estadounidenses están afiliados a un sindicato. Aunque en el sector público la proporción de trabajadores sindicados supera por poco el 30%, en el sector privado el porcentaje se encuentran por debajo del 10%. La evolución de esos porcentajes apunta a la baja.
Este contexto, sin embargo, parece propicio para un tipo de lucha sindical, probablemente una de las más radicales: la de los sindicatos autogestionarios, un tipo de organización de trabajadores de inspiración "revolucionaria".