Setenta años después de la creación del Consejo de Europa, un libro recoge 30 testimonios que abarcan siete décadas de trabajo por la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos y por el que desfilan los "padres" de la organización y otros protagonistas de su historia.
"Artesanos de Europa. 30 testimonios para 70 años de historia" comienza con los recuerdos del funcionario francés Félix Kappler sobre la primera reunión del Comité de Ministros de la organización, que abrió el responsable francés de Exteriores, Robert Schuman, el 8 de agosto de 1949 en esta ciudad.
Si ahora son 47 Estados miembros, entonces sólo lo componían 10: Bélgica, Dinamarca, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Suecia y Reino Unido.
A escasos metros, en la plaza Kleber, donde cinco años atrás ondeaban banderas nazis, pronunció cuatro días después un discurso en francés el primer ministro británico, Winston Churchill, presente en las reuniones de la Asamblea Consultiva.
"No hay razón alguna para no alcanzar el objetivo y establecer la estructura de esta Europa unida en la que las concepciones morales podrán recoger el respeto y el reconocimiento de la humanidad", dijo Churchill ante un público enfervorizado.
La imagen de Churchill haciendo la "V" de victoria es la portada del libro de testimonios, recogidos por el también funcionario Denis Huber.
Cuenta Kappler cómo aquella reunión "fue un reto inmenso: Estrasburgo era entonces una ciudad de provincias todavía magullada por la guerra, que acogió a numerosos refugiados (...) y donde la búsqueda de alojamientos se convirtió en una misión casi imposible".
Sobre el discurso de Churchill, Kappler recuerda que "no fueron menos de 25.000 los que respondieron a la invitación del Movimiento Europeo para aclamar, en una ciudad engalanada, al "padre" del Consejo de Europa.
Bruno Haller, director de gabinete del secretario general entre 1984 y 1989, Marcelino Oreja, explica cómo se hizo realidad el artículo que le dedicó el diario International Herald Tribune: "Oreja, el pequeño hombre con una montaña que escalar".
"Apenas instalado en Estrasburgo, se lanzó a la conquista de la mayoría de las cumbres de los Vosgos". Y añade: "Era un caminante infatigable y hacia a pie la ida y vuelta entre su residencia y el Consejo siempre que era posible". Unos 5 kilómetros diarios.
El único testimonio español es el de Jan Malinowski, secretario ejecutivo del Comité Europeo de Derechos Sociales, que recuerda que los padres fundadores integraron en el Estatuto de 1949 el progreso social, "como uno de los objetivos de la organización".
Huber asegura a Efe que, tras 70 años de existencia, había que contar con algunos recuerdos escritos que pueden desaparecer pronto y "queríamos destacar la dimensión humana del Consejo de Europa frente a los que hablan de organización cerrada y sin alma".
El coordinador del libro destaca el testimonio del jefe de Gabinete de la presidenta de la Asamblea, Mark Neville, quien habla de los castigos físicos "propinados con sadismo" en un colegio inglés a finales de los años 60, por llegar tarde o no acabar su comida.
Huber dice que "dos décadas después, el niño es un joven jurista que se encuentra en Estrasburgo con decenas de denuncias contra el Reino Unido por los castigos físicos". Gracias al Consejo de Europa y a la Comisión Europea de Derechos Humanos, hoy están prohibidos.
Cita lo dicho por el exembajador soviético en Estrasburgo Alexandre Orlov, que, como joven diplomático, efectuó una visita secreta en 1987 a la sede alsaciana de Adidas, que acabó siendo el primer contacto entre su país y el Consejo de Europa.
El telegrama que envió a sus superiores tuvo una respuesta rápida del presidente, Mijail Gorbachov: "Hay que desarrollar los contactos con esta organización". Dos años después, el líder soviético realizó un discurso histórico ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo.
De la reunión de 1949 a la reconstitución de la misma sala hecha esta semana, se han mantenido los ceniceros (hoy inconcebibles) y las jarras de agua, y aparece una mujer, la embajadora de Noruega, cuando en la primera instantánea sólo había hombres.
Javier Aguilar