El nivel de depresión con el que las bases demócratas estaban afrontando las elecciones de Estado Unidos puede medirse con una cifra. Después de saberse que Joe Biden se rendía a la evidencia y de que apoyaba a su vicepresidenta, Kamala Harris, para ser la candidata demócrata, la campaña de esta última recibió 50 millones de dólares sólo durante el domingo, 81 millones en las 24 horas siguientes. Fue una explosión de júbilo traducida en aportaciones de 880.000 votantes demócratas que de repente han descubierto que existe una posibilidad real de ganar en noviembre.
Unas horas antes de que Biden tirara la toalla, una encuesta del diario Detroit Free Press dejaba claro por qué esa decisión era condición necesaria, pero no suficiente por sí misma, para que los demócratas puedan impedir el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El sondeo daba siete puntos de ventaja (49%-42%) al republicano en el Estado de Michigan, uno de los que los demócratas no se pueden permitir perder. Allí Biden ganó por 2,8 puntos en 2020.
Como ejemplo del hundimiento de Biden, preveía una ventaja pequeña de Trump en Detroit y su área metropolitana, donde el presidente había ganado por catorce puntos de diferencia hace cuatro años.
Es sólo un sondeo. Lo malo para los demócratas es que la mayoría de ellos ofrece cifras no muy diferentes. Además de un dato que puede aumentar sus preocupaciones: los porcentajes no arrojan una conclusión clara cuando una encuesta enfrenta directamente a Harris contra Trump. Son mejores que los de Biden en algunos estados decisivos, pero peores en otros. Es alentador para ella que sus números sean algo mejores que los del presidente entre jóvenes, mujeres y negros, colectivos a los que los demócratas deben movilizar. Ocurre lo contrario con los hombres blancos de clase trabajadora o sin estudios universitarios, donde al menos debería intentar reducir la clara ventaja con que cuenta Trump.
En cualquier caso, se necesita más tiempo, al menos dos semanas, para que sucesivas encuestas ofrezcan una conclusión más clara sobre las posibilidades de la vicepresidenta en las urnas.
La misión ha pasado de ser imposible a ser viable. Sólo ya eso es motivo de euforia entre los demócratas. "Ya era hora. Aún está difícil, pero existe una posibilidad”, dijo a Politico Paul Maslin, un veterano consultor de candidatos demócratas. “Ella (Kamala Harris) tiene que evitar cometer un gran error. Desde luego, cometerá errores menores. Pero tiene que irle bien en las próximas tres semanas. Y podemos empezar a trabajar desde ese punto”.
No es suficiente con que Harris, de 59 años, demuestre que su estado de salud es bueno o que puede hablar de forma inteligible y con la energía de la que carece Biden. Tendrá que ganarse el puesto.
Harris abraza a Biden en un balcón de la Casa Blanca en las festividades del 4 de julio.Los antecedentes de la carrera política de Harris no invitan al optimismo. Fue elegida dos veces fiscal general, donde dirigió una plantilla de 5.000 abogados. La primera vez en 2010 por los pelos en un lugar como California propicio para los demócratas. Los otros candidatos de su partido obtuvieron entre el 50% y el 55%. Ella se quedó en el 46% con 4.442.781 votos, sólo 74.157 más que su adversario republicano.
Como fiscal, sus políticas de mano dura contra el crimen no le granjearon un gran apoyo en la comunidad afroamericana, que considera que el sistema de justicia penal discrimina a los negros. Al final, consiguió decepcionar tanto al sector más progresista del partido como a los poderosos y reaccionarios sindicatos policiales. Aun así, le fue suficiente para ser elegida senadora en 2016.
Su participación en las siguientes primarias demócratas para la presidencia, que inició sólo dos años después de llegar al Senado, fue breve y decepcionante. De hecho, estaba acabada antes de que comenzara 2020. Tuvo que retirarse con un apoyo ínfimo en los sondeos antes del inicio de la campaña con los caucus de Iowa.
Como vicepresidenta de Biden, nunca pudo imprimir su propio sello e ideas en la Casa Blanca, que es algo que por otro lado se dice de la mayoría de los vicepresidentes. Su primer año en el puesto culminó con una serie de reportajes de contenido negativo. Biden le encargó que fuera durante un tiempo la voz de su Gobierno en los asuntos de inmigración, un regalo envenenado. Es una crisis permanente sin soluciones fáciles y con la oposición republicana defendiendo las opciones más radicales e intransigentes.
Un viaje de Harris a Guatemala en 2021 resumió tanto los obstáculos como los errores. En una rueda de prensa, reclamó a los que estaban pensando en viajar a México para poder cruzar la frontera con EEUU que renunciaran a su propósito. Era poco probable que le fueran a hacer caso ni que para ellos fuera una novedad que les advirtiera de que se trataría de “un viaje extremadamente peligroso”.
La congresista demócrata Alexandra Ocasio-Cortez calificó sus palabras de decepcionantes y apuntó a la responsabilidad de la política exterior de su país: “EEUU ha pasado décadas contribuyendo a los cambios de régimen y la desestabilización de Latinoamérica. No podemos ayudar a prender fuego a la casa de alguien y luego acusarle por intentar huir de allí”.
Fue diferente con la respuesta contra la sentencia del Tribunal Supremo que restringió severamente el derecho al aborto. Harris era una portavoz creíble en esa causa y la defendió con energía y convicción en viajes por todo el país. Esa movilización fue uno de los factores que explicaron el buen resultado de los demócratas en las elecciones al Congreso de 2022, en las que inicialmente parecían condenados a una derrota y a perder el control del Senado. Favoreció la movilización del voto de las mujeres y jóvenes y permitió la derrota de candidatos republicanos de ideas fundamentalistas.
Trump teme que el aborto vuelva a ser esencial en la estrategia demócrata. Por eso, en la convención republicana se ocupó de eliminar del programa del partido las referencias a la prohibición nacional del aborto. Cuanto menos se hable del tema, mejor para sus intereses.
La campaña de Donald Trump estaba preparada para hacer frente a Biden y creía tenerlo bajo control. Trump personalmente lo deseaba, porque estaba el elemento de desquite tras la derrota de 2020 que nunca reconoció. Contar con un rival mayor que él hacía que su propia edad, 78 años, no fuera un factor tan relevante. “Trump quería enfrentarse a Biden”, ha dicho en CNN Alyssa Farah Griffin, que fue directora de Comunicaciones de la Casa Blanca en el primer mandato de Trump. “El equipo (de Trump) en Palm Beach está realmente nervioso. Lo habían preparado todo en torno a Joe Biden, y Kamala Harris plantea elementos increíbles de incertidumbre”.
Los republicanos no han tardado en reaccionar. En primer lugar, acusan a Harris y a los demócratas de haber ocultado el auténtico estado de salud de Biden, aunque si fuera así, ellos habrían sido los más perjudicados. También han comenzado a resaltar que la vicepresidenta es mucho más de izquierdas que Biden, lo que es dudoso. Harris ha sido siempre una política cautelosa y pragmática a la que es fácil incluir en el sector centrista del partido.
Este lunes, los conservadores recurrieron a un artículo de The New York Times cuyo titular les venía muy bien al contar que las ideas económicas de Harris son más progresistas que las del presidente por estar a favor de impuestos más altos para los ricos y más inversión en vivienda. Para los republicanos, eso significa “hipotecas más altas, más inflación y menos oportunidades económicas”.
En el escenario brutal que es la política norteamericana, a corto plazo tendrán más peso los ataques personales que las críticas ideológicas. En las redes sociales, ya se ha comenzado a apreciar. La línea maestra promovida por las cuentas más populares de la ultraderecha digital es denunciar a Harris como un producto de la discriminación positiva que ha prosperado en política gracias al apoyo de hombres poderosos. Los contenidos de índole racista o sexista ya están disponibles para satisfacer los prejuicios de su público.
Hay razones para creer que Harris lo tendría complicado para ganar unas primarias demócratas con su duración habitual contra varios de los actuales gobernadores de su partido, como los de Michigan, California o Pennsylvania. Por quedar tan poco tiempo, ese proceso es inviable a estas alturas y varios de esos dirigentes ya han anunciado que apoyan a la vicepresidenta.
La política a veces consiste en estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Ahí estaba Harris cuando Biden necesitaba una mujer negra para dar imagen de diversidad a la candidatura encabezada por un anciano de raza blanca de cerca de 80 años en 2020.
Ahora Harris está en la mejor posición posible porque es la vicepresidenta cuando ha habido que descabalgar al presidente a sólo 105 días de las elecciones por su deterioro físico y mental. Harris tiene la tarea de triunfar ahí donde fracasó Hillary Clinton en 2016. No le servirá con limitarse a anunciar que Trump es peor que ella. Para cerca de la mitad del país, Trump es peor que la peste negra. Necesita aportar algo que tiene que ver con su discurso y su imagen.
Tendrá que convencerles de algo que siempre es difícil en política, hacerles ver que tiene un proyecto para el futuro de su país y que puede ilusionar con él a sus compatriotas. Deberá hacer por tanto la mejor campaña de su vida.