El director del podcast Epidemia Ultra lleva años analizando la evolución del apoyo al partido de extrema derecha alemán y explica por qué los resultados de las elecciones en Turingia y Sajonia suponen un terremoto político en el país
Los resultados históricos de la ultraderecha alemana dejan al gobierno de Scholz contra las cuerdas
Si a Franco Delle Donne (Buenos Aires, 1983) le hubiesen dicho cuando llegó a Alemania que un partido de extrema derecha podía ganar unas elecciones regionales hubiera contestado “imposible”.
Catorce años después, tras haber escrito un libro, Factor AfD (Libros.com), y haber lanzado el proyecto y el podcast Epidemia Ultra del que es director, Delle Donne explica cómo Alternativa por Alemania lo ha conseguido, ganando el domingo la primera plaza en los comicios de Turingia y quedando por muy poco segundo en Sajonia. Y cree que la responsabilidad hay que buscarla no solo en el descontento del este tras la reunificación sino en el desgaste de los otros partidos tras muchos años de gobiernos de “gran coalición”.
Sajonia y Turingia son estados pequeños, unos seis millones de habitantes en total. Alguien podría pensar que se está exagerando la importancia de los resultados del domingo. ¿Por qué, sin embargo, las del domingo y las próximas elecciones en Brandemburgo no son solo unas elecciones regionales más?
Si lo vemos desde ese punto de vista o del PIB que aportan, no tendrían mucha importancia. La importancia la tienen desde el punto de vista simbólico. Es la primera vez que la derecha radical obtiene el primer lugar en Alemania [en unas elecciones regionales]. Eso nunca había pasado. No solamente eso. El candidato que obtuvo ese primer lugar en Turingia es Björn Höcke, que no es cualquier líder de Alternativa , sino el más radicalizado, conocido por sus declaraciones racistas y xenófobas. Una persona que domina ese arte comunicacional que tienen las derechas radicales para esconder sus mensajes antidemocráticos en unos giros del lenguaje que les permiten expresarlos y argumentar que están ejerciendo su libertad de expresión.
Lo que pasó el domingo es muy importante también por la coyuntura actual: tenemos un gobierno federal –el tripartido entre socialdemócratas, verdes y liberales– con una popularidad muy baja, de las más bajas desde que se mide ese dato. Y las elecciones en Turingia y Sajonia han sido una verdadera catástrofe para los tres partidos.
Mencionaba a Björn Höcke. ¿Cómo ha conseguido hacerse con el partido y de qué manera su liderazgo ha contribuido a los resultados de este domingo?
Es una figura muy particular. Es muy llamativo porque tal vez la diferencia de AfD respecto a otros partidos de este tipo es que no tiene un líder mesiánico reconocido, como pueden ser Marine Le Pen, Viktor Orban o Geert Wilders. Siempre han tenido diferentes líderes que de hecho han caído en desgracia, cambiando liderazgo tres o cuatro veces en diez años. Y este líder, Höcke, es una persona que ha estado desde el principio presente, con un perfil relativamente bajo y fue tomando protagonismo en el partido poco a poco, con alguna de estas salidas de tono como las críticas al monumento al Holocausto, diciendo cosas racistas, brutalmente racistas.
Ha ganado espacio en el partido a medida que se radicalizaba…
Exactamente. Y lo interesante es que él ganó mucho poder dentro del partido, construyendo una estructura que se llama, o que se llamaba porque ya no existe como tal, “el ala”, der Flügel en alemán, que era un sector del partido con mayor pertenencia en el este del país y que agrupaba a los elementos más radicalizados, gente que en su momento había militado en formaciones neonazis. Él era el líder de eso, pero nunca se proponía como líder del partido. Cada vez que había un congreso del partido, él no estaba ahí como candidato, pero él decidía con los votos del “ala”, que eran de los más movilizados y los más activos dentro de la formación. Fue una especie de líder en la sombra.
El líder de AfD ese arte que tienen las derechas radicales para esconder sus mensajes antidemocráticos en giros del lenguaje que les permiten expresarlos y argumentar que ejercen su libertad de expresión.
Por otra parte, de cara a los medios, si bien en algún momento intentaba aparecer en los medios tradicionales, esto se fue haciendo cada vez más esporádico. No suele dar entrevistas y utiliza la táctica de victimizarse. Además, cuando le preguntan algo que le incomoda, tiene mucha dificultad para salir del paso. En algún debate televisivo se le vio bastante nervioso y mal preparado. Ahí es donde vemos ese problema que siempre existe en esa derecha radical: no tienen un programa de gobierno. Posiblemente no quieran gobernar, les sirve más estar en esa oposición que señala con el dedo, acumulando poder poco a poco desde ese lugar de no responsabilidad.
Höcke ha sido condenado por usar lemas nazis, hay investigaciones importantes sobre otros miembros del partido y la agencia de inteligencia BfV mantiene al partido bajo observación por sospecha de extremismo. Pero no parece que los problemas judiciales hayan afectado mucho a la formación…
Desde el punto de vista de la opinión pública, ese tipo de situaciones judiciales –que no son pocas y que no son menores porque en algunos casos son cuestiones graves– terminan por reforzar las creencias preexistentes. Los que consideran a AfD un peligro si ya pensaban mal van a pensar peor. Y la gente que les apoyan y tiene esta cercanía a los marcos típicos de la victimización (“persiguen a AfD con todo el poder del estado porque están en contra del único partido que representa los intereses del pueblo”) seguirá reforzándose en esas ideas.
Usted se preguntará: ¿y cómo crece en votos si la división está tan clara? Por ejemplo, volviendo al este, en el medio está un sector donde hay una frustración importante, un descontento por cuestiones de desigualdad, una desigualdad que puede ser material, pero también simbólica. Y allí es donde AfD o el partido de Sahra Wagenknecht se proponen para representar esa voz de los “no escuchados”.
En el este está también la cuestión del miedo, que se transforma luego en odio. No solamente miedo a un ataque como el que hubo hace unos días en Solingen, que termina por activar también algunos votos, en una cuestión más de islamofobia. Es también el miedo a perder el statu quo, un miedo material. No necesariamente a caer en la pobreza sino cosas como “me voy a quedar sin estas vacaciones en Mallorca que yo siempre hacía”. Las cuestiones judiciales de AfD se desvanecen en este tipo de pensamiento, pasan a ocupar un lugar ínfimo.
AfD tiene una trayectoria peculiar. Fue fundado por un exmiembro de la CDU, que llevaba más de tres décadas en el partido, junto a un grupo de economistas que no estaban conformes con los rescates en la eurozona, y luego se convirtió en la formación ultraderechista de ahora. ¿Cómo ocurrió esa transición?
Fue un cambio gradual. Un punto de inflexión fueron las elecciones de 2014, también en Sajonia, Turingia y Brandemburgo. AfD sacó alrededor del 10% con una temática bastante llamativa para ese momento que era que había que “cuidar las fronteras por la inseguridad que viene desde Polonia”. Vieron que ganaban votos. Y la discusión que venía del euroescepticismo neoliberal empieza a transformarse en un discurso de mano dura, más conservador. Y llega la crisis de los refugiados, otro punto de inflexión porque toman el tema migratorio como propio. Era el momento de la bienvenida de los refugiados, del “podemos hacerlo” de la propia Angela Merkel, y ellos en cambio se adueñan del tema desde la típica perspectiva de partido de derecha radical.
Todos los partidos decían que había que respetar los tratados europeos y que había que aceptar a esta gente. Pero hubo un caos muy profundo en las administraciones locales porque se le complicó mucho a los alcaldes hacerse cargo de tanta gente. Había pueblos muy pequeños con una cantidad demasiado grande de refugiados. Y ahí es donde AfD empieza a meterse porque ve que puede obtener un poco de rédito electoral. Empieza a profundizar en un discurso más radical, con los componentes típicos de autoritarismo, del nativismo.
Las elecciones en Turingia y Sajonia han sido una verdadera catástrofe para los tres partidos de la coalición de Gobierno
Siempre hubo en Alemania formaciones de extrema derecha e incluso neonazis pero hasta ahora residuales…
Una de las cosas fundamentales es la comunicación. Esos partidos no tenían la diversidad de redes sociales, la diversidad de medios de comunicación, de sus propios medios de comunicación en internet, para poder acceder a esos públicos y comunicar sin filtro.
También había una incapacidad de estas formaciones. Porque hace falta una organización política, y más en aquella época, que funcione y que se movilice. Y luego estaba la estrategia de los partidos políticos mayoritarios que, en aquel momento, tenía un apoyo, un prestigio y una legitimidad muchos mayores que ahora.
Cuando apareció el Partido de los Republicanos, en los 80, un partido que tenía el lema de Donald Trump, “Alemania primero”, ¿qué hizo la CDU? Fue decir “a ver, ¿por qué a este partido le va bien? Porque habla de la inmigración que viene de los Balcanes. ¿Qué hay que hacer? Hay que limitar un poco la llegada de refugiados. Tenemos que cambiar tal ley para que esto no sea tan sencillo”. Y lo que hacían ya entonces era incorporar y absorber la agenda política de este partido y neutralizarla con alguna medida concreta.
¿En qué medida, teniendo en cuenta lo que acaba de decir, los demás partidos han contribuido al crecimiento de la extrema derecha?
Esto que acabo de decir es la estrategia que llevan adelante en los 80, los 90. Se llama “incorporación”. Incorporar la agenda e integrarla en la propia. Intentaron repetirla con AfD y ya no funcionó. Lo que en algún momento en los 80 fue remedio se ha transformado en un veneno.
El propio líder de la CSU [los conservadores de Baviera], Markus Söder quiso seguir la misma estrategia en 2018, proponiendo poner crucifijos en los lugares públicos “para que el islam no nos conquiste”. Terminó por sacar el peor resultado del partido en su historia y reconociendo en una entrevista posterior que fue un error haber aplicado esa estrategia en lugar de tenerla de los valores propios.
Pero no hablo solo de la centroderecha, también los liberales lo han hecho. Y los socialdemócratas, con algunas decisiones, terminan tratando de satisfacer ese impulso. Finalmente lo que acaban haciendo es demostrar a la opinión pública que AfD tenía razón. Como ha pasado tras el ataque de Solingen, tras el cual han empezado a retomar las deportaciones de refugiados a Afganistán.
Luego está otro punto: la construcción de un sistema que ha profundizado ciertas desigualdades y eso ha fortalecido el miedo del que hablaba antes, de perder el statu quo. Y esto también ha sido un producto de los partidos que, en conjunto o en separado, han gobernado durante mucho tiempo.
¿El hecho de haber tenido una “gran coalición” durante tanto tiempo ha contribuido a esto?
La eterna gran coalición es un factor clave para entender a AfD. Este partido nace como una expresión de decepción y de enojo respecto a los partidos tradicionales. Es un problema ya de índole de sistema político, porque cuando hay dos partidos tradicionales importantes, mayoritarios, como son la Unión Demócrata Cristiana y el Partido Socialdemócrata, lo que necesita una democracia liberal es que tengan proyectos de país que compitan. Pueden estar de acuerdo en cuestiones generales, obviamente. Pero debes tener una alternativa a la que votar.
Cuando tenemos que, de los 16 años de Merkel, tres cuartos han sido con un Gobierno de gran coalición y los partidos son cada vez más similares y con agendas más parecidas, lo que termina pasando es que se disuelven ciertas identidades políticas.
Antes de que pareciera AfD, lo que pasaba era que había mucho abstencionismo en Alemania del este. Ese espacio es el que conquistó en sus primeras intervenciones con todavía Merkel en el poder. Un tercio de sus votos vienen de allí. En ese sentido, la gran coalición contribuyó negativamente a abrir un espacio político para que exista una derecha radical en Alemania.
Hablamos de la estrategia fallida de copiar el discurso de la extrema derecha. Pero luego está el partido de Sahra Wagenknecht, que en el tema de la inmigración tiene un discurso muy afín al de AfD y que ha entrado con fuerza en los parlamentos de Turingia y Sajonia. ¿Cómo se explica el fenómeno de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW por sus siglas en alemán)?
Primero, este partido —que presenta un rojipardismo en su discurso y en su propuesta— antes no existía. Luego, es una formación basada en la figura de Sahra Wagenknecht, que tiene su talento político en la capacidad de descubrir aquellos temas que le duelen a una porción importante de la sociedad en un momento determinado. ¿La gente está enojada con X sobre un tema? Ella se hace cargo y empieza a hablar de eso. Pasó en su momento con los refugiados. Fue la primera líder de izquierda en decir “tantos refugiados, no”. Pero, no decía qué haría ella. Lo mismo hizo en la época de la pandemia. Y luego, con la invasión rusa de Ucrania: “Yo estoy por la paz”. Y entonces le preguntan ¿pero en qué condiciones? “Bajo las condiciones que sean. Lo importante es que no muera gente”, dice. Y así. Ha construido este partido, prácticamente sin militantes, en torno a su imagen. No tiene una organización, lo que tiene es su presencia de ella en los medios de comunicación.
Hasta ahora el cordón sanitario se ha mantenido en Alemania. Pero, ya después de las elecciones regionales de 2019 hicieron falta tres partidos para formar Gobierno en Brandemburgo y Sajonia y esto aumentó la frustración de la CDU y algunos sectores presionaron para una apertura hacia la AfD. ¿Cree que esto puede acabar ocurriendo? ¿Cuánto durará ese dique de contención?
El problema de un cordón sanitario en un Parlamento es que, si el partido que tienes que aislar tiene una cantidad de votos muy relevante, necesitas para formar una mayoría a muchos más partidos. Desde el punto de vista de la legitimidad y de cara a la opinión pública también es muy difícil decir “vamos a aislar a este partido”, que es muy radical, cuando lo votó uno de cada tres votantes. Y allí creo que está la gran victoria que estos partidos vienen buscando: que el resto de las formaciones se tengan que poner de acuerdo para impedir que gobiernen, porque así se confirma su profecía, es decir “todos los partidos están en contra de nosotros, son todos iguales”.
Ahora sobre la cuestión de si la CDU puede acabar abriéndose a AfD, yo lo veo bastante difícil. Por un lado, lleva en sus estatutos que nunca harán coaliciones con extremos, entre los que incluyen a Die Linke. Luego, el año que viene hay elecciones federales. Abriendo el juego con este a nivel regional, estarían abriéndose un flanco de ataque del resto de la sociedad por pactar con la extrema derecha.
Por otra parte, está la presión desde abajo de los sectores, de las segundas o terceras filas del partido, que, desde hace varios años, dicen que se podría pactar con AfD, tal vez no hacer un pacto general, pero sí en cuestiones puntuales.
Si hace diez años me hubiesen preguntado por eso, habría dicho que era imposible. Hoy puedo decir que yo no creo que en el corto plazo esto suceda, pero en algún momento, de mantenerse este paisaje político, va a pasar que algún partido va a terminar aliándose en coalición con AfD.
No creo que en el corto plazo esto suceda, pero en algún momento, de mantenerse este paisaje político, algún partido va a terminar coligando con AfD.
Tras los resultados de Turingia y Sajonía viene Brandemburgo, ¿puede el Gobierno de Scholz peligrar? ¿Ve la posibilidad de un adelanto electoral?
No creo que el Gobierno vea como una oportunidad llamar a nuevas elecciones ahora. Un fusible que podría saltar y hacer caer la coalición podrían ser los liberales pero ellos son los que peor la están pasando en las encuestas, bordeando el umbral del 5% a nivel federal y tras quedarse fuera en estas dos regiones.
De cara a las elecciones federales el tema es también la discusión dentro del Partido Socialdemócrata, porque hay muchas críticas hacia Olaf Scholz y algunos hablan de copiar el modelo estadounidense, cambiando el candidato sobre la marcha.
¿Qué ha fallado en Sajonia, donde hay una floreciente industria de microchips, la llaman la Silicon Saxony, y ha habido un crecimiento económico sostenido en las últimas décadas, para que se siga alimentando ese descontento del que hablaba antes?
Este crecimiento económico que menciona no significa literalmente redistribución de la riqueza. Existe luego la frustración que viene alimentándose desde hace 35 años. Me refiero a la gran promesa de la reunificación. Y no tiene que ver con la cuestión material únicamente, sino con las expectativas generadas. El problema es que las expectativas de esa reunificación fueron diferentes. No era lo mismo lo que esperaba el oeste del este. Hay un libro sobre esto en Alemania, titulado Die Übernahme, que habla de esta idea de que el oeste se hizo cargo del este, pero como una anexión no como una reunificación.
El otro punto es el de las élites. Para mí, fundamental: en todos los lugares de toma de decisión, en todos los lugares de poder, privados o públicos, la gente es del oeste.
Y, sin embargo, Merkel venía del Este...
Es una excepción. Aunque para ser estrictos nació en Hamburgo y se mudó de chiquita al este. Pero bueno, es un detalle. Cuando se habla de esta discusión de élites te dicen “bueno, pero Merkel gobernó 16 años y era del este”. Sí, claro. ¿Y quién más?
Hay una pregunta que se hace en cada elección en el este y es “usted concuerda o no con la siguiente afirmación: los ciudadanos del este son ciudadanos de segunda clase en Alemania”. El 75% contesta afirmativamente. No estoy hablando de votantes de AfD sino de todos los que votaron. Es un caldo de cultivo muy importante para que un partido de derecha radical, populista o de izquierda rojiparda populista, pueda conseguir votos. Que pueda después que ofrezca soluciones, proyecto de país, proyecto de gobierno, lo dudo, porque no trabajan para eso.
Desde mi punto de vista, trabajan para construir otro tipo de sistema y ese es el gran peligro: la construcción de un sistema que apunte a algo más autoritario, algo más parecido a Hungría y a lo que era Polonia cuando gobernaban los hermanos Kaczynski.