El líder del FPÖ ha hecho de su partido la primera fuerza de Austria con una dialéctica que coquetea con expresiones del nacionalsocialismo
Así ha conquistado la ultraderecha alemana a los votantes más jóvenes: “Sienten que no se les tiene en cuenta”
“Hemos abierto la puerta a una nueva etapa. Escribiremos juntos este nuevo capítulo de la historia de Austria. Hemos interiorizado que primero está el pueblo y después el canciller”. Estas fueron algunas de las primeras palabras que pronunció Herbert Kickl tras la victoria de su partido en las elecciones legislativas de Austria del pasado domingo.
Con esa retórica populista, Kickl ha conseguido lo que ningún otro líder de la ultraderecha austriaca consiguió antes: ganar unas elecciones legislativas por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Ese éxito inapelable tiene un valor añadido desde la perspectiva de la familia política a la que pertenece el FPÖ. Kickl lo ha logrado radicalizando aún más a una fuerza política que ya era radical en cuestiones como la migración, la política identitaria o la política exterior.
Esa radicalización tiene en la selección de las palabras de los discursos una base fundamental. Kickl provoca de forma estratégica, rebasa líneas rojas de forma consciente, recupera palabras usadas por el nacionalsocialismo. El líder del FPÖ se presenta, por ejemplo, como Volkskanzler (“canciller del pueblo”), una expresión que ya usó la propaganda nacionalsocialista antes de la llegada de Adolf Hitler al poder. La palabra expresa que el canciller y el pueblo son, en realidad, la misma cosa. La elección de Kickl para presentarse ahora –más de 90 años de la llegada al poder de Hitler– ante el electorado austriaco no es casualidad.
Líder incontestableHerbert Kickl nació hacia 55 años en el seno de una familia trabajadora de la región de Carintia, en el sur de Austria. Tras acabar la secundaria, completó el servicio militar para posteriormente comenzar estudios en periodismo, ciencia política y filosofía. Abandonó la universidad sin título alguno y comenzó a trabajar para el FPÖ. Sus biógrafos Gernot Bauer y Robert Reichler cuentan en el libro Kickl y la destrucción de Europa que el hoy incontestable líder del principal partido ultraderechista austriaco se presentó con la siguiente frase: “No sé hacer nada, pero lo aprendo todo”.
En la Freiheitlichen Akademie, una academia que sirve de cantera política para el FPÖ, aprendió a ser un funcionario de partido, a escribir discursos y a diseñar carteles electorales. Pronto destacó y comenzó a hacer carrera dentro de la formación. Ha hecho prácticamente de todo en el FPÖ: escribir discursos para el difunto Jörg Haider –exlíder ultra que llevó al FPÖ a su primer crecimiento notable el siglo pasado–, diputado nacional, secretario general, ministro federal de Interior. Hoy ya nadie se imagina al FPÖ sin Kickl, ni a Kickl sin el FPÖ. El que había sido históricamente hombre en la sombra del partido es hoy su líder indiscutible.
Asumió la presidencia del FPÖ en 2021. Su partido venía de tocar fondo a causa del conocido como “Caso Ibiza”: en 2019, el entonces vicecanciller austriaco y líder del FPÖ, Heinz-Christian Strache, apareció en un video grabado con cámara oculta en un chalet de la isla balear en el que se reunía con una presunta millonaria rusa que le ofrecía empujar mediáticamente al partido a cambio de la concesión de contratos públicos. Strache tuvo que dimitir, el gobierno de coalición con los conservadores se rompió y el FPÖ se hundió en las posteriores elecciones.
De esos comicios, en los que el FPÖ perdió casi 10 puntos, surgió el gobierno de coalición entre conservadores y verdes que ha dirigido Austria los últimos cinco años. Cuando Kickl se hizo con el liderazgo del partido, el mundo debatía todavía sobre medidas de restricción social por el coronavirus. Kickl se convirtió entonces en el principal azote de las restricciones y del gobierno: convocó marchas contra el distanciamiento social y la vacunación, especuló sobre una gran conspiración de “oscuros poderes”. Analistas austriacos coinciden que ese fue el trampolín sobre el que el actual FPÖ comenzó a construir la reciente victoria electoral.
Don para polarizarA diferencia de sus predecesores en lo más alto del FPÖ, como el carismático Haider o el malogrado Strache, Kickl tiene un perfil discreto. No es conocido por aparecer en reuniones ni en fiestas, no le gusta el histrionismo ni el protagonismo innecesario. A este hombre enjuto y con gafas de profesor universitario se le conoce por su gusto por el deporte y el montañismo. No es un orador especialmente brillante, pero sí tiene el don de polarizar. Lo dejó claro en la ronda posterior a las elecciones legislativas del pasado domingo: consiguió que el resto de partidos se pusieran contra él. Kickl los acusó de actuar contra la “democracia” por excluir a su partido del juego de coaliciones, indispensable para formar nuevo gobierno en Austria.
“Bajo su liderazgo ha tenido lugar una radicalización, sobre todo, una radicalización del lenguaje”, contesta Alexander Schallenberg, ministro de Exteriores austriaco y miembro del conservador ÖVP, a una pregunta de ElDiario.es sobre qué hace tan diferente al FPÖ de Kickl del de Haider o Strache, con el que su partido gobernó repetidamente en el pasado. “Esa radicalización la consideramos un riesgo”, asegura Schallenberg, cuyao formación se niega a pactar nada con la ultraderecha mientras Kickl siga al frente.
Llama la atención que Schallenberg no haga referencia a la palabra remigration (remigración en inglés), que el FPÖ de Kickl ha hecho suya cuando se refiere a la radicalización de la ultraderecha austriaca. La palabra remigration, acuñada por figuras como Martin Sellner, del Movimiento Identitario, es la apuesta pública y explícita de expulsar a millones de personas de los países de habla alemana: refugiados, peticionarios de asilo, extranjeros e incluso ciudadanos con pasaporte austriaco y raíces migratorias.
Esa es probablemente la proclama electoral del actual FPÖ –y también del AfD– que mejor evidencia el nacionalismo étnico en el que se han instalado los partidos ultraderechistas de Austria y Alemania, posición que incluso incomoda a otras fuerzas europeas de derecha radical por rayar con el neonazismo. Una Austria bajo el gobierno de un Volkskanzler como Herbert Kickl intentaría tomar un camino que recordaría demasiado a los años más oscuros que se daban por desterrados del corazón de Europa.