Pese a todos los intentos de Israel por desalojarle, Omar se ha quedado en su casa, que está del lado israelí del muro ilegal levantado en Cisjordania, lo que ha forzado a las fuerzas de la ocupación a construir un túnel para acceder a su casa
Israel ejecuta la mayor ofensiva militar en Cisjordania en más de 20 años con el alto el fuego en Gaza a punto de colapsar
“Desde el 7 de octubre, la puerta automática no funciona”, grita Omar Hajajleh mientras empuja muy despacio la pesada puerta metálica permanentemente vigilada por las cámaras israelíes.
La puerta da paso a un túnel que atraviesa bajo tierra el muro ilegal levantado por Israel para aislar a Cisjordania. Hajajleh venció a la ocupación frustrando los planes de Israel de expulsarle de su casa y encerrar a todos los palestinos tras un muro infranqueable. El palestino resiste al otro lado del muro y obligó a Israel a construir un túnel y una gran puerta metálica para acceder a su hogar desde Cisjordania.
Su casa se alza solitaria en lo alto de una colina rodeada de los enormes terrenos que lleva toda la vida trabajando y que le han endurecido las manos. “Este es el gran problema de esta casa: las vistas. Los israelíes”, dice resignado, mientras mira al otro lado del valle apoyado de brazos cruzados sobre la barandilla de su terraza. El sol calienta la aldea palestina de Al Walaja y Hajajleh explica el entorno estratégico que ha convertido su casa en el ejemplo perfecto de la resistencia palestina. A un lado, Jerusalén. Al otro, Belén. Justo enfrente, el asentamiento ilegal israelí de Gilo.
El caso de Omar Hajajleh simboliza la lucha palestina contra la ocupación: desplazamiento, un pueblo triturado, asentamientos ilegales, el muro para arrebatar tierras palestinas y, pese a todo, resistencia.
Historia de un pueblo trituradoOmar Hajajleh nació en esta casa, pero sus padres llegaron hasta aquí desplazados de la vieja Al Walaja, una aldea en la colina de al lado destruida y ocupada tras la creación del Estado de Israel en 1948. La línea del armisticio de 1949 dejó del lado israelí el 70% de Al Walaja. Hoy, prácticamente todos los residentes del pueblo son considerados refugiados, entre ellos Hajajleh.
En 1967, cuando Israel pasó a ocupar la totalidad de Palestina, las autoridades ampliaron ilegal y unilateralmente el territorio de Jerusalén a costa de las aldeas colindantes, arrebatando, una vez más, la mitad de la nueva Walaja. La otra mitad quedó bajo el mando militar israelí. Para consolidar su control, años después se aprobó una ley que proclamaba que “Jerusalén completa y unida es la capital de Israel”. La maniobra fue declarada ilegal en varias ocasiones por el Consejo de Seguridad de la ONU —incluido con el voto de EEUU, patrocinador histórico de Israel en el principal órgano de la ONU.
Mientras tanto, Israel no otorgó la ciudadanía israelí ni el estatuto de residente de Jerusalén a los habitantes que vivían en la parte del pueblo anexionado ilegalmente. Habitantes como Omar mantuvieron su carnet de identidad de Cisjordania, con el que tienen prohibido entrar en Jerusalén sin un permiso válido otorgado por Israel. “Como resultado, para los ciudadanos de Al Walaja cuyo territorio fue anexionado a Jerusalén, el mero acto de residir en sus hogares es ilegal”, señalaba en uno de sus informes la Agencia de la ONU para los refugiados palestinos, UNRWA. Desde entonces, Israel ha detenido a muchos de sus ciudadanos por residir ilegalmente en Jerusalén y ha derribado sus hogares. La propia casa de Omar fue objeto de una de esas órdenes de demolición, pero no llegó a cumplirse.
Después llegó la construcción de dos asentamientos: Gilo y Har Gilo —los que estropean las vistas de Omar Hajajleh— que confiscaron aún más tierras a Al Walaja. Para complicar más las cosas, las autoridades israelíes declararon como parque nacional amplios terrenos del pueblo. Se trata de una estrategia habitual que activistas, ONG e incluso la UE denuncian que va destinada a impedir el desarrollo de zonas palestinas.
En el año 2002, Israel comenzó a levantar un muro para separar Israel y los asentamientos ilegales del resto de Palestina. El problema es que el 85% de ese muro transcurre por tierras palestinas, comiéndose territorio a favor de Israel y dejando a muchas personas en el limbo. Ha sido declarado ilegal por el máximo tribunal de la ONU, pero eso no ha impedido a Israel detener su construcción. A día de hoy, alrededor del 65% de sus 713 kilómetros están terminados.
Los problemas para Hajajleh empezaron en 2010, a medida que el muro se acercaba a su pueblo. Al Walaja ganó un recurso en los tribunales contra el trazado inicial de muro, que pretendía partir el pueblo en dos. Entonces Israel planificó un nuevo trazado rodeando el pueblo, pero la casa de Omar quedaba del lado israelí.
Su presencia frustraba los planes de Netanyahu. Primero se acercaron por las buenas: “Me dieron varias opciones. Me ofrecieron una oportunidad de inversión del 40% en los proyectos que se desarrollasen sobre mis tierras, me ofrecieron un cheque en blanco a cambio de venderles esto, así como un cambio de terrenos por otros el doble de grandes y, por último, alquilar mis tierras durante 99 años”. Omar al Hajajleh lo rechazó todo.

“Entonces comenzó el proceso de intimidación y terror contra mi familia. Las tácticas han sido incluso peores de las que hemos visto en Gaza”, dice sentado sobre el sofá de su terraza con el sol en la cara. Los soldados se presentaban a cualquier hora, cinco, seis de la mañana o 11 o 12 de la noche. “Mi mujer sufrió un aborto por la paliza brutal que le dieron policías israelíes. A mi hijo le abrieron la cabeza y mi otro hijo de 10 años estuvo en coma durante 32 días por un golpe de un soldado con su pistola”, dice.
Cuando pegaron a su mujer, los niños estaban en la escuela y él estaba fuera de casa. “Me llamó para pedirme que viniese rápido, que estaba herida y no podía moverse. Cuando llegué, encontré un charco de sangre aquí en la terraza. Había perdido al bebé cuando solo quedaban 15 días para dar a luz y desde entonces tiene problemas de salud y no ha podido quedarse embarazada”.
En abril de 2013, Israel llegó a un acuerdo con Omar al Hajajleh: su casa no quedaría rodeada por la valla, pero solo tendría acceso por el túnel, en el que se instalaría una puerta controlada por las autoridades israelíes. Omar recibiría una llave de la puerta, siempre y cuando cumpliese las condiciones: tendría que coordinar todas sus visitas con las autoridades de Israel y avisar con 48 horas de margen y estas tendrían que salir antes de medianoche; no se permitirían más de 10 personas a la vez. Si la familia incumple “se le impedirá abrir la puerta de manera independiente y, en su lugar, esta se abrirá tres veces al día durante una hora y se instalará un puesto de control”, señalaba el acuerdo.

“No tuve otra opción, así que acepté el acuerdo. Mi familia y yo viviremos en una prisión con una puerta a escasos metros… no sé qué tipo de vida será esa”, decía entonces. Tras varios años de resistencia en esta situación, Omar Hajajleh consiguió reabrir las negociaciones en 2018.
“Ellos querían hacer un acuerdo normal, pero yo me negué e insistí en hacerlo ante el Tribunal Supremo como garantía para que no lo anulara cualquiera”, dice orgulloso mientras afirma con la cabeza. En el porche de su casita aislada del resto del pueblo recuerda algunos detalles de la dura negociación. “Una de las condiciones importantes que conseguí imponer fue sobre la gran puerta automática. Me aseguré de que fuera yo quien tenía el control sobre ella. No podía permitir que ellos abriesen o cerrasen a su gusto. Querían, además, tener la capacidad de autorizar o rechazar cualquier visita a mi casa. Todo lo que yo pedía, ellos decían lo contrario”. Desde entonces, la batalla se calmó, pero Omar recuerda: “De 2010 a 2018 fue como una guerra”.
“Mi mensaje a mis hijos es sencillo: Esta es nuestra tierra y esta es nuestra casa y no hay posibilidad alguna de que nos vayamos. Espero que todo el mundo que todavía tiene un centímetro de tierra palestina se quede y no ceda. Que no se vayan. No es posible que nos desplacen de nuevo o eliminen nuestras raíces por segunda vez”, concluye.