Como empresario, Trump hizo negocios con empresarios cercanos al Kremlin durante décadas y soñó con proyectos en Moscú, pero no conoció en persona a Putin hasta 2017, cuando empezó una relación que, según él, les ha hecho "pasar mucho" juntos
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Una madrugada de noviembre de 1990, en el hotel casino Taj Mahal de Atlantic City, Shalva Chiguirinski, un empresario ruso de entonces 41 años, vio por primera vez al dueño de aquel lugar lleno de cosas doradas y lámparas de araña.
“De pronto, ahí estaba Trump, y a su alrededor cuarenta personas. Pasamos allí tres o cuatro días, y todas las noches aparecía sobre las tres o las cuatro de la madrugada. Ese era un proyecto irrepetible. Una operación inmensa”, cuenta Chiguirinski, hoy multimillonario del petróleo y los negocios inmobiliarios, a la periodista de investigación Catherine Belton en su libro Los hombres de Putin. Aquella noche fue especial. Chiguirinski, que había empezado como un traficante de antigüedades de poca monta, ya tenía mucho dinero que gastar y Trump lo invitó a todo lo que estaba a su alcance. Le enseñó los ordenadores -entonces el ruso tenía una empresa informática- y la caja fuerte. “Nos los enseñó todo… A su alrededor había muchas chicas grupas”, recordaba en el libro publicado en 2021.
“La relación que Chiguirinski empezó a forjar con Trump esa noche vería nacer las raíces de una red de agentes de la inteligencia rusa, magnates y socios del crimen organizado que, casi desde entonces, ha orbitado alrededor de Trump”, escribe Belton. “Formaban parte de una red interconectada de figuras que llegó a ser testigo del poder duradero de las redes de dinero negro creadas en los años finales del régimen comunista. Algunos de ellos, con el tiempo, se unieron a Trump en sus negocios inmobiliarios y ayudaron a rescatarlo cuando se vio en dificultades financieras, presentando planes para lucrativos acuerdos de construcción en Moscú”.
Entre esas personas estaban los empresarios el georgiano Tamir Sapir, que le ayudó después a poner su nombre en un hotel en el Soho de Nueva York, entre otros negocios, y el azerí Aras Agalarov, otro empresario que puso en marcha las primeras inversiones conjuntas entre Estados Unidos y Rusia, organizó en Moscú el concurso de Miss Universo cuando era propiedad Trump, y que en la campaña de 2016 ofreció al republicano ayuda para buscar supuestos “trapos sucios” de Hillary Clinton.
Cuando en julio de 2016, Trump salió a decir aquello de “Rusia, si estás escuchando” para pedirle al Kremlin que pirateara el email de Hillary Clinton, el entonces candidato republicano ya tenía una larga relación con empresarios y conseguidores de ese país. De hecho, sus relaciones habían empezado incluso antes de aquel encuentro de madrugada en su casino de Atlantic City.
“Conozco a los rusos mejor que nadie”, presumía Trump ante su biógrafo Michael D’Antonio en 2014.
La primera vezLa primera visita documentada de Trump a Rusia fue a Moscú y San Petersburgo en julio de 1987, antes de la caída de la Unión Soviética, con su entonces esposa Ivana, invitados por el embajador soviético en Washington y con la intención de explorar lugares para construir hoteles. Trump volvió impresionado por el país, según contaba en su autobiografía.
Según Yuri Shvets, un ex agente del KGB que utilizó como tapadera un trabajo como corresponsal de la agencia Tass en Washington en los años 80, entonces “se intentó una aproximación” a Trump. El interés de los espías, según escribe el periodista del Guardian y ex corresponsal en Moscú Luke Harding, venía también por su esposa, Ivana Zelnickova, una modelo nacida en la Checoslovaquia comunista. Los servicios secretos chechos habían espiado a la pareja y leían las cartas de Ivana a su padre, según archivos desclasificados en 2016.
Shvets ha asegurado en varias entrevistas desde 2021 que, de hecho, la agencia rusa de espionaje “reclutó” entonces a Trump. Belton parece algo más escéptica sobre el éxito de aquella operación. “Según Shvets, al menos el KGB creía haber reclutado a Trump en ese momento. Que él fuera consciente de ello o no ya es otra cuestión”, escribe la periodista. No hay pruebas de que fuera así.
Lo que sí es un hecho comprobable es que, poco después del viaje, en septiembre de 1987, cuando Trump coqueteó por primera vez con una carrera presidencial, pagó casi 100.000 dólares, según un portavoz entonces, para publicar un anuncio a toda página en el New York Times, el Washington Post y el Boston Globe. El anuncio, centrado en atacar a Japón y Arabia Saudí, se presentaba como “una carta abierta de Donald J. Trump sobre por qué Estados Unidos debe dejar de pagar por la defensa de países que pueden permitirse defenderse a sí mismos”.
Según Shvets, eran puntos de vista muy coincidentes con la retirada de Estados Unidos de los asuntos del mundo que deseaba el Kremlin.

No hay rastro de que Trump conociera a Vladímir Putin en persona hasta que el estadounidense llegó a presidente. Después de una llamada telefónica, su primer encuentro fue el 7 de julio de 2017 en Hamburgo, en Alemania, durante la reunión del G20 en la que hablaron al menos un par de veces. Se vieron otras cuatro veces más, en Finlandia, Vietnam, Argentina y Japón.
Hay poca información sobre sus conversaciones porque Trump limitaba el acceso a sus colaboradores. Al menos en una ocasión le quitó las notas a los intérpretes y en otra habló directamente con el presidente ruso sin ningún testigo estadounidense, según el New York Times. En la cumbre de 2018 en Helsinki sólo quiso que estuvieran los intérpretes, y los altos cargos de su Administración reconocían problemas para escribir después el informe habitual al que están obligados para documentar los asuntos oficiales.
Hay más información sobre el primer encuentro de Trump con Putin porque había varios altos cargos presentes, entre ellos Rex Tillerson, entonces secretario de Estado, que salió preocupado de la escena que había visto allí, según reveló el New York Times. “Tenemos que hacer cambiar de idea al presidente sobre Ucrania”, dijo a otros asesores de la Casa Blanca después de haber visto cómo Putin hacía un monólogo centrado en que Ucrania no era un país real, sino una dependencia rusa plagada de corrupción y posiblemente de aliados del Partido Demócrata. Según Tillerson, Putin le hizo “el numerito del KGB”, pero Trump no se contradijo y pareció incluso convencido con lo que le estaba diciendo, algo que ya habían notado sus colaboradores en la primera conversación telefónica entre ambos líderes el 28 de enero de 2017.
Trump llevaba años esperando conocer a Putin. En 2013, cuando Agalarov le organizó Miss Universo en Moscú en su megaauditorio recién construido, Trump tuiteó que tal vez Putin asistiría al concurso y se convertiría en su “mejor amigo”. Lo primero no sucedió entonces, pero Trump siguió con sus negocios con Agalarov, que lo agasajó con su hospitalidad, las canciones de su hijo Emin, una estrella del pop local, y promesas de que con la ayuda del banco estatal ruso construiría una Torre Trump en Moscú. Putin le concedió a Agalarov la órden del mérito por “su contribución al desarrollo” de Rusia y le dio más contratos inmobiliarios, incluidos estadios para el Mundial de fútbol.

Ivanka Trump, la hija del presidente, sí había estado de tour en el despacho de Putin en Moscú en febrero de 2006 y se había sentado en su sillón, según presumía años después su anfitrión. La había invitado Felix Sater, empresario ruso, socio de la empresa de Trump, instalado en la Torre Trump de Nueva York y, según cuenta Belton en su libro, con contactos de inteligencia en el Kremlin y amigo desde la infancia de Eugeni Dvoskin, “banquero en la sombra” en Moscú y que se había criado en Brighton Beach, en Brooklyn.
Eran años donde los banqueros europeos y estadounidenses trataban con empresarios rusos dudosos y las autoridades hacían la vista gorda. “Hasta la elección de Donald Trump había una sensación en Occidente de que la corrupción rusa era sólo corrupción rusa y que no importaba”, explicaba a elDiario.es Belton en una entrevista sobre su libro.
La empresa de Sater, Bayrock, trabajó para licenciar el nombre de Trump en la construcción de proyectos en Arizona, Florida y Nueva York, y buscaba acuerdos en Rusia y otros países. Bayrock llevaba desde 2005 intentando proyectos en Moscú que no se materializaron, pero a menudo ayudó a Trump en momentos de apuro, cuando estaba al borde de la quiebra.
Sater y Dvoskin empujaron para la construcción del hotel para Trump en un gran centro comercial en Moscú incluso bien entrada la campaña de las presidenciales de 2016. A la vez, sus socios le felicitaban por su carrera política y le ofrecían ayuda.
En un mensaje enviado en 2015 a Michael Cohen, abogado de Trump, Sater le prometió que utilizaría sus contactos para que el Kremlin apoyara el proyecto inmobiliario en Moscú y lograría financiación del banco estatal ruso VTB y de Genbank, una entidad rusa que se había expandido en Crimea después de la anexión rusa y que estaba sujeta a sanciones. El director era Dvoskin. Sater también escribió: “Conseguiré que Putin se suba a este proyecto, y lograremos que Donald salga elegido”. Varios emails en esta línea fueron publicados en 2017 en la investigación en el Congreso sobre la interferencia rusa en las elecciones y algunos más por el New York Times.
Rudolph Giuliani, otro de los abogados de Trump, testificó que las negociaciones para el proyecto inmobiliario en Moscú habían continuado hasta noviembre de 2016, aunque después se retractó.
“El regalo”Entre las maniobras documentadas durante aquella campaña, Agalarov organizó una reunión el 9 de junio de 2016 con una abogada rusa que supuestamente tenía información comprometedora sobre Hillary Clinton. Hicieron de intermediarios su hijo Emin y el hijo de Trump, Donald Trump junior (una de las voces más anti-ucranianas desde 2022 y patrocinador de JD Vance para vicepresidente). Según los presentes, la abogada no aportó nada útil, pero al día siguiente Agalarov y su hijo le prometieron a Trump un “regalo de cumpleaños”. Al futuro presidente, que cumple años el 14 de junio, le llegó un cuadro y una nota cuyo contenido no es público.
Un día antes del cumpleaños de Trump, el Comité Nacional Demócrata anunció que sus servidores informáticos habían sido pirateados y los sospechosos eran hackers rusos.
En julio, en víspera de la Convención Demócrata, Wikileaks publicó miles de mensajes de correo que no revelaban ninguna conducta delictiva, pero daban detalles internos de la estrategia del Partido Demócrata. También había emails donde algunos cargos del partido supuestamente neutrales criticaban a Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton durante las primarias de aquel año. Doce miembros de la inteligencia militar rusa fueron acusados del pirateo.
La interferencia rusaLas investigaciones sobre la interferencia rusa en la campaña de las presidenciales de 2016 no sólo sirvieron para confirmar la autoría rusa del pirateo de los emails y de campañas en redes sociales, sino también para documentar las extensas relaciones entre el equipo de Trump y la órbita del Kremlin.
El fiscal especial Robert Mueller llegó a la conclusión de que no existió “una conspiración organizada” como para presentar cargos penales, y menos contra un presidente en ejercicio, que podía acabar en una batalla sobre su inmunidad (como luego pasó con el asalto al Capitolio). Pero sí confirmó que la interferencia del Kremlin en las elecciones de Estados Unidos había sucedido y que la campaña de Trump tenía múltiples “lazos” con la órbita de Putin.
Con un análisis del informe, el New York Times documentó que Trump y sus colaboradores más cercanos, entre ellos su hijo Donald, habían tenido al menos 140 contactos con “ciudadanos rusos” y representantes de Wikileaks y sus intermediarios durante la campaña de 2016 y los meses de transición entre la victoria en noviembre y la toma de posesión en enero.
Algunas de las personas más cercanas a Trump trabajaban desde hace años al servicio del Kremlin, entre ellas, Paul Manafort, que fue el jefe de campaña de Trump y que había asesorado a Viktor Yanukovych, el presidente ucraniano respaldado por Moscú que dio marcha atrás a la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea que provocó las protestas del Maidán en 2013 (hoy vive en Rusia y no ha querido volver a Ucrania, donde afronta una condena por la represión violenta de las protestas).
Manafort fue condenado y encarcelado por varios delitos, entre ellos fraude por esconder millones recibidos de Yanukovych y por seguir trabajando de tapadillo para los partidos pro-rusos en Ucrania. Fue uno de los que intentó convencer a Trump de la mentira de que Ucrania era quien en realidad estaba detrás del pirateo de los servidores del Partido Demócrata. El presidente de Estados Unidos también repitió en público la falsedad pese a las conclusiones de sus propios servicios de inteligencia. Trump concedió a Manafort el perdón y lo recuperó en 2024 como asesor.
“Lo que hemos sufrido”Uno de los momentos más reveladores en la bronca de Trump a Zelenski en el Despacho Oval el 28 de febrero fue cuando el presidente de Estados Unidos dijo: “Putin ha pasado por mucho sufrimiento conmigo”. Trump defendió con energía al presidente ruso cuando el ucraniano comentó que el Kremlin difunde bulos, como que todas las ciudades ucranianas están destruidas o hay millones de muertos, para minar la moral nacional y dar por perdido el país.
Mientras Zelenski intentaba explicarle el “odio” de Putin hacia su pueblo, el presidente de Estados Unidos se centraba en su supuesto dolor compartido con Putin por “una falsa caza de brujas”, en referencia a la interferencia documentada de Rusia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. En 2018, sus propios servicios de inteligencia confirmaron que el Kremlin había interferido en las elecciones, pero Trump dijo en Helsinki, tras su reunión con Putin, que el presidente ruso había sido “fuerte y poderoso” en su rechazo a las conclusiones de los espías estadounidenses.

La relación en la última década entre los dos hombres se ha profundizado vista la defensa apasionada de Trump y las largas llamadas entre los dos. El contenido de muchas se desconoce, entre otras cosas porque han continuado cuando ya no era presidente, algo muy inusual y más cuando se trata de un líder antagonista que acaba de invadir a un país aliado de Estados Unidos.
Según el último libro de Bob Woodward, el periodista del Washington Post que reveló los escándalos del Watergate, Trump habló con Putin hasta siete veces por teléfono entre 2021, después de dejar de ser presidente, y 2024, antes de su victoria. A menudo, según describe Woodward, pedía privacidad para llamadas que duraban al menos media hora.
En febrero, cuando anunció que había abierto negociaciones con Rusia sin contar con Ucrania ni con otros países europeos, Trump habló una hora y media con Putin, según la Casa Blanca.
¿Aliados?El Kremlin ahora presume de que comparte “la visión” de política exterior con Trump, y todos sus canales alaban al presidente de Estados Unidos. En noviembre, no cabía duda de la alegría compartida: “Hemos ganado”, escribió en X Alexander Dugin, agitador de extrema derecha y difusor de bulos contra la campaña de Kamala Harris. “El mundo ya nunca será igual”.
Sin embargo, la mayoría de los estadounidenses, incluso los votantes de Trump, no están de acuerdo con esa visión.
La mayoría de los estadounidenses es contrario a la actual política exterior de Trump, con una caída en su aprobación en esta medida de 13 puntos desde enero. El 70% asegura que Rusia es culpable de la guerra de Ucrania frente al 9% que opina lo contrario, según la última encuesta de Reuters. Una cifra parecida de votantes republicanos coincide en que el agresor es Rusia y el 83% rechaza a Putin, según un sondeo del Wall Street Journal.
La relación de Trump con Putin es, en todo caso, tan impredecible como su presidencia. “Si bien siente una gran simpatía por Putin, de ‘hombre fuerte’ a ‘hombre fuerte’, es un error interpretar esto simplemente como que Estados Unidos es un aliado de Rusia”, explica el historiador Timothy Garton Ash en una entrevista con elDiario.es. “Trump es el aliado de una sola persona: Trump. Es un matón narcisista que fundamentalmente sólo está interesado en sí mismo”.