Después de meses de pérdida de influencia en la política interior tras la disolución de la Asamblea Nacional, el presidente francés se está centrando en la diplomacia para hacer avanzar proyectos como la autonomía estratégica europea
Un influencer francés compartió en TikTok el pasado 22 de enero su enfado por que le hubiesen multado por usar el teléfono al volante, cuando lo que intentaba era pagar el peaje con el móvil. Entre las muchas respuestas que recibió la publicación, destacó la de Emmanuel Macron: “Creo que en 2025 se tiene que poder pagar el peaje con el teléfono”, intervino el presidente a través de su propia cuenta en la red social, para concluir: “Así que he transmitido este asunto al ministro del Interior y, de manera colectiva, lo vamos a arreglar”.
La prensa francesa utilizó la anécdota para interrogarse sobre la nueva situación del presidente francés, que tras las elecciones de julio había perdido influencia en la vida política. Si bien es cierto que Emmanuel Macron nombró en diciembre a un aliado —François Bayrou— en el puesto de primer ministro, el jefe de Estado francés ha perdido el control de la agenda legislativa por primera vez desde 2017 por falta de una mayoría clara en la Asamblea Nacional.
De entrada, el nuevo primer ministro, veterano de la política francesa y líder de un partido minoritario dentro de la alianza de fuerzas centristas, logró imponer a Macron su nombramiento. El presidente quería en el cargo a un miembro de su partido, pero tras un ultimátum en el que Bayrou amenazó con retirar a sus diputados de la coalición presidencial si no accedía a la jefatura de Gobierno, Macron acabó cediendo.
Y aunque el presidente conserva influencia sobre Bayrou y pudo garantizar que dos de sus fieles ocuparan los ministerios de Defensa y Asuntos Exteriores, apenas ha participado en cuestiones de política interior, como las negociaciones sobre los presupuestos de los últimos meses.
A pesar del escaso margen de maniobra con el que cuenta en la Asamblea Nacional, el primer ministro ha podido hasta ahora definir la acción gubernamental con mayor independencia que cualquiera de sus predecesores en los últimos años. Hasta el punto de encontrarse con las críticas del presidente respecto a ciertas decisiones, como la subida —temporal— de los impuestos a las grandes multinacionales, una decisión contraria a la política puesta en marcha en 2017 de fiscalidad favorable para las empresas.
Muchos observadores vienen considerando desde el verano pasado que en los dos años que le quedan de mandato Macron podría quedar confinado a un rol ceremonial y a algunos proyectos personales. Entre ellos, apenas un mes después de la reinauguración de la catedral de Notre Dame, el presidente anunció su implicación personal en la restauración del Louvre, sólo unos días después de que una nota confidencial que alertaba sobre el estado de las instalaciones del museo se filtrase al diario Le Parisien.
En el centro de la escenarioPero la situación del presidente francés ha cambiado radicalmente en apenas un mes, en el que los cambios en el contexto internacional le han propulsado al centro de la escena. El discurso en Múnich del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, las declaraciones de Donald Trump en las que calificó de dictador a Volodímir Zelenski y las negociaciones directas entre Estados Unidos y Rusia sobre Ucrania encendieron todas las alarmas en gran parte de las capitales europeas.
Desde entonces, Macron no ha abandonado la primera línea diplomática, ni para mantener el contacto con la Casa Blanca ni para preparar una respuesta europea. Primero, con una cumbre urgente de líderes europeos en el Elíseo y después con una visita a Trump en el despacho Oval —pródiga en sonrisas y recios apretones de manos—, además de con la reunión de jefes de Estado y de Gobierno que se celebró en Londres.
“Usted se ha erigido en el principal líder de la Unión Europea para responder a la emergencia de un nuevo orden mundial, que plantea grandes desafíos a los Estados miembros”, le felicitaba hace unas semanas el primer ministro portugués, Luis Montenegro, durante la visita de Estado de Macron.
El ejemplo más reciente de los esfuerzos diplomáticos de Macron es la conferencia de jefes de Estado Mayor de una treintena de países que se celebra estos días en la École Militaire de París. El objetivo de la reunión es que los principales responsables militares de países europeos y de la OTAN puedan discutir formas para lograr “garantías de seguridad creíbles” de cara a la aplicación de un proceso de paz en Ucrania, en caso de acuerdo con Rusia.
La cumbre de líderes militares había sido anunciada el 5 de marzo durante su discurso televisado ante los franceses, en el que, en un tono solemne, había anunciado la entrada en “una nueva era”. Una era marcada, a su juicio, por la amenaza rusa sobre Europa y por la necesidad de los europeos de asegurar su propia defensa. Ese mismo día, Macron recibió en el Elíseo al líder húngaro Viktor Orbán, antes de desplazarse a la cumbre de jefes de Estado en Bruselas. Este lunes se reunió con su homóloga moldava, Maia Sandu, y el miércoles con el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev.
En el plano europeo, las dudas sobre los próximos pasos de Donald Trump y Vladímir Putin han creado un contexto propicio para que Macron pueda avanzar en las grandes líneas de actuación que lleva mucho tiempo defendiendo, como la autonomía europea en materia de defensa y los préstamos comunes para financiar grandes proyectos comunitarios. A la cabeza del único país de la UE que posee armas nucleares, Macron espera que su disposición a discutir una evolución de la política de disuasión nuclear francesa, para que integre la dimensión continental, pueda formar parte de los debates sobre la defensa europea.
Respiro en las encuestasEn Francia se suele considerar que defensa y política exterior son “domaines réservés” (asuntos exclusivos) del presidente, aunque los constitucionalistas a menudo señalan que tal afirmación no se sustenta en ningún texto legal y es más bien una costumbre. En cualquier caso, Bayrou y Macron parecen cómodos en este reparto de roles, que se resume en una fórmula de Jacques Chirac: “El presidente se ocupa de Francia, el primer ministro de los franceses”.
Las convulsiones de la escena internacional y sus posibles consecuencias han dado un respiro a un presidente impopular ante una opinión pública que le culpa de la inestabilidad política, resultado de la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas del año pasado. Tras batir varias veces su récord de impopularidad en los sondeos, Emmanuel Macron registró en las últimas semanas una mejora de tres puntos, según una encuesta de Elabe para el diario Les Echos, la primera desde agosto de 2024.
No obstante, a algunos líderes de la oposición les inquieta que, a lomos de lo militar y lo internacional, Macron vuelva a ganar peso también en la política interior, eclipsando a Bayrou. Una posibilidad que preocupa particularmente en la extrema derecha y en los medios de comunicación del grupo del millonario conservador Vincent Bolloré. Además, en la izquierda, Francia Insumisa ha mostrado su inquietud por la posibilidad de que el aumento del gasto en defensa signifique recortes en servicios públicos o se instrumentalice para frenar la revisión de la reforma de las pensiones.
“Emmanuel Macron se ha dado cuenta de que [la nueva situación] es una forma de impulsar su imagen y debilitar a sus oponentes políticos, en particular a Agrupación Nacional, que está atrapada entre sus simpatías trumpistas y su gran indulgencia con la Rusia de Putin”, analizaba este miércoles la periodista Alexandra Schwartzbrod en el diario Libération. “¿Podría estar el presidente aprovechando, bajo el pretexto de que hay que financiar el rearme del país, para sofocar el debate sobre la conveniencia de su sacrosanta reforma de las pensiones y debilitar el modelo social? Sería algo lamentable. Y un juego peligroso. La opinión pública tiene miedo, pero sabe reconocer un engaño”, avisaba.