La guerra comercial de EEUU con China y su política de aranceles van acompañadas de estrategias en el plano económico y militar que afectan de lleno a Europa, y en las que la OTAN y el rearme de la UE juegan un papel importante
Ante el crecimiento económico de China y la necesidad de nuevos minerales críticos y tierras raras, Washington compite por acceder a más recursos naturales, por aumentar su comercio y su clientela. En este contexto se enmarca su guerra comercial con Pekín y su política de aranceles.
Esta semana, como condición para bajar las tasas a los productos europeos importados, el presidente estadounidense ha sugerido que Bruselas debe comprar más energía a EEUU. La Unión Europea ha dicho que está dispuesta a “negociar con Estados Unidos” en ese sentido, aunque ha precisado que son las empresas las que discuten y firman estos contratos.
“La mitad de nuestro gas natural licuado (GNL) ya viene de Estados Unidos y estamos dispuestos a ir más allá”, señaló el martes la portavoz comunitaria de Energía, Anna-Kaisa Itkonen. Washington ya es el principal proveedor de gas natural licuado (GNL) para la Unión Europea, con un suministro del 45% de las importaciones el pasado año. Desde 2016 las compras por la UE de este tipo de gas estadounidense han aumentado cada año y, a partir de 2022, con la invasión rusa de Ucrania, el incremento fue mayor, hasta llegar a duplicarse en solo tres años.
El gas y el Nord StreamDesde 2022 la UE ha reducido notablemente su adquisición de combustibles fósiles rusos. Estados Unidos se ha beneficiado de la guerra de Ucrania en ese sentido. Ha podido impulsar su venta de gas a un precio más caro que el ruso, el noruego, o el qatarí y ha ganado clientela europea, incrementando sus exportaciones. Además, ha visto cómo Alemania y Rusia se enemistaban, tras años de un acercamiento al que Washington se resistía.
En ello jugó un papel importante el destino de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, trazados en alta mar para transportar gas de Rusia a Alemania, a través de un acuerdo entre Moscú y Berlín. Las tuberías fueron construidas con capital mayoritario de la empresa estatal rusa Gazprom, y con el respaldo de cinco empresas energéticas europeas, entre ellas dos alemanas. El Nord Stream 1 comenzó a funcionar en 2011, y el Nord Stream 2 iba a ser inaugurado en 2022, lo que iba a garantizar grandes beneficios económicos al Estado ruso.
EEUU presionó al Gobierno de Angela Merkel para que se retirara del acuerdo para el Nord Stream 2, y en 2018, con Trump como presidente, llegó a imponer sanciones a las empresas involucradas en su construcción, lo que provocó la retirada de dieciocho compañías europeas. Aún así, el proyecto siguió su curso. Además de EEUU, también Polonia y Ucrania percibían el proyecto como una amenaza para sus intereses, porque disminuirían sus ingresos por las tarifas de tránsito.
En el marco de la guerra comercial de EEUU con China, Bruselas no tiene nada que ganar y mucho que perder
Un par de semanas antes de la invasión rusa de Ucrania, el presidente Joe Biden llegó a amenazar con hacer desaparecer el gasoducto: “Si Rusia invade Ucrania, no habrá Nord Stream 2, acabaremos con él”, dijo en una rueda de prensa con el excanciller Scholz, el 7 de febrero de 2022. “¿Cómo lo van a hacer, exactamente, si el proyecto está bajo control de Gobierno alemán?”, le preguntó una periodista. “Se lo prometo. Seremos capaces de hacerlo”, contestó el presidente estadounidense.
Aquello constituyó un desafío en directo a la soberanía alemana, ante el cual Berlín y Bruselas se sometieron, con aparente gusto. Meses después, en septiembre de 2022, se produjeron los atentados contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que dejaron dañadas e inutilizadas varias tuberías y provocaron la mayor fuga de metano registrada hasta la fecha. Un día más tarde se inauguró el Pipeline, un nuevo gasoducto impulsado por Polonia y Noruega, con el apoyo de EEUU, que atraviesa Dinamarca y transporta gas del Mar del Norte.
El sabotaje contra el Nord Stream redujo de forma significativa las posibilidades de un acuerdo para un alto el fuego en Ucrania. La reanudación del flujo de gas y la cooperación comercial entre Moscú y Berlín eran herramientas que podían usarse para trabajar en las negociaciones. Alguien quiso volar por los aires esa vía, en un momento en el que se acercaba el invierno y, con él, la necesidad de gas para calentarse en el centro y norte de Europa. Sin capacidad para funcionar, se acababa la tentación de buscar alternativas reanudando el suministro ruso.
La guerra de Ucrania continuó su curso, en un conflicto de enorme desgaste para el país y el pueblo ucraniano. EEUU y la UE siguieron enviando armamento y ayuda de inteligencia a Kiev, y Washington logró incrementar clientela europea a la que vender su gas licuado, a un precio muy superior del gas ruso. Ahora Donald Trump reclama a la UE que aumente más aún esas importaciones, mientras busca acceso a las tierras raras ucranianas en las negociaciones con Moscú.

Desde la desintegración de la Unión Soviética hasta hoy, Estados Unidos ha buscado mantener y ampliar su hegemonía en el mundo. Ha usado para ello herramientas políticas, comerciales y militares, con más de ochocientas bases repartidas en más de 70 países y la extensión de la OTAN hacia el este europeo.
Unos meses después de la invasión ilegal de Irak, en 2004, la Alianza Atlántica experimentó su mayor expansión, con la integración de siete nuevos países, todos ellos pertenecientes al este de Europa, y varios fronterizos con Rusia. Esa extensión continuó en años siguientes, con la propuesta de George W. Bush de incluir a Ucrania y Georgia en la organización militar y con la entrada de otros tres integrantes. La invasión rusa de Ucrania en 2022 y la guerra cortaron el desarrollo de las relaciones de Rusia con la UE.
En Oriente Medio Washington ha consolidado su órbita de influencia a través de sus aliados en el Golfo y de su socio preferente, Israel. Este último año y medio el Ejército israelí ha extendido su ocupación ilegal en Palestina, Siria y Líbano, en parte gracias al apoyo y la financiación estadounidense.
La Guía Provisional del Pentágono prioriza el Indo-Pacífico y pide presionar a “los aliados" para que aumenten su gasto militar
Recientemente, el diario The Washington Post publicaba un memorándum del Pentágono, de orientación interna, firmado por el secretario de Defensa, Peter Hegseth, en el que se pide priorizar el escenario Indo-Pacífico e incrementar esfuerzos para evitar la toma de Taiwán por parte de China. El memorándum, denominado “Guía Estratégica Provisional de Defensa Nacional”, pide “proporcionar ayuda militar” a Israel y armamento a los socios del Golfo, y plantea presión a “los aliados en Europa, Oriente Próximo y Asia Oriental” para que aumenten su gasto militar.
En este contexto se enmarca el rearme impuesto por Ursula von der Leyen, con una cifra sin precedentes de 800.000 millones de euros, diseñado para asumir más tareas de la estrategia estadounidense, en detrimento de intereses prioritarios para las poblaciones europeas.
El próximo mes de junio todas las naciones europeas de la OTAN asistirán a la Cumbre de la Alianza Atlántica, que se celebrará en La Haya. Donald Trump ha exigido a sus aliados un aumento del gasto militar de hasta el 5%, y se prevén presiones por parte del propio secretario general de la OTAN para alcanzar un gasto militar de un 3% o incluso un 3,5% del PIB. Países como Reino Unido o Finlandia ya han anunciado recortes en políticas sociales para incrementar el gasto militar.
Con todo ello Estados Unidos pretende externalizar más sus estrategias militares en Europa y Oriente Medio, para centrarse en el Indo-Pacífico. En su empeño en mantener y extender su hegemonía frente al crecimiento chino, Washington interviene en la agenda europea e intenta arrastrar a sus aliados.
La Estrategia del Indo-PacíficoLa competición con China no ha empezado hoy. En 2021 se creó la alianza estratégica militar AUKUS, entre EEUU, Australia y Reino Unido y poco después Washington aprobó la Estrategia militar del Indo-Pacífico, diseñada para contener el avance de China y centrarse “en cada esquina de la región”: “Ninguna región será más importante para el mundo y para los estadounidenses”, afirmaba el documento, en el que se recalcaba que esta zona es el epicentro de la actividad económica mundial.
El ministro de Exteriores chino, Wang Yi, señaló entonces que esta estrategia estadounidense parecía, en realidad, un intento de establecer una nueva “OTAN” en la zona, con una “mentalidad anticuada de la Guerra Fría”. En 2022 la guerra de Ucrania fue presentada desde algunos sectores estadounidenses como un mensaje para China, como ensayo, ejemplo y advertencia de lo que podía ocurrir en el Indo-Pacífico.
Por ejemplo, el politólogo y profesor Francis Fukuyama, estableció un paralelismo entre el papel de Ucrania y Taiwan, esta última reclamada por Pekín como territorio propio, y considerada por Washington como enclave estratégico. “Confiemos en que Taiwan se dará cuenta de la necesidad de prepararse para luchar, como han hecho los ucranianos, y restablezca el servicio militar obligatorio”, escribió Fukuyama en 2022. En esas mismas fechas China lamentó públicamente que EEUU y Reino Unido usaran “la cuestión ucraniana para difamar o amenazar a China”.
Ya en 2022, en pleno desarrollo de la guerra de Ucrania, la Cumbre de la OTAN en Madrid aprobó la designación de China como “desafío” a “los intereses y valores” de la Alianza Atlántica, liderados por EEUU. Casi tres años después Trump impulsa de nuevo este objetivo, con guerra comercial, aranceles y estrategia militar.
Esta semana el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, se reunió en Tokio con el primer ministro de Japón, para estrechar la colaboración entre las respectivas industrias de defensa. La Alianza Atlántica también ha expandido su colaboración militar en los últimos años con otros países cercanos a China, como Corea del Sur, Australia o Nueva Zelanda. En el marco de la guerra comercial de Estados Unidos con China, Bruselas no tiene nada que ganar y mucho que perder. Para lograr autonomía estratégica la UE necesita contrarrestar su dependencia de Washington y diversificar sus alianzas y relaciones comerciales.
El crecimiento de China y el desarrollo del multilateralismo, con potencias regionales que buscan caminos propios fuera del paraguas del neocolonialismo estadounidense, son dos aspectos alarmantes ante la mirada de EEUU. Es en este contexto en el que opera Donald Trump, dispuesto a una guerra comercial para intentar mantener su hegemonía mundial y beneficiar a las elites de su país, en detrimento de los intereses de las poblaciones, incluida la mayoría estadounidense.