Entre los títulos que se proyectarán estarán el biopic Seberg, sobre la actriz protagonista de Al final de la escapada, o una comedia negra con algunas reminiscencias de El club de la lucha: The art of self-defense.
El festival también incluye abundantes dosis de realidades dolorosas en forma ficcionada o documental. En este último aspecto, destaca una retrospectiva de cuatro largometrajes del realizador Steve James, donde se examinan los sueños baloncestísticos de dos universitarios afroamericanos (Hoop dreams) o la mediación cívica para poner coto a la violencia urbana en Chicago (The interrupters).
Cuando hay clases dentro de las clasesAunque Abacus, small enough to jail no es uno de los proyectos más ambiciosos de James, su realizacion funcional sirve para dar a conocer un suceso poco conocido del crack financiero de 2008. El título del filme revela parte de la tesis del autor del documental: algunas entidades bancarias eran demasiado grandes como para perseguirlas judicialmente o permitir que quebrasen (el famoso lema "too big to fail"), y algunas otras entidades eran suficientemente pequeñas como para llevarlas a juicio.
Abacus, un banco impulsado desde la comunidad china de Nueva York, fue la excepción a la impunidad, a pesar de que sus mismos dirigentes informaron a los organismos reguladores de las irregularidades que había cometido uno de sus trabajadores. En su relato, James prioriza el punto de vista de estas víctimas atípicas: una familia de banqueros con suficientes recursos económicos como para enfrentarse al despliegue de recursos de la Fiscalía.
Varios periodistas también se muestran muy críticos con el proceso contra Abacus. Para unos y otros, también hay clases dentro de las clases. Y, quizá, razas dentro de las clases: se apunta la posibilidad de un sesgo de etnocentrismo y prejuicios en la inusual judicialización de los créditos de Abacus, una de las entidades con menores tasas de morosidad durante el estallido de ejecuciones hipotecarias de la época.
Heridas de la guerra y la pobreza (o viceversa)El primer largometraje como realizadora de la actriz Annabelle Attanasio, Mickey and the bear, es un duro drama donde la iniciación a la vida adulta corre en paralelo con el lastre psicológico de los cuidados familiares. Una joven se plantea la posibilidad de escapar de un entorno venenoso monopolizado por su padre, un antiguo marine con trastornos psiquiátricos. La débil red de apoyos sociales estadounidense resulta todavía más difícil de desplegar para incluir a un veterano con tendencias violentas y autodestructivas.
Mediante el filme, Attanasio explora las zonas oscuras, sobre todo individuales pero también estructurales, de la desesperanza, pobreza y falta de expectativas en los entornos rurales estadounidenses. El respeto y la atención al trabajo actoral del dúo protagonista se combina con algunas estimulantes soluciones visuales, tanto en los contrapuntos de belleza o esperanza como en las escenas más terribles. La realizadora muestra un cierto tacto al abordar unas situaciones extremas que podrían examinarse de manera truculenta, pero no rebaja la crudeza de estas.
Un referente del cine afroamericanoLa genealogía del indie estadounidense no está completa tan solo con realizadores como John Waters, Jim Jarmusch o John Cassavetes (un avanzado de la tendencia con su seminal Sombras, estrenada a finales de los años 50). También cabe recordar a Charles Burnett, realizador que comenzó a trabajar el lenguaje cinematográfico en la Universidad de UCLA a finales de los años 60. El festival Americana de Barcelona ofrece una retrospectiva de sus obras primerizas, entre las que destaca su primer largometraje: Killer of sheep. Su autor intentó despojarse de artificios narrativos para examinar de manera amarga la realidad de un barrio de población predominantemente afroamericana.
El resultado está en las antípodas del barniz estetizante y sensacionalista del cine de explotación en auge a medidados de los años 70, representado por obras como Foxy Brown o Blacula. El protagonista de este relato más o menos coral es Stan, un padre de familia aparentemente (y silenciosamente) abatido que aspira a mejorar las condiciones materiales de su vida. En una escena del filme, uno de los personajes protesta: "¿Es que os creéis de clase media?". Porque Stan vive en ese entorno de casas precarias, coches desvencijados y falta de expectativas de futuro que nos recuerda la escasa potencia del denominado ascensor social.
Las viñetas narrativas de Burnett, naturalistas y algo fragmentarias, pueden recordarnos a un neorrealismo de postguerra sin necesidad de conflictos militares: nos muestra los tejidos cicatriciales, endurecidos y perdurables, de la segregación racial. Y, como en el caso de la Cabeza borradora de David Lynch, que se estrenó un año antes que Killer of sheep, lo que era un proyecto estudiantil se convirtió en un clásico del cine de autor estadounidense.