A ella, a la nostalgia, dedica el filósofo Grafton Tanner (Columbia, Carolina del Sur, 1990) el sugerente ensayo Las horas han perdido su reloj (Alpha Decay). Se trata de un análisis de lo que el estadounidense asegura que es una emoción humana a la que no debemos ni despachar como mera melancolía paralizante ni dejar en manos de su instrumentalización reaccionaria. Al contrario, Tanner defiende que en torno a ella nos jugamos también el futuro.
Afirma, en su trabajo, que la nostalgia es una emoción característica de nuestra época. ¿Por qué?
Vivimos en un periodo de inestabilidades desde la guerra contra el terrorismo hasta la reciente pandemia, pasando por las crisis económicas. Ese terreno de tristeza y sufrimiento es perfecto para que la gente se sienta nostálgica. La nostalgia sirve de bote salvavidas para las personas que buscan localizar la estabilidad perdida en algún momento del pasado. En algunos casos, esto puede que no tenga mucha importancia y que de hecho ayude. En otros, puede que alguien eche de menos un periodo de la Historia que no fuera precisamente tan apacible para gente diferente a ellos.
¿La industria de la nostalgia se beneficia de los medios de comunicación que difunden odio, apareciendo como un alivio para ese malestar?
Sí, existe esa relación de complementariedad. Hay una parte de medios de derechas que enmarcan el presente como algo acerca de lo que hay que enfadarse y hablan de un tiempo en el que, según ellos, las cosas no estaban tan mal. Por otro lado, a la industria del entretenimiento mainstream le gusta crear sagas, franquicias y series ambientadas en el pasado que reafirman esa sensación de lo contenta que vivía la gente, por ejemplo, en los años ochenta. Medios y entretenimiento se necesitan mutuamente.
¿Cómo influye en la nostalgia el hecho de que el trabajo nos quite cada vez más tiempo?
Si trabajas todo el rato, no tienes tiempo propio, estás física y mentalmente agotado y es como si no tuvieras vida o fueras solo un testigo de ella, entonces quizá quieras simplemente relajarte, no hacer nada. La otra parte interesante sobre la nostalgia es que también ha sido históricamente una amenaza a esa idea de que tenemos que ser constantemente productivos. La rabia o la persecución de la felicidad son conceptos más atractivos para el capitalismo porque pueden ser combustible para generar más movimiento o consumo.
¿Añoramos un tiempo de mayor capacidad de agencia, un momento en el que todo parecía un poco más en nuestras manos?
Cada parte de la memoria histórica que compartimos está continuamente renegociándose. Lo que tenemos que preguntarnos es cómo estamos representando el pasado y cómo de útil es para nuestro presente. Hay periodos que pueden despertar nostalgia pero porque no se han contado bien o se han creado versiones irreales en nuestra cabeza. Lo que nos ocurre hoy cuando nos sentimos desesperanzados es que echamos de menos una alternativa mejor. Eso es lo que puede orientar la nostalgia hacia el futuro.
¿Sentimos nostalgia por los futuros que el capitalismo ha cancelado?
Totalmente. Para la izquierda, es obvio que es cada vez más difícil una vida basada en el bienestar y lejos de crisis económicas y climáticas. Para la derecha, no es muy diferente. Ninguna de las dos tiene mucha esperanza en el porvenir.
La relación de la izquierda con la nostalgia no parece muy cómoda.
Es complicada. Históricamente, a la izquierda no le ha gustado la nostalgia. La ha denostado. Cuando estudias la nostalgia, te das cuenta de que líderes políticos, autoridades médicas, psicólogos o juristas la han atacado desde hace cientos de años y la han asociado a personas marginadas. La han usado como arma contra los no blancos, migrantes o mujeres. Mi intención en el libro es que la izquierda se dé cuenta de esa historia. No debemos cuestionar a la gente que siente nostálgica haciéndola parecer débil. Es una emoción que ha de ser analizada, no ignorada. Al capitalismo tampoco le ha gustado la nostalgia hasta que la ha podido convertir en objeto de consumo.
Una nostalgia con proyección de futuro también puede brotar de conocer -o incluso haber vivido- un tiempo en el que, por ejemplo, los y las trabajadoras eran una fuerza organizada. ¿Cómo pueden sentirse parte de eso las generaciones jóvenes que solo han vivido crisis?
Esa es la razón por la que, al menos en mi país, hay una gran guerra en torno a la Historia que los chicos y chicas estudian en la escuela. Un conflicto promovido por grandes empresas y la derecha contra la enseñanza de una teoría racial crítica o políticas de género. Soy profesor, le doy mucha importancia a esto porque enseñar es cada vez más difícil cuando se están prohibiendo libros. Hablar de estos movimientos puede abrir la conversación hasta preguntarnos cosas como adónde fue un derecho al aborto cada vez más restringido o una mayor potencia para convocar huelgas.
Una persona que tenga ahora 20 años puede que en 2043 esté sintiendo nostalgia de 2023.
Sí, de manera parecida a cuando hace unos años, en el pico de nostalgia ochentera, alguna de la gente que había vivido esa época se preguntaba qué había de tan especial en ella. Es verdad que a veces la nostalgia es simplemente estética y no tiene en cuenta el momento político de la época que añora, pero creo que podemos pensar en ambas a la vez. Cuando en el futuro escuchemos con nostalgia una canción de 2023 podemos hacer memoria también de lo que estaba sucediendo entonces.
En la novela Rebeldes, uno de los personajes pide a su amigo Ponyboy que permanezca dorado, brillante. No que detenga el tiempo porque es imposible, pero sí que retenga su luz y pureza. ¿La nostalgia por no defraudar a quien fuimos puede ayudar?
Hay una presión creciente en no cambiar y ser solo de una manera para que puedas ser leído y detectado mejor por las marcas. La gente cambia pero eso no quiere decir que no lleve consigo partes de su pasado. Es importante mantener esa voluntad de mejorar el mundo.
¿Qué papel juega el algoritmo en la nostalgia?
El modelo de negocio de internet reside en producir datos, consumir y recomendar contenidos ya sean música, artículos, posteos o lo que sea. El algoritmo presume que te va a gustar algo similar a lo que ya te gusta. Te presenta información similar para atraparte, a veces en un círculo, en una burbuja, en la que es difícil que haya alguna novedad.
¿Estas burbujas matan un poco el misterio, el encantamiento del mundo que necesitamos para imaginar el futuro?
Sí, es importante salirnos de ese bucle de retroalimentación para encontrar ideas nuevas.
En el ensayo también habla de los no-lugares, esos sitios donde nadie sabe nuestros nombres.
Pasamos mucho tiempo moviéndonos en estos lugares anónimos que solo existen con una finalidad de consumo. Estar en ellos puede suponer una experiencia muy solitaria y alienante, pero lo llamativo es que a veces podemos sentirnos nostálgicos de no-lugares que hemos frecuentado. Esto puede verse en cierta nostalgia de centros comerciales que podemos interpretar como cierta nostalgia por grandes espacios y una energía de multitudes.
Si nos fijamos en la mayoría de canciones que escuchamos en los lugares transitados o anuncios, parecen solo evocar euforia o tristeza. No hay lugar por ejemplo para la rabia.
La rabia es muy interesante porque sí que solemos recibirla a través de las redes sociales, que son como un grifo de esa emoción abierto 24 horas. Sin embargo, cuando se trata de la rabia de luchar por un futuro más igualitario en la calle, y pienso en las protestas que siguieron a la muerte de George Floyd en 2020, a los poderes fácticos eso ya no les gusta. Para ellos, tienes que enfadarte sobre lo que consideran correcto, sobre lo que te dice la Fox, no por ejemplo sobre la brutalidad policial. Hay mucha vigilancia sobre aquello acerca de lo que debemos enfurecernos.