Ahora imaginen una película que comienza no con el momento en el que ellos se conocen, sino cuando ya lo han hecho y han quedado para tener sexo. Para seguir dando la vuelta a los tópicos los actores no son jóvenes, ni responden a cuerpos canónicos. Son personas normales, con cuerpos normales y profesiones normales. La comedia romántica empieza a separarse del cliché. Para terminar de cuadrar el círculo su relación solo se contará a través de sus encuentros esporádicos, sin que nunca sepamos nada de ellos. No vemos cuando se acuestan, casi ni cuando se besan. Solo lo que hablan en esas pequeñas reuniones en parques, bares o museos. Lo que conocemos de sus vidas es lo que se cuentan entre ellos. No conocemos a la mujer de él ni a su hija. Los amigos no son los secundarios graciosos, y no sabemos cómo se comportan en su día a día.
Hasta la puesta en escena rompe la fórmula. ¿Una escena donde ambos se toquetean en el coche que se cuenta desde fuera del vehículo mientras solo se les oye? Es lo que propone Emmanuel Mouret en Crónica de un amor efímero, película que ofrece una mirada diferente a las relaciones de amor. Mouret parece empeñado en deconstruir el género, como ya demostró en su anterior filme, Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, y en analizar las dinámicas de las relaciones sentimentales desde un tono que aparenta ligero, pero que realmente no lo es.
Un tono que han definido como una mezcla de Woody Allen y Eric Rohmer, una descripción que agradece y que acepta, aunque cree que realmente el cine que le influye es más clásico, y cita sin pudor a Buster Keaton, Lubitsch y Billy Wilder. “Mi cinefilia es muy clásica, lo reconozco”, dice Mouret antes de volver a mencionar a Buster Keaton para hablar de la inspiración para la construcción del personaje protagonista, un brillante Vincent Macaigne torpe, sin tablas y con una masculinidad completamente diluida en contraste con el torrente de espontaneidad que supone el personaje de Sandrine Kiberlain.
“Es cierto que en mis películas tengo cierta inclinación por la torpeza, sobre todo en los personajes masculinos. Mencionaba a Buster Keaton porque creo que desde niño me gustan las películas, los personajes y los actores torpes. Hay algo que me toca profundamente en la torpeza. Me parece que puede expresar profundamente algo de nuestra intimidad, algo íntimo, algo de nosotros como seres humanos que siempre estamos obligados a adaptarnos a situaciones nuevas y que escondemos nuestra vulnerabilidad, pero los personajes que la muestran a mí me conmueven, y creo que también conmueven a los demás. Para mí, Buster Keaton es una imagen hermosa y profunda de la historia del cine. Tiene una profundidad casi metafísica. Un personaje que cae, se endereza y vuelve a empezar sin acusar al mundo. Sin rencor”, cuenta de su forma de entender a sus personajes.
Confirma que su película no apuesta por las fórmulas gastadas y comunes en el cine, pero se niega a atribuirle a Hollywood toda la culpa sobre nuestra concepción del amor y de la comedia romántica: “No creo que Hollywood sea el único responsable. Ahí está el Hollywood del cine clásico. No voy a señalar y buscar al responsable, porque en Francia, sobre todo en la televisión, también ocurre. Me interesa más fijarme en los cineastas que me gustan, los que me dan ganas de hacer cine. Las películas que no te gustan, y esto lo decía Truffaut, también son interesantes, porque cuando haces cine es cierto que te basas en lo que te gusta, pero sobre todo haces cine en contra de las películas que no te han gustado, y a mí las que no me gustan no son solo las de Hollywood, hay otras muchas”.
Todos dicen que su cine siempre gira en torno al amor, pero él se revuelve y corrige diciendo que es sobre el deseo, aunque cuando lo explica parece una forma de no pillarse los dedos. “Es una precaución decir eso, porque el amor es más una pregunta. Cuando hablamos de amor parece que todos estamos de acuerdo, pero en cuanto intentas reflexionar sobre el tema y ser más preciso te das cuenta de que cada persona tiene una opinión, habitualmente divergente. Por eso creo que el amor es más una pregunta que una evidencia. Sin embargo, el deseo es mucho más evidente que el amor. De hecho, cuando ves a la gente no sabes si se aman o no se aman, o pueden cambiar de idea, mientras que el deseo creo que es más concreto, y el deseo puede convertirse en amor”, opina.
Mouret añade otra interesante reflexión sobre su tema favorito, el deseo: “Una vez lo sientes surgen muchas preguntas. Empezando por saber si es recíproco, y adivinar eso ya es un gran trabajo, y para eso está la palabra. Es una especie de investigación que cada uno hace y en la que también hay costumbres. Hay cosas que se dicen y otras que no se dicen. Cosas que se hacen y otras que no se hacen. Por eso, todas las preguntas en torno al deseo están muy bien organizadas socialmente, y por eso las historias de deseo acaban hablando del ser humano y de su lugar en la sociedad”.
Es curioso que en un filme cuyo tema es el deseo no haya escenas de sexo. La cámara de Mouret graba el postsexo, cuando los amantes hablan. Le interesa lo que se dice antes o después, y todo por una cuestión cinematográfica. “Lo que me gusta como espectador en el cine es el suspense, que esperes que algo vaya a ocurrir, pero en las escenas de sexo es donde los deseos se unen y satisfacen. Una escena de sexo es interesante si hay suspense, si plantea preguntas. Yo, a menudo, tomo el ejemplo de Instinto básico, en donde hay escenas de sexo, pero porque el suspense está en si le asesinará con el picador de hielo por la espalda. Ahí el sexo es interesante, como también lo es cuando hay un deseo que no está a la altura del otro deseo, pero para mí siempre tiene que haber algo en juego para mostrarlo”, zanja.
Esa idea del suspense es la que también está en su construcción narrativa, que deja fuera casi toda la vida cotidiana de los protagonistas para centrarse en lo que se cuentan cuando se ven, porque para el director “la escritura es encontrar el equilibrio entre lo que se muestra y lo que se esconde”. “Me gusta la idea de que el cine juega con lo escondido y que el espectador sea como un detective. Va a meter algo de su propia vida, de su intimidad, y por eso el cine es esa especie de fusión entre lo que se ve y lo que cada espectador imagina”. Un cine que deja hueco a la reflexión y que encuentra “el peligro hoy en día desde las plataformas, ya que las televisiones tenían una obligación en invertir en producción francesa y el poder que tenía nuestro cine se está diluyendo en favor de las plataformas que vienen, casi todas, desde EEUU”.