Desde su creación, los hombres han sido los que han hecho cine. Lo han hecho perpetuando una visión machista que sexualiza a las mujeres a través de un lenguaje que imita su propia mirada. Como explicaba Nina Menkes en su documental Brainwashed: Sex-Camera-Power y Laura Mulvey en su ensayo Placer visual y cine narrativo, los cuerpos femeninos han sido cosificados con cámaras lentas, paneos que recorren sus cuerpos y primeros planos de toda su geografía física. Recursos que nunca se usan para los hombres. Esa forma de rodar se ha trasladado como un virus a todos los cineastas, y han sido solo unas cuantas mujeres las que han sido capaces de desafiar esa ‘mirada masculina’ con sus películas.
Quizás una de las más influyentes fue Chantal Akerman, la directora belga que por primera vez colocó el espacio doméstico en el cine gracias a su obra maestra Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, elegida en la última votación de la revista Sight & Sound como la mejor película de la historia del cine en una selección polémica que provocó la irá de algunos críticos cinematográficos. Akerman es una de las maestras que influyó de forma directa en la francesa Céline Sciamma, que con su cine destruye una y otra vez las normas patriarcales del arte.
Su cine es un desafío constante a esa male gaze y también a la política de géneros cinematográficos, los cuales deja tiritando con un cine que se basa en su activismo y en su feminismo. Son esas las armas desde las que elige cada plano, cada decisión de guion. Sus películas son artefactos políticos que no renuncian a una poética que emociona. Fue Sciamma quien con Tomboy habló de las infancias trans con la dignidad que todavía no se las concedía; quien en Girlhood habló de un grupo de jóvenes negras en una barriada parisina y les regaló uno de los momentos musicales más empoderantes y hermosos del cine reciente, con el Diamonds de Rihanna como himno; y fue ella quien conmocionó Cannes con su drama de época lésbico, Retrato de una mujer en llamas.
Aquella película mostraba una nueva forma de mirar y de ser mirado. Hablaba de un deseo horizontal, donde no había relaciones de poder. La cámara no sexualizaba, y era siempre consciente de dónde se colocaba para que todos los personajes y la propia directora se miraran de igual a igual. Una película que en la misma votación en la que Jeanne Dielman quedaba primera se colocaba en el puesto 30. El mismo filme que fue recibido con un cero en la votación de Cahiers du Cinema aquel año de Cannes. De aquella situación se ríe ahora Sciamma. Lo hizo en la emocionante clase magistral que ofreció en el festival D’A de Barcelona, donde Carla Simón le hizo entrega, tras un discurso en el cual se refirió a ella como maestra, del primer premio de honor del certamen. Allí, Sciamma demostró su torbellino político, dedicando el galardón a los activistas que están siendo atacados por la policía en las calles de París pidiendo que haya menos desigualdad.
La foto de Sciamma y Simón emocionaba. Dos mujeres que han dado la vuelta a una industria patriarcal y se han convertido en absolutos referentes. La sala estaba abarrotada de mujeres jóvenes que las vitorearon y esperaban para hacerse fotos con ellas. Tras una clase magistral y un encuentro con jóvenes guionistas, Sciamma atendía a la prensa, y lo primero que hacía era contradecir a Truffaut. Si el cineasta decía que uno hace películas en respuesta a aquellas que no le gustan, Sciamma cree que no es tan fácil asegurar algo así. “Ojalá me pudiera esconder bajo una cita sobre por qué hago películas, pero creo que las películas que amas, a veces te odian. No tengo una relación tan simple con lo que me gusta o no me gusta, con lo que es bueno o no es bueno. No veo el cine como una competición. Creo que Truffaut hablaba sobre eso, y sabemos lo competitiva que era la Nouvelle Vague. Yo no soy nada competitiva, pero estoy en una cultura donde esa competitividad existe. El cine es el único arte donde tenemos Juegos Olímpicos cuatro veces al año (se refiere a los cuatro festivales más importantes del mundo Cannes, Venecia, Berlín y San Sebastián). No me interesa esa cultura de la competición, pero eso hace mi amor por el cine muy intenso”, dice atizando su primer sopapo de la charla a Godard y compañía.
Si en Jeanne Dielman, Chantal Akerman colocaba acciones inéditas en el cine como cocinar una tortilla de patatas; Sciamma hizo lo mismo en su obra maestra, Retrato de una mujer en llamas, donde el cine representó de forma inédita hechos vinculados a los cuerpos femeninos que normalmente no se muestran, como la menstruación o el aborto; o algunos que parecían prohibidos para ellas: algo tan simple como comer con placer y ganas. Sciamma no se cansa de mencionar a la belga como su gran influencia, sobre todo porque “ella fue la prueba viviente de que cuando miras a un personaje femenino en su plenitud, creas un nuevo lenguaje en el cine”.
“Para mí eso está unido con lo que es la modernidad. Mirar con integridad, también a tus personajes, produce un lenguaje revolucionario. Lo ético puede producir un lenguaje revolucionario. El hecho de que mirar a una mujer pelar patatas sea una de las imágenes más poderosas del cine nos dice mucho sobre cómo el cine tiene que ver con el espacio y el tiempo. La representación de la mujer ha sido siempre tan superficial y destructiva que esa imagen, de repente, se siente nueva por ver representado algo que se hace cada día, como comer, pelar patatas o estar en silencio”, añade.
Confiesa que la escena del aborto le costó muchísimo tiempo escribirla porque pensó en cada detalle, en cada consecuencia de cómo lo representaba. Por ello cree que no hay nada que no pueda ser representado en el cine, aunque no le interesa “la violencia de una forma naturalista”. “Eso no quiere decir que no vaya a representar la violencia, pero puedo hacerlo de una forma más poética o simbólica y eso no quiere decir que vaya a doler menos”, opina la directora que cree que “no es difícil no convertir en objetos a las mujeres, lo que es difícil es no hacerlo en la cultura del cine, donde se ha convertido en parte del placer”. Cree que todo gira en torno a “cómo representar las cosas”. “Mis películas son un camino hacia la afirmación y hacia no tener miedo. Haciéndolo sin caer en la tentación ni pretendiendo seducir con el lenguaje del cine patriarcal. Es difícil de una manera materialista, pero creo que no de una manera estética, si lo deseas”, zanja.
Esa forma de representar fue la que hizo que creara un filme donde el deseo y el erotismo nacían del consentimiento. Donde lo sensual estaba en una boca, en unos ojos que miraban a cámara y no en donde los hombres lo hubieran visto, como un pecho o una pierna. Porque para ella “lo erótico es el tiempo y el espacio que hay antes de un beso o antes de un gesto, y lo que recordamos de momentos eróticos que nos sucedieron en nuestra vida”. Si fuera un cóctel, la mezcla de Sciamma sería de “espacio, tiempo y piel”. Su opinión es que, en este tema, “el cine no está siendo muy valiente, innovador o experimental al dar un enfoque sensual a las escenas románticas en las películas”.
Siempre se reduce a una dualidad, “o es muy tímido o es muy brutal, muy rápido todo el tiempo”. Tampoco cree en esa idea patriarcal de que ”no hay erotismo sin conflicto”. “No creo en eso y, precisamente por ese motivo, quise hacer una escena realmente sexy donde las dos personas quieren lo mismo en el mismo momento. En la vida, cuando alguien te pregunta si puede besarte… eso es supererótico, entonces, ¿por qué no lo es en el cine? En el cine todo se trata de acción corporal, y eso me parece muy aburrido. Creo que todo eso forma parte de la dramaturgia del cine, pero no de la vida real”, opina.
Uno de los momentos más míticos del cine francés reciente ocurrió en la ceremonia de los premios César de 2020 cuando Retrato de una mujer en llamas optaba a diez premios el mismo año en el que la Academia francesa se rendía al último filme de Roman Polanski. Las críticas las semanas previas fueron estruendosas, y se ampliaron cuando el César al Mejor director fue para el director por El oficial y el espía. En el momento en el que se dijo su nombre, tanto Céline Sciamma como las protagonistas del filme, Noemie Merlant y Adèle Haenel, abandonaron la sala mostrando su repulsa ante el reconocimiento. Haenel lo hizo gritando “¡Vergüenza!”, y “¡Viva la pedofilia!”.
Los César volvieron este año al foco al no tener a ninguna mujer directora entre las finalistas al premio a la Mejor realización. Sciamma es parte del colectivo 50/50, que trabaja por la igualdad de género y la diversidad sexual en el cine francés, y aunque intenta morderse la lengua en este tema, no puede evitar opinar. “Yo no soy parte de la Academia Francesa… yo no voto, así que no sé. Supongo que los votantes votan así. Sé que se ha renovado la Academia, pero todavía se produce eso. Está sucediendo en todos los sitios lo mismo, porque estamos en un momento de retroceso. El cine siempre ha sido muy proactivo contra la cosificación de las mujeres y las mujeres directoras no dejan que pase eso. No sé… es solo una entrega de premios y no quiero comentarlo porque es tan superficial y hay cosas que me enojan más que esto. No voy a decir que los premios no son hermosos gestos de amor, pero estas democracias falsas… no estoy participando en ellas, así que no voy a juzgarlas”, dijo.
Anuncia que el cine que le interesa ahora no será tan convencional ni realizado desde dentro de un sistema que sigue siendo “un mundo muy burgués”. Se ha cansado de “intentar reformar el sistema”, y ella lo hará por sus propios métodos. Empezando por luchar porque todos los miembros del equipo cobren de forma equitativa. Eliminar la “estructura jerárquica del cine y las poderosas dinámicas de poder”, apunta. “No puedes separarte de la forma en que se hacen las películas y sobre lo que hablan esas mismas películas. Si haces una película de 8 millones de euros sobre la clase obrera, ¿qué valor tiene eso si estás reproduciendo esa lucha de clases en tú plató? Creo que la alternativa es vigilar que haya un equilibrio de poder en el set, y esto tiene que ver con el dinero. Un equilibrio que también tiene que ver con la relación de una película con otra. Ahora hay películas muy grandes y ricas, y las independientes son cada vez más pobres, por lo que ahí hay una lucha de clases”, explica. No ve la solución intentando “mejorar un poco el sistema”, porque no cree que lo estemos logrando, así que solo ve una salida: “Necesitamos una revolución”.
En la charla de la mañana, anunció también que había optado por no presentar más películas en festivales. Una decisión que parece irrevocable y que ella misma explica: “Estoy en una posición en la que no creo que necesite esa exposición para atraer a las personas a que estén interesadas en mis películas. Además, hay que dejar espacio para que otras personas tengan éxito y obtengan esa exposición y esa experiencia. Creo que juzgo a las personas que regresan después de haber ganado la Palma de Oro. No entiendo por qué no le hacemos esa pregunta a la gente que ya ha ganado, ¿por qué vuelves si ya has ganado? Mis películas ya no necesitan ser parte de esa burbuja especulativa, de ese enfoque tan capitalista. He tenido la suerte de vivir de esto, he tenido éxito, he tenido una relación con mis películas ganando dinero y no quiero que esto sea todo, no lo veo bien. No es una decisión amarga para nada, creo que es un camino bastante racional. Además, odio hacer las mismas cosas, y es demasiado intenso ponerte todo el tiempo en ese nivel de exposición”. Sciamma parece destinada a seguir los pasos de su adorada Chantal Akerman con un cine que desafía cualquier orden establecido, pero su personalidad supone una nueva revolución al presentar una nueva forma de afrontar la relación del director con una industria que ella quiere cambiar desde sus cimientos.