Este artículo habla de esa travesía y, especialmente, de una obra comprometida y difícil sobre el caso por el que ocho personas de esta localidad navarra fueron condenados en 2018 a penas de entre dos y 13 por las agresiones a dos guardias civiles en 2016 durante una noche de fiesta en los conocidos carnavales de la localidad. Hasta ahora, la obra no se ha podido ver en Madrid o Barcelona. Aunque eso cambiará tras los premios Max.
Tras el estreno en octubre de 2021 en el Teatro Arriaga de Bilbao, la obra se programó en el Festival Internacional de Vitoria, en el Teatro Principal. Ahí, la compañía comenzó a vislumbrar que el camino a recorrer no sería fácil. La portavoz del PP, Ainhoa Domaica, acusó al alcalde de Vitoria de "politizar" el Teatro Principal, tildó la obra de “adoctrinamiento nacionalista” y de “juicio paralelo sobre las tablas” y exigió que se retirara del cartel del festival. “Nosotras estábamos muy tranquilas”, recuerda Ane Pikaza, “María había hecho un trabajo muy minucioso y exquisito en dar voces a todos los implicados. Sabíamos que había que dejar que la obra hablase, nada más. Esta señora ni la había visto”, razona sobre este montaje en el que su autora estuvo casi dos años escribiendo el texto basado en los más de trescientos folios de la transcripción del juicio.
“La verdad es que el efecto de aquel intento de censura fue el contrario, tuvo un efecto rebote y se agotaron todas las entradas”, recuerda María Goiricelaya, quien también afirma que la compañía nunca quiso dar pábulo a este tipo de incidentes y que además estaban tranquilas ya que las tres funciones en Bilbao habían tenido una respuesta muy buena. “El público que acudió fue numerosísimo y muy variado. Fueron tres funciones que acabaron con los espectadores en pie aplaudiendo. Había mucha expectación, la gente quería ver qué se hacía en el teatro con este caso. Sabíamos que había público que iba a llegar, tanto desde la izquierda como desde la derecha con una carga ideológica y unos prejuicios que iban a hacer imposible generar una reflexión, que es lo que pretende la obra. Pero desde el primer momento vimos que en la mayoría de gente sí se generaba, sabíamos que, de algún modo, habíamos tocado una tecla”, recuerda Goricelaya.
La obra ya ha tenido más de 50 funciones, tanto en euskera como en castellano, ha recorrido varias comunidades y se ha representado en Colombia y Uruguay. Eso sí, en España no ha tenido lugar en ninguna localidad gobernada por un partido de derechas. Ambas creadoras afirman que tenían claro que no les iban a llamar de ciertos sitios, “incluso hay programadores que han venido a verla, nos han dicho que les ha gustado y les interesaba pero que no podían programarla por quienes gobernaban en su ciudad”, afirma Pikaza.
Pero, poco a poco, la fuerza del montaje se ha ido imponiendo. Una fuerza que, sobre todo, reside en un texto ágil y lleno de datos e información que permiten al espectador conocer el proceso judicial y los dolores causados en ambos lados, como en una interpretación llena de energía y verdad. Tanto la propia Ane Pikaza, como Egoitz Sánchez, Nagore González y Aitor Borobia, van saltando de un personaje a otro con gestos mínimos y cambios energéticos. Todos interpretan tanto los papeles de un lado como del otro, al igual que a jueces, abogados, familiares y diversos implicados.
Ese continuo cambio de roles hace que el espectador no pueda identificarse tan solo con un actor o denostar a un personaje. “Queríamos provocar que la empatía del espectador saltase de un personaje a otro, era la forma de romper con las ideologías inamovibles, forzar empatías que ciertos espectadores tampoco estaban en un principio dispuestos a tener”, razona Pikaza sobre este montaje que en su puesta en escena tan solo cuenta con unas banquetas y un espacio vacío.
Desde hace un decenio en España el teatro documental está en auge. Un teatro que siempre tiene una vertiente política y de urgencia social. Así se han visto montajes como Jauría (2019) dirigido por Miguel del Arco sobre el caso de violación en los San Fermines de 2016, la trilogía Rescoldos de paz y violencia creada por María San Miguel entre los años 2012 y 2017 y que trata sobre la violencia en Euskadi y los procesos de diálogo y restauración; o, más recientemente, Homenaje a Billy el Niño (2022) que recogía los testimonios de las víctimas torturadas por este policía.
Pero en Altsasu llama la atención la especial manera de combinar ficción y documentación. Si bien la obra está plagada de datos del juicio, de titulares de periódicos o de testimonios a la prensa de los implicados, Goiricelaya ha ficcionado grandes partes de la obra como el día a día en prisión de los acusados, las visitas a la cárcel de los familiares o un diálogo entre una de las madres de los guardias civiles y una de las madres de los acusados. La autora explica a este diario que podría haber entrevistado a los implicados pero que decidió no hacerlo para tener una mayor distancia, que prefirió basarse en algo más aséptico como es la transcripción del juicio e imaginar ciertas situaciones “para ir mostrando la parte más humana de cada uno de ellos, para traer los personajes a tierra, conectarlos y poder mostrarles vulnerables. Por ejemplo, me apetecía recrear ese diálogo imposible entre las madres, mostrar la razón de cada una, poder ver que nadie tiene el monopolio del dolor”, razona Goiricelaya.
Hace tres años, la autora también realizó la dramaturgia de la obra Harri Orri Ar, un montaje de La Dramática Errante en donde, en un patio de colegio, se escenificaban la diversidad ideológica de la sociedad vasca y su tendencia a callar a través de testimonios. “Aquella obra fue muy importante para nosotras, era un canto a la reconciliación, a poder hablar las cosas entre nosotros”, afirma la autora, quien recuerda que en el proceso de creación fue fundamental la entrevista en Radio Euskadi entre, Aritz, el hijo de Ernesto Aranburu —sindicalista miembro de la mesa de HB que se suicidio ahorcándose en un caserío en 1997— y María, la hija del político asesinado por ETA Juan María Jauregui en el año 2000. “Creo que es una de las entrevistas más memorables que ha habido en relación con la convivencia en Euskadi. Me acuerdo que, cuando conté a mi cuadrilla de qué trataba la obra, salió a colación Aranburu y una amiga me miró y me dijo 'Eugenio es mi tío y yo fui la niña que le encontró cuando se quitó la vida'. Hasta ese punto a veces no hablamos aquí”, señala.
La obra comienza con el testimonio de los implicados de lo que ocurre en el Bar Koxka, lugar donde se produjo la agresión. No se obvian los brutales insultos de odio que recibieron los guardias civiles y sus parejas. “¡Dale más fuerte al puto perro guardia! ¡Teníais que estar muertos, cabrones!”, resuena en escena. A partir de ahí, el devenir procesal y judicial del caso se va desmenuzando. Así, se nos va contando, gracias a los testimonios de la defensa, cómo la declaración del dueño del bar aparece modificada, sin firmar y con fecha de otro día. Se cuentan las ruedas de identificación más que dudosas, y se explica el papel fundamental que tuvo el Grupo de Víctimas del Terrorismo que fue el primero en pedir una acusación a los implicados por delito de terrorismo y delito de odio. También fue el primero en relacionar la causa al movimiento ciudadano de Altsasua llamado Ospa Eguna (día de la partida), acto que todos los años tiene lugar en esta localidad y en el que se pide la salida de las fuerzas armadas del Estado de Euskadi y Navarra. Algo que fue vital para que la causa pasase a ser juzgada en la Audiencia Nacional, quien hizo suyos los razonamientos de GVT y decretó prisión incondicional a los acusados. De repente, suena en escena: “Un abrazo y todo nuestro ánimo a la @guardiacivil tras la brutal agresión sufrida por dos de sus miembros. No habrá impunidad”, el tweet escrito por el entonces presidente del Gobierno Mariano Rajoy.
Pero del otro lado, en escenas que se van intercalando de manera constante, comienzan a oírse las razones de los guardias civiles que viven apartados a varios kilómetros, ya en el monte, en la casa cuartel. Se cuenta la llegada de uno de ellos al pueblo lleno de ilusión y cómo todos sus intentos de relación con la comunidad son vetados e incluso censurados. Se narra también la situación de la novia del teniente de la Guardia Civil, de origen ecuatoriano y habitante de Alsasua. Cómo le retiran el saludo y le hostigan a partir del día de la agresión, cómo su cuadrilla de amigas desde los tres años le deja de hablar, sus problemas para dormir, la medicación, la claustrofobia. Su padre, un comerciante de Alsasua, dice en la obra: “Después de la agresión, mi hija tuvo que irse de Alsasua y mi mujer y yo sufrimos las consecuencias desde dentro: dañaron una máquina de bolas de nuestro bar y golpearon nuestro coche; nos colocaron pegatinas y pancartas en la puerta de nuestra casa; nos gritaban desde la acera cosas como 'traidores', 'fuera de aquí' o 'el pueblo no perdona'. Nos hicieron el vacío”.
Son testimonios que recuerdan mucho a otros tiempos. Pero quizá el momento más tremendo es la escena en que la mujer del otro guardia civil recibe una carta en la que se amenaza la vida de su hija de año y medio. “Decidimos pedir el traslado. Cuando amenazan a tu hija de año y medio… cuando alguien es tan inhumano como para amenazarte con lo que más quieres en el mundo que es un ser frágil e indefenso… no hay nada que pensar. Te vas. Sales corriendo de esa pesadilla. La misma forma de operar. La misma carta intimidatoria que ETA enviaba a empresarios, políticos, periodistas… la misma calaña humana”, dice la madre en la obra.
Al preguntar a Pikaza y Goiricelaya cómo se recibió este vaivén emocional en las representaciones en Euskadi y Navarra, las anécdotas son innumerables. Cuentan cómo, en varias ocasiones, guardias civiles fueron a ver la obra, y que incluso alguno de ellos les hizo saber que la historia les parecía “bien contada”. Cuentan cómo los padres de los implicados poco a poco se fueron yendo. Algunas de las reacciones no fueron buenas. “Gente muy cercana al caso nos ha hecho saber que no estaban de acuerdo, que incluso la obra les había hecho mucho daño. Estamos hablando de muchos años de cárcel, es algo muy serio, sabemos que para un familiar puede ser muy doloroso. Pero la obra no está hecha para satisfacer a nadie. La obra intenta reflexionar sobre qué hacer cuando hay posturas que son irreconciliables, sobre cómo podemos asumir eso y avanzar como sociedad”, explica Goiricelaya.
Altsasu está de gira. En abril llegará a A Coruña y Pontevedra. En mayo a Pinto (Madrid). En julio podrá verse en Barcelona, en el Teatre Lliure dentro del Festival GREC. Además, la compañía acaba de cerrar, al fin, contratación con el Teatro de la Abadía de Madrid para la temporada que viene. No pueden decir en qué teatros porque todavía no se han presentado las programaciones, pero las fechas ya están cerradas. “Estas contrataciones han sido previas a las nominaciones en los premios Max. Para nosotras esto muy importante. Es el primer espectáculo con el que hemos conseguido salir de Euskadi, y ahora con las nominaciones no podemos estar más felices”, afirma Pikaza que además está nominada al Premio a Mejor Actriz por Yerma.
Al preguntarles su opinión sobre la gran presencia en los premios Max de trabajos de la periferia que incluso no se han visto en Madrid o Barcelona, Goiricelaya lo tiene claro: “Estoy muy contenta y a favor de que los premios estén descentralizados y miren a la periferia. Las primeras sorprendidas hemos sido nosotras, una compañía independiente de mujeres jóvenes vascas que de repente tiene cinco nominaciones, pues en principio parece imposible, ¿no? Pues me alegra que sea posible, aplaudo esto de los Premios Max, me alegra mucho la mirada al trabajo de pequeñas compañías con menos recursos y menos visibilizadas. Lo defiendo”. Este año, además, dirigirá obra propia en el Centro Dramático Nacional y ya ha comenzado el proceso de trabajo del próximo montaje de La Dramática Errante, Ni flores, ni funeral, ni cenizas, ni tantán, obra que aborda la temática de los cuidados paliativos y que ya ha sido publicada por el propio Centro Dramático Nacional que alojó a la autora como residente para escribirla.
Estas dos compañeras de escuela de teatro, que luego trabajaron durante un decenio en la misma compañía vasca, Kabia Teatro, y que formaron la propia hace seis años, no paran. Desde hace un año, además, dirigen uno de los festivales históricos, el Festival de Olite, al que están dando un revolcón con una línea contemporánea y de teatro social que quieren seguir defendiendo. “Además este año hemos conseguido que haya más trabajos dirigidos y escritos por mujeres que por hombres. Va a ser un Olite paritario. Esa es nuestra línea roja, y cuesta, no es fácil encontrar más trabajos de mujeres que de hombres, algo que demuestra que todavía la equidad no es real”, concluye Goiricelaya.