Sus frases en el libro y en las entrevistas promocionales aumentaron la burbuja de la polémica. De forma aséptica, contaba cómo llegó a ganar 4.000 euros al mes, cómo en Alemania estuvo dada de alta en la seguridad social ya que la prostitución era legal, y cómo incluso llegó a tener orgasmos con clientes. También contaba los abusos sufridos y dejaba claro que todo lo que se decía sobre aquellos lugares es cierto. Se la acusó de defender la prostitución, a lo que ella contestaba tajantemente que no, pero que sí quería contar lo que vivió y contar su experiencia, sobre todo en el segundo burdel, donde se había logrado una especie de oasis en el que las mujeres se sentían menos explotadas que fregando escaleras.

Becker nunca se achantó y defendió su mirada y su libro, que fue un éxito de ventas. Tanto que los derechos audiovisuales comenzaron a rifarse. El productor Clément Miserez contactó con la directora Anissa Bonnefont para quedarse con el proyecto, pero no eran los únicos interesados. Había, cómo no, muchos hombres que querían dirigirla, y uno de ellos había incluso convencido a la autora del libro para que le cediera los derechos. “Me llevé una gran decepción, pero tenía el presentimiento de que no sería el final de la historia”, cuenta la directora en el dossier de prensa del filme.

Tenía razón. Seis meses más tarde, los derechos estaban libres de nuevo y la aurora del libro quería que fuera Bonnefont quien dirigiera el filme, que llega este viernes a las salas españolas. Había un motivo claro: quería el punto de vista de una mujer directora y de una documentalista. Un material tan inflamable y que había resultado tan polémico podía multiplicarse por mil en una adaptación en pantalla. La directora se enfrenta ahora a las mismas preguntas que le hicieron a Emma Becker, y ella deja claro siempre que el filme no defiende la prostitución. “No es en absoluto una apología de la prostitución, ya que la propia autora subraya la irreductible singularidad de su experiencia y nos recuerda que, en la mayoría de los casos, las prostitutas viven en el infierno”, dice Bonnefont.

La película se coloca en un término equidistante y se esfuerza por nunca juzgar a su protagonista. Ya lo hacen los secundarios a su alrededor, como su hermana, que lanza las cuestiones que cualquier espectador tendría si escuchara a alguien tomar esa decisión. También quiere romper prejuicios hacia las mujeres que se dedican a ello. La postura de la realizadora es escucharlas. En el filme se hace hincapié en los argumentos que Becker usaba en la novela. “No digo que la prostitución no sea un horror para la mayoría de las putas, pero también es importante escuchar a las que han decidido dedicarse a esto”, afirma la protagonista en un momento del filme. 

Pero la cuestión de fondo, como siempre, es el dinero. ¿Se toma una decisión libre de dedicarse al trabajo sexual cuando se tiene que pagar las facturas y el alquiler? El argumento de Becker se explicita en la voz de Rossy de Palma, que interpreta a una de las trabajadoras de La Maison, el burdel que da nombre al filme y en el que transcurre parte de la película. “Es mejor estar aquí que trabajar por un sueldo de mierda en algo agotador”, opina su personaje. “Lo único mejor de ser cajera es que ella puede decirlo sin pudor”, lanza la protagonista. La Maison, en su difícil misión de no mojarse, también muestra los abusos que sufren las trabajadoras hasta en el sitio que más las protege. La ira de los hombres y el machismo siempre estarán por encima de ellas. 

Esa ambigüedad también se nota en lo visual. La directora se la juega al escoger el punto de vista de la protagonista, que no es otro que el de la autora. Aunque lo confronte con la opinión de otros protagonistas, no deja de ser el de una joven escritora burguesa en busca de contenido real. Esto la lleva a un tratamiento visual demasiado estilizado en las escenas sexuales. Se arriesga en no buscar el realismo sucio al que estamos acostumbrados, pero eso descoloca y a veces se confunde con cierta romantización. 

La película convierte a casi todos los hombres en seres sin nombre. Muchas veces incluso masas informes, mientras que son ellas, las trabajadoras sexuales y sus historias, las que centran el relato. Emma Becker descubrió en lo que ellas contaban el sentido de su obra, y el filme lo hace y lo revela, sobre todo en un final que es toda una declaración de intenciones. “Pensaba escribir sobre los hombres, pero solo escribo sobre las mujeres. Sobre este nido de mujeres e hijas, de madres y esposas que hacen y deshacen con sus delicados dedos la ilusoria noción de lo sagrado. Quiero hablar de ello porque existen (…) En ello no hay nada noble, pero aquí vemos verdades conmovedoras que no se ven en otro sitio. Y alguien debe de hablar de ellas”, asegura en una voz en off la protagonista en un mensaje que evidencia las intenciones de una película que hereda la polémica de la obra original.