Los intereses de Nolan, sin embargo, son mucho más diversos de lo que parecen, aunque siempre se acaben definiendo por su particular obsesión por el tiempo. Es el tiempo lo que tiene en común su nuevo filme, Oppenheimer, con el resto de su carrera. Sin embargo, cuando se anunció que su nueva obra sería un biopic sobre Robert Oppenheimer, el científico que creó la bomba atómica y basado en la obra ganadora del Pulitzer Prometeo americano, muchos creyeron que se trataría de un thriller trepidante sobre la guerra.
Puede que tenga algo de ello, pero seguramente los que esperen al Nolan de los giros y las sorpresas se vean algo desconcertados; porque, aunque están todos sus sellos estilísticos, aquí apuesta por una película que bebe más del JFK de Oliver Stone que de cualquier otra película. Un thriller de pasillos. Una película donde se habla mucho, pero donde Nolan logra meterte en la cabeza de Oppenheimer gracias a su apuesta visual e inmersiva.
Es curioso que una película que muestra las contradicciones de Oppenheimer y cómo llegó a creer que la bomba atómica podía provocar que las guerras terminaran, se estrene en medio de otra guerra, la de Ucrania, que sigue teniendo en vilo a todo el mundo. Aquella frase de “ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”, que se escucha en el filme tiene más sentido que nunca, y hace que el visionado de Oppenheimer se convierta también en un análisis de la geopolítica del último siglo y sus consecuencias en el presente.
Cuando Nolan comenzó a escribir el guion, tuvo una conversación con su hijo y le contó la historia en la que estaba trabajando. “Me dijo que pensaba que las armas nucleares no le importaban a nadie”, recuerda en un encuentro internacional con periodistas en el que se participó elDiario.es. “Mi respuesta fue que quizás esa podría ser una razón para hacer esta película, pero la triste ironía, lo terrible, es que dos años después ya no hace esa pregunta y nadie la hace. Creo que eso es sintomático de nuestra relación con las armas nucleares y el miedo al armagedón nuclear. Yo crecí siendo un adolescente en los años 80 en el Reino Unido, y fue una época de gran controversia y miedo en torno a las armas nucleares. Era el momento del apogeo y de la Campaña por el Desarme Nuclear”, explica.
Fue una de las muchas generaciones que sufrieron las consecuencias de la bomba creada por Oppenheimer. “Cuando tenía 12 o 13 años, mis amigos y yo estábamos convencidos de que en algún momento todos íbamos a morir en un holocausto nuclear. He tenido conversaciones con, por ejemplo, Steven Spielberg, que es de una generación anterior a la mía, que creció a la sombra de la crisis de los misiles en Cuba y tenía exactamente la misma sensación de pérdida. Así que nuestro miedo como sociedad y nuestra preocupación por este tema tiende a ir y venir. Parece como si no pudiéramos preocuparnos demasiado por solo una cosa en particular y tuviéramos que tomarnos un descanso y preocuparnos por una forma diferente de armagedón, como el cambio climático. Pero la verdad subyacente, y esto pesa mucho sobre la película, es que la amenaza de las armas nucleares nunca desaparece, decidamos preocuparnos por ello o no. Eso es algo me atormenta a mí y creo que a muchas otras personas”, añade.
Una película que, en sus idas y venidas temporales y narrativas, aborda mucho más que la simple construcción (y explosión) de la bomba nuclear. Oppenheimer es una película que señala de forma clara a EEUU, un país que usa a sus héroes y los tira a la basura. Un país donde se teme más al socialismo que al fascismo y donde el propio científico fue cuestionado por sus vínculos con el comunismo, viviendo una especie de juicio sumario para retirarle su credencial como investigador. “¿Es que nadie va a decir la verdad?”, se pregunta el protagonista con los rasgos de Cillian Murphy.
Para Nolan, su contribución al legado de Oppenheimer ya es mayor que la de aquellos que le auparon y hundieron. “Creo que lo estoy haciendo mejor que el gobierno de EEUU, que este año anuló la decisión que se tomó contra Oppenheimer. Les ha costado 76 años hacerlo, aunque afortunadamente finalmente lo hayan hecho y el Departamento de Energía anulara la decisión que se tomó en 1954”, dice de forma crítica el director de El caballero oscuro, que lleva años obsesionado con hablar del personaje, pero que cree que hasta ahora no había “desarrollado las habilidades necesarias para contar esa historia en particular”.
Con cada película intenta aplicar lo que aprende con sus otras cintas, y solo ahora se sintió “listo para asumir esta historia”. Ya en Tenet había una referencia muy concreta al Proyecto Manhattan, pero no fue hasta que leyó la obra de Kai Bird y Martin Sherwin que ha adaptado cuando sintió que había llegado el momento: “El material original me dio confianza para abordar un tema histórico tan complicado. Les llevó 25 años de investigación escribirlo y es muy completo. La adaptación era muy complicada porque es un libro enorme con mucha información, pero fue el trampolín que me dio confianza. Esta fuente autorizada fue la que me liberó para comenzar a usar mi imaginación para tratar de producir algo que no fuera un documental, sino mi interpretación de su vida”.
Una película “basada en el principio de subjetividad”. “Se trataba de estar en su cabeza y experimentar lo que él experimentó y, por lo tanto, llegar a comprenderlo en lugar de juzgarlo. Es una persona que se enfrentó a dilemas éticos reales de una magnitud que pocos de nosotros podemos imaginar. Situaciones muy paradójicas. Cuando comienzas a investigar la historia, queda claro que estos científicos no tuvieron más remedio que desarrollar esta arma. Se había establecido la división del átomo y los nazis estaban tratando de desarrollar una bomba. Todos lo sabían, por eso no me interesaba contar una historia sobre científicos que eran tan estúpidos que no podían prever el impacto negativo de traer algo así al mundo”, subraya Nolan.
Le interesaba ese dilema ético, el sentir que no tenían otra opción. Ahí ve el “verdadero drama” de esta historia. “Creo que no hay respuestas fáciles a las preguntas inquietantes y creo que el cine es mejor cuando no pretende responder a estas preguntas, cuando acepta las ambigüedades y las contradicciones de las personas. Nuestro viaje con Oppenheimer en esta película es de comprensión más que de juicio”, concluye.