Por allí han pasado Ken Loach –que logró el acontecimiento histórico de conseguir que la reina Letizia, asidua del festival, se levantara cuando él levantó su puño obrero–, Judi Dench, Isabelle Huppert, y este año debía haber pasado otra leyenda, Liv Ullmann. Pocos días antes del comienzo del certamen, la huelga de intérpretes les sorprendía, y Ullmann les avisaba de que estaba sindicada y que, al ir también a promocionar el documental sobre su vida, no iba a poder acudir. Esto ocurría poco después de que el adelanto electoral les obligara a mover un día la inauguración para no coincidir con la jornada de votaciones; y de tener que pelear por llevar a la gente a sus salas y eventos los mismos días que las salas viven el mayor evento de asistencia desde hace años: el 'Barbenheimer' que une a Barbie y a Oppenheimer y que está reventando los cines. Y a pesar de todo el Atlàntida no solo sobrevive, sino que sigue creciendo y asentándose como evento imprescindible en el contexto cinéfilo del país. Por si fuera poco, el mismo año acaba de publicar su primer libro, Videoclub (ediciones B), unas hermosas memorias cinéfilas que son también un inteligente repaso a una industria cambiante.
Tres jornadas completas después del inicio, la valoración que hace de esta edición es “muy positiva”, sobre todo “a nivel de audiencia”, porque lo más importante para un festival es “llenar las salas, tanto las de cine como las que son al aire libre”. Lo han logrado en el contexto más en contra posible. “Competíamos con muchos elementos. Las elecciones y el dueto mediático y cinematográfico más importante desde no se sabe muy bien cuándo. Y a pesar de ello están todas las salas llenas, las entradas agotadas y con muy buena repercusión. Creo que una de las varas de medir más significativas de un festival es también cuánta gente se queda en los coloquios, y el porcentaje es altísimo”, cuenta Ripoll.
Todas las trabas sufridas esta edición demuestran la importancia de que un festival viva mirando de cara a la actualidad política y social. El director del Atlàntida recuerda en este sentido que el primer día del festival de su historia en Mallorca, hace ocho años, fue el día de después de la votación del Brexit, algo que “de alguna manera eso ya es un indicativo de todas los las cosas a las que teníamos que enfrentarnos”. Sin embargo, lo que cambia todo fue la pandemia. De ella sacaron una lección fundamental, “ser ágiles y tomar decisiones sin miedo”. “Nosotros decidimos en su momento retrasar el festival de junio a julio para poder celebrarlo en el año 2020 y ahí se ha quedado desde entonces”, explica.
Este año han tenido que tener agilidad y pulso firme para solventar todos los retos que iban llegando y “convertir los problemas en oportunidades”. “La idea de retrasar la inauguración del domingo al lunes la tuvimos muy rápido. Creíamos que era clave distanciarnos de la jornada electoral, pero aun así en la jornada electoral creamos un programa triple sobre la sostenibilidad, que es uno de los temas clave en el debate político actual. Por lo tanto, de alguna manera queríamos que el festival siguiera dialogando con él con su tiempo”.
Con la cancelación de Liv Ullmann decidieron apoyar su decisión y posicionarse junto a los intérpretes en un momento clave: “Lo dije en el festival. A nosotros no nos gusta la cultura de la cancelación, pero sí defendemos la cancelación por la cultura, que es lo que ha hecho ella al no venir para defender los derechos de los actores. Este festival, y esta plataforma que fue la primera en España que apoyó las asociaciones de actores y de guionistas, tienen que estar siempre al lado de alguien como Liv Ullmann, que tomó una decisión que aplaudimos y que de alguna manera le agradecemos y lo haremos el año que viene cuando venga a recoger el premio en persona”.
Para Ripoll, esta huelga “es un escenario de tensión donde seguro que hay mucha gente que lo está pasando muy mal”. “Yo creo que los estudios, cuando de alguna manera entienden que habrá una huelga, ya tienen muy medido cuál es el coste de la misma y hasta cuándo pueden aguantar o hasta qué punto. Creo que el problema es que no hay que enfocarlo a las estrellas, sino el resto de actores que necesitan ese dinero para hacer muchos trabajos que les puedan permitir llegar a final de mes. Y en EEUU sabemos que sin servicios sociales públicos uno necesita los ingresos sí o sí, y esto puede ser un punto de inflexión. Uno más. Es una de las consecuencias de los cambios del modelo de distribución y de negocio de los dos o tres últimos años. Y será uno más. Habrá que ver cómo se reconfiguran las plataformas o las compañías globales. Creo que en tres o cuatro años veremos el panorama mucho más claro”, zanja.
Para sobrevivir en una industria tan competitiva, otra de las claves es tener clara su seña de identidad. “Atlàntida siempre ha querido ser un festival singular que se diferencie de los cuatro más grandes; San Sebastián, Sitges, Málaga y Valladolid. En el quinto escalón estaríamos nosotros como dice el Observatorio de la Cultura. Nuestra identidad propia es, primero, ser multidisciplinar, que las conferencias y los conciertos tengan un peso significativo, no simbólico”. Y hace un llamamiento a la vez que indica otra de sus señas: “Otra singularidad sería centrarnos en que vengan expertos y no solo directores para hablar de las películas. Tenemos vocación de espacio abierto al público para que mucha gente se acercase a ver las películas, porque el cine europeo tiene una falta de audiencia notable y tenemos que buscar nuevas fórmulas para intentar seducir al público para que vuelva a ver películas, que vuelva a las salas. Yo me alegro por los cines por el éxito de Barbie y Oppenheimer, pero tenemos que pensar que el cine tiene que ser diverso y que las otras películas siguen teniendo dificultades enormes para poder conectar con la audiencia”.