Curiosamente, Chávarri trabajó, antes de debutar como cineasta, como director artístico de Erice en otra obra maestra, El espíritu de la colmena. De todo ello habla con una humildad extraña. Le quita peso a sus logros, y pone al mismo nivel sus películas y sus clases como profesor de cine durante casi dos décadas. Su regreso se ha producido con un proyecto híbrido. Uno que es mitad encargo, esos que él siempre ha dignificado y defendido; y mitad proyecto personal en uno de los pocos guiones que tenía en un cajón. La manzana de oro ?que se estrena este viernes? es una comedia sobre poetas, algo que ya es una rara avis, y una película que, según el propio Chávarri sería un buen broche de oro para una carrera fundamental en el cine español.
La primera pregunta es casi obligada, ¿dónde ha estado Jaime Chávarri estos 17 años?
Encantado en su casa y dando clase, así que no ha podido estar mejor. He tenido la enorme suerte de tener dos vocaciones, la de director de cine y de teatro y la de la enseñanza. Empecé a dar clases mucho antes de dejar de rodar, cuando todavía estaba trabajando intensamente. Le ha dado una continuidad a mi vida y he estado rodeado de las nuevas generaciones, de todos los chicos y chicas que querían estudiar cine. Y he aprendido muchísimo.
En estos 17 años más centrado en la docencia, ¿nunca pidió paso el director de cine?
Es que no lo veía nada claro. No me parecía que la manera en que se estaba produciendo a mí me interesara mucho, o por lo menos los proyectos concretos que me llegaban no me interesaban mucho. La verdad es que no esperaba volver.
¿Pensaba que Camarón era la última película que rodaría?
Sí.
¿Y qué ha pasado para que haya vuelto? No sé si es un encargo, es una idea más personal…
Por supuesto que es un encargo. Como todo lo que yo he hecho. Con este proyecto daba un poco la casualidad de que uno de los dos guiones que yo había escrito en todos estos años, que se llamaba Irás y no volverás, era sobre escritores. Entonces vi la posibilidad de tratar un tema que me interesaba mucho, que era el tema de la creación literaria a través de una serie de personajes, y sobre todo en un tono de comedia que era también lo que yo había escrito por mi cuenta. Había una coincidencia entre el encargo que me estaban haciendo y ese interés que había estado latente. Una espina clavada durante estos años que no había conseguido hacer.
También es una adaptación de una novela de Fernando Aramburu. ¿Cómo cuadra esa idea de hacer una película sobre la creación con adaptar una obra ajena?
Bueno, cuando hago una adaptación considero que se me ha dado libertad absoluta. No sé si es verdad o no, pero yo considero que se me ha dado libertad absoluta. Entonces tengo ya dos puntos de partida. Hay una novela de un buen escritor de la que me gustaron muchas cosas y de la que aproveché muchas cosas. Y luego hay un productor que está dispuesto a gastarse el dinero en hacer una película. Yo ya me siento liberado de la responsabilidad de la creación de la película, porque yo soy solamente el director. Yo tengo una responsabilidad profesional, una responsabilidad de mi mirada sobre el asunto, pero la idea de la película no viene de mí. No puede venir de mí porque yo carezco de autoestima. Tengo que sentirme cubierto.
Me parece curioso porque siempre reivindica mucho que hace encargos, algo que en el cine español parece que se ve como algo menor.
Es que lo que parezca o lo que no parezca, da igual. Lo que importa es lo que es para ti, que eres el que hace las películas.
Es una película sobre la poesía, sobre la creación artística. Hacer una película sobre poesía en 2023 me parece casi algo revolucionario.
Por eso me gustaba tanto. Yo no soy una persona especialmente poética. No leo mucha poesía. Yo me he quedado en Gil de Biedma, lo digo tranquilamente. Me gusta mucho también la poesía clásica. No leo poesía si no puedo leerla en bilingüe. Yo la poesía alemana o rusa la desconozco. No me creo que esté leyendo lo que han escrito, pero por otro lado, soy muy consciente de que la poesía ha tenido en mi vida una influencia enorme en muchas cosas, y que hay trozos de la historia de la poesía, algunos de los cuales se citan en la película, que han marcado mi vida. Y luego haciendo la película, me he dado cuenta de que a mucha gente, entre ellos los técnicos, eran aficionados a la poesía que se avergonzaban de serlo. Hay como una especie de pudor de hablar de la poesía porque tienes miedo de parecer cursi, y a mí eso me parecía muy interesante. Yo creo que el mundo de la poesía, aunque sea un mundo que este momento no está de moda, es un mundo que sigue siendo importantísimo para muchísima gente.
La película juega a reírse de eso, de lo cursi.
La cosa estaba en meter las citas que a mí me interesaban, pero al mismo tiempo desactivar el lado pedante que pudiera tener. Siempre que alguien dice una cita, el de al lado se muere de la risa. La idea era tener la película todo el tiempo al nivel de un espectador, de una cierta inteligencia, de una cierta formación, pero que no asuste. O sea, que no sea una película que parece de Ingmar Bergman. A mí no me interesa ser Ingmar Bergman, me encanta, pero ya está él, ya cumple él con su cometido.
Son tres generaciones de poetas. También son tres generaciones de actores y actrices.
Eso era algo que no estaba en la novela y que a mí me interesaba mucho hacer. Yo la poesía que recuerdo más viva era la poesía de los viejos de la película. La poesía antifranquista, que era también una manera de reflejar el fracaso político de la izquierda, pero no el fracaso ideológico. Eso es un tema que me interesa muchísimo. Y luego está la generación intermedia, que se esfuerza en seguir viviendo y en seguir buscando pareja y en seguir estando vivos, y la generación joven que se está inventando la vida sin darse cuenta.
Creo que le he leído decir que usted se da cuenta de que sus películas son políticas a posteriori, pero aquí está de primeras la poesía antifranquista como tema que le interesa.
Es que es inevitable. En la medida en que uno pone algo de uno mismo en la película, la experiencia sale. Son cosas que son parte de la vida, entonces no es que tengan una intención política, es que en la vida, la política está, y entonces sale.
En esos poetas hay egos, hay envidias, hay líos... ¿Es también un poco el mundo del cine?
Absolutamente. Yo creo que es aplicable a cualquier cosa que tenga que ver con la creación. En la poesía es especialmente crudo y especialmente puro al mismo tiempo, porque no hay dinero de por medio. Ningún poeta piensa que va a ganar dinero haciendo poesía. Generalmente se dan por satisfechos si salen en una antología como en la película, pero no hay ese lado monetario o mercantil que hay en otras actividades artísticas. No hay un mercado de la poesía como puede haber en la pintura, ni hay unos conciertos como puede haber en la música. No hay unos estrenos como puede haber en cine. Es una cosa muy rara, muy de la intimidad de las personas. Quizá por eso es un tema que siempre provoca cierto pudor y a mí me interesaba mucho enfrentarme a él en una película.
Ha mencionado que ha cambiado la forma en la que se hacen las películas. Usted ha dirigido en muchas décadas diferentes, en muchos modelos diferentes…
¡Y con muchos productores diferentes!
¿Cómo ha cambiado el cine español?, ¿qué le parece este momento?
Pues sigue habiendo productores muy buenos y muy malos. Exactamente igual. Sigue habiendo equipos buenos y malos. Yo he tenido un equipo absolutamente maravilloso y una complicidad con toda la gente de la película totalmente fantástica y por eso la película se ha terminado, se ha hecho, y por eso además yo puedo decir que me gusta, porque es verdad que me gusta la película.
¿Es difícil enfrentarse a una película que no le gusta? No sé si le ha pasado, hacer una película que no le gusta y encima enfrentarse a la prensa con ella.
Por supuesto, y haber hecho algunas películas que sabía que no me iban a gustar. Lo que pasa es que, bueno, eran lo que se llaman productos alimenticios. No podía decir que no, y tengo que decir que las he hecho con el mismo interés y la misma pasión que las películas que me gustaban. La intensidad de mi trabajo era exactamente la misma.
¿Y en todos estos años alguna vez se ha desencantado del cine en algún momento?
Soy un espectador estupendo, entonces disfruto tanto viendo el trabajo de los demás que no hay desencanto posible. Para mí el ser espectador de cine es algo tan importante como ser director de cine. Y enseñar... no enseñar cine, porque yo no tengo esa pretensión, no soy ningún gurú, pero mostrar a la gente joven en las clases lo que sé y lo que he aprendido me parece un privilegio.
No me imagino La manzana de oro en el catálogo de Netflix. No sé si a usted le interesa ese mundo de las plataformas.
Sé que es el que hay, entonces me interese o no me interese, da lo mismo. No sé si es bueno que digas eso, porque a la gente que le gusta Netflix le puede desanimar. Yo en Netflix he visto cosas muy raras y muy interesantes, y en Disney he visto una de las series más interesantes que he visto, que es esa de la familia de las drogas americanas (Dopesick), que es una serie espléndida y está en Disney. Por supuesto que hay plataformas que tienen un contenido más comercial que otros, pero prácticamente no hay ninguna plataforma que no tenga algo muy interesante.
¿Y como creador le interesan las series?
No, como creador no, y como espectador algunas muy raras, pero como creador en absoluto. Yo no me paso un año entero rodando. Podría poder hacer un piloto, por ejemplo, pero no más.
Ha mencionado que todas sus películas son encargos, y El desencanto, quizás la más emblemática, también lo fue, ¿cómo llegó aquel encargó que se convirtió en algo tan grande?
En principio era un cortometraje. Elías Querejeta había visto y había trabajado conmigo de director artístico en El espíritu de la colmena, en Los desafíos, y en Ana y los lobos. Él cogió a una serie de directores jóvenes, que éramos Ricardo Franco, Antonio Gasset, Álvaro del Amo y yo, para que hiciéramos un corto cada uno. Ricardo hizo El increíble coste del precio de la vida, que estaba muy bien. Álvaro del Amo y Antonio no acabaron, y yo empecé con El desencanto como si fuera un corto. En un momento dado tenía 25 minutos de metraje de los que no se podía cortar nada. Dio la casualidad de que yo había visto tres documentales que eran largometrajes y que me habían gustado mucho, que eran Queridísimos verdugos, de Basilio Martín Patino, A Bigger Splash sobre el pintor Hockney, y Jardines grises, sobre unas parientas locas de los Kennedy. Yo ahí descubrí que se podía hacer un documental largometraje, cosa que no se me había ocurrido. Yo pensaba que un documental era una película de un cuarto de hora, y se lo dije a Elías. Ante mi asombro, Elías dijo inmediatamente que sí y seguimos rodando durante año y medio. De hecho, los peinados, los cortes de pelo... cambian, pero eso estaba muy bien, porque así ellos se olvidaban de lo que habían dicho y muchas veces se contradecían. Eso es lo que daba vidilla a la película.
¿Y cómo convive uno con una película que es tan importante? No sé si para usted es una más de todas las que ha hecho o es consciente de esa importancia que luego ha quedado.
Pues mira, convives divinamente, no tienes ningún problema. Es una gozada que llegue un tío de 20 años y te diga que le gusta El desencanto. Y es una gozada que una persona que la ha visto hace 50 años te diga que se acuerda de ella. Entonces, bueno, es como de repente tener un hijo que le dan el premio Nobel. Pues está muy bien, pero no eres tú.
La película tiene un hito extraño, ser la última película censurada por el franquismo, no sé si eso le hace estar un poco orgulloso incluso.
Bueno, la querían censurada entera. Se acababa de morir Franco cuando presentamos la película. Pero claro, todavía no se habían muerto las instituciones de Franco, entonces querían quitar muchas cosas, pero al final solo quitaron una frase que, además, en muchas copias seguía estando. Fue muy raro.
La censura también ha vuelto en algunos pueblos ahora mismo. ¿Le da miedo que de alguna forma se vuelva algo que usted ha vivido de primera mano?
Yo creo que eso que está pasando, sobre todo en teatro, por lo que tengo entendido, es muy difícil de controlar, porque, por ejemplo, había pueblos que antes de todo esto no contrataban una función porque la hacía Pilar Bardem, pero entonces no decían que era por eso. Un ayuntamiento contrata la obra que le da la gana y siempre puedes decir que es por censura y ellos dirán que no es por censura, que es porque no cumplían los requisitos. Es muy difícil de controlar.
Como fan de 1,2, 3…. Al escondite inglés le tengo que preguntar, ya que usted tiene el crédito de guionista de la película de Zulueta, y existe una leyenda urbana que dice que la película se escribió sobre la marcha y no sé si es verdad o no.
Es una leyenda urbana. Yo era muy amigo de Zulueta y de Borau, y sabía que tenían este proyecto. Entonces un día, me acuerdo perfectamente, estábamos en el apartamento de Iván, en el Edificio España, y estaban hablando del guion, que iba de unos chicos que querían que fuera un grupo determinado al festival y no sé qué, y yo dije, ¿y por qué no matan a los otros grupos? Entonces les encantó la idea y ahí empezó realmente a funcionar la película. Fue convertir un poco la película en una comedia más negra, darle una mala rebaba, que es algo que se me da muy bien. La película fue un fracaso total, pero luego se ha convertido en una película de culto también.
Después de volver tras 17 años, ¿considera La manzana de oro, como consideraba Camarón, su despedida del cine?
No se sabe nunca, pero sí hay una parte testamentaria en la película. Es inevitable. Es una recopilación de experiencias, pero no pretende que se note. No quiero que se vea así, pero hay cosas que de alguna manera tienen un punto de experiencia personal.
Vamos, que sería un buen broche final.
Para mí sería un buen broche final, sí.
Ha mencionado que es muy buen espectador. Para terminar, entonces quiero preguntarle, qué le gusta a Jaime Chávarri.
Pues es que pasa que las películas o los libros que has leído recientemente no les has dado tiempo a que tengan poso. Entonces nunca van a ser los que más te gustan. A lo mejor lo son dentro de 20 años, pero como estaré muerto me va a dar igual. Entonces, el hecho de que una novela favorita sea una novela que leí cuando tenía 25 años quiere decir que ha habido 50 años para darles ese poso. Con una película o una novela que he visto ayer eso es imposible. Entonces me puede haber gustado, pero nunca la podría poner en una lista.
¿Nunca ha tenido esa sensación de haber visto algo y saber inmediatamente que iba a trascender sin que mediara el tiempo?
Sí, pero son películas muy raras. Por ejemplo, me pasó con una película muy rara que me gustó muchísimo, pero no es de esas películas que yo vería continuamente. Es una película de una directora, Chantal Akerman, que se llama Jeanne Dielman, que es una película que te cambia realmente la manera de mirar una película, pero que no es una película que dirías voy a volver a ver como Río Bravo. Es otro concepto del cine, pero indudablemente es una película fundamental para el lenguaje cinematográfico.
Se la recomendaría a sus alumnos entonces.
Sí, pero con cierto reparo, porque me pueden pegar.
Vídeo: Clara Rodríguez y Mario Iranzo