Desde que leyó aquel texto, Paula Ortiz tuvo en mente realizar una versión cinematográfica que trasladara el texto de Mayorga a su particular imaginario, uno de los más bellos del cine español. Uno que bebe de Terrence Malick y que se aleja de los códigos realistas que impregnan el cine actual. Ortiz ha podido realizar su sueño. Lo hace después de un proyecto frustrado (la adaptación de Barbanegra) y una experiencia fuera de España que fue más dura de lo que prometía, la adaptación de la obra de Hemingway Al otro lado del río y entre los árboles, que ya está en cines. También mientras ultima el montaje de su nuevo filme, Hildegart.
Con Teresa regresa a su universo donde todo es posible. Donde sueños y realidad se dan la mano y donde Blanca Portillo y Asier Etxeandía realizan el duelo interpretativo más intenso y poderoso del año. Paula Ortiz ha presentado el filme en la Seminci de Valladolid, semanas antes de que por fin su mirada sobre Teresa llegue a las salas el próximo 24 de noviembre.
De Hemingway a Mayorga. No puede haber dos masculinidades más diferentes.
Absolutamente. Son muy opuestas. Mayorga es un tipo que procede de la filosofía, de las matemáticas… Fíjate, se parece más Teresa a Hemingway, que Mayorga a Hemingway. Mayorga es una persona que articula y entiende el teatro como un foro de debate y que entiende la cultura para lanzar preguntas, nunca respuestas. Y tiene algo muy intelectual, muy mental, mientras que Hemingway era visceralidad en todo. En la vida, la guerra, los toros, el boxeo, las mujeres, el alcohol… todo. Alguien con el temperamento hedonista y absolutamente intensísimo de Hemingway es lo contrario a un temperamento tan pausado, tan reflexivo, tan lúcido y tan respetuoso como el de Mayorga.
Cuando estrenó La novia todos le preguntamos, ¿por qué Lorca ahora? Y ahora la pregunta es: ¿Por qué Teresa ahora?
Para mí, Teresa es como Lorca. Es un andamio fundacional. Soy una persona no creyente y no tengo formación católica ni religiosa de ningún tipo. Y, sin embargo, yo conocí la obra de Teresa durante la carrera y tengo un recuerdo fortísimo, vívido, clarísimo, de la mañana de enero, yo debía tener 21 años, y estudiando en la biblioteca de la Facultad de Filosofía de Zaragoza, una biblioteca muy pequeñita donde estaba yo sola y entraba la luz, leí a Teresa y recuerdo la convulsión que me provocó.
Cuando tú nombras a Teresa es muy curiosa la reacción que provoca en todo el mundo, porque es alguien que convulsiona. El ‘muero porque no muero’ es una frase que es imposible que te deje impasible, que no te afecte. Es alguien de una potencia, de una tensión… Lo más absolutamente fascinante de Teresa es su tensión interna. Es una mujer a la que primero descubrí como poeta y luego en otras esferas de su vida. Ella ha sido mil mujeres juntas. Me sigue pareciendo abismal asomarse a ella, me sigue nombrando áreas internas de las preguntas inexplicables que todos tenemos y con un castellano de una precisión que nadie ha tenido. Me parece que es una de las personalidades más gigantes de la cultura occidental.
Creo que estamos en un momento en el que parece que los clásicos solo se pueden reinterpretar desde una visión moderna, sin embargo tanto con Lorca, como con Hemingway, como con Teresa, lo ha abordado desde una fidelidad al texto. ¿Cree que se puede ser igual de político o relevante manteniendo esa fidelidad?
Es que cuando alguien adquiere ese estadio de clásico es porque su naturaleza, su ontología, su razón de ser, ha aguantado siglos y su lectura sigue siendo poderosa en cualquier lugar y en cualquier tiempo, y eso admite que se puede hacer desde la posmodernidad y desde la subversión más absoluta hasta la lectura más fiel en los sentidos de fidelidad que quieras asumir. Porque la fidelidad es algo muy tramposo. A mí me gusta mucho trabajar con clásicos y considero que santa Teresa es uno de esos clásicos. Son lo que Walter Benjamin llamaba 'ángeles de la historia', es decir, alguien que les ha tocado un momento de encrucijada histórica muy fuerte y que son tan absolutamente poderosos y únicos en su sensibilidad que además de ser clásicos, podrán ser leídos bajo cualquier agenda cultural y social. Eso es peligroso y al mismo tiempo es fascinante.
Me ha pasado también con Hemingway. Para mí la manera más interesante que yo tenía de abordar al macho del siglo XX, blanco, norteamericano, heterosexual, era como mujer española del siglo XXI. Era intentar adoptar cinematográficamente el lenguaje más cercano a él, es decir, el del cine de los años 40, el del blanco y negro, el del formato cuadrado, el de los movimientos de cámara y las unidades semánticas del plano transparentes, que no son las mías naturales, pues yo soy barroca.
En el caso de esta película, valoro muchísimo, por ejemplo, las últimas versiones de santa Teresa, la de Bezerra o la de Cristina Morales, que a mí es una que me ha servido muchísimo y a la que admiro. Nosotros la hemos hecho dentro de ese clasicismo de Mayorga: en la estructura, en el discurso, en la arquitectura mental de los personajes, con un diálogo casi platónico. Pero por otro lado, creo que hemos hecho una santa Teresa muy punki, la más punki, porque lo más subversivo, revolucionario y punki que puedes hacer es dudar. Y esta es la santa Teresa que duda, lo hacía permanentemente y de la misma manera se determinaba en algo, en una creencia, en una acción. Ese proceso de la duda permanente para mí es el motor más revolucionario contra dogmatismos, contra totalitarismos, contra el fascismo. Por lo cual, la Teresa que hemos hecho Mayorga y yo es la que podíamos hacer para ser verdaderamente subversivos.
Ha mencionado la duda, que no sé si es algo que le toca también como mujer y directora, un campo donde parece que la duda no es siempre bienvenida. Carla Simón dice que reivindica la duda como realizadora y no sé si esta película también hace esa reivindicación.
Yo reivindico absolutamente la duda, la reivindico desde lo más ontológico en unos tiempos tan de brocha gorda y tan maniqueos como los que vivimos. Es de los pocos motores que nos pueden llevar a la autorreflexión y que nos pueden hacer huir de cualquier tipo de peligro totalitario o dogmático. Pero luego hay más niveles en esa duda y la reivindico en el área de la emocionalidad, de la creatividad, de la imaginación o de la fe.
Es como que algo pasa si las mujeres, y ha pasado con el tema de la Selección de Fútbol, entramos en un tema que es uno de los centros de conocimiento o de poder. Hay reacción. Por eso reivindico la duda, porque es algo muy femenino. Creo que nosotras, una de las mejores cosas que hacemos, es dudar. Y es verdad eso que dice Carla, cuando tú hablas con otras colegas directoras de cine todas nos preguntamos y dudamos. Sin embargo, en el mito del creador masculino, él está absolutamente seguro de su gesto creativo. Yo ayer estaba cagada porque íbais a ver la película, y estaba cagada porque dudo.
Hay un plano que me gusta muchísimo porque veo a Narciso negro, que es una de mis películas favoritas.
Sí, no me ha salido igual de bien, pero bueno [risas]. Mira, Narciso negro fue una referencia plástica muy fuerte porque a mí me gustan mucho Powell y Pressburger, pero fue más a nivel visual.
Sin embargo a mí me parece que son dos caras de la misma moneda. Allí, la dirigían dos directores, y presentaban el encierro de las monjas como la locura; y aquí, en un giro, el encierro de estas mujeres es algo feminista, liberador y revolucionario.
Es cierto que en las monjas de Narciso negro hay un elemento masculino y que el conflicto es muy melodramático. En eso hay un diálogo en oposición. También en esa clausura, pero es verdad que el silencio y la clausura es algo que también ha condenado muchas veces a las mujeres. Pero como todo en Teresa, tiene esa dimensión de contradicción. En la contradicción está la ganancia, dice ella. Es una paradoja histórica que para ser libres las mujeres en muchos momentos solo han podido serlo encerrándose juntas para poder vivir y pensar, para tener libre pensamiento, y por eso es una fortaleza de resistencia. Teresa dice que pocos entienden que la clausura es libertad, que solamente somos libres intentando encerrarnos para que vosotros, los hombres, no entréis.
En la realidad, la Inquisición acusó varias veces a santa Teresa por fomentar la oración mental, es decir, por meditar en silencio y no repetir los rezos de los curas. Por lo tanto, una mujer, o 12 mujeres en silencio, en estado de libre pensamiento, daban terror. Y dices, qué fuerte. Unas mujeres calladas en un pueblo, y solamente por el hecho de que no sepáis qué piensan, eso os da miedo. A mí es que eso me sigue pareciendo revolucionario.
La película coincide en esta Seminci con La quimera, de Alice Rohrwacher. Ambas películas coinciden en una cosa, la única solución es una república feminista. Esa “república de mujeres pequeñitas” que dice Teresa. No sé si su película tiene algo de utopía feminista.
Absolutamente. Ellas mismas lo nombran y además dicen: “Mucho miedo damos unas mujercitas bajo nuestras reglas”. Ellas quieren modificar las normas y llevarlas a una utopía que podemos decir comunista, o socialdemócrata, donde todo el mundo vuelva a ser como en la regla primitiva, que nada sea de nadie y que cada uno tenga según la necesidad de cada uno. Que todas las hermanas sean iguales, que Iglesia, convento y mundo sean tierra de iguales. Y ellas quieren vivir en una comunidad de mujeres. E insisto, en un espacio de libertad, no tanto de movimiento, pero sí de pensamiento. A mí sí que me parece que eso es una pequeña utopía de república femenina y feminista avant la lettre, porque ellas no tenían ese concepto todavía.
¿Qué tiene Teresa que da tanto miedo?
Hay una disputa por la propiedad de Teresa. Fíjate que Juan Mayorga y yo hemos llamado a la película Teresa, no santa Teresa, porque nosotros no somos creyentes y ese es un título que no tiene relevancia para nosotros, pero sí es un título que tiene relevancia para los creyentes. Y esto tiene que ver con lo que decía de Walter Benjamin y esa gente que es 'ángel de la historia' y puede ser interpretado de muchas formas. Yo la leo como una revolucionaria, y al mismo tiempo es el símbolo que adoptó Franco, 'la Gran Santa', y que también se adoptó en el Siglo de Oro por intereses del Imperio. Es una figura muy controvertida, y creo también que nosotros somos hijos de ese Barroco. La cultura española tiene muchas raíces profundas hendidas en ese momento tan brillante pero tan oscuro. Un momento tan terrible y tan miserable como fue el del primer imperio, de lo que ocurría en las Indias, mientras aquí estaba la contrarreforma y las luchas ideológicas y religiosas que iban muy pegadas. Creo que hay resquicios en nuestro ADN cultural de todo aquello y que Teresa los despierta.
¿Le da miedo que le pase lo mismo que a Paco Bezerra, que fue censurado por su versión de Teresa?
Me parece tan absurdo e injusto lo que le pasó a Bezerra… Es que no tiene sentido. Las culturas de la censura, de la cancelación, me parece que van en contra del sentido social, del arte y de la cultura. Y no lo comprendo, no lo puedo comprender. Me parece absolutamente anacrónico lo que le pasó.
Usted tiene un estilo que para mí recuerda al de Terrence Malick, y sin embargo, recuerdo que con La novia hubo críticas que la acusaron de ñoña, de cursi. ¿Cree que esas etiquetas están acentuadas por hacer ese cine siendo mujer?
Parece que las mujeres, para ser tenidas en cuenta, solo podemos actuar en un código realista, porque entonces estaremos trabajando la verdad, y parece que no podamos trabajar en cualquier otro código. De hecho, ha surgido un torrente de películas de directoras, pero parece que para armarse de razones y tener autoridad han tenido que estar en ese código. Y en cuanto sales de ese código, la lupa es mayor. Cuando hubo esas críticas en La novia, algún periodista se preguntó qué hubiera pasado si estas imágenes fueran de un director coreano o chino o francés. De un hombre. Se preguntó si probablemente no estarían siendo juzgadas así por su estética.
Creo que algo hay de eso. Es una experiencia, es una propuesta. Entiendo que haya gente que no entre, como yo puedo no entrar en las películas donde durante 20 minutos hay una destrucción de mobiliario urbano a base de explosiones. A mí me gusta casi todo y valoro el lenguaje por lo que es en cada propuesta, pero es verdad que hay cosas con las que desconecto antes. Yo entiendo que haya gente que en este lenguaje desconecte, pero me duele cuando se desprestigia, se banaliza o se frivoliza, con esta pequeña vuelta de tuerca. Como si por ser mujeres tuviera que ser más ñoño.
Llevamos seis años en los que de forma consecutiva una mujer gana el Goya a la Mejor dirección novel. La primera fue Arantxa Echevarría, por Carmen y Lola, y recuerdo que en la alfombra roja enseñó un amuleto que usted le había dado para desearle suerte. Ahora ese amuleto pasa a cada mujer que gana. Es curioso, porque usted se lo dio habiendo perdido un año antes por La novia el premio a la Mejor dirección, y es como si de aquella derrota hubiera nacido esa cadena de sororidad.
Yo soy simbolista, como Teresa, como Malick, como Lorca. Y es verdad que cuando nosotros perdimos yo tenía un amuleto. Yo había llevado un colgante que era una figura africana de la maternidad embarazada, y yo había estado embarazada en ese momento en la alfombra roja. Al año siguiente se lo pasé por foto a Arantxa. Le dije, no sé si nos vamos a ver, pero toma esto, y luego se lo han ido pasando. Hay algo de sororidad callada, porque no nos vemos. Tenemos un grupo de WhatsApp muy numeroso y es muy positivo que siga esta cadena. Como decía Julia Kristeva, la cultura se une eslabón a eslabón, a veces de manera invisible, a veces de manera visible. Pues nosotras, de alguna manera, lo hemos hecho sin querer.