Después de un largo recorrido, repleto de publicaciones y premios, por fin puede permitirse el lujo del tiempo.

“Hace mucho que escribo y siempre me fue muy difícil encontrar el hueco, sobre todo hace años, cuando tenía a mis dos hijos pequeñitos”, explica a elDiario.es por videollamada. “Como todas, que estudiamos, trabajamos, tenemos pareja, vamos al gimnasio y hacemos 800.000 cosas. Ahora que mis hijos ya son mayores es más fácil”, afirma. Actualmente, además de dedicarse a sus libros, dirige la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Tres de Febrero en Buenos Aires, pero afirma que siempre tiene tiene alguna idea que plasmar en el papel. “Aunque no esté escribiendo, estoy pensando y la cabeza me está dando vueltas. Y cuando encuentro el silencio y la soledad, escribo. Quizás a veces necesito que no sean una hora o dos horas, sino toda la tarde o todo el día. Ese es el día que soy más feliz”, resuelve.

Este año las librerías españolas han puesto a la venta dos de sus libros: la novela El corazón del daño (Random House) y una versión ampliada de Pequeño mundo ilustrado (edición ampliada) (Wunderkammer), una de sus obras más icónicas que vio la luz por primera vez en 2019. Corresponden a dos géneros diferentes –narrativa y ensayo– algo habitual en su dilatada trayectoria, aunque para ella esas categorías no tienen sentido. Por un lado, piensa que lo único que existe es la buena y la mala literatura. Y, por otro, considera que su trabajo siempre está en el ámbito de la poesía porque es la expresión en la que hay más conciencia de lo que es el lenguaje. “De qué te sirven las palabras, que son las herramientas que tienes para hablar del mundo, de la vida, de la realidad, de la muerte, de las cuatro o cinco cosas importantes”, dice. “Yo puedo escribir una supuesta novela, pero me parece que siempre estoy prestando mi personaje principal, que es el lenguaje”.

Pequeño mundo ilustrado se publicó por primera vez en 2019 y la editorial Wunderkammer lo ha rescatado y ampliado con otras 23 piezas, episodios o entradas de diario. Definir con una palabra lo que se encuentra dentro de este libro es complicado, así que los responsables de la edición han optado por definirlos como ‘inventario de asombros’. De forma más extendida, puede decirse que es una recopilación de textos cortos que tratan de las obsesiones que la escritora ha ido alimentando durante su vida. En ese conjunto caben las enciclopedias, las muñecas, las exposiciones universales o Julio Verne, entre otros. Asomarse a sus páginas es como emprender un viaje alucinado por las fantasías de la humanidad a principios del siglo pasado, entrar en un espectáculo de variedades en el que actúan Sarah Bernhardt y una compañía de sirenas.

A Negroni siempre le ha interesado saber qué libros reposan en las bibliotecas secretas de los autores a los que lee. De los títulos que han pasado por esas manos se pueden inferir influencias, otros escritores con los que podrían congeniar o incluso pistas sobre su personalidad. Así que, en determinado momento, ella misma decidió abrirse a su público. “Te voy a mostrar mi casa, los libros que tengo, los objetos que tengo, porque yo soy coleccionista y me encantan las miniaturas y tengo cosas que me han fascinado a lo largo de todos estos años”, comenta.

“El libro intenta ser como una especie de pequeña enciclopedia, pero arbitraria. Los textos son breves pero si los va sumando se arma como una especie de micro mundo imaginario”, explica. Este experimento es potencialmente infinito –“yo sigo descubriendo y encontrando cosas”, sostiene– pero la escritora ha decidido ponerle punto y final en esta edición con esos extras a los que no se pudo resistir. El título se presentará el 17 de enero en la librería Laie de Barcelona.

A principios de este año que ya se acaba, también se publicó en España su tercera novela El corazón del daño (Random House), un ejercicio autobiográfico sobre la relación turbulenta que tuvo con su madre durante toda su vida donde también explora cómo y por qué se hizo escritora. “En mi mente se unen la lengua materna y la biblioteca, que son las dos cosas que hacen a cualquier escritor o escritora. El libro es como una especie de intento de explicar cómo llegué a ser la persona que soy”. Sin embargo, aunque el lector se enfrente a una historia de trauma materno filial, el verdadero protagonista del libro es el lenguaje, como lo es en todos sus trabajos. “En un momento yo digo que la madre es la dueña del lenguaje. Hay una especie de pelea cuerpo a cuerpo, a ver quién tiene la palabra”, desarrolla.

En ese tránsito por el pasado, que empieza desde la infancia y llega casi hasta el presente, Negroni deja ver retazos más importantes de su biografía: su militancia contra de la dictadura de Videla –el tema de Milei y su peligroso parecido con el pasado se trata de pasada en la conversación, no hace falta mucho para entender qué piensa al respecto–, su estancia en Nueva York con su marido, el regreso a Argentina o su divorcio. Y, a la vez, repasa su bibliografía. “Una vida tiene muchas etapas, somos y no somos la misma persona. Qué mejor prueba tengo de lo que hice que los libros que escribí. Cómo o qué representaron para mí o qué marcas fueron quedando en ellos”, responde.

Uno de esos periodos vitales más transformadores es el de su vida fuera de su país natal. En su caso, el nuevo destino estaba situado en la gran manzana, esa ciudad que nunca duerme y que se convirtió en su hogar. No fue así para su marido, que vivía en permanente conexión con Argentina y que, muchos años después, cuando terminó el trabajo que había ido a hacer, quiso volver a su origen. Tras un tira y afloja que ya estaba perdido desde el principio para ella, la familia se mudó de nuevo a Buenos Aires y Negroni experimentó el trauma de los que se fueron y regresaron.

“Cualquier persona que ha vivido fuera de su país y regresa te va a decir lo mismo: hay una sensación de dejar de pertenecer a cualquier lado. No perteneces al sitio al que te vas y tampoco puedes pertenecer al sitio del que te fuiste”, explica la escritora. Sin embargo, para ella ese sentimiento no es necesariamente malo. “Esa incomodidad te permite ubicarte en un lugar en el que puedes observar desde afuera. O sea, a veces tenés una mirada que se pierde en la rutina, en la vida cotidiana, que lo naturaliza todo. Pero cuando vuelves te haces preguntas sobre lo que pasa”. “Pero al margen de eso, yo diría que los regresos son imposibles. En mi caso, mis hijos ya estaban grandes y mis padres tenían una edad en la que ya necesitaban ayuda. Tampoco me arrepiento, les acompañé hasta que murieron y bueno, este es mi país. Es la literatura dentro de la cual se inscribe lo que hago. Tiene cosas lindas también”, afirma.

Esos padres a los que acompañó durante sus últimos 10 años, en especial su progenitora, no salen muy bien parados en la novela. Escribir sobre la familia siempre es peliagudo y a ojo de buen cubero, se puede decir que hay más títulos de dramas de parentesco que obras reconfortantes como la que Gerald Durrell dedicó a sus seres queridos. “Mientras lo escribía estaba con ataques de pánico y me decía que iba a hacer un libro póstumo porque si no, no lo hubiera podido escribir”, explica. Sin embargo, las circunstancias cambiaron sus planes y la publicación se precipitó. “Había conocido a Claudio López, por aquel entonces editor de Penguin en Barcelona, en la Feria del Libro de Buenos Aires hace unos años. Me presentó a la editora de allí y me dijo que cuando tuviese algo de ficción se lo enviase a ella porque me quería tener en el catálogo”, rememora. Cuando terminó su novela, se la mandó a esa editora que tardó solo unas horas en coger el teléfono para decirle: “Te lo publicamos ya, María”. El libro ha tenido su propio recorrido y le han pasado muchas cosas en relación con él, pero lo más positivo en su opinión ha sido la reacción de las y los lectores. “Hay personas que se me acercan genuinamente conmovidas para decirme que el libro les ha tocado. Eso justifica todo”, afirma. En septiembre, la escenificación al teatro de su novela se pudo ver en España, en forma de monólogo interpretado por Marilú Marini.

El próximo mes de febrero, la editorial Acantilado publicará La historia natural, un libro que tiene relación con Pequeño mundo ilustrado porque parte de una de sus obsesiones: los intentos del ser humano de definir, ordenar y clasificar lo que hay en el mundo. “Si vos te mirás un poco la historia de la humanidad, incluso ya desde los griegos o los romanos, desde Plinio o Lucrecio, existían estos libros enormes que tratan de clasificarlo todo”, sostiene. “En el siglo XXI, vivimos todavía con esos sistemas de ordenamiento porque las bibliotecas o los museos lo son. Entonces empecé a rastrear a todos estos naturalistas, que a lo largo del tiempo fueron ordenando el mundo. Son proyectos completamente desmesurados pero existieron y existen”, explica. Una pieza más para el microcosmos que teje con su literatura porque como ella misma dice: “Siempre estoy como mirando un poquito esas cosas”.