Con 86 años se niega a retirarse. Tras una larga temporada atado a Miguel Delibes pasa a Juan Mayorga con La colección, que también dirige el dramaturgo en el Teatro de la Abadía, donde han colgado el cartel de no hay entradas todos los días (y donde no queda ninguna para los que restan). Luego comenzará una gira por toda España. La energía no le falta. Sigue sintiéndose como el niño que se disfrazaba para jugar delante de su abuela. Las ganas de hablar, de cuestionar el poder y todo lo que no funciona tampoco le faltan.
Están agotadas todas las entradas. Se habla mucho sobre la asistencia de los públicos a las salas de cine y de teatro, ¿cómo vive que la gente esté respondiendo de esa forma?
No nos engañemos, en una ciudad como Madrid, en un espacio como este, tendríamos que estar dos años llenando. Vamos a estar mes y pico. Hay que agradecer y celebrar. Yo vuelvo después de cinco años con Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes, y veo que cuento con la fidelidad de un número de personas que se interesan por nuestro trabajo, pero no nos engañemos. Con todo, es lo que hay, así que yo feliz y contento.
¿De Delibes a Mayorga hay mucho salto o se parecen más de lo que podríamos pensar a simple vista?
Hay unas afinidades y unas diferencias sustanciales, por así decirlo. Hay algo que estremece en la proximidad, en la cercanía, en lo reconocible del universo de Miguel. Y este mismo estremecimiento se da en la propuesta de Juan de una forma que es menos perceptible a simple vista, es más oblicua. De ahí mí interés en pasar de uno a otro, que es un lujo para mí. A esta edad y ya con tantos años este ejercicio viene de puta madre.
Una obra de teatro hay que salir a defenderla día tras día durante meses, imagino que hay días en los que a uno no le apetece subir ahí arriba delante de tanta gente.
No, para mí no. Esto es un privilegio. Yo puedo elegir lo que quiero hacer, y una vez que elijo un proyecto sigo amando mi trabajo. Insisto. Sé que es un privilegio que no todos lo tienen, pero en mi caso no solamente me apetece, sino que cada día procuro que lo que ve el espectador no se haya visto antes ni se vaya a ver después. No puedo acomodarme en lo de la profesionalidad, en lo de la experiencia, porque si te instalas ahí harás trabajos que estén bien pero que sean previsibles. No habrá un punto de riesgo. Siempre quiero que haya una puerta abierta a correr riesgos.
No se puede caer en la comodidad de la profesionalidad porque es enemiga de la creatividad. Aquí tiene que pasar algo cada día. Yo no solamente vengo con ganas, sino con ilusión. La misma ilusión del crío que jugaba a ser el mosquetero, el gánster y el pirata. Para mí la base fundamental de todo esto es el juego, y la profunda seriedad del juego. Yo vengo aquí a jugar. Lo he dicho muchas veces, si para hacer una cosa muy bien hay que pasarlo mal, yo prefiero hacerlo peor.
¿Si alguna vez hubiera perdido esa cosa del juego se hubiera retirado o parado?
No sé cómo me hubiera ganado la vida. No sé qué más podría hacer. Arreglar termosifones… Si la suerte, o la profesión, o la ley de oferta y demanda en la que me muevo me hubiera dado la espalda no sé lo que hubiera hecho, pero afortunadamente no ha pasado por mi cabeza. Pasó en el año 64 del siglo pasado, cuando nació mi hijo el mayor. Nunca me ha faltado trabajo. Lo que pasa es que eran mis obligaciones, porque tuve dos hijos. Pero afortunadamente aquí sigo.
La obra habla de la labor de coleccionar algo que para uno tiene valor, ¿ha coleccionado usted algo alguna vez?
No con ese carácter de coleccionar, pero sí conservo como oro en paño los álbumes de cromos de mi infancia y los programas de cine que daban antiguamente, sobre todo en mi pueblo. De vez en cuando vuelvo ahí, a los cromitos, y recuerdo perfectamente todavía el olor del sintético, que era el pegamento con el que se pegaban los cromos. Por otra parte, soy muy cuidadoso con todo aquello que se refiere a dónde y de quién vengo. Conservo aperos de labranza de cuando iba con mi tío al campo. Conservo cosas que mi padre mandaba de la cárcel cuando estaba en Ocaña. Conservo el cofre de la costura de mi abuela con sus gafas. Lo he dicho varias veces, yo vuelvo la vista atrás, pero no voy todo el rato mirando para atrás. Yo vuelvo la vista atrás y no huelo a mierda. Tengo la confianza de venir de unas gentes y de unos lugares que me siguen empujando.
Al mirar atrás también se corre el riesgo de caer en la nostalgia, ¿es usted nostálgico?
Mi amigo Luis García Montero, en su primera columna cuando murió Almudena, estableció un término. Él se reconoció, y ahí me reconozco yo, como optimista melancólico. Hay una melancolía latente en nosotros, la sensación de que hay una pérdida de aspirar a unas formas de vida donde los hijos de puta, los ladrones, los chorizos, los miserables y los genocidas, hubieran sido desnaturalizados o apartados. Vamos a morir rodeados de ellos, pero cada día ese optimismo, esa melancolía, queda ahí latente. Cada día hay que librar la batalla en el trabajo, en las relaciones, en el compromiso con tu gente… eso, el optimista melancólico. Ahí estamos.
Ha mencionado esa herencia de su familia, hay un orgullo de clase en sus palabras, ¿cómo de importante ha sido eso para usted?
Fundamental. La memoria de mi padre, de mi madre, mi tío, mi abuela… incluso de la Castilla de aquel tiempo. Pero no jodamos, yo no idealizo. Antes he dicho que no huelo a mierda, pero tampoco huelo a rosas. Huelo al trigo, a la mula, a la borrica, al calor del verano y al frío del invierno. Para mí sigue siendo fundamental la memoria, lo que me sigue destilando todo aquello.
Su personaje y el de Ana Marzoa piensan mucho en el legado, ¿usted piensa en el legado que ha dejado como actor?
Hay una anécdota que resume un poco mi idea. Estaba con Señora de rojo sobre fondo gris en Tarifa, y después de hacer la función a mí me gusta pasear. Paseando por Tarifa, dos muchachos jóvenes me miran, y finalmente uno de ellos se decide y dice, “claro, usted es el que hacía 'de reír' en las películas antiguas”. Y yo pensé, es un elogio cojonudo. Entonces el legado… Pues sí, yo soy el que hacía 'de reír' en las películas antiguas y alguna que otra cosa más. El legado también es un poco lo que yo recibí de mi padre y mi madre, de mi abuela y de mi tío Francisco y de la tía Socorro y es lo que yo pienso, o al menos espero, dejarle a mis hijos.
Siempre habla bien de aquellas comedias de sus inicios, no se avergüenza, es algo valiente también.
Yo soy cinéfilo de enfermedad y presumo de saber de cine bastante, pero que ni Dios le toque un pelo de la ropa al aspecto humano de todo aquello. Gente que era muy próxima al régimen de Franco, pero eran ellos los que confiaron en mí. Cuando sonaba el teléfono de la vecina o el de la pensión donde yo estaba, al otro lado el que estaba era Mariano Ozores, era Pedro Masó. De todas maneras, es un poco injusto echar en el mismo saco unas películas que otras, pero indudablemente yo sería un miserable si de pronto renegara. Cuando Mariano me ofreció Que vienen los socialistas se cambió una cosilla del final, que si se hubiera sabido lo que iba a pasar después con las corruptelas en el PSOE ni siquiera hubiera hecho falta. De aquellos rodajes recuerdo la cordialidad absoluta, el buen rollo… Cuando se murió Antonio Ozores fue como si se hubiera muerto un hermano.
Ha mencionado ese buen rollo con directores que ideológicamente no eran afines. Vivimos un momento que siempre se define como polarizado.
Esa polarización es evidente en la clase política. El otro día leí una columna de Antonio Muñoz Molina en El País, que estoy totalmente de acuerdo con ella. Yo creo que a veces toda esta actitud violenta, desagradable y cutre, es lo que piensan los políticos que es lo que le gusta a su gente, a los que les siguen, y a mí eso es lo que más miedo me da. Ver cómo una multitud enorme está dispuesta a volver a votar al señor Trump, y están dispuestos a votar a Bolsonaro. La irrupción de Vox en España no es una cosa que se haya producido violentamente, sino por la voluntad de un montón de españolas y españoles que están a favor de cosas como blanquear y negar el franquismo y cosas por el estilo. Yo veo el espectáculo bochornoso del insulto, de la agresividad y veo que no hay discurso. Veo el empobrecimiento del lenguaje. Haciendo una traslación a mi profesión, yo desde que puedo elegir, elijo unas obras y mandar un mensaje al que se supone que viene aquí, sin querer pontificar, sin querer enseñarle cómo se vive. Pues me da la impresión de que ese actor político o ese político actor se dirige a su público haciendo estas funciones deleznables y bochornosas porque piensan que es eso lo que le va a producir el aplauso y el voto.
¿Puede hacer algo el arte o la cultura para solucionar esto?
Albert Camus decía que hay quien hace la historia y hay quien la padece. La historia, y lo estamos viendo en Gaza y en Ucrania, la hace el tanque, el dinero y el hechicero de la tribu, que son los que manejan el cotarro. Los otros lo que podemos hacer es un simple divertimento, y en ocasiones sirve de algo, propone una reflexión, una meditación… Pero lamentablemente la cultura está siempre en un territorio donde la posibilidad de cambiar la historia no le es posible.
Ha mencionado la extrema derecha de Vox, que además ataca a la cultura, como se vio en los Goya, donde usted en el escenario de manera elegante respondió a quien dijo eso de 'los señoritos'.
Ese indocumentado...
Lo dijo de una profesión donde solo el 8% viven de esto.
Me acuerdo de mi amigo el maestro Fernando Fernán Gómez, que decía que lo normal era que una compañía se disolviese, que no hubiese dinero… En fin, la precariedad y la inseguridad han sido compañeras de viaje toda la vida. Ahora es distinto, hay unas leyes, un sindicato, está la Unión de Actores… y aun así el oficio siempre está amenazado, entre otras cosas por el espejismo de pensar, como hacen muchos jóvenes, que esto es la alfombra roja, los vestidos y su puta madre. Se quieren apuntar a esto sin tener la más mínima capacidad. Pero esto es un problema de educación.
La obra también habla de esas nuevas generaciones, ¿cómo ve usted a las nuevas generaciones de intérpretes?
De las cosas que me hacen más feliz es trabajar con jóvenes, porque idiotas los ha habido, toda la vida, pero hay unas constantes que son las mismas, que es el amor a esto. El coraje, la ilusión… las variantes son técnicas o mecánicas. Mira las cosechas de cine de los últimos años. Las tías están ahí diciendo, ‘aquí estamos’, y eso es formidable. Y luego insisto, hay inútiles y tontos, como siempre, pero no soy para nada de esos que hablan de los buenos tiempos. De hecho hay una cosa acojonante, que es que antes, salvo excepciones como Orson Welles, a los directores les veías un balbuceo en la sintaxis, una imprecisión en la lectura. Pero ahora los cineasta ven películas desde que están en la teta con su madre y es acojonante ver primeras películas con tal dominio del lenguaje, con esa precisión de la narración cinematográfica, y películas que no se parecen nada unas a otras. Soy fan de los jóvenes.
Usted siempre se ha posicionado políticamente, incluso ha criticado a la izquierda cuando tocaba, ¿alguna vez ha pensado, para qué me mojo tanto?
No. Porque me cuesta trabajo no hacerlo. Ahora menos, pero me cuesta trabajo mirar para otro lado porque yo recuerdo a mi padre militando en la clandestinidad, salir de la cárcel en libertad provisional, teniendo que pasar de luchar contra el franquismo a la Transición. Por eso me parece miserable el que ahora se acuse a aquellos de la Transición de cobardes, porque ¡nos ha jodido, había que estar ahí! Me cuesta callarme y ya no sé si a esta edad voy a poder. En ocasiones sí he dicho, ¿pero qué hago? Por ejemplo, ahora hay una cosa que no comprendo, que de pronto este tipejo, Puigdemont, haya anunciado el nuevo partido y que se le haya dado el chance de un protagonismo que parece de actor de comedia rancia de hace mil años.
Y en cuanto a la amnistía... a mí me parece bien quitarle la grandeza trágica a la chapuza del martirologio y el victimismo. No fueron terroristas, fueron unos chapuzas. Eso fue una puta chapuza. Y como a toda chapuza hay que quitarle toda cosa de la víctima o la persecución. A ver qué pasa ahora en las elecciones catalanas. A ver qué vamos a ver, porque yo estoy hasta los cojones de la España una grande y libre de Franco, pero conozco muchos catalanes, independentistas y no independentistas, y confieso que entre unos y otros estoy más cerca de los no independentistas.
Es verdad que no se puede callar.
Ves, sí que es verdad que no puedo parar, es que joder, son muchos años, y hemos estado ya con el culo chamuscado en varias sillas eléctricas. Fíjate ahora dónde está Podemos y dónde está Izquierda Unida.
¿Le da rabia eso?
Sí, rabia. Porque claro, es que el mesianismo da igual que sea de derechas o de izquierdas. Ese que se piensa que lo que él piensa y lo que él propone, solo con pronunciarlo le va a seguir todo el mundo. Yo recuerdo Vistalegre 2, cuando Errejón lo que decía era, sencillamente, que había que calibrar y valorar la fuerza del contrario. No puedes declarar una guerra sin más, sabiendo que te van a dar de hostias por todas partes. Hemos estado ahora en la gira en Uruguay con Mujica, el sabio Mujica, que dice, ‘hay mucha gente que no piensa como yo, pero yo sé que tengo que ver la manera de incorporar esa parte a mi programa, porque de lo contrario se va a imponer el suyo'.
¿Hacen falta más Mujicas?
No vendría mal.
Hemos hablado de legado, de la nostalgia… La obra también habla del futuro, de seguir adelante, ¿a usted esas ganas de jugar, de seguir en el escenario, le siguen intactas o se acaban?
No te sabría decir. Ahora me gustaría quedarme más tiempo en mi casa, pero no todo el tiempo. Mientras pueda seguir jugando... Es esta cosa extraña que te pasa, aunque parezca esto una cosa regresiva de vuelta al útero, pero es que yo cuando salgo ahí arriba es como cuando me ponía las plumas de las gallinas delante de mi abuela. Y notas el silencio, la risa, notas que algo está pasando por el hecho de que yo cuente la historia de este señor…. Eso es la hostia.