En un artículo titulado Coraje republicano escribió: Quiero creer que sin coraje ni ideología no hay arte verdadero, ni la literatura es literatura, ni la política lo es de verdad, ni se acaba de conseguir la famosa «feina ben feta» [trabajo bien hecho]; sin coraje no hay solidaridad y ningún pensamiento, ningún objetivo, es capaz de convencer del todo.
Hija de republicanos cultos y comprometidos de la burguesía catalana, su padre, Xavier Regàs i Castells, era periodista, abogado y dramaturgo; y su madre, Mariona Pagès, hablaba cinco idiomas y trabajó en la Fundació Bernat Metge para la difusión de los clásicos latinos en catalán. Se casaron un mes antes de la proclamación de la República y formaban parte de ese sueño de modernidad y progreso que se convirtió en espejismo con el estallido de la Guerra Civil, un acontecimiento histórico que impactó en la familia como una bomba de racimo: él en un campo de concentración, ella en París, los cuatro hijos repartidos por Europa y, tras la guerra y la derrota, el castigo y la humillación.
Rosa Regás, en 2019Rosa Regàs nunca más volvió a vivir con sus padres, que no regresaron a Barcelona hasta 1948: su abuelo paterno, reconvertido en seguidor de Franco “como toda la burguesía catalana”, en palabras de la escritora, ingresó a sus dos hermanos varones en distintos orfanatos catalanes y a ella y a su hermana Georgina en un internado de las monjas dominicas. Sus padres seguían vivos, pero con el estigma de la derrota política y de haberse separado, fue el abuelo quien ejerció su tiranía familiar imponiendo que solo pudieran ver a la madre “en una sala del Tribunal de Menores, custodiados por dos grises” una hora y media al mes en que no les permitían ni tocarla. Visitas frustrantes vigiladas por una funcionaria, la señorita Rosalía, que transcribía todo lo que decían y que Regàs convertiría en personaje de ficción, años más tarde, en su novela Luna, lunera (1999), reconocida con el Premio Ciudad de Barcelona y una de las más autobiográficas de la autora.
“Aquella no fue la mejor etapa de mi vida –declaró en una entrevista en El País–. Pero eso fue algo que me pasó y que me obligó a buscar una salida. Estoy orgullosa de ser hija de la Guerra Civil, incluso de haberla perdido, porque sé que estaba en el bando acertado. La guerra nos destrozó a todos, y más a los perdedores”.
Deseosa de huir de esa infancia sórdida y represiva, se casó a los 17 años con Eduard Omedes, con quien tuvo cinco hijos, una vida matrimonial en la que estuvo muy lejos de dedicarse a “sus labores”. De hecho, y sorprendentemente, la primera vez que el nombre de Rosa Regàs apareció publicado en un periódico fue como gimnasta. Competía a nivel nacional, su entrenador era Joaquín Blume y ya estaba casada, claro. Lo cuenta en su libro de recuerdos Amigos para siempre (Now Books), continuación de Entre el sentido común y el desvarío, que trataba sobre su niñez, y de Una larga adolescencia.
En este volumen, dedicado a los años 50 y 60, aparece la imagen de una Regàs somnolienta, en el autobús, camino de la universidad, con la cabeza apoyada sobre el cristal, la bolsa llena de libros y embarazada de su tercer hijo. Pero también en una pose desafiante sobre una Harley Davidson ganada en una apuesta; u organizando una proyección clandestina de “El Acorazado Potemkim” en su casa, mientras Eduard, su marido, mira con preocupación la moqueta por miedo a las colillas. Fueron los años de las “sobrasada parties”, de las noches del Bocaccio (la discoteca que fundó su hermano Oriol), de la llamada Gauche Divine, en las que se fraguó su amistad con Carlos Barral, Vázquez Montalbán o los Goytisolo, que la llevarían casi por accidente a una carrera de editora.
Su actividad editorial se inició en 1963 en Seix Barral, de donde se marchó a finales de los sesenta, cuando Carlos Barral, su mentor y amigo, abandonó el sello para fundar Barral Editores. En 1970 Regàs emprendió su propio proyecto fundando Ediciones Bausán, dedicada a la literatura infantil, y La Gaya Ciencia, un sello bajo el que impulsó Los Cuadernos de la Gaya Ciencia, de la que fue directora hasta 1981; y una influyente y popular colección de ensayo, la Biblioteca de Divulgación Política, en la que lideres políticos destacados de aquella época (que estaban todavía en la clandestinidad) escribían un libro muy breve y pedagógico sobre la tendencia política que defendían: Felipe Gonzalez (Qué es el socialismo); Tierno Galvan (Qué es la izquierda); Garrigues (Qué es el liberalismo); Carillo (Qué es la ruptura democrática)
A finales de los 80 hacía más de una década que se había divorciado y vendido sus editoriales, vivía en Ginebra, donde trabajaba como traductora y editora de la ONU, tenía cincuenta años y los hijos adultos cuando se planteó que había llegado para ella el momento de escribir.
Los años 90 fueron para Rosa Regàs los de su idilio con el gran público lector. Tras un libro de viajes, Ginebra (1987), llegó su primera novela Memoria de Almator (1991); pero el éxito en mayúsculas le llegó con Azul (1994), la historia de una pasión amorosa entre una mujer casada y un hombre más joven. De Azul se vendieron once ediciones de 10.000 ejemplares en el primer año y, además, se llevó el premio Nadal. Luego aparecerían Viaje a la luz del Cham (1995) y Luna lunera (1999). En el 2001 ganó el Premio Planeta con una novela de intriga y denuncia, La canción de Dorotea. Novelas que alternaría con su obra memorialística, entre las que se incluye Diario de una abuela de verano (2204), que fue llevada a televisión con Rosa María Sardá de protagonista. Y ensayos de calado político como El valor de la protesta (2004), La desgracia de ser mujer (2010) y Contra la tiranía del dinero (2012).
En 2004 fue nombrada directora de la Biblioteca Nacional por la entonces ministra de Cultura Carmen Calvo. En su toma de posesión rindió homenaje a Carlos Barral y entre las decisiones que tomó en el cargo habría que recordar que su política de apertura al público (dejó de ser imprescindible ser investigador para consultar sus fondos) comportó la duplicación de visitantes y un crecimiento de un 300% de carnés en el 2006. Sin embargo, en 2007 el nuevo ministro César Antonio de Molina fue explícitamente hostil con su gestión y su salida-dimisión no estuvo exenta de polémica. Nadie puede ser alcaldesa o directora de la Biblioteca Nacional y no cometer errores –declaró años después–, pero sí lo puedes hacer lo suficientemente bien para que, cuando vengan otros, puedan apoyarse en lo tuyo para subir un peldaño más. Eso es a lo que siempre he aspirado en el trabajo público.
Con diecisiete nietos “entre morganáticos y biológicos” y cinco bisnietos, en sus últimos años no ha dejado de ser la generosa anfitriona de su tribu ni de nadar ni un solo día. En su última etapa, ha seguido vigente el autorretrato que hizo de sí misma en el diario ABC cuando escribió: “Sé que soy pelirroja y mido un metro setenta, que tengo los ojos claros y la piel de lagartija, que jamás llevo anillos ni etiquetas, que me encantan los sombreros. Sé que me gusta beber y bailar y que mi expectación no tiene límites. Tampoco mi irritabilidad, tan intensa a veces como el temblor ante lo que amo”.
Tras hacerse pública la noticia de su fallecimiento, además del ministro de Cultura, lectores y amigos la han recordado en redes con admiración y ternura. Maruja Torres escribe en X: Siempre pensé que Marsé se basó en ella para su Teresa. Cristina Fallarás en IG: Queridísima Rosa Regàs siempre viva en mí. Te he querido con el alma. Te sigo queriendo así y para siempre. Maestra y compañera. Mientras la periodista Gemma Nierga ha compartido un breve vídeo de su celebración de los 90 cumpleaños, donde se puede ver a una pletórica Rosa Regàs lanzando un ante todo y sobre todo: Visca la vida!