Sin embargo, su faceta como novelista no riñe en relevancia con la de ensayista. En las últimas dos décadas, ha publicado investigaciones y ensayos de gran calado en la geopolítica europea. Es el caso de El desajuste del mundo y de Identidades asesinas, ambos trabajos publicados por Alianza Editorial. El mismo sello que ahora nos trae, traducción de María Teresa Gallego Urrutia mediante, una suerte de culminación de una inesperada trilogía: El naufragio de las civilizaciones.
Se trata de una continuación discursiva de aquellas en la que Maalouf reflexiona sobre cómo la la intolerancia, la inoperancia institucional y la insolidaridad han mediado lo suficiente en Occidente como para que hoy hablemos de un naufragio social.
En El desajuste del mundo afirmaba que "nuestras civilizaciones se agotaban". Hoy, con este libro, directamente defiende que naufragan. ¿Qué cambios han operado en nuestras sociedades durante estos años para hablar de naufragio?
Creo que hay diferentes grados de gravedad entre los tres ensayos que he publicado los ultimos veinte años. Me refiero a Identidades asesinas, El desajuste del mundo y El naufragio de las civilizaciones. Por decirlo suavemente: la situación se ha deteriorado de forma dramática.
Las cosas sobre las que intenté prevenir en Identidades asesinas, donde reflexionaba sobre la cuestión identitaria y cómo esta modela la forma en que comprendemos el mundo, no han ido a mejor. Las identidades excluyentes y exclusivas se han vuelto mucho más materiales en estos años, y con ellas su capacidad para afectar el desajuste material y de posibilidades de desarrollo sobre el que hablaba El desajuste del mundo. Y todo esto nos lleva a la situación actual, en la que vivimos un naufragio.
Ante desafíos políticos como el Brexit o la cuestión catalana, y la falta de acuerdos en materia de cambio climático o inmigración, ¿cree que el proyecto europeo ha fracasado?
No creo que se pueda decir que haya fracasado, pero es evidente que es un proyecto que vive un momento de crisis por dificultades como las que mencionas. Más que de fracaso, yo creo que deberíamos hablar de la necesidad de reflexionar. El reto del Brexit, por poner un ejemplo, parece a simple vista ser un asunto que concierne solamente al Reino Unido. Pero resulta que a raíz de este estamos viendo cómo aumenta y se propaga cierto sentimiento euroescéptico.
Es el momento de repensarnos y repensar lo que entendemos por Europa. Creo que construimos Europa con unas ideas de la armonía legislativa y económica que son realmente importantes, pero que no son los únicos objetivos a trazar. Creo que la construcción de un verdadero sentimiento de pertenencia europeísta no se ha defendido como era menester.
¿Cree que ese sentimiento europeísta se ve amenazado por el nacionalismo?
No creo que le hayamos dado suficiente importancia al asunto de una construcción cultural de una Europa unida. Esa construcción no debería excluir otras identidades, como la nacional, la religiosa, la étnica... porque no se contravienen. Pero puede que el sentimiento de pertenencia y de responsabilidad que predominaba en los noventa, haya sufrido un retroceso. Es como si hubiéramos dado pasos atrás.
En ese sentido, ¿se podría establecer una comparativa entre las políticas conservadoras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, con las de Donald Trump y Boris Johnson? Gobernaron justo hasta finales de los ochenta y principios de los noventa...
Puede que ambos, tanto Johnson como Trump, sigan la senda conservadora trazada en los ochenta por Thatcher y Reagan, pero creo que el estilo de hacer política ha cambiado hasta el punto diría de una seria regresión. La actitud de Reagan no puede compararse con la de Trump en su forma de expresarse, en su diálogo con sus contrincantes políticos ni en su relación con la ciudadanía, fuesen o no su electorado. Demócratas y republicanos le respetaban, aunque fuese como contrincante político.
Tengo un amigo norteamericano que es liberal en el sentido americano del término, que fue muy critico con el la administración Reagan. Pero me decía "He's a decent fellow'" [Es un tipo decente]. Algo que no estoy seguro de que se pueda decir Trump [Ríe].
En El naufragio de las civilizaciones cuenta cómo abandonó Líbano por la guerra, en una precaria embarcación, en junio de 1976. ACNUR asegura que, solamente en 2019, 63.311 personas han arriesgado sus vidas intentado llegar a Europa. ¿Ha cambiado algo en estos cuarenta años?
Creo que ahora mismo vivimos un fenómeno migratorio y al mismo tiempo un fenómeno de explotación política del hecho migratortio. Me explico: en los últimos años ha habido un movimiento migratorio masivo que es obvio. Pero más preocupante que dar cabida a las personas que huyen de su país, es utilización política de la inmigración para alentar al miedo y la xenofobia.
El asunto migratorio ha hecho cristalizar una cuestión identitaria que estaba ahí y que ahora se utiliza como arma arrojadiza. Existe en toda Europa una desconfianza tanto para recibir a los que llegan, como para los que están.
En su libro afirma que en los setenta "no podía adivinar hasta qué punto las tragedias de mi tierra natal iban a resultar contagiosas ni con qué violencia su retroceso ético y político iba a propagarse por el planeta".
La globalización ha conllevado múltiples avances tecnológicos, que han facilitado un acceso universal al conocimiento, pero eso no parece haber cambiado esencialmente la naturaleza de muchos conflictos.
Hoy cualquier ciudad europea que se precie debería saber afrontar las tensiones derivadas de la convivencia de sus ciudadanos independientemente de su origen. Tenemos sin embargo sociedades con personas que viven juntas, en un sentido comunitario, pero no conviven entre ellas. No se conocen, no tienen las mismas ideas y no hacen nada por intercambiar pareceres. Deberíamos haber sabido crecer como sociedades realmente multiculturales que aceptasen las diferencias como algo puramente democrático.
Deberíamos, institucionalmente, poder identificar problemas de convivencia y encontrarles remedio. Pero seguimos haciendo caso omiso mientras se producen agresiones racistas, crímenes del odio, y mientras determinados políticos alientan el miedo al diferente.
El miedo solo se combate solucionando los problemas que lo hacen nacer. Pero nosotros dejamos las cosas estar y los problemas se agravan. Y claro, hay quien utiliza este miedo para hacer grande su propaganda. El racismo, los crímenes de odio deberían estar en las agendas de cualquier política nacional. Y eso contribuiría a la construcción de una vida fundada en la diferencia propicia a la convivencia democrática.
También reflexiona sobre el 'mito perverso de la homogeneidad', según el cual sostiene que se ha estigmatizado la diversidad. ¿Cree que este tipo de mitos han servido para alimentar nacionalismos?
Ciertamente hay una tendencia de aspiración a la homogeneidad que afecta tanto a Oriente como a Occidente. Ciertos dirigentes políticos importantes parecen haber fundado su discurso infamando a la población y atacando la diferencia. Y, generalmente, esa es una senda que en otros tiempos ha llevado a totalitarismos.
Ser demócrata significa defender que nuestro objetivo como sociedades modernas es vivir juntos y en paz, por encima de las diferencias que tengamos, integrando las minorías y encontrando una forma de implicar en la política a todos a sus ciudadanos sin importar su origen. Pero eso no es lo que defienden muchos políticos.