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Un billón de dólares de intereses de deuda y rebaja fiscal, la pinza que retiró a EEUU su última triple A

Un billón de dólares de intereses de deuda y rebaja fiscal, la pinza que retiró a EEUU su última triple A

La primera potencia económica global ha perdido la máxima solvencia, un estatus que le ha otorgado total acceso financiero a los mercados. Moody’s ha sido la última del triunvirato de agencias en retirar a Washington la triple A, Deja un aviso a navegantes: el pago de intereses y el déficit fiscal acercan a EEUU a un escenario de quiebra que desaconseja rebajas tributarias

Trump busca enterrar con inversiones masivas el hacha de guerra de las empresas tras sus 100 días de gestión

La decisión de Moody’s de rebajar la calificación de la deuda soberana estadounidense a Aa1 no ha sorprendido a los mercados. De hecho, llevan tiempo esperando un movimiento táctico que sus dos rivales del triunvirato de agencias de calificación (Standard & Poors’ y Fitch Rating) que gobiernan con mano de hierro el circuito de las calificaciones soberanas y corporativas ya habían certificado hace tiempo.

En el caso de S&P, desde 2011, cuando se hizo patente la milmillonaria factura de recapitalizar una gran parte del sistema bancario americano tras el colapso crediticio de 2008 provocado por las hipotecas subprime y que se inició precisamente con la urgente nacionalización de una de sus entidades financieras más emblemáticas, Lehman Brothers. Mientras Fitch la decidió ya en 2023, con motivo del traspaso al servicio de pagos del Tesoro de los billonarios estímulos fiscales para combatir la mayor recesión del PIB estadounidense desde el Crash de 1929 por los efectos de la Gran Pandemia.

Sin embargo, a diferencia de las dos anteriores, que tuvieron que sufragar costes específicos de crisis sistémicas, pero acotadas a aspectos específicos -una debacle bancaria y una epidemia de dimensión universal y sanitariamente compleja de resolver- la actual deja en el alero un elenco de incógnitas de difícil solución. Porque la de Moody’s deja dos lecturas por encima de cualquier otra consideración. La primera, que la dinámica fiscal americana no es sostenible a largo plazo ya que, además, y por si fuera poco, esta alarmante indisciplina presupuestaria se produce con una deuda desorbitada, superior a los 36,4 billones de dólares, el 124% del PIB más grande del planeta, y con un agujero en las cuentas federales equivalente al 6,4% de su tamaño económico.

La segunda, enfocada al futuro inmediato, asegura que, ante esta tesitura, resulta fuera de toda ortodoxia que se acometan rebajas fiscales y menos un aminoramiento de la presión impositiva hacia las rentas personales -en especial, a las grandes fortunas- y a los beneficios empresariales como el que pretende instaurar la versión Trump 2.0, que pretende reducir todavía más los tipos impositivos de la Tax Cuts and Jobs Act de su primer mandato (2017) y ampliar sus deducciones y exenciones establecidas en su renovado Código Fiscal, aún en vigor.

Sin embargo, ¿cómo afecta este movimiento táctico de Moody’s que constata un recorte de las notas triple A de cada una de las tres grandes agencias de rating a cada uno de los últimos tres presidentes de EEUU? Este decálogo ofrece algunas pistas de sus efectos, no todos perjudiciales.

1.- ¿Qué aspectos del cuadro de mando estadounidense preocupa a las firmas de calificación? La montaña de endeudamiento total de EEUU, la que acumula el endeudamiento soberano, de las empresas y de sus hogares -excluidas las entidades financieras- resulta desorbitada. Los 36,4 billones equivaldrían a un desembolso per cápita de 106.100 dólares, según la Fundación Peter G. Peterson, think tank de investigación de finanzas públicas y de gobernanza global. Aunque los datos de Moody’s son ya elocuentes: sus proyecciones hablan de que el déficit estadounidense se ampliará en unos cuatro billones de dólares el próximo decenio, solo si la reforma impositiva de la primera legislatura de Trump se prorroga. Además, sus expertos alertan de que los intereses a los que tendrá que hacer frente el Tesoro, absorberán alrededor del 30% de la recaudación que obtendrá en 2035, muy por encima del 18% que pagó en 2024 o del 9% de 2021“.

2.- Deterioro contable de las cuentas federales. Siguiendo con Moody’s, cuyo análisis contiene trazas de muy elevada preocupación, el déficit presupuestario se desplomará hasta alcanzar el 9% del PIB en 2035, mientras que la deuda federal -solo la soberana- que quedó establecida al término de 2024 en el 98% del PIB superará en 10 puntos la acumulada en total; es decir, llegaría al 134% en diez ejercicios.

3.- Indiferencia política. La preocupación institucional ha brillado por su ausencia. Pese a que la Casa Blanca y el Capitolio hayan permitido durante casi dos decenios una desaforada carrera de desequilibrios fiscales, que solo puede llevar a una meta de deuda ingente. Si a eso se le añade un lago trienio con un precio del dinero sin parangón desde comienzos de siglo para contener una espiral inflacionista desconocida desde los años ochenta y que no acaba de remitir, nadie del establishment americano debería declararse inocente. El endeudamiento federal no solo se ha desbocado por la doble crisis, financiera y sanitaria, de 2008 y 2020, sino por la propensión a los casi billonarias ya partidas militares y la merma de ingresos fiscales.

La combinación de esta triada de gastos excesivos, recaudación bajo mínimo y elevados tipos de interés arrojan un resultado desolador: en 2025, los pagos de intereses de la deuda rebasarán el billón de dólares, muy lejos de los 263.000 millones de 2017, cuando el precio del dinero en EEUU acababa de abandonar su estrategia próxima a cero. La propia Oficinal de Responsabilidad Gubernamental del Congreso se acaba de hacer eco de esta factura adicional.

4.- Indolencia bursátil. Más alarmante aún parece el comportamiento del mercado. El servicio del Tesoro solo puede retardar sus obligaciones de pagos tras los dudosos tijeretazos decretados por Elon Musk desde su DOGE, los inciertos rebajas tributarias y el abandono de las ayudas y los subsidios a la tecnología y a los proyectos verdes de una transición energética que navegan por aguas ideológicas turbulentas -órdenes ejecutivas que tratan de fumigar todo vestigio de la IRA (Inflation Reduction Act de Biden)- y los vientos económicos huracanados de un PIB en número rojos que relegan la actividad y, por tanto, los ingresos fiscales.

Voces como la de Ray Dalio, CEO de Bridgewater, o la del Nobel Joseph Stiglitz atisban riesgos de default en los años venideros.

5.- Los mercados capean el temporal Moody’s (…) De hecho, los inversores parecen haberse inmunizado ante la pérdida de la última Triple A americana. Incluso ante el dato, nada alentador después de perder la máxima nota de solvencia, de que el grado de inversor internacional estadounidense ha retrocedido casi un 50% de su PIB desde 2018 o que el dólar se enfrente al peor descenso de su historia reciente. Y al más estructural, atestigua Kenneth Rogoff, profesor de la Universidad de Harvard, ex economista jefe del FMI y autor de Nuestro dólar, su problema, ensayo que hace acompañar de un subtítulo todavía más descriptivo: Una visión desde dentro de siete décadas turbulentas de finanzas globales y el camino por delante.

Rogoff avanza que esta caída libre del billete verde “es diferente” y augura que, con Trump en la Casa Blanca, su proceso de pérdida de influencia global se acelerará. Una amenaza que no ha afectado al ánimo de Scott Bessent. El secretario del Tesoro, encargado de pagar la deuda, deja otra perla despectiva: “Moody's es un indicador rezagado; es el pensamiento del mercado sobre las agencias de crédito”.

6.- (…) Hasta el punto de amortiguar el impacto arancelario. Con tantos desequilibrios internos y externos, el índice S&P 500 se aproxima a los 6.000 puntos, su umbral. Aunque el consenso del mercado siga calificando su etapa de bajista -desde noviembre pasado, coincidiendo con la cita electoral que le dio las llaves de la Casa Blanca de nuevo a Trump- la rentabilidad del bono americano a largo plazo siga disparado por la baja confianza en la mayor economía mundial y el flujo de capitales continúe su fuga de Wall Street.

Solo la cada vez más importante influencia de los inversores minoristas, que no han cesado de comprar acciones baratas de manera consecutiva durante las últimas 21 semanas, la racha más prolongada de su historia, explica este salto bursátil. Pero esta actitud no concuerda ni con la realidad macroeconómica ni con la climatología geopolítica.

7.- Pérdida de atención inversora. Así valora Peter Boockvar, de Bleakley Financial Group, este comportamiento bursátil. En 2011, con la rebaja de S&P no importó mucho en un mercado que salía de un tsunami financiero. Ni siquiera en 2023, con el recorte de Fitch, con un intenso ciclo post-Covid ya en evolución. Pero ahora, la deuda y el déficit acabarán trascendiendo. Sobre todo porque ocurre con unas perspectivas nada halagüeñas de disciplina fiscal y tras el triple descenso de acciones, bonos y dólar perfectamente sincronizado que ha implantado la doctrina de Vender América. “No es el mismo entorno que hace 14 años, ni siquiera que hace un bienio”, advierte.

8.- Respaldo analítico. Hasta que no se acabe con la generosidad fiscal sin financiación no habrá terminado la amenaza que describe Moody’s, dice Max Gokhman, subdirector de inversiones en Franklin Templeton Investment Solutions, porque “los costes de la deuda seguirán aumentando a medida que los grandes inversores comiencen gradualmente a cambiar sus bonos del Tesoro por otros activos refugio”, lo que, “lamentablemente, puede crear una peligrosa espiral bajista, mayor presión a la baja sobre el dólar y reducir el atractivo de la renta variable estadounidense”.

9.- Trampas fiscales en el Capitolio. El proyecto de Ley Fiscal que acaba de promover la bancada republicana en la Cámara de Representantes cifra en 3,8 billones de dólares -tanto como el PIB británico- el coste de la rebaja fiscal trumpista durante los próximos 10 años. Pero los estudios independientes no asumen ese cálculo. En general, dicen que enmascara el impacto de un billón de dólares de deuda y de otros 1,4 billones de déficit en ese mismo periodo. Uno de ellos, el que firma el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, eleva la brecha contable en otros 5,2 billones de dólares.

10.- Liderazgo en entredicho. Philip Luck, director del Programa de Economía del CSIS, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, cree que, en el fondo, EEUU se enfrenta a decisiones difíciles de control de gastos y definición de ingresos fiscales. Pero, por encima de todo, lo que está en juego es su hegemonía mundial. A su juicio, la amenaza no es tanto económica como de índole psicológica. Existe en el subconsciente colectivo americano que el dominio del dólar va a proteger eternamente a EEUU de su imprudencia tributaria. Pero la realidad histórica atestigua que “las grandes potencias rara vez sucumben ante fuerzas externas, sino que se desmoronan bajo el peso de sus propias decisiones insostenibles”.

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