El escritor y activista medioambiental acaba de publicar en España 'La doctrina invisible', un libro sobre los orígenes del neoliberalismo, sus efectos y posibles alternativas a través del refuerzo de la democracia
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George Monbiot, escritor, columnista del diario The Guardian y veterano activista medioambiental, acaba de publicar en España su último libro, La doctrina invisible (Capitán Swing), un ensayo sobre el origen intelectual del neoliberalismo, su conexión en las últimas décadas con la desigualdad, las trabas a la lucha contra el cambio climático y la democracia, y las posibles alternativas.
Hablamos justo cuando se cumplen 50 años de la elección como líder del Partido Conservador de Margaret Thatcher, que solía repetir “no hay alternativa” (TINA, por las siglas en inglés de “there is no alternative”). Monbiot cree que sí aunque no sea el sistema comunista soviético o su evolución china. Las recetas más concretas que ofrece con su coautor, el cineasta Peter Hutchinson, pasan no sólo por defender la regulación y subir los impuestos a los súperricos, sino por fortalecer el control de la financiación de los partidos políticos y aumentar la participación de los ciudadanos a través de asambleas y presupuestos participativos, como los que impulsaron alcaldesas como Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona. Esta es nuestra conversación, editada por extensión y claridad.
¿Cuál es el principal malentendido sobre el neoliberalismo?
Mucha gente no está segura de qué es exactamente. Muchos usan el término con frecuencia para referirse a “capitalista”, por ejemplo. El neoliberalismo es una herramienta del capitalismo y se utiliza para avanzar en la guerra contra la democracia: nos dice que la relación clave entre los seres humanos es la competencia, y nuestras características definitorias son el egoísmo y la codicia. Sugiere que deberíamos ser tan egoístas y codiciosos como podamos, porque de esa manera generaremos riqueza que fluirá desde los ricos y luego elevará a los pobres.
En realidad, sabemos que el egoísmo y la avaricia no son nuestros valores principales. No son nuestras principales características. La gran mayoría de las personas tiene valores mucho más fuertes de empatía, altruismo, comunidad, familia, pertenencia, bondad, aunque todos también tengamos un poco de egoísmo y codicia. Al uno por ciento de personas que son sobre todo egoístas y codiciosas las llamamos psicópatas. Pero lo que el neoliberalismo nos dice es que todos somos psicópatas, construye una filosofía en torno a la psicopatía y celebra la idea de tratar a otras personas como meras mercancías, instrumentos que podemos utilizar.
El neoliberalismo nos dice que la relación clave entre los seres humanos es la competencia, y nuestras características definitorias son el egoísmo y la codicia... En realidad, sabemos que no son nuestros valores principales.
Pero, ¿hay diferencias? Ese puede ser el caso de los ejemplos más extremos en Estados Unidos, pero ¿es igual que en Reino Unido, el centro y el este de Europa, o China, que está desarrollando su propia versión?
Aunque el neoliberalismo fue desarrollado por economistas austriacos, despegó sobre todo en el mundo anglosajón, originalmente en Estados Unidos y luego en el Reino Unido, Canadá y Australia, y estos son los lugares donde ha llegado más lejos y ha adoptado las formas más extremas.
Pero, por supuesto, hay muchas otras naciones donde ha sido impuesto por el mundo anglosajón. El ejemplo clásico es Chile en 1973, donde en un golpe respaldado por la CIA, Augusto Pinochet derrocó a Salvador Allende e impuso una agenda neoliberal extrema con la aprobación de Estados Unidos y aplicada por economistas chilenos que se habían formado en la Universidad de Chicago, entonces uno de los principales bastiones del neoliberalismo.
Es posible que haya un ejemplo de Estado neoliberal pleno anterior a eso, el de Suharto en Indonesia y el programa económico que introdujo, que también fue supervisado por Estados Unidos y otras naciones poderosas.
Pero el neoliberalismo se ha filtrado en el tejido de todos los países del planeta en una medida u otra, se ha convertido en una filosofía política casi hegemónica, a pesar de que cuando se propuso por primera vez fue vista como una ideología escandalosa que no debería permitirse cerca de una nación o su política. Pero algunas de las personas más ricas del mundo invirtieron enormes cantidades de dinero en la creación de organizaciones neoliberales y la promoción de esta filosofía.
Pero en las últimas décadas ha bajado la pobreza extrema, ha mejorado la salud global e incluso la calidad del aire, entre otras medidas. ¿Cómo se explica que haya pasado esto si tenemos este sistema?
La gran mayoría de los indicadores medioambientales van en la dirección equivocada. Hay historias de éxito aisladas, algunos problemas en algunos lugares donde las cosas han mejorado. Pero, en general, nos enfrentamos a una catástrofe ambiental, y eso se ha visto muy acelerado por el neoliberalismo, porque lo que nos dice es que debería haber la menor regulación posible, la menor cantidad de impuestos posible, nos dice que deberíamos deshacernos de los sindicatos y, en la práctica, de la política para permitir que el dinero “hable”.
Hemos visto cierto progreso social en todo el mundo, y no es sorprendente porque durante este período hemos movilizado una enorme cantidad de riqueza natural y la hemos convertido en dinero. Enormes extensiones de tierra, sus ecosistemas y su vida silvestre han sido absorbidas por el sistema capitalista y convertidas en dinero.
Pero no es algo que podamos seguir haciendo. No es una estrategia sostenible para combatir la pobreza, y ya hemos visto que nos estamos quedando sin camino.
Hemos visto cierto progreso social en todo el mundo, y no es sorprendente porque durante este período hemos movilizado una enorme cantidad de riqueza natural y la hemos convertido en dinero... Pero no es una estrategia sostenible para combatir la pobreza.
Hay una batalla para tratar de derribar las regulaciones que protegen a los pobres, que protegen nuestra calidad del aire y nuestros ríos y todo lo demás. Y vemos un caso extremo de esto en Elon Musk, el hombre más rico del mundo y que libra una guerra contra las regulaciones en Estados Unidos.
Pero en el Reino Unido, Keir Starmer usa una retórica similar sobre cómo va a derribar regulaciones y burocracia cuando está hablando de las protecciones que nos defienden de la depredación del capitalismo. La desregulación es una guerra de clases: es lo que hacen las empresas, los oligarcas y sus representantes en la política, para expandir su riqueza a nuestra costa.
La campaña a favor del Brexit utilizó el mensaje de acabar con la burocracia…
Desde luego, la idea de que íbamos a escapar de las regulaciones de la Unión Europea: vamos a escapar para que no nos digan qué hacer. Pero, en realidad, quienes escaparon de esto fueron personas y empresas muy ricas, que ahora son más libres para dañar nuestras vidas que antes de que abandonáramos la Unión Europea.
¿Había un cambio de tendencia antes de la victoria de Trump? Biden hizo más que Obama y presidentes de décadas anteriores en términos de expansión del Estado y ayudas públicas.
Biden intentó mejorar la vida de los estadounidenses, no hay duda. Y sí introdujo algunas medidas bastante buenas para hacerlo en un ámbito limitado. Si hubiera mantenido los cheques de ayudas de la pandemia podría haber ganado las elecciones. La gente se acostumbró a un mayor nivel de bienestar en Estados Unidos, un nivel de bienestar más europeo... Si hubiera sido más audaz, tal vez Trump no habría ganado, y tal vez ahora no estaríamos viendo una expresión extrema de neoliberalismo mezclado con algo que se parece mucho al fascismo.
Trump utilizó en su retórica la defensa de la clase trabajadora y algunas medidas, como la imposición de aranceles, van contra el libre mercado, uno de los pilares del neoliberalismo. ¿Está liderando mejor la extrema derecha la reacción contra las ideas neoliberales?
Trump es un oportunista. A él no le importa de dónde saca sus ideas. Simplemente hará lo que considere útil. Y por eso recurrirá a algunas ideas muy neoliberales: vamos a desregular todo; vamos a reducir los impuestos para los ricos; vamos a destruir la Administración; vamos a recortar los servicios públicos; vamos a eliminar las protecciones económicas para las personas. Todas estas cosas son muy neoliberales. Pero al mismo tiempo también utilizará algunas herramientas muy populistas, como los aranceles. A él no le importa. Esto sucede a menudo con la extrema derecha: no tiene una ideología consistente, simplemente elige lo que funciona. Pero Trump es producto del neoliberalismo.
Muchos de los líderes de extrema derecha que han llegado al poder en países de todo el mundo lo han conseguido por lo que hace el neoliberalismo, que es cerrar las opciones, decir que la política no está ahí para resolver tus problemas, que el Gobierno debería hacerse a un lado y dejar que los ricos se vuelvan más ricos y los pobres se vuelvan más pobres. Pero, en realidad, la gente espera que el Gobierno resuelva nuestros problemas y mejore nuestras vidas.
La extrema derecha no tiene una ideología consistente, simplemente elige lo que funciona. Pero Trump es producto del neoliberalismo
¿Es Trump el principio o el final de una era?
Está haciendo todo lo posible para demoler el poder estadounidense, lo cual no es del todo malo. Su poder ha sido sentido de maneras muy duras y desagradables en el mundo durante mucho tiempo. Él tiene un programa casi perfecto para derribar el estatus hegemónico de Estados Unidos, y ningún país debería ser hegemónico. Por supuesto, lo que sucede entonces es que potencialmente se crea un vacío. Quizás tengamos un mundo multipolar del que se viene hablando desde hace mucho tiempo. Quizás tengamos una guerra enorme.
Hay muchos escenarios inquietantes…
Sí, es muy difícil predecir lo que va a pasar. Por supuesto, Trump no sabe lo que va a pasar. No tiene un programa y es completamente impredecible. Y parte de su poder es su imprevisibilidad, porque todos le tienen miedo. No saben qué va a hacer a continuación.
Pero no hay duda de que algo muy grande está cambiando. Mucho más que en 2016, cuando Trump no sabía lo que estaba haciendo, no entendía cómo funcionaba el Gobierno. Logró causar bastante daño, pero nada parecido a lo que está haciendo ahora. Esta vez, su equipo está muy preparado y tiene una agenda clara. Incluso si él no la tiene, la gente que lo rodea tiene una agenda muy clara y creo que va a convertir a Estados Unidos en algo parecido a un Estado fascista, un Estado de anarquía capitalista total donde los pobres mueren en las calles y los ricos absorben todo el dinero.
Entretanto, en el Reino Unido, vemos el ascenso de Nigel Farage. ¿Cómo se explica dada a la vez la impopularidad del Brexit?
Todo lo que necesita hacer es quedarse quieto y esperar. No necesita ninguna virtud personal, y no creo que tenga ninguna, no necesita hacer nada inteligente. Sólo tiene que esperar porque la política convencional está fallando para la gente.
Starmer, lamentablemente, parece estar desperdiciando la oportunidad de su enorme mayoría parlamentaria. Las primeras cosas que hizo fueron ejemplos de austeridad crueles e innecesarios, como recortar el pago de ayuda para la calefacción [una ayuda para pensionistas universal, que ahora es sólo para los de menor renta], mantener el límite de las prestaciones a dos hijos, una política malthusiana implantada por los conservadores, congelar el subsidio de vivienda local... Esto es pura política neoliberal conservadora.
En cuanto a las políticas medioambientales, los laboristas están siendo peor que los conservadores, por ejemplo con el plan de una tercera pista en Heathrow, las nuevas carreteras principales, un programa de captura y almacenamiento de carbono completamente falso, que en realidad es un nuevo programa de gas natural licuado. Una y otra vez, parecen estar destruyendo su credibilidad.
La extrema derecha sólo tiene que esperar. Creo que la política de extrema derecha es una especie de estado predeterminado para países centralizados y jerárquicos como el nuestro. Antes de que existiera algo llamado fascismo, existía algo llamado imperio y duró cientos de años. El fascismo tenía algunas características propias muy peculiares y horribles, pero fue básicamente una reinvención del imperio.
Como alternativas al sistema actual, usted pone mucho énfasis en fortalecer la participación democrática a través de ideas como presupuestos participativos y asambleas ciudadanas. ¿Es esa la clave más que las recetas tradicionales de subir los impuestos a los más ricos?
También tenemos que hacer eso. Necesitamos al Estado. Algunas personas dicen que sólo necesitamos que las comunidades locales tomen decisiones, pero no creo que sea así. Hay algunas decisiones que deben tomarse a nivel nacional, y también a nivel internacional, particularmente cuando nos vemos afectados por enormes problemas transfronterizos, como el colapso climático y las pandemias. Por eso tenemos que participar en la toma de decisiones conjunta en muchos niveles diferentes.
El foco principal de la toma de decisiones debería ser el lugar donde las personas puedan reunirse cara a cara y hacer que se involucren más fácilmente en esas decisiones. Y hay métodos para agregar esas decisiones y convertirlas en nacionales.
La gente a nivel local podría proponer que los ricos paguen más impuestos. Hay un movimiento nacional que anima a la gente a discutir esto a nivel local, y la gran mayoría de los barrios de todo el país dicen que sí, que los ricos deberían pagar más impuestos, aunque luego se pasa por alto. Y tenemos un programa nacional que realmente cuenta con apoyo. Lo que surge de la deliberación popular tiene mucha más credibilidad: es mucho más difícil para los ricos decir que un poder ilegítimo nos quita nuestro dinero.
En el libro menciona como modelo los presupuestos participativos de Madrid...
Sí. Por cierto, ¿cómo va eso?
El partido de izquierda que gobernaba perdió las elecciones y el nuevo alcalde conservador abandonó la idea y sólo usa la plataforma para hacer encuestas con preguntas generales.
Lo correcto es que la gente tenga algo que decir sobre la forma en que se administra su ciudad y que tenga alguna influencia. Por eso se llama democracia.
¿Y quién podría abrazar este tipo de “nuevo mensaje” que usted propone en el libro?
Ha habido ejemplos en Madrid, Taiwán y Reikiavik. Ayuda tener un Gobierno que entienda, sea municipal o nacional, para nutrir estas nuevas formas políticas y una nueva narrativa política. Es posible que podamos hacerlo sin ellos, pero es mucho más difícil, como se ve en Madrid. Lo que estamos pidiendo en el libro es aprovechar las oportunidades donde tengas un Gobierno dispuesto a esto para presionarlo y que devuelva poder a la gente.
La idea es crear ejemplos tan buenos de mejora a nivel municipal que otros lugares también quieran el sistema. El peligro es que, como pasó en Madrid o en Porto Alegre, el programa se puede cerrar.
Lo que he visto a lo largo de los años es que cada vez que crees que estás en el hoyo, algo aparece y lo cambia. Nunca sabes qué va a ser. Quizás sea una colegiala sueca de 15 años
¿Algo que le dé esperanza?
Como activista medioambiental desde hace 40 años, he pasado por muchos períodos de desesperación. Ha habido varios momentos en los que parecía que llegaba una gran ola verde y las cosas iban a cambiar, pero luego se paraba. Pero lo que he visto constantemente es gente dando un paso al frente, y la asombrosa creatividad sobre todo de los jóvenes para crear movimientos y encontrar nuevas formas de oponerse al poder.
Hay momentos como éste en los que parece que no hay esperanza. Tenemos a Trump desencadenado, sin frenos, en Estados Unidos, a líderes de extrema derecha que están surgiendo por toda Europa y otras partes del mundo, y la tentación es darse por vencido. Pero lo que he visto a lo largo de los años es que cada vez que crees que estás en el hoyo, algo aparece y lo cambia. Nunca sabes qué va a ser. Quizás sea una colegiala sueca de 15 años. Puede venir de los lugares más sorprendentes, y es esa infinita creatividad y coraje de la gente, sobre todo de los jóvenes, lo que me da esperanza.